Julián Casanova / Historiador. Autor de ‘La venganza de los siervos. Rusia 1917’
"Las valoraciones morales sobre el comunismo resultan poco útiles para explicar la Revolución rusa"
Andreu Navarra 31/05/2017
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Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) acaba de publicar la mejor síntesis disponible sobre los procesos revolucionarios desarrollados en la Rusia del período 1917-1921. Su libro, La venganza de los siervos. Rusia 1917 (Crítica) es mucho más que la conmemoración de un centenario al uso. Convergen en él varias novedades metodológicas: en primer lugar, incorpora las investigaciones más recientes del mundo anglosajón y ruso posterior a la caída de la URSS, alejándose del tradicional planteamiento del conflicto como un mero choque de ideologías; en segundo lugar, opera desde la historia cultural y antropológica, no desde arriba, llegando a la conclusión de que en Rusia se produjo un caleidoscopio de revoluciones, más que un proceso lineal y único. El estudio de las fuentes del Este de Europa convierte su síntesis en un gran paso adelante para la divulgación del período en España. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest.
Supongo que habrá que empezar por una pregunta más o menos obligada: ¿qué lugar ocupa La venganza de los siervos en su trayectoria investigadora? ¿De dónde viene y adónde desea ir?
Es el resultado de varios cursos, seis ya, de investigación y docencia en la Central European University de Budapest. Es una mirada al Este de Europa, a Rusia en este caso, desde un historiador occidental, un intento de situar la importancia de 1917, con las guerras y revoluciones como hilos conductores, en la historia de Europa del siglo XX.
¿Cuáles cree que son las aportaciones destacadas en el estudio de la Revolución Rusa (o de las revoluciones en general?). ¿Cuáles le han orientado más?
El desplome de la Unión Soviética en 1991 y la apertura de archivos a partir de ese año tuvieron un notable impacto en la investigación sobre la historia de Rusia en el siglo XX. Muchos historiadores abandonaron los “estereotipos ideológicos”, centrados en el mito de la “Gran Revolución Socialista de Octubre”, que habían dominado la historiografía durante el período soviético. La visión estalinista y soviética clásica quedó desacreditada y el giro hacia posiciones más conservadoras, de triunfo y reivindicación de la democracia capitalista, dio alas a la interpretación “liberal”, que ya había tenido una influencia muy notable entre los historiadores de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania.
Una de las singularidades de la historiografía española es el escaso cultivo de las historias de otros países y la ausencia de la comparación
Pero la principal tendencia en la historiografía reciente, enriquecida por decenas de estudios locales, la microhistoria y la historia social y cultural, es subrayar que los acontecimientos en Rusia formaron parte, en expresión del historiador estadounidense Peter Holquist, de un “continuum of crisis”, de un proceso de crisis constante, en varias fases entre 1914 y 1921 –guerra mundial, revoluciones y guerras civiles, y sin claros puntos de separación--.
Usted investiga en Budapest desde hace años. ¿Cree que falta en España interés historiográfico por las cosas de afuera? ¿Cree que la historiografía propia arrastra algún tipo de lastre?
Una de las singularidades de la historiografía española es el escaso cultivo de las historias de otros países y la ausencia de la comparación, una estrategia de investigación ajena a nuestra formación académica. Salvo excepciones, que las hay, y cada vez más, esa seña de identidad nos mantiene fuera de los grandes debates sobre la historia de Europa –en congresos y en revistas científicas--. Hay, en síntesis, muchos hispanistas –y la historia de España en otros países se conoce básicamente a través de ellos-- y poco españoles con presencia en el ámbito académico internacional.
¿Cómo era la Rusia que explotó en febrero de 1917?
Durante las décadas finales del siglo XIX y los primeros años del XX, el gran imperio ruso experimentó fuertes tensiones entre la reforma y la reacción, la tradición y la modernidad, que salieron con fuerza a la luz en momentos decisivos, puntos de inflexión en la conciencia social –como durante la hambruna de 1891, la revolución frustrada de 1905 y la Primera Guerra Mundial--, traumas acumulados hasta el estallido de febrero de 1917.
La autocracia ya no servía para gobernar un imperio tan grande y complejo, pero Nicolás II se aferró al poder absoluto en vez de ensanchar su base política. Al igual que antes había hecho su padre, Alejandro III, se sintió amenazado por la modernidad e intentó parar el reloj de la historia, retrasándolo a la edad de oro ya distante de la autocracia moscovita del siglo XVII, manteniendo los principios de la autoridad personal y de su poder absoluto en la Corte. Cualquier oposición, crítica o acción de protesta se convertían en una amenaza revolucionaria, ante la que Nicolás II respondía con puño de hierro. La historia de su reinado es la crónica de dos guerras y dos revoluciones, provocadas por aquellas.
En el tercer invierno de la guerra, 1916-17, el más frío y complicado, la crisis de autoridad, la pérdida de confianza en el régimen, iba a desembocar en motines, huelgas, deserciones del frente y, finalmente, en una transformación profunda de la estructura de poder que había dominado Rusia durante siglos. Todas la condiciones estaban allí: una desacreditada monarquía, que incluía al zar y a la zarina, la incompetencia del gobierno, un deterioro sin precedentes de la economía y del modo de vida de los ciudadanos, hambre, mujeres pidiendo pan, soldados airados y huelgas obreras.
¿Cuál fue el papel exacto de Lenin en aquel proceso?
La noticia de la revolución de febrero cogió a los principales dirigentes bolcheviques y revolucionarios en la cárcel, en el exilio en el extranjero. Lenin estaba en Zúrich, Trotsky en Nueva York y Chernov en París. Ninguno de ellos hizo aquella revolución, aunque Lenin muy pronto iba a irrumpir en aquel escenario de crisis de autoridad como actor principal. Llegó a la estación de Finlandia de Petrogrado a medianoche del 3 de abril de 1917 y fue recibido como un héroe por obreros y soldados con pancartas y banderas rojas. Llevaba diecisiete años fuera de Rusia, en el exilio, salvo un período de seis meses entre 1905 y 1906.
En el tren que le llevó de Suiza a Petrogrado redactó lo que él consideraba que debía ser el programa bolchevique de transición desde “la primera a la segunda fase de la revolución”, conocido, tal y como se publicó después en Pravda, el periódico del partido fundado en 1912, como las Tesis de Abril.
Lo presentó en público al día siguiente de llegar a Petrogrado, ante una asamblea de socialdemócratas reunidos en el Palacio Tauride, y lo que allí expuso era radicalmente diferente no sólo a lo que entonces hacían los líderes socialistas moderados del Soviet, sino también a lo que defendían los bolcheviques más destacados de esa ciudad. Los bolcheviques, según Lenin, no tenían que colaborar con el Gobierno provisional y, por el contrario, deberían comprometerse en una incesante propaganda antibélica, hasta la consecución de la paz. “En nuestra actitud hacia la guerra…. no es posible la más mínima concesión al ‘defensismo revolucionario’”.
Durante el verano de 1917, la confianza en que “la Gran Revolución Rusa” uniría a los ciudadanos había dado paso a la división
La tierra debía ser nacionalizada y lo que tenía que constituirse no era una “república parlamentaria… sino una república de Soviets de Trabajadores”. Se trataba, por lo tanto, de una nueva revolución que transferiría el poder “al proletariado y a los campesinos más pobres”.
¿Por qué perdieron Kornilov, Lvov y Kerensky?
La irrupción en ese momento de Lenin con sus nuevas tesis señaló el surgimiento de una enérgica oposición de izquierda. Lo que ocurrió en los meses siguientes llevó a Lenin al poder y no sólo por su absoluta fe en el destino que la historia le había asignado, sino, sobre todo, porque el Gobierno provisional no pudo, o no supo, controlar ese escenario revolucionario, ni tampoco buscó la paz con los alemanes, un hecho decisivo para explicar su fracaso y el triunfo bolchevique.
Durante el verano de 1917, la confianza en que “la Gran Revolución Rusa” uniría a los ciudadanos había dado paso a la división. Bajo ataques desde la derecha y la izquierda, los gobiernos de Lvov y Kerensky se enfrentaron al desplome de las ilusiones sobre la capacidad del pueblo para fortalecer su concepto de la democracia y ciudadanía. Cuando se comprobó que las masas no los apoyaban, esos gobiernos recurrieron cada vez más a la fuerza del Estado como única forma de persuasión. El hecho de que no fueran capaces de sacar a Rusia de la guerra convirtió, primero a Lvov y después a Kerensky, a los dos presidentes de los gobiernos provisionales, en políticos alejados de las propuestas revolucionarias –y no sólo de reformas políticas-- que se estaban plasmando desde la caída del zar en el poder de los soviets.
La contrarrevolución, como se comprobó con el golpe de Kornilov, no estaba todavía disponible. El camino estaba despejado para un partido revolucionario y contrario a la guerra. Y ahí aparecieron los bolcheviques. Y Lenin.
¿Cómo afectó la desastrosa Primera Guerra Mundial en el desencadenamiento de la crisis de 1917?
La magnitud de las cifras de reclutados y los problemas que esa movilización provocó están, según la mayoría de los especialistas, en la raíz de la revolución y de sus consecuencias. Entre 1914 y comienzos de 1918, cuando los bolcheviques, tras la conquista del poder, firmaron la paz con Alemania en Brest-Litovsk, Rusia movilizó a alrededor de quince millones y medio de hombres, un número que excedía la capacidad de despliegue y de armamento y de suministros necesarios. Las pérdidas totales se elevaron a más de siete millones: más de tres millones de muertos o desaparecidos sin dejar rastro, y cuatro millones de heridos, muchos de ellos mutilados de gravedad.
La guerra contra los Blancos fue la “cubierta protectora” que permitió a los bolcheviques aplastar muchas de las aspiraciones y libertades populares “en nombre de la necesidad militar y política”
Cuando los miembros de la élite liberal y los defensores de las reformas comprobaron que Nicolás II no atendía a la gravedad de los acontecimientos, buscaron alternativas. Todos ellos, frente a la incompetencia del monarca y de sus gobernantes, compartían el miedo a que si no se reformaba desde arriba, se hiciera, de forma inevitable, más radical y violenta desde abajo.
La guerra agravó, de esa forma, las profundas divisiones en la sociedad rusa y, durante ella, el ejército se convirtió en un grupo ingente de revolucionarios, cuyo malestar y convulsión no podían separarse de la agitación violenta que sacudía a la sociedad. La crisis cambió de rebelión a revolución cuando los soldados se pusieron al lado de los trabajadores y de las mujeres que protestaban contra la escasez de alimentos y cuando los miembros de la oposición moderada abandonaron la autocracia para formar nuevos órganos de poder.
¿Hubiera podido evitar Rusia la revolución, de no haberse producido la Primera Guerra Mundial? Es una cuestión imposible de responder. Lo que sabemos es que la guerra actuó de catalizadora, empeoró los problemas ya existentes y añadió otros insalvables.
¿Cómo fue la oposición antibolchevique?
La guerra civil ayudó a los bolcheviques a retener el poder al establecer una clara opción entre apoyarles a ellos y a la revolución o a los Blancos y la contrarrevolución. Muchos de sus oponentes fueron forzados a abandonar la resistencia y a ayudar a la victoria bolchevique como el menor de dos males. La reaparición de importantes y numerosas protestas populares cuando la amenaza de los Blancos se iba alejando, en 1920 y comienzos de 1921, en forma de revueltas campesinas y protestas obreras por el deterioro de las condiciones de vida y el aumento del paro, así lo confirma. La guerra contra los Blancos fue la “cubierta protectora” que permitió a los bolcheviques aplastar muchas de las aspiraciones y libertades populares “en nombre de la necesidad militar y política”.
En el proceso de esa guerra civil, todo lo que había caracterizado a la revolución de octubre –participación activa de un movimiento popular motivado por el programa de paz, tierra y todo el poder para los soviets-- se acabó. Los bolcheviques alcanzaron el poder absoluto e incontestado entre 1920 y 1922, porque, en una situación como aquella de desorganización, el más fuerte fue el menos débil y ese fue su gran logro y ventaja.
Las tensiones con los grupos que canalizaban la oposición y la resistencia, en especial con los socialrevolucionarios de Chernov, que mantenían todavía un considerable apoyo del campesinado, llevaron a los bolcheviques, muy pronto, a depender de una política de terror. Comenzó a funcionar contra los supuestos “enemigos del pueblo” y se extendió muy pronto a anarquistas, mencheviques y socialrevolucionarios.
¿Cuál es su diagnóstico final del legado revolucionario de 1917? Para expresarlo de un modo informal: ¿valió la pena?
Muchas personas hoy, influidas por una parte sustancial de los relatos históricos y por los usos políticos de la historia, en un mundo en el que se marginan las luchas por la igualdad y una más justa distribución de la riqueza, reducen las revoluciones a la violencia. Las revoluciones en Rusia, especialmente la bolchevique, marcarían el inicio de un ciclo de violencia que llevó de forma inexorable a los horrores del nazismo y del estalinismo, identificados tras 1945 como los principales paradigmas del totalitarismo. Las revoluciones, según esa interpretación política desde el presente, fueron un fracaso y crearon un régimen y un orden social peores que el zarista al que derribaron y sustituyeron.
Fueron las mujeres de los soldados, excluidas hasta hace poco de las historias generales, las que constituyeron el grupo más numeroso de protesta y resistencia durante la guerra, bajo el zar
Sin olvidar los terribles costes sociales de aquellas transformaciones, los historiadores no podemos ni debemos evitar el análisis de por qué aquellas revoluciones ocurrieron, y específicamente en Rusia, y por qué las diferentes formas de socialismo, moderado o radical, fueron tan atractivas y esperanzadoras para millones de obreros, soldados y campesinos. Las diferentes valoraciones morales sobre el comunismo, su utopía, los sueños y pesadillas que generó, resultan poco útiles para explicar cómo y por qué la revolución estalló en Rusia en febrero de 1917, la conquista del poder por los bolcheviques y los efectos que todos esos acontecimientos tuvieron en la configuración del mundo del siglo XX.
¿De los personajes implicados que ha estudiado y analizado, cuál le ha fascinado más?
El príncipe Lvov, por haber sabido captar la incapacidad de los aristócratas como él para comprender a los campesinos. Y sobre todos, María Spiridonova, figura legendaria en la simbología de los socialrevolucionarios y silenciada por la historia oficial soviética. Acabo el libro con ella, porque resume a la perfección el proceso por el cual muchos revolucionarios fueron devorados por la revolución o por el aparato del Estado que surgió de ella.
Algo que me parece muy destacable de su libro es la atención al papel de la mujer en el proceso revolucionario. ¿En qué influyeron las clases femeninas, sus círculos de opinión y sus líderes visibles?
Las aportaciones más notables de los últimos años conceden a las mujeres un papel protagonista en las protestas frente a la Primera Guerra Mundial y a la escasez de alimentos, y su mala distribución por parte de las autoridades zaristas.
Todos los informes policiales advertían de que los sufrimientos causados por las derrotas a los soldados, a sus familias y a los refugiados estaban empeorando las condiciones de vida de las clases bajas a niveles sin precedentes, provocando desorden social y protestas de “madres exhaustas tras permanecer de pie en las largas colas” para alimentar a sus niños enfermos y hambrientos.
Fueron las mujeres de los soldados (Soldatki), excluidas hasta hace poco de las historias generales, las que constituyeron el grupo más numeroso de protesta y resistencia durante la guerra, bajo el zar, y también, dado que sus demandas no fueron satisfechas, en los meses posteriores a la revolución de febrero de 1917.
En el libro se subraya el papel de las bolcheviques, socialrevolucionarias, y las tensiones entre los sueños de igualdad que las dos revoluciones generaron entre muchas mujeres y la realidad de una dirección revolucionaria dominada por hombres.
¿Cuál fue el papel de los soldados? Es un leitmotiv en su obra.
Subrayo uno de las componentes más peculiares de la revolución de febrero de 1917 en Rusia comparada con otras de la historia contemporánea: el papel primordial de soldados y marinos armados en la quiebra del orden y en la destrucción de las relaciones jerárquicas existentes.
La destrucción súbita y por las armas del Estado ruso abrió, en definitiva, oportunidades extraordinarias y sin precedentes para diferentes y variados grupos sociales. Los obreros tomaron el control de las fábricas, los soldados desertaban en masa y rompían las relaciones jerárquicas con sus jefes, los campesinos ocupaban y distribuían entre ellos las tierras no comunales, las mujeres defendían sus derechos y las minorías étnicas aspiraban a un mayor autogobierno. Pero fue una revolución armada desde el principio, porque millones de campesinos y obreros estaban en el momento de la caída del zar reclutados en el ejército. No hubo necesidad de armarlos.
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Andreu Navarra
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