Imagen promocional de 'Morir de pie'.
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Cassie Feder es cómica en Los Ángeles y en los años 70. Cassie acaba de dejar a un novio amargado, cretino y pelirrojo, también cómico, que no soporta que ella brille y sea infinitamente más graciosa que él. Cassie fuma como un carretero y actúa en un local cada noche, mostrando su sarcasmo, sus dramas familiares (que levante la mano el que no los tenga), hace chistes en los que incluye la palabra polla y gestos que harían enmudecer a cualquiera de los políticamente correctos de nuestro tiempo.
Cassie tiene una jefa llamada Goldie, ambiciosa y machista, llena de inseguridades y con una coraza para sobrevivir como empresaria en un mundo de machos implacables, que le pone trabas para brillar en el escenario de champions de su local al que hasta ahora sólo pueden subirse los dueños de la testosterona: blancos, negros y mexicanos. Para que ella pueda subir con sus camisetas ajustadas y sus pantalones de campana tiene que esperar y limitarse a hacer reír en el escenario diseñado para mujeres y novatos. “Te falta afinar”, le dice una y otra vez.
Cassie tiene un compañero de trabajo llamado Ralph, un armario negro con pelo afro que luchó en Vietnam y canaliza el horror de la guerra saliendo al escenario. Terapia mezclada con vasos de whisky sin hielo que dedica sus mañanas a escribir guiones para Sonny y Cher. Ralph hace bolos para empresas y una noche no puede acudir a una que le ha contratado la línea aérea TWA. Y se lo dice a Cassie. Le pide que le cubra y ella, aunque duda, acaba asintiendo cuando conoce que por contar algunos de los gags de su repertorio recibirá 200 dólares. Se presenta en el hotel donde tiene que trabajar y el que la recibe se extraña de que sea una mujer, con una mirada de desprecio y extrañeza como si en vez de haber visto a una rubia hubiese aparecido en el hall un bicho recién aterrizado desde Marte.
Cassie acaba su actuación con las carcajadas de los presentes y recoge su dinero. Protesta porque es menos de lo acordado. “Tú no eres Ralph”, le dice el mismo que la recibió y al que probablemente no volverá a ver. Se dirige a su coche y un hombre la persigue, una de las víctimas de su humor incorrecto que interpreta que Cassie no tiene otra cosa que hacer que acostarse con él. Forcejea, la insulta e intenta violarla, hasta que aparece un ángel de la guarda en forma de camarera con un espray antivioladores.
Cassie tiene un compañero de apenas 20 años, negro como un toro zaíno y sin familia conocida, llamado Adam Proteau. Para poder vivir (es un decir) en Los Ángeles ha tenido que masturbar a un sacerdote blanco, ha tenido que hacer de manitas para vivir en un chalet plagado de prostitutas de lujo a las que ha tenido que defender de macarras y en el que la intensa actividad y los decibelios de los jadeos le impedían conciliar el sueño. Adam tiene que aguantar los chistes sobre el color de su piel y el olor a racismo de su alrededor, camuflado por el humo de los cigarros, la ebriedad del público y la brillantez del colmillo de sus compañeros. También sueña con ser cómico y aparecer en el late night de Johnny Carson. Una medalla a la que sólo te puede llevar Goldie la cazatalentos, una portentosa Melissa Leo. Porque hablamos de una serie, Morir de pie, creada por Jim Carrey (ese señor al que empezamos a tomar en serio cuando hizo Olvídate de mí) y dirigida por David Flebotte.
No he visto un solo capítulo de Juego de tronos. Tampoco he visto Mad Men ni Los Soprano, ni un solo capítulo de Médico de familia ni una sola entrega del primer Gran Hermano. Lo cual me excluye de unas cuantas conversaciones de bar e hilos de Twitter, poco más. Y lo cierto es que no soporto a los expertos low cost que te recriminan que si no has visto algo de Sorkin, por poner un ejemplo, estás incapacitado para opinar de un montón de cosas.
Pero estoy viendo Morir de pie y, además de darme unas cuantas ideas para cómo quiero que sea mi funeral, me doy cuenta de que, al igual que Masters of sex, son series de factura impecable que hablan de temas universales: el feminismo, la ambición, la búsqueda del éxito y de la aceptación, las procesiones que van por dentro, la discriminación, el miedo a no brillar. Y como la guarnición del gazpacho, tenemos un poco de todo.
Sigo sin querer ver Juego de tronos.
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Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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