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Los indios eran felices como anchoas, a pesar del frío y la hambruna. Si no fuera porque, periódicamente, les visitaban monstruos. Cada visita estaba precedida por extraños anuncios. Desaparecían objetos y, otros, aparecían rotos. También era común que, en esos terribles días de espera, los cazadores volvieran al poblado asustados y heridos. Habían contactado con los monstruos. Se conservan, por cierto, fotos de esos monstruos. Las hizo un explorador, a principios del siglo XX o a finales el XIX. Son fotos, en verdad terroríficas, de seres inexpresivos, mitad blancos y mitad negros. No tienen rostro, o tienen una cabeza desmesurada. Cuando era evidente que los monstruos estaban cerca del poblado, los cazadores salían a encontrarlos y matarlos, en un intento desesperado. La intención es que no llegaran al poblado. Podían pasarse uno o dos días fuera del poblado, persiguiendo su rastro. En ese tiempo, el poblado se quedaba sin protección, repleto de mujeres y niños asustados. Eso es lo que pretendían, al parecer, los monstruos, que cada noche visitaban al poblado a partir de ese momento. Emitían unos gritos característicos, no humanos. Rompían las cabañas. SI alguien se enfrentaba a ellos o, simplemente, si alguien salía de su cabaña, le propinaban una tremenda paliza. Cuando los hombres volvían se encontraban con un poblado destrozado, y una tribu copada por el pánico.
Nadie sabía a ciencia cierta dónde vivían los monstruos y por qué venían al poblado periódicamente. Nunca, en fin, se llevaban nada. Los hombres tenían un poco más de información sobre los monstruos. Se les transmitía en sus ceremonias de iniciación, cuando dejaban de ser niños. En esas ceremonias se les explicaba cómo seguirles el rastro, cómo enfrentarse a ellos. También se les enseñaba cómo gritar como ellos -era un grito, en verdad, difícil-, cómo vestirse como ellos, cómo pintarse como ellos y cómo fabricar máscaras sin rostros, que dibujaban cabezas desmesuradas. Se le enseñaban, en fin, que los monstruos eran los hombres adultos, que periódicamente se tenían que disfrazar de monstruos y asustar a la tribu, para que permaneciera unida. Básicamente, ese era el secreto transmitido en las ceremonias.
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Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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