Coqueteando con la abstención
Con más de 10,5 millones de personas, los abstencionistas fueron el colectivo más numeroso en la primera vuelta. El peligro Le Pen no les desanima
Enric Bonet París , 3/05/2017
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Votar al centrista Emmanuel Macron o no votar. El rechazo que la mayoría de los franceses siente respecto al ultraderechista Frente Nacional (FN) no se ve reflejado en una adhesión instantánea al exministro de Economía. Ni siquiera con una pinza en la nariz: muchos dudan si acudir a las urnas el 7 de mayo. Según los sondeos, el candidato de En Marche! (En Marcha!) obtendrá un 60% de los votos y se impondrá con claridad a la ultranacionalista Marine Le Pen (40%). Muy lejos del 82% con el que se impuso Jacques Chirac a Le Pen padre en 2002. Aunque la victoria de Macron parece cantada, resulta significativo el posible incremento de la abstención.
Según un estudio de opinión de Ifop, el 28% de los franceses no acudirá a votar en la segunda vuelta, mientras los abstencionistas representaron el 21% en la primera. El 29% de los franceses desea que no gane ni Macron ni Le Pen, según un sondeo de Cevipof, publicado este 3 de mayo. En este mismo estudio, casi la mitad de los electores reconoce que no le gusta la personalidad de Macron. Y el 67% de los franceses prefiere que su país no se abra aún más a la globalización como reivindica el líder de En Marche!. Los valores liberales del exministro de Economía no resultan convincentes para buena parte de los franceses y esto abre la posibilidad a un incremento del número de abstencionistas y votantes en blanco.
Dos tercios de los militantes de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon votarán en blanco o se abstendrán, según la consulta ‘online’ hecha por este movimiento
Al contrario de lo que sucedió en las elecciones presidenciales de 2002, o en las regionales de 2015, la amenaza de la llegada al poder del FN no parece movilizar al electorado francés. El tradicional frente republicano se fisura. La idea de votar a cualquier otro candidato menos a Le Pen ya no genera consenso. Dos tercios de los militantes de la Francia Insumisa (FI) de Jean-Luc Mélenchon votarán en blanco o se abstendrán, según la consulta online hecha por este movimiento, publicada el 2 de mayo. Sólo el 34% de los insumisos apostará por Macron.
“No podemos elegir entre el ultraliberalismo de Macron o la ultraderecha de Le Pen”, reconoce Olivier Prenant, 58 años. Este miembro de un grupo local de la Francia Insumisa en Lilas, nordeste de la región parisina, afirma que votará “con una papeleta en blanco en la que escribiré las siglas JLM [en referencia a Mélenchon]”. Para este antiguo empleado en el sector de la edición, que actualmente se encuentra en paro, “estamos sometidos a una gran violencia social que se ha visto acentuada por las políticas de Hollande y Macron”. Presente en la tradicional manifestación del 1 de mayo en París, asegura que comparte la posición de los sindicatos contestatarios, como la CGT o Force Ouvrière, que no han pedido el voto para Macron.
Izquierda y derecha, divididas ante el apoyo a Macron
Con lemas como “Ni patria ni patrón” o “La peste o el cólera”, la movilización del día del trabajador reflejó la división de la izquierda francesa ante el apoyo a Macron. Mientras que en 2002 la presencia del frentista Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales generó una ola de contestación antirracista en la calle —entre 1,3 y 2 millones de personas se manifestaron el 1 de mayo de aquel año en contra del FN—, quince años después las movilizaciones han sido menos numerosas —entre 140.000 y 280.000 personas— y el mensaje, más ambiguo.
“Si vamos a votar, seguro que no lo haremos por Le Pen, pero tampoco queremos hacerlo por Macron, cuyo programa representa una amenaza para el futuro de nuestros hijos y nietos”, explica Christiane Poussant, jubilada. Acompañada por su marido Daniel en la manifestación, esta melenchonista denuncia las consecuencias sociales que comportará la reforma laboral que Macron quiere aprobar por decreto.
De hecho, el 35% de los electores de la France Insoumise aseguran que se abstendrán o votarán en blanco en la segunda de vuelta, según Ifop. El 45% de los insumisos apostará por Macron y sólo el 10% de ellos lo hará por Le Pen. La abstención o el voto en blanco no resultan, sin embargo, patrimonio exclusivo de los simpatizantes de Mélenchon. Aunque el dirigente de la derecha republicana François Fillon apoye a Macron, el 28% de los electores conservadores quiere abstenerse o votar en blanco, mientras que el 48% de ellos lo hará por el líder centrista y el 22% por la candidata del FN. También el 21% de los votantes del socialista Benoît Hamon pretende abstenerse o depositar una papeleta en blanco o nula.
La única esperanza con la que cuenta Le Pen es una abstención muy elevada de los electores de Mélenchon, Fillon y Hamon. Lo que le permitiría remontar los veinte puntos que la separan de Macron. “Si el 90% de las personas que apuestan por Le Pen va a votar el 7 de mayo y sólo lo hace el 65% de los que prefieren a Macron, la candidata frentista se proclamará vencedora de las presidenciales”, explicó el físico Serge Galam, que predijo la victoria de Donald Trump, en declaraciones al semanario Le Point. Una hipótesis poco probable, pero no imposible.
La incipiente crisis del régimen de la Quinta República
Aunque la abstención difícilmente impedirá la victoria del candidato de En Marche!, sí puede ilustrar la debilidad del Macron presidente. El líder centrista no será elegido por una adhesión mayoritaria a los valores liberales y business friendly de su candidatura, sino por el rechazo a la ultranacionalista Le Pen. Según un sondeo de Cevipof, el 45% de los electores de Macron en la primera vuelta de las presidenciales lo hizo por “voto útil”, para evitar una segunda vuelta entre la derecha y la extrema derecha, como sucedió en 2002 cuando se confrontaron el conservador Jacques Chirac y Jean-Marie Le Pen.
Según un sondeo de Cevipof, el 45% de los electores de Macron en la primera vuelta lo hizo por “voto útil”, para evitar una segunda vuelta entre la derecha y la extrema derecha
“En 2002, toda la izquierda se movilizó por Chirac. Pero cuando este fue elegido hizo un gobierno de derechas y se convirtió en el campeón de la fractura social y el incremento de las desigualdades, que han favorecido al FN”, explica el periodista Antoine Peillon. Autor de la obra Voter, c’est abdiquer (Votar es abdicar), Peillon reivindica la abstención de forma militante: “Abstenerse quizás no servirá para tumbar el sistema, pero puede contribuir a que haya una toma de conciencia crítica”. Una mayor concienciación respecto al funcionamiento poco democrático del sistema electoral y del régimen político de la Quinta República, al que califica como “monarquía oligárquica”.
Desde 1962, la vida política francesa gira en torno a la elección del presidente por sufragio universal. Una votación cada cinco años (antes de 2002 era cada siete) que hace correr ríos de tinta en la prensa y despierta la pasión francesa por la política. Pero que también sirve para justificar el carácter presidencialista de la Quinta República, cuyo jefe de Estado elige al primer ministro y a los otros miembros del Ejecutivo de entre las filas del partido que tenga mayoría en la Asamblea Legislativa. Los diputados deben ratificar estos nombramientos. “Durante los últimos años el poder del ejecutivo no ha hecho más que reforzarse y el Parlamento sólo se dedica a tramitar las leyes impulsadas por el Gobierno”, lamenta Peillon.
Este carácter presidencialista se vio, de hecho, reforzado en 2002, cuando se aprobó pasar del septenio al quinquenio. Así se esperaba evitar la cohabitación entre un presidente de un color político y una Asamblea Nacional de otro, como sucedió entre 1997 y 2002, cuando el presidente conservador Chirac y el primer ministro socialista Lionel Jospin compartieron el poder. Pero desde entonces las presidenciales francesas se han convertido, a menudo, en una elección entre “lo malo” y “lo peor”. En un voto por descarte para evitar que el Frente Nacional accediera al poder (como sucedió en 2002 y probablemente en 2017) o para expresar el rechazo mayoritario a Sarkozy, que en 2012 permitió que Hollande fuera elegido.
“El sistema de voto a dos vueltas no me satisface”, reconoce Alex Wolf, 23 años, empleado en Suiza en un grupo de distribución. Este joven alsaciano reconoce que está “harto de tener que votar en contra de alguien”. Antiguo elector del anticapitalista Philippe Poutou en 2012, Wolf apostó este año por el partido de la abstención, como hicieron la mayoría de las personas de su generación. Con más de 10,5 millones de personas que no acudieron a votar, los abstencionistas fueron el colectivo más numeroso en la primera vuelta de las presidenciales.
Abstenerse para reformar el sistema
“Hasta ahora sólo nos interesábamos por el abstencionismo desde un punto de vista cuantitativo, pero este también tiene un valor cualitativo”, afirma el jurista Antoine Buéno, consejero desde hace quince años del grupo centrista en el Senado y encargado de redactar los discursos de François Bayrou durante la campaña presidencial de 2007. Tras haber publicado a finales de febrero el manifiesto No vote (No votes), Buéno reivindica la necesidad de que los abstencionistas se organicen para exigir una reforma del sistema político: “Podemos crear una agrupación de abstencionistas que digan que están dispuestos a ir a votar si se reconoce el voto en blanco”.
“Después de haber publicado No vote, me han contactado un centenar de colectivos favorables a la abstención”, explica Buéno. Uno de ellos es el grupo Abstención Consciente, que milita para boicotear estas elecciones presidenciales y las legislativas de junio. Compuesto por una veintena de miembros activos y sesenta simpatizantes, este colectivo justifica su acción con la frase del humorista francés Coluche “Si votar cambiara alguna cosa, ya hace tiempo que estaría prohibido”.
Además de los jóvenes y una parte de las clases obreras, el partido de la abstención lo conforman “ciudadanos con una vida cívica muy activa; muchos de ellos son miembros de asociaciones ecologistas o de ayuda a los refugiados”, explica Peillon. El hecho de no ir a votar, según Buéno, no significa claudicar ante la crisis de la democracia, sino que implica “un despertar del pueblo, ya que ser ciudadano no puede consistir en ir a votar sólo una vez cada cinco años”. Y menos aún tener que escoger cada cinco años entre lo malo y lo peor.
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