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Al acabar la jornada la fotógrafa me llevaba a un garito. Ella era de la ciudad, la ciudad era una ciudad en la que se podía comprar una manzana en mitad de la noche, y el garito era un bar con música en directo en el que siempre tocaban boogaloo. El boogaloo es un invento de los puertorriqueños de Nueva York. Es la música que sabían tocar cuando llegaron, pero con instrumentos nuevos, con nuevos compases y con una nueva lógica. Se lo inventaron los músicos para no quedarse solos, cuando su clientela, otros puertorriqueños, empezaron a hablar inglés incluso entre ellos, y a bailar soul y cosas pop. El resultado está muy bien calculado. Es un ritmo macarra, para adultos, que con el tiempo se ha ido depurando hacia el jazz. Es una juerga. Los conciertos acababan con el tema I like it like this, tal vez el boogaloo más I+D. Ese momento era una absoluta locura. Los músicos tenían que repetir el tema tres o cuatro veces. Toda la clientela -puertorriqueños y expuertorriqueños- se entregaba en esos bises y bordaba sus propias coreografías, hasta proporciones incomprensibles. Estas líneas, de hecho, las he empezado a escribir para hablarles de una coreografía en la que estuve implicado.
En la locura de los bises, una chica sudafricana con la que bailaba dio un vuelta sobre si misma frente a mí. Me dijo "agárrame". Dio otra vuelta y dijo "con una mano". Dio otra vuelta y dijo: "de la nuca". Al momento, se dejó caer de espaldas, contra al suelo. A un palmo del suelo, en efecto, la cogí, con una mano, de la nuca. Al parecer, toda la sala vio eso. Una mujer diminuta curvada entre sus tacones y mi mano. Y la sala enloqueció más aún al verla. Yo, a su vez, también. Pero sin dejar de pensar que, por los pelos, había evitado una fractura craneal. Un segundo de duda, y aquella chica se hubiera roto contra el suelo.
Me impresionó que una persona se la jugara a una sola carta con un desconocido. En un primer instante pensé que esa es una de las reglas del juego del baile. Cuando dos personas bailan, incluso cuando apuestan por coreografías en las que es poco probable una fractura craneal, se apuesta por el otro y se confía ciegamente en él. Un secreto: bailar, de hecho, sólo es confianza y la capacidad de transmitirla. Estoy por decir que no hay tanto malos bailarines sino bailarines desconfiados. Sucede lo mismo, y tal vez por lo mismo, en el sexo, una actividad absurda cuando no hay la posibilidad de confiar en que alguien te parará a un palmo del suelo. Ahora, no obstante, se y veo que esa confianza espectacular, ciega, total, no se produce sólo en el baile o/y en el sexo. Se produce continuamente en la vida, en sus actos más cotidianos y en sus actos más espectaculares. Debe de producirse porque, cuando en el trance de evitar que alguien se estrelle contra el suelo, no se hace o no se consigue, es cuando se produce la tragedia.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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