Norma brutal
Periféricos sin fronteras (o por qué nadie quiere ser pobre ni feo)
Ángeles Caballero 27/06/2017
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Me levanté ayer a las seis de la mañana. No porque quisiera, sino porque soy una enferma que piensa que dormir está sobrevalorado y porque me llegó un mensaje al móvil, que jamás apago desde que mi padre enfermó (esta historia ya se la saben, me la ahorro).
Me levanté en una casa que no es mía y en la que cabemos unas ocho personas. Afortunada. Me tomé un café, un pan integral con aceite, e hice la maleta. Me llevaron al aeropuerto, lloraron en la despedida y cogí un avión desde Vigo hasta Madrid. Hace unos días leía a una amiga quejarse de los precios casi prohibitivos de ese vuelo. Me sentí burguesa y despreciable. Despegué. Llegué a Madrid y me fui en metro hasta la residencia de mi madre (no vaya a ser que si cojo un taxi me miren raro…). Elegí una ensalada de arroz y no pregunté el precio. Estuve con mi madre un rato y nadie me habló del perfil de Mar de Marchis, la mano que mece la cuna de Jot Down Magazine; más bien encontré a los residentes atentos sin pestañear en la sobremesa a la enésima repetición de Los Simpson en Antena 3. Caray, qué decepción.
Volví a casa en autobús (menos mal) y subí los seis pisos que me separan de mi casa con la maleta a cuestas (tengo ascensor pero está en obras, y hasta un portero físico que es cubano y alimenta mi autoestima cada mañana cuando salgo de casa, un despropósito). Puse el aire acondicionado que me regaló mi madre cuando me casé y me puse a escribir. Entonces sonó mi móvil otra vez y un amigo compartió conmigo un artículo de Antonio Maestre acerca de su infancia en Fuenlabrada. Al rato era trending topic.
Me preguntaron algunos amigos qué me parecía este tema. Mi aversión a mojarme me impidió ser clara una vez más. Sólo sé que no sé nada y que soy pura contradicción. Nací en el barrio de Salamanca en una clínica privada que ya no existe, me crié en Getafe entre olor a panceta y a torreznos y mantuve durante muchos años desplazamientos entre el barrio más humilde y una universidad privada. Qué diablos, soy una periférica con pretensiones.
Ayer hablaba con mi amiga Lara y comentaba lo cansado que es tener que estar todo el rato en la trinchera, diciendo lo que es bueno y lo que es malo, sin matices. Como si fueran incompatibles los relatos (si te has criado en Velázquez ya nunca tendrás un problema y si tu infancia son las aceras de la Alhóndiga getafense acabarás irremediablemente tuneando tu coche y luciendo aros de rapera). Basta ya, por favor.
Cansan muchas cosas de esta guerra de egos de la que se alimenta el oficio. O conmigo o contra mí
Cansan muchas cosas de esta guerra de egos de la que se alimenta el oficio. O conmigo o contra mí. Montescos o Capuletos, mar o montaña, Beatles o Stones, Brandon o Dylan… Iba a decir que Twitter era mucho más divertido antes, cuando nos echábamos unas risas por casi todo y piropeábamos los trabajos ajenos. Pero en el fondo, si lo piensan, es una gilipollez (perdona, mamá) como una casa de grande. El artículo de Maestre pasará sin pena ni gloria en el mercado de abastos de Santa María de la Cabeza (que es el que frecuento) y por el resto de lugares donde sus habituales sean considerados parroquianos. También pasarán desapercibidas estas líneas. Y no pasa nada.
Mi madre tiene 79 años y aún no sabe dónde escribo. Sólo reconoce el ABC y la revista ¡Hola!, y de vez en cuando teme que me encierren en la cárcel si me meto con alguien en mis artículos. Tampoco sabe que hoy se rescataron dos bancos italianos y que el Popular se ha ido al garete. Los obreros que arreglan el ascensor escuchaban a Katy Perry cuando entré en el portal en una radio casi tan vieja como mi edificio. Me puse a tararear y me preguntaron si conocía la canción. “Todo es tan importante, que ya no importa nada”, cantaba Marlango. Que es un grupo burgués, supongo. Porque Leonor Watling es bilingüe, y quizá haya viajado alguna vez en primera clase.
Al final una llega a la conclusión de que tenemos demasiado tiempo libre para lamer esas heridas y rasgar esas vestiduras. También ayer leía una entrevista con Ágatha Ruiz de la Prada y su hijo Tristán en la revista Telva y alimenté ese mito, mofándome de una infancia llena de fiestas en París y etapas vitales encontrándose a uno mismo en lugares como India y China. Al final supongo que hemos venido a canalizar la ira como podemos. Yo quise encontrarme a mí misma en el Meatpacking District y no pude (o no supe). Es compatible lo de oler a fritanga y querer un jersey de Comme des Garçons. Que te gusten Javier Marías y Gloria Fuertes. Fuenlabrada y El Viso. Que te guste tu oficio y odiarlo al mismo tiempo los días pares. Así que sólo puedo decir (si han llegado hasta aquí, muchas gracias) que cuando dejen de compartimentar a la gente me despiertan. Que les vaya bonito.
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Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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