García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo XXII. Aparición mariana un millón
Guillem Martínez 29/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: Está novela se acaba mañana, ¿qué les puedo contar, salvo que intenten tomarse un spritz con un ser querido?
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Fui a los aledaños de la War-Room en un Uber. El conductor se pasó el trayecto, por cierto, cantando el himno de Uber, que utilizan en sus combates con arma blanca con los taxistas. El estribillo, lo único que retuve, dice algo así como Über alles, lo que da cierto canguelo. Los 20 euros que le levanté al Señor Chang habían dado, en fin, para este trayecto, un par de marlboros, poco hechos, un calippo y un spritz. Por ese lado, en fin, era feliz. Lo fui más, y por el mismo lado, cuando vi a Meritxell, en el sotobosque, haciéndome señales con una linterna. Esa mujer, en fin, la miraras por donde la miraras, siempre la veías de perfil.
-- García, cuánto ha tardado... El día que tenga que morir, le diré que me traiga la muerte.
-- Lo importante es que estoy aquí. ¿Tiene algún plan?
-- No. Pero improvisaremos, que creo que es lo mejor que tanto usted como yo sabemos hacer.
Subimos a la cima y la bajamos por otro punto. En el itinerario, Meritxell me puso al día.
-- Desde que Borinot apareció con Dios, que se han vuelto locos. Locos, indeed, quiero decir, que antes no estaban muy finos. Han confundido a Dios con Papá Noel, y le están pidiendo de todo. Empezaron pidiendo la independencia. Pero se hicieron la picha un lío y, como ya sabrá, al final, pudiendo haber pedido un Estado indepe, con el arsenal de Corea del Norte, empezaron a pedir chuminadas. Junqueras consiguió, por ejemplo, que los catalanes, en tanto que pueblo cristiano I+D, en vez de tener 10 mandamientos tuvieran 20. Puigdemont, a su vez, ha conseguido que las donaciones a la Iglesia desgraven y, además, te den un jamón. Hace seis horas que han cogido el monográfico Europa-nos-mira, y no paran de pedir cosas que congratulen a la vista. No sé si se ha fijado, pero Barcelona ahora es Venecia, y la estatua de Colón ahora va en top-less. Puigdemont, además, ha pedido mechas, y Juqueras unas bermudas nuevas. Con push-up. Lo que, bien mirado, y visto los bermudas que gastaba en las fotos no oficiales, no es mala idea.
--¿Pero qué podemos hacer? ¿Entramos a la brava y nos llevamos a Pepé? ¿Usted sabe kárate?
-- Sí, pero no será suficiente. Mire:
Doblamos el último recodo que nos separaba de la War-Room, y en eso la vimos rodeada de todos los vehículos de los Mossos, con sus números y agentes. La War-Room era impenetrable. Lo teníamos chungo.
-- Han traído a todos los Mossos. Ahora mismo, Barcelona sería el paraíso para aparcar en doble fila, si no fuera porque los canales venecianos que la adornan se han tragado a todo el parque móvil, y porque uno de los 20 mandamientos es no-aparcarás-en-doble-fila.
-- Pues habrá que hacer algo.
-- Sí. Algo que pensaba no hacer.
-- ¿Se me va a poner Chuck Norris, Meritxell?
-- Ojalá. Pero no.
Sin responderme más, y fastidiada por hacerlo, por recurrir a un recurso al que, al parecer, odiaba recurrir, Meritxell se desnudó. En un plis-plas.
-- Meritxell, yo también la aprecio, pero no sé si es momento de...
-- Calle, zoquete. Estoy intentando contactar con mi familia.
Una vez en pelota viva, se arrodilló, entrecruzó sus manos, en actitud orante y dijo:
-- Hermana, disculpa lo que ha pasado. Te ruego que me perdones. Ven, yo te invoco.
Rayos, de tanto estar en contacto con sus superiores, Meritxell también se había convertido en una beata meapilas. O eso es lo que empecé a pensar hasta que, de pronto, una esfera de luz apareció frente a nosotros. Por un momento pensé que era mi padre, pues es así cuando aparece en caso de que mi vida esté en peligro --recuerden mi primer volumen de memorias: García y la España Zombie--. Pero, en breve, vi como la luz se atenuaba y en su lugar aparecía una figura. También desnuda. Y que, afortunadamente, no se parecía a mi padre. Era Mòquina. O, mejor, Afrodita.
-- ¿Qué quieres, Atenea?, dijo, con voz de pocos amigos, una Afrodita más bella y cabreada que nunca.
-- Mira, neni, ya sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero tu hombre está en esa choza, rodeada de marines catalanes. Así que, si quieres que lo rescatemos, ponte las pilas.
-- A mi hombre, como tú dices, que le den. O habérselo pensado antes de tirarle la caña a mi hermana.
-- Neni, que era una fiesta de Navidades en la oficina. Esas cosas pasan, y no importan nada.
Por fin tenía respuesta a casi todo. ¿Qué había venido a hacer Dios a la Tierra, en un piso compartido, y bebiéndose toda la Rioja? Nada. Simplemente se había separado. Era un separado más, cagándose en la mar salada y mamando todo lo que podía. Y por fin encajaba Mòquina y Meritxell. Mòquina, sí, era Afrodita. Pero también era la pareja de Dios. Y Meritxell era, saltaba a la vista, esa cuñada fresca que va y la lía. Meritxell, es decir, Atenea, es decir, la hermana de Afrodita, es decir, la cuñada de Dios, viendo que no había nada que rascar con su hermana, se volvió a arrodillar en actitud orante nuevamente, brindándome otra vez la explosión de su cuerpo. Antes de darle a la oración, me miró con cara de póquer:
-- García, ¿eso de ahí es tu iphone, o es que te alegras de verme?
-- Perdón. Son los nervios del directo, improvisé.
Meritxell/Atenea, volvíó a darle a la oración:
-- Mira, ya sé que no me tragas, pero manifiéstate, que tenemos marrón con tu hijo. Y no, esta vez no he sido yo.
Volvió a aparecer otra esfera de luz y, en su interior, otra figura. Parecía una imagen románica, pero era Núria, vestida, eso sí, de virgen románica. Sin el niño con la bola, por eso.
-- ¿Qué pasa? ¿Te ha dado otro calentón?-- dijo Núria, a lo que agregó: Hola García.
-- Vale ya. Era una fiesta de Navidades en la oficina. Ni que tú fueras la seriedad senequista en Navidades, neni.
-- Mira, no me cabe discutir contigo. ¿Para qué me has llamado?
-- Tu hijo. Está en aquella choza.
-- ¿La de Sant Josep de Recollons? ¿Quién diablos quiere entrar en esa choza, con lo pesado que era aquel tío?
-- Está secuestrado.
-- ¿Pues a qué esperáis?
-- Es ella, qué pasa.
-- Si quiere que le rescate, que pida perdón antes.
-- ¿Cómo quieres que pida perdón, si está secuestrado, neni?
-- Bajaros las dos de la parra. Mira, le voy a liberar yo, en cuando vuelva, no quiero escuchar una mosca. Y tú --se dirigía a Afrodita--, tu hermana tiene razón. Los tíos son como niños. Perdónale o pasa de todo, pero no te quedes en el medio. Y tú --ahora se dirigía a Atenea--, córtate un poco con los escotes, hija, que pareces más salida que un balcón.
Dicho esto, Núria se volvió a transformar en esfera. La esfera se aproximó hasta la War-Room. Desde la que se escuchó este off:
-- Junqueres: Ondia, la Mare de Déu! Ja hi som tots!
-- Puigdemont: Això és un senyal!!
-- Núria: Un senyal? Això és un gec d'hòsties.
Y, en efecto, al poco la nube de luz volvió a estar con nosotros. Al volatilizarse, apareció Núria. Y, en sus brazos, Pepé con su forma auténtica. Un bebe. Al verlo, Afrodita no pudo más. Su tristeza y enojo desaparecieron, y se abalanzó, toda cariño, sobre Pepé.
--Mi nene --Decía, mientras le mataba a besos.
-- Pues no sé qué le ve, la verdad --Me dijo Atenea, por lo bajini.
-- Mucho perfecto para mí --Dijo Pepé. Tal vez aludía a Afrodita. Tal vez a la anatomía de Atenea, tal vez al mundo.
(...)
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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