García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo XVI. García y la gracia
Guillem Martínez 20/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: El Plan Infalible de García parece superar los primeros inconvenientes, que son muchos y vinculados al CNI. Pero ahora García se enfrente a otro reto intelectual. Mòquina le ha propuesto pasar la noche juntos.
Les recuerdo la magnitud de la tesitura. Club de Cánnabis Luxurious. Mòquina trabajando de chica Bond. Mòquina que se me acerca. Mòquina que se me aleja, taciturna, como siempre. Mòquina que se detiene, que medita, que vuelve y que va y me dice:
-Salgo a las 11. ¿Quieres que durmamos juntos?
A lo que aquí, el andoba, con todo el aplomo del mundo, le contesta lo siguiente:
-Ñkjbafeihnklzvc.
-¿Eso es que sí?
-Sería que sí si mi piso no fueran las Galerías Lafayette. Allí, ni hay intimidad, ni se cabe.
-Tranquilo, García. Hoy no puedo dormir sola. Hablaré a la oreja de los Dioses. No habrá nadie en casa esta noche.
Lo dijo como si, en verdad, supiera donde está la oreja de los dioses esa. Me sorprendió, por cierto, que utilizara esa alocución, tan común en la Grecia arcaica y clásica en el trance de aludir a cambiar el destino. Esa chica, en fin, tenía estudios. Mòquina, indiferente a mis orejas, enrojecidas por el estupor, se volvió a alejar y se perdió entre la clientela del Club, sobre la que sobresalía -Mòquina era muy alta- dos palmos.
La verdad, Mòquina acojonaba. Me explico. Si Núria tenia trazos de estatua románica, Mòquina era, literalmente, un Botticeli. Y eso da cague, en tanto el Románico como el Renacimiento son estilos certeros, que van en serio, que no se andan con chiquitas y que te miran a los ojos, por lo que no resultan indiferentes. Mòquina no sólo era, además, una figura Renacentista con tacones, sino que, literalmente, por si no lo había dicho, era el doble -o, glups, el triple- de Simonetta Vespucci, la modelo que inspiró 'El Nacimiento de Venus', 'La Consagración de la Primavera' y otro cuadro que Botticeli lanzó a la Hoguera de las Vanidades, cuando Savonarola, y que se titulaba 'Rayos, me estoy cagando en las calzas verdes al ver a Simonetta Vespucci con el rabo del ojo. Imagínate con el otro'. No les digo más. Su belleza era absoluta y se sustentaba en la perfección, esa cosa tan poco humana. Por hacer una comparativa, siempre odiosa, la belleza de Mòquina, descomunal, estaba asentada en la proporción áurea, esa cosa tan divina, mientras que la belleza de Meritxell, brutal, estaba asentada en el exceso y el mucho de todo, esa cosa tan humana. Mòquina era una fuente, una sorpresa incomprensible de la naturaleza, mientras que Meritxell era un kiosko: en muy poco espacio había de todo. Hasta mecheros. El frío y el calor, ahora que lo pienso, son dos extremos que se parecen en sus consecuencias, pero no en su esencia.
Si por mi fuera, en ese mismo instante hubiera abandonado la partida, y me hubiera ido pitando a casa, hasta ubicarme debajo de la cama, con un osito de peluche, que es lo que me pedía el cuerpo. Pero, lamentablemente, le había dado a Mòquina mi Ñkjbafeihnklzvc, y mi Ñkjbafeihnklzvc era sagrado, por lo que tenia que estar al quite. Decidí irme a casa, sí, pero a ponerla mona. Y que fuera lo que Dios o/y Esparraguera decidieran. Antes, dejé un post-it en la frente de Estadella, repasando las labores que le había encargado. Pasta y billetes.
En casa, que habitualmente era como la casa de la Bernarda, sorpresivamente no había nadie. Alguien, en efecto, había hablado a la oreja de los Dioses, de manera que habían procedido con diligencia. Ordené el cuarto, que era una leonera, y fui a ponerme mono, frente al espejo del lavabo. Lo que me obligó a observar mi rostro por primera vez en meses. No me gustó lo que vi. Vi un pelanas, con unas gafas pegadas con esparadrapo en el puente. Eran, además, unas gafas de mujer. Quimetta y yo gastábamos la misma graduación. Hacía un año que se me rompieron mis gafas y, en ese tiempo, por h o por b, no había tenido para un plan renove. A través de las lentes de Quimetta pude acceder, de pronto, a su punto de vista. Parecía el Jhonson, célebre artista de varietés de El Molino de los 70's, que renovó la tradición, tan barcelonesa, del mariquita gracioso. Vi también un tipo en la estacada, sin futuro alguno, lo que acostumbra a borrar también su pasado. Un tipo con el que no se podía contar para salir de la miseria, o para ir a navegar en un patín a vela un atardecer de verano. Vi alguien del que huir, y al que retirarle toda la complicidad. Sentí, sobre mis hombros, toda la soledad del universo. Y me di tanta pena que hasta yo mismo me hubiera dado 20 euros para un taxi. En eso escuché una canción preciosa. Eran los ratones, que estaban, bajo el espejo, cantando otro estribillo de Los Amaya: Decidle a ella que vuelva / que vuelve, que vuelva / conmigo otra vez. Los ratones estaban resultando en mi vida una suerte de coro griego en un drama. O, ahora que lo pienso, una suerte de coro de ratones como el que sale en Babe, el cerdito valiente, marcando los actos. Los Amaya, si bien no viene al caso, son el do de pecho de la rumba barcelonesa, fundada por Peret a través de sus plagios de Beni Moré, y desarrollada por pollos como el Pescaílla, un gran ideólogo. Cuando he vivido fuera de Barcelona siempre la he recordado a través de ese tipo de rumbas lentas, que evocan una ciudad macarra, dura, injusta, bella, repleta de buscavidas, como el Johnson o como yo. Dios, como amo a Barcelona. En eso vi algo por el rabo del ojo que me acojonó. Era, claro, Mòquina. ¿Cómo había entrado? Puse una toalla sobre los ratones, antes de que Mòquina los viera. Un ratón dijo: vaya, ya es de noche. Otro dijo: pues vaya día más corto.
A su vez, Mòquina tomó la palabra:
-Hola.
-Hola.
-¿Vamos a la cama?
-Ñkjbafeihnklzvc.
Fuimos, sin hablar, hasta el dormitorio. Si alguien me hubiera visto, hubiera pensado que me llevaban a galeras, y no a dormir con un pimpollo. Allí, me senté en una silla y observé como Mòquina se quitaba el uniforme de Chica Bond. Lo hacía sin pasión, si bien con una gracia extrema. Cualquier movimiento suyo era, en verdad, interesante. Sus senos eran como manzanas. Tal vez eran las dos mitades de la manzana que Paris le entregó a Afrodita. Su vientre era pálido y angular, el fruto de su vientre era una fresa, y su piel de alabastro. Se quitó las medias. Cuando ambas dos estaban en la punta de sus pies, parecía que en ambos pies flotaran sendas nubes.
Yo me desnudé y acudí a ella. Nos abrazamos. No encajamos y nos volvimos a abrazar. Así tres veces. El último abrazo tampoco encajaba, pero ahí fue donde nos detuvimos. No notaba nada en aquel abrazo, salvo mi tristeza. En breve noté que no era sólo era mi tristeza. Ella también estaba absolutamente triste.
-No encajamos -Dijo.
-No. No encajamos.
-No pasa nada. Es difícil encajar.
Nos separamos. Ella se fue a la cama y se metió en ella.
-No pasa nada -Volvió a repetir-. Los dos añoramos otro cuerpo. Que nunca más volveremos a abrazar. Durmamos.
Dicho eso, se metió el pulgar en la boca. Cerró los ojos y, en ese instante su pelo, liso, se tornó levemente rizado. La estuve contemplando unos instantes. Era absolutamente bella. Podrías pasarte una vida mirándola, como quién mira el mar o una hoguera. Pero también era absolutamente triste. Mòquina me habló. Sin abrir los ojos y sin sacarse el dedo de la boca.
-Ven. No tengas miedo. Nada malo puede pasarte a mi lado. ¿Sabes ya quien soy, no?
-Sí. Mòquina.
-No. Mi nombre verdadero es Afrodita. Venus, para los romanos. Vosotros sois romanos, ¿no?
Me metí en la cama. Con Venus. Y, me dije, collons, estás durmiendo con Venus. Le puse una mano en su cadera. Era blanda y dura, fría y cálida.
Ella se quedó KO en un instante. Yo no pude dormir. Varias horas después me levanté. Fui a fumar a la cocina, el punto de fume pactado con Núria. Allí, para mi sorpresa, me encontré a Pepé, también KO, pero por otros motivos. Y, sorpresa, a Núria, que acariciaba el cabello de Pepé.
-Núria, ¿no estabas fuera?
-A mi ningún Dios me dice a la oreja lo que tengo o no tengo que hacer.
Me senté al lado de Núria. Estaba con su DYC. Me ofreció otro. Estaba, a su vez, como siempre. Simpática y adorable.
-Qué, te has ido a la cama con Mòquina, ¿no?
-Pues sí.
-¿Para qué? No encajáis.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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