Tribuna
La Guerra Tibia
La crisis ha traído una mezcla de recesión, degradación y resignación y las élites globales han optado por un cortafuegos especialmente eficaz que creará un miedo atroz para mantener a las poblaciones en un estado de ‘shock’ casi continuo
Gil-Manuel Hernández Martí 24/05/2017
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Hay que decirlo con crudeza: les élites globales tienen declarada una doble guerra mundial, que lleva a nuestra sociedad al desastre. La primera de ellas la declararon a finales de los años setenta, en plena Guerra Fría, poniendo en marcha la agenda del neoliberalismo como herramienta para superar tanto la crisis energética y económica de 1973 como las presiones sindicales, sociales y culturales hacia un sistema más justo e igualitario. No lo olvidemos, el capitalismo tiende a superar sus grandes crisis con la guerra, un mecanismo de eficaz reiniciado del sistema en una condiciones que permitan nuevas vueltas de tuerca, siempre a la caza de la maximización de los beneficios.
La implementación institucional de la agenda neoliberal supuso una agresión en toda regla en múltiples frentes a la vez. Contra el mundo del trabajo, que fue sistemáticamente precarizado y "flexibilizado". Contra la socialdemocracia y el Estado del bienestar, que actuaban como atemperadores de la más burda explotación. Contra el tercer mundo, para evitar su emancipación y garantizar la continuidad de unas actividades extractivas bajo la impronta neocolonial. Contra el medio ambiente, a la busca de nuevos recursos que expoliar sin preocuparse por la sostenibilidad. Y, finalmente, contra la misma idea de superación o transformación progresista del capitalismo mediante una sistemática y prolongada campaña de desprestigio de las ideas alternativas, que convirtió las universidades y escuelas de negocios, con la inestimable ayuda de los grandes medios de comunicación, en armas muy eficaces de propaganda y creación del "sentido común" neoliberal.
el sistema capitalista progresa a través de crisis, cada una de las cuales suele ser mayor que la anterior o pone los cimientos para una nueva todavía más brutal
Sin embargo, aquella guerra mundial socioeconómica no fue suficiente, porque creó nuevas disfunciones, posibilitó contradicciones inesperadas, alteró viejos equilibrios y destapó la caja de los truenos con conflictos a todo nivel. Una de las consecuencias más relevantes de la guerra mundial neoliberal contra los "enemigos" del sistema fue la creciente separación de las élites globales de su anclaje nacional y productivo --lo que Joan Romero y Antonio Ariño han denominado recientemente como la "secesión de las élites"-- para encerrarse extraterritorialmente en sí mismas, al amparo de un capitalismo salvaje financiarizado y cada vez más inmaterial, al tiempo que se marcaba distancia con la mayoría de la humanidad, considerada ya como un estorbo para los deseos del capital. Pero para que esa secesión resultara exitosa esas élites debían asegurar el incremento acelerado de su riqueza, y lo hicieron precisamente mediante la radicalización de la praxis neoliberal. Como era de esperar, dicho proceso supuso la generación de nuevas burbujas especulativas, y por tanto, de nuevas crisis, como la de las empresas punto.com de 2000, o la enorme crisis de 2008, cuyas graves consecuencias todavía padecemos. Tampoco lo olvidemos: el sistema capitalista progresa a través de crisis, cada una de las cuales suele ser mayor que la anterior o pone los cimientos para una nueva todavía más brutal.
El problema es que esas grandes crisis generan enormes problemas sociales y la amenaza, siempre latente, de que el sistema pueda ser impugnado por aquellos que resultan más golpeados por la tendencia de aquél a una codicia sin límites. Ante ello se impone inevitablemente la represión, al tiempo que se eluden responsabilidades y, si es posible, se vuelve rápidamente a las andadas, acentuando más si cabe las causas que generaron la crisis, lo que indefectiblemente abona el terreno para otras mucho peores. De modo que las élites secesionistas debían pensar en un dispositivo de seguridad que les brindara un blindaje adecuado por si acaso las circunstancias se desmandaban. Y ese dispositivo es la guerra armada clásica, el más horrible escenario para la mayoría de seres humanos, el que provoca más horror y atrocidades. Pero gestionada de otro modo, minimizando riesgos, maximizando oportunidades y aplicándole una profilaxis tecnocrática.
Resulta significativo que apenas un año después de la crisis de 2000, y tras el 11-S, comenzara la guerra global contra el "terrorismo", el cual paradójicamente no ha cesado de incrementar su alcance e impacto simbólico. A partir de ahí se agitó el avispero de Oriente Próximo con las guerras regionales de Afganistán e Irak, con los nefastos efectos conocidos. Pero de nuevo golpeó la crisis sistémica en 2008, tanto o mucho más seria que la de 1929. Esta última se resolvió con la Segunda Guerra Mundial, del mismo modo que la crisis finisecular del siglo XIX lo hizo con la Primera Guerra Mundial.
Ahora, sin embargo, las élites globales han marcado mucha más distancia con el resto de seres humanos y ya casi ni necesitan a sus dominados para seguir acumulando riqueza. Se han convertido en una élite posthumana, que confía ciegamente en el poder combinado de ciencia, tecnología y control de la información para domeñar las inevitables imperfecciones humanas. De modo que desde 2011 han vuelto a agitar estratégicamente el avispero de Oriente Próximo, que al fin y al cabo es la región donde se concentran los recursos que hacen funcionar la infraestructura del sistema. Y así llegaron las "primaveras" árabes y nuevas guerras, la última y más terrible, la de Siria. Eso sí, a condición de que la guerra quedara circunscrita como Guerra Tibia, ni muy caliente ni muy fría, apta para el consumo masivo del terror pero mantenida a distancia, aunque siempre con la amenaza de que quizás podría extenderse...
La Guerra Tibia queda limitada a un espacio geográfico vitalmente estratégico, aunque su virulencia puede llegar a contemplar el uso potencial o limitado de armas nucleares, químicas y biológicas
El concepto de la Guerra Tibia, que el filósofo ruso Alexandre Zinoviev formuló originalmente en 1991 para referirse al contexto geoestratégico postsoviético, se caracterizaría hoy en día por la alta posibilidad de que se produzcan combates armados directos entre los ejércitos de las grandes superpotencias, como en una guerra caliente mundial, pero sin llegar a una confrontación total y planetaria, como sucedió durante la Guerra Fría. La Guerra Tibia queda limitada a un espacio geográfico vitalmente estratégico, aunque su virulencia puede llegar a contemplar el uso potencial o limitado de armas nucleares, químicas y biológicas. Con el agravante de sus efectos colaterales en forma de tentáculos terroristas por todo el mundo, que causarían el pavor en las sociedades más acomodadas y la sensación de estar bajo un estado de guerra a un tiempo lejano y cercano. La guerra de propaganda completaría un ambiente bélico orwelliano, capaz de sacar a la luz los peores monstruos de una sociedad sometida a una ansiedad permanente.
En los últimos años la crisis económica ha persistido y traído una mezcla de recesión, degradación y resignación. Una crisis cuya pésima resolución probablemente anuncia otra mucho más demoledora a la vuelta de la esquina. De manera que las élites globales y las estructuras institucionales que las amparan parecen haber decidido que hay que optar por un cortafuegos especialmente eficaz. Su nueva muralla es la barrera que creará un miedo atroz mediante la Guerra Tibia en un entorno geopolítico altamente inestable, una guerra cotidiana, banal, permanente y multiforme, una guerra líquida y porosa pero circunscrita al territorio afroasiático donde se concentran los hidrocarburos (de Libia a Yemen). Una guerra regulable, para que no pierda su eficaz condición tibia, controlada y administrada en dosis digeribles, que harán aumentar el miedo a los terroristas, a los refugiados, a los inmigrantes, y disparará el crecimiento de los movimientos xenófobos y los populismos de extrema derecha.
El caos es el instrumento óptimo para las élites globales sin raíces, pero debe ser un caos controlado para mantener a las poblaciones en un estado de shock casi continuo, y así poder justificar y ratificar el progresivo desmantelamiento del Estado de Derecho para instaurar un régimen de emergencia que contenga a esas masas prescindibles dentro de su propio infierno. Los pasos ya se están dando y no cabe duda de que la ofensiva se intensificará. Los amos del mundo tienen muy claro que no pueden perder y, como productores que son de banderas falsas y de todo tipo de medios para definir la realidad, utilizarán la Guerra Tibia para seguir venciendo en un mundo que se degrada a la carrera. En última instancia su decidida secesión determina nuestro deprimente aislamiento.
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Gil-Manuel Hernández Martí es profesor titular del Departamento de Sociología y Antropología Social (Facultad de Ciencias Sociales) de la Universitat de València. Autor de diversos libros y artículos sobre los procesos de globalización, como La condición global. Hacía una sociología de la globalización (2005) o Ante el derrumbe. La crisis y nosotros (2015).
Hay que decirlo con crudeza: les élites globales tienen declarada una doble guerra mundial, que lleva a nuestra sociedad al desastre. La primera de ellas la declararon a finales de los años setenta, en plena Guerra Fría, poniendo en marcha la agenda del neoliberalismo como herramienta para superar...
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