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Sabemos que Peter Pan es un niño. Entra en la habitación de Wendy buscando su sombra. Para los griegos, un niño sólo dejaba de serlo cuando sabía discernir que su sombra era, sólo, su proyección. Es divertidísimo, por cierto, ver cómo un niño persigue su sombra, ese espectáculo que se produce desde hace millones de años. Quizás fue el primer espectáculo de la historia, como lo que queda de una manzana cuando te la comes es, sin duda, la primera escultura de la historia. Bueno. Tal vez es eso lo que vio Wendy. Un niño persiguiendo absurdamente su sombra.
Wendy no es, por tanto, una niña. Sabe lo inútil que es perseguir una sombra. Sabe, en fin, de sombras. Hay otro dato para creer que Wendy no es una niña. Peter le pide un beso, y ella le da un dedal que, a partir de ese momento, Peter llama beso. Wendy sabe lo que es un beso. Kipling decía que el primer beso acaba con todas las memorias anteriores. Con ese estadio de confusión que es la infancia, supongo. Si alguien, en fin, sueña aún con que su sombra es libre, ese sueño se rompe con la primera relación, cuando descubrimos que no somos sombras del otro, ni nadie es nuestra sombra. Si, por otra parte, Wendy hubiera ignorado la importancia vital de un beso, y se lo hubiera dado a Peter, la obra de Barrie no hubiera sido un tratado sobre la infancia, la edad adulta, el paso del tiempo y la muerte, sino una historia de amor. Una historia en la que dos seres abandonan la infancia definitivamente. El beso y esa obra no se producen porque uno de los dos personajes no entiende que su sombra es un reloj, con el que venimos dotados al nacer. Los dos personajes, no son iguales. Uno es un niño. La otra, una adulta. Tal vez, por su forma de esquivar el beso, astuta, poco problemática e infantil, una anciana.
He escuchado hablar del síndrome de Peter Pan como una patología. Pero me parece que, en verdad, la patología es el síndrome de Wendy. Peter conserva un tesoro. El de verlo todo por primera vez. Incluso su sombra. Más adelante, en el libro, sabemos que eso no es una carencia. Es una decisión de Peter, que tomó al escaparse de sus padres para ser absolutamente libre. La libertad absoluta, tal vez, pasa por poner en cuestionamiento a tu propia sombra. Wendy, encerrada en una habitación, lo sabe todo y lo ha visto todo, al parecer. Wendy no es sólo un adulto. Es mucho peor. Es una persona normal. Sabe muchas cosas. Pero ninguna es suya. Como todas las personas adultas y normales, simplemente ha dejado la infancia atrás. Creer que la sombra está pegada a ti, quizás es la primera regla que aprendes. Las demás son absolutamente violentas. Es decir, reglas.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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