Cartel de una campaña institucional contra la violencia de género.
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No es nada extraño ver a dos hermanos pelearse. De hecho, es hasta algo natural. Al fin y al cabo quién no se ha peleado por los mandos de la PlayStation o por tener la mejor ración de patatas fritas a la hora de comer… Pero cuál es mi sorpresa cuando escucho hoy a un niño llamar zorra a su hermana. Z-o-r-r-a. Zorra es una palabra muy grande para un niño tan pequeño. Los dos niños están solos y no sé cómo intervenir. Nunca me he encontrado con una situación de este tipo en una edad tan temprana. La niña huye corriendo asustada. El niño me mira como diciendo: ¿Bueno, y qué? Ella se lo ha buscado. Antes de eso se han peleado y ella ha decidido dejar de jugar con él. Cuando eso ha pasado, el niño le ha respondido con “el insulto”. Y ha usado uno que duele.
Imagino en ese niño lo que puede ser un futuro machista y si me aventuro puede que hasta potencial agresor. ¿Podemos frenarlo antes como sociedad?, ¿podemos intervenir en casos ajenos?
Cuando éramos pequeños nos llamábamos gilipuertas o tonto del culo. La generación de los millennials no somos ejemplo de muchas cosas, pero creo que sí nos hemos respetado. Dentro de lo que cabe. Además, gilipuertas es un insulto bastante más cómico, deberíamos retomarlo. Gilipuertas y jugar al Pang todo el día.
Creo que no hemos llamado zorra a nuestra hermana con ocho años. Zorra es la consecuencia de tanta pantalla junta, Crepúsculo y una mala educación. Una educación machista.
Yo no hago nada y me quedo pensativa y preocupada. No he dicho nada porque no forman parte de mi vida, no les conozco y sólo son unos niños, me digo a mí misma. Sin embargo, Zorra resuena en mi cabeza y no consigo relajarme. Entonces me pregunto si la intimidad está sobrevalorada, y si en el fondo, de una manera indirecta, sí forman parte de mi vida, como toda la sociedad. De mi vida y de la tuya. Y me asalta una pregunta.
¿Qué estamos haciendo con nuestros niños?, ¿y con los de los demás? No son nuestros hijos, y no debemos educarlos, pero si no lo hace nadie, ¿no podemos intervenir? Ser algo así como una especie de educadores de urgencias. “Lo estás pasando mal, tienes mucho trabajo y deudas, yo educo a tu hijo para que no estropee su vida en unos años”.
Todos estos niños sufren lo que ven en casa. Este niño le habrá escuchado llamar zorra a su padre, o en clase a otro niño se lo ha escuchado a su padre o a su tío. Otros niños sufren violencia machista directa --¿quién dice que éste o su hermana no la sufran?--. Cuando hablamos de machismo, se nos olvidan, a menudo, sus principales víctimas además de las mujeres: los niños.
Sin ir más lejos, siete niños han sido asesinados por sus padres en lo que va de año. Asesinados para asestar la puñalada más grande que se puede dar a una madre: perder a sus hijos.
Juana se encuentra en paradero desconocido. Se ha fugado con sus dos hijos. Tenía que devolverlos a su expareja condenada por violencia machista. Juana ha salvado a sus hijos de un juicio injusto. Todos deberíamos salvar a nuestros hijos. Todos deberíamos intervenir para salvar a los hijos de otros. Para que la palabra zorra no vaya nunca más allá…
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Autor >
Anita Botwin
Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
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