Música
Entrevista a Alonso Lobo en el cuarto centenario de su muerte
Después de Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero y Tomás Luis de Victoria, y casi a su altura, uno de los polifonistas más insignes de esa España del Siglo de Oro
Ayax Merino 26/04/2017
Grabado de Alonso Lobo.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
Hace cuatrocientos años que murió Alonso Lobo. Músico soberbio, maravilloso músico, músico excelente que anduvo toda su vida a vueltas con la música religiosa.
Cuatrocientos años ya, se dice pronto; el tiempo, ese malnacido sin entrañas y alma negra, jala sin riendas que lo refrenen y raudo corre y corre como un poseso devorándolo todo a su paso, tan quedo que ni lo sentimos. Cuatrocientos años ya, en efecto, un soplo. Así es, en este que ahora vivimos, el año de gracia de 2017, se cumple el cuarto centenario de la muerte del gran Alonso Lobo.
Sí, sí, grande, muy grande. Extraordinario compositor. Después de los tres, de la Santísima Trinidad que forman Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero y Tomás Luis de Victoria, casi a su altura, uno de los polifonistas más insignes de esa España del Siglo de Oro rica también en músicos espléndidos. Y, sin embargo, casi desconocido, ignorado, arrumbado ahí en un rincón olvidado, cubierto por una espesa capa de polvo acumulada a lo largo de cuatrocientos años. Y eso que en sus días su música se oía por doquier; en España entera, en Portugal, en el Nuevo Mundo, sonaban sus misas y motetes. Y mucho tiempo después de muerto seguían sonando. Se conoce que en lugar de madre, madrastra es España con sus hijos.
en sus días su música se oía por doquier; en España entera, en Portugal, en el Nuevo Mundo, sonaban sus misas y motetes. Y mucho tiempo después de muerto seguían sonando
No conviene molestar a los muertos, ni caritativo ni piadoso acto es ese, al contrario, impío y cruel, bastante tienen los muertos con estar muertos y cargar con su pesada cruz de estar muertos como para que encima tengan que andar aguantando las memeces y antojos de los vivos. Mas una ocasión así no se da todos los días, a lo del cuarto centenario me refiero, así que tras mucho cavilar y darle vueltas me resolví al fin y tras plantarme ante la puerta del difunto la emprendí con tan recios aldabonazos que la madera retemblaba toda entera.
--Lamento molestarle, don Alonso. Y le ruego que me perdone si vengo a turbar su paz y su sosiego sacándole de su retiro, pero me gustaría mucho hablar con usted un rato, si no tiene nada mejor que hacer.
--No, nada, no pase cuidado por eso, hombre de Dios, si aquí nunca tengo nada que hacer. Y, ya ve, las prisas tampoco me acucian.
--Bueno, el caso es que con eso del cuarto centenario de su fallecimiento...
--¿Cuatrocientos años llevo durmiendo el sueño de los justos?
--Cuatrocientos, sí señor, cabales.
--¡Vaya por Dios! ¡Quién lo diría! Cómo pasa el tiempo ¿Verdad usted?
--Sí, señor, ya lo creo, el tiempo no pasa, el tiempo vuela, es bien sabido.
--Y usted que lo diga.
--Pues eso, que se me antoja de justicia rendirle un homenaje a su egregia figura...
--Hombre, no exagere, tanto como egregia.
--Sí, sí, lo que yo le diga, egregia y muy egregia. Y no se me ha ocurrido mejor cosa para conmemorar fecha tan señalada que pedirle que me conceda una entrevista.
--Será un placer, faltaría más.
Paseamos por un deleitoso jardín regado por un cantarín regato de cristalinas aguas y a la sombra grata de un añoso fresno nos sentamos y charlamos despaciosamente, sin prisas, de esto y aquello, de todo, de lo humano y lo divino.
--Yo vine al mundo allá en 1555, que ya ha llovido desde entonces, en Osuna, lugar que cae por Sevilla, en las Andalucías, cuando reinaba aún nuestro señor Carlos I, que Dios haya en su gloria. Ya desde chiquitín la música me encandiló, que no recibía mayor placer que el de escucharla a todas horas y allí de donde manare, así fuese la canción que entonasen unos arrieros como la tonada que un buen vihuelista tañera. Y como, gracias a Dios, no me faltaba talento, dicho sea con humildad, cuando tenía once años, si la memoria no me falla, mis padres, quizás también empujados por el afán de asegurarme un porvenir, ya sabe, Iglesia, Mar, o Casa Real, decidieron enviarme a Sevilla a estudiar. Gran acierto fue aquel y no me cabe sino alabar el buen tino que mostraron, pues me encauzaron por donde más me convenía, por la senda, para mí ancha y llana, de la música.
Allí en Sevilla quedé bajo la tutela del sin par Francisco Guerrero, mi venerado maestro, el músico más afamado que por aquel entonces vivía en España y, a mi juicio, tal vez nublado por el cariño, el mejor músico que hayan visto los tiempos ¡Años dichosos aquellos de mi aprendizaje! ¡Qué recuerdos tan gratos guardo de aquel docto varón! Hombre bueno, amable y afable, me enseñó todo lo que sé, o supe cuando estaba vivo. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, quiero aquí hacer constar la deuda impagable que con el maestro guardo.
Pasaron los años, me hice mozo y a eso de los veintiséis años me vi con una canonjía y maestro de capilla en la colegiata de Osuna, mi lugar natal. Trabajé sin descanso, compuse y compuse. Cosa de diez años llevé esa vida, contento y alegre, hasta que un buen día me mandó llamar el cabildo de la catedral de Sevilla. Y para allá que me fui, claro. A sustituir a mi amado Guerrero, que no sé en qué pleitos andaba con la justicia a cuenta de unas deudas contraídas en la impresión de sus obras.
No mucho después, ya cumplida mi tarea, marché a Toledo, donde estuve algunos años de maestro de capilla de la catedral ¡Regia ciudad aquella! Por cierto, que paseando por sus calles me tropecé, de cuando en cuando, con el Greco, ese pintor genial que siempre me saludaba muy cortés: bella y elevada es su música, maestro; gracias, maestro, hermosa y divina es su pintura.
Por aquel entonces me arranqué a adecentar y pulir mis mejores obras, valga decir las menos malas, con la intención de darlas a la imprenta, cosa que hice, gracias a la ayuda de Victoria, siempre generoso y amigo cabal, en Madrid en 1602. La verdad es que el Liber Primus Missarum, salido de la Tipografía Regia, quedó la mar de curioso, no me puedo quejar.
En fin, ya fallecido Guerrero, cuya desaparición hube de llorar amargamente, de vuelta a Sevilla, donde seguí con mi labor hasta que la Muerte, que a todos los mortales reclama, vino a buscarme un cinco de abril de 1617. Allí me sepultaron y allí sigo, siempre a su servicio para lo que tenga a bien mandarme.
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
Autor >
Ayax Merino
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí