García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo XVIII. War-Room
Guillem Martínez 23/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: García se juega su plan para encontrar --y, de paso vender-- las urnas que todo el mundo busca.
*****
El Señor Chang y el menda estuvimos reanimando al cuñado del Señor Chang, que se retorcía en el suelo.
-- Poble cuñado. Creo que le he aplicado, sin quelel y de golpe, la honolable doctlina del único hijo.
-- No se ponga en lo peor, Señor Chang. Y, si pasa, siempre puede comprarle un disfraz de papagino, y reconvertir el restaurant en restaurant-espectáculo.
En eso sonó un claxon a las puertas del restaurant. Era Meritxell. Aproveché esa señal para hacer lo que mejor se me da. Huir del escenario de un marrón cuando la cosa se complica.
Meritxell, en efecto, estaba en un Uber, sito delante del negocio del Señor Chang. Al abrir la puerta del Uber me llegó el olor a flores y avellanas de Meritxell. Y al entrar al Uber me llevé la bofetada de la belleza de Meritxell, que me hizo comprender que era más fácil calcular el algoritmo de Google que los pliegues de sus labios. Eran unos labios tan grandes y carnosos, en fin, que Meritxell siempre viviría condenada a no poder decir la palabra Pamplona.
-- Suba, Garcia, que nos vamos arreando. Le explico por el camino.
Lo que me explicó Meritxell era poco. Que al decir en jefatura que traía un mensaje del malogrado Puigdecabanes, y que ese mensaje era, ni más ni menos, que la posibilidad de obtener urnas de una manera discreta y fiable, jefatura había hecho la ola.
-- Eso sí. No se aterre cuando vea lo que verá. Ya le dije que, desde lo de la virgen, están muy místicos.
-- ¿Dónde vamos? Me está llevando en dirección opuesta al Palau de la Generalitat.
-- Le dije que estaban, en asamblea permanente, en la War-Room. Y allí que vamos.
El Uber se dirigió a la Serra de Collserola, ese conjunto de montañas que rodea a Barcelona. En un punto dado, abandonamos la carretera asfaltada, y nos adentramos en un camino. El camino se hacía cada vez más angosto, de manera que, finalmente, impidió el paso al Uber. Hicimos la última parte del tramo, sumamente agreste, a pie. Hasta que llegamos a una cima, en la que pudimos ver lo siguiente. Nada.
-- Aquí no hay nada, Meritxell.
-- Espere.
Al poco vimos acercarse una figura. Era un hombre vestido con el hábito franciscano. Cuando lo tuve frente a las narices, vi que se trataba del agente Borinot, compañero de fatigas de Meritxell.
-- Ave Maria.
-- ¿Es una contraseña, Meritxell?
-- No. Es así.
-- El President y el Vicepresident le están esperando. Pero antes, debo hacerle una pregunta enojosa. ¿Lleva algún arma, o algún elemento religioso multiconfesional?
-- Está limpio, Borinot --Dijo Meritxell.
-- Entonces, sígame. Meritxell, lamento decirlo, pero será mejor que no vengas. Estamos intentando crear un ambiente espiritual, nítido y puro, y tu presencia puede desconcentrar a nuestros líderes. Te ruego que nos aguardes aquí.
Meritxell chistó y puso cara de fastidio. Pero era evidente que se la traía al pairo acceder a ese aludido núcleo espiritual, nítido y puro. Por otra parte, se diría, Meritxell nació consciente de que su presencia desconcentraba, en efecto, hasta a una máquina expendedora de tabaco.
Descendimos de la cima por otro acceso. Por el camino, el agente Borinot me explicó adonde íbamos. Se trataba de la cabaña del eremita Sant Josep de Recollons. Edificó su cabaña en estas crestas de Collserola, desde la que podía ver todo el Plà de Barcelona. Un día del siglo XVII observó cómo la armada francesa se aproximaba a la ciudad, por lo que abandonó toda actividad para rezar y ayunar, y así evitar un ataque cruento a la ciudad. La ciudad fue masacrada. Pero, gracias a sus oraciones, se pudo salvar la imagen de la Verge de les Mandunguilles. La imagen fue el epicentro de la fe barcelonesa durante seis meses. Los que tardó en volver la armada francesa, a acabar con el trabajo. Sant Josep de Recollons tuvo aquí una crisis espiritual. Si bien los manuscritos difieren, se dice que, bajo el nombre de Jhonson, fue visto en alguna taberna, realizando espectáculos de la tradición barcelonesa. Finalmente, tras un momento de contrición y sincero arrepentimiento, volvió a su cabaña, acompañado por un rudo marinero que, hasta el momento de su muerte, le acompañó en su fe.
-- A Presidència le pareció que esa humilde cabaña, que en su día salvó Barcelona de su suerte gracias a la fe, era el indicado para establecer las decisiones en estos momentos de zozobra.
Llegamos hasta, en efecto, una cabaña. Borinot me invitó a acceder a ella. Entré. En los escasos metros cuadrados, y en la oscuridad, distinguí dos figuras orantes, y también con el hábito de San Francisco. Eran Puigdemont y Junqueras. Estaban en trance, de manera que me hice notar.
-- Ave María. Soy el enviado de Puigdecabanes.
El Presi y el Vicepresi abandonaron su trance, del que salieron, saludaron y, posteriormente, emitieron parabienes de Puigdecabanes.
-- Pobre Puigdecabanes. Hoy mismo hemos leído la noticia que hablaba de su lamentable muerte --Dijo Puigdemont.
Rayos. Habían leído mi artículo.
-- Ha sido reconfortante saber que, en todo caso, murió como un buen cristiano, intentando evangelizar a los indios motilones --Dijo Junqueras.
-- No somos nada. Bueno, al turrón.
-- ¿Al Turrón?
-- Bueno, hemos venido a hablar de lo de las urnas, ¿no?
-- Sí, ya, pero una vez muerto Puigdecabanes, no hay urnas. Deberíamos desconvocar el referéndum --dijo Junqueras.
-- De hecho, en la última conversación que tuve con Puigdecabanes --Dijo Puigdemont--, me dijo que si moría, lo haría por Catalunya y bla-bla-bla, pero también que, si llegaba ese extremo, desconvocáramos el referéndum.
-- A mi también me lo dio --Siguió Junqueras--. Lo recuerdo como si fuera ayer. "Nen, si muero, desconvoca la cosa. Sí, ya sé que no querrás, pero no podrás negar a un muerto su última voluntad".
Eran buenos en lo suyo. Pero yo también.
-- Puigdecabanes no ha muerto.
Noté cierto fastidio en mis interlocutores al decir esto.
-- ¿No ha muerto? Qué alegría me da.
-- Sí, me ha levantado el dia.
-- No ha muerto. Ha simulado su muerte. Ahora mismo está en Barcelona, con 8.000 urnas.
La noticia, se notaba, no les hacía chispa de gracia.
-- Hummm... Claro, eso nos iría muy bien para hacer un referéndum.... que queremos hacer --Dijo Puigdemont a Junqueras.
-- Claro, claro, lo queremos hacer... A menos que, por lo que fuera, no quisiéramos --Contestó Junqueras.
-- Pero, queremos, queremos. Porque lo queremos, ¿verdad?
-- Lo queremos. Es más, yo no sería jamás el primero en decir que no se hace. ¿Lo serías tú?
-- ¿Quién ha dicho que no se hace? Se va a hacer sí o sí.
-- ¿Dónde hay que firmar para ir a buscar las urnas y abrazar a Puigdecabanes, ese patriota?
Había asistido a una de las célebres crisis del Procés, en las que todo el mundo quiere rajarse, pero nadie quiere ser el primero en hacerlo.
-- Tenemos que hablar antes de lo material. Son 500.000 euros.
-- Me parece excesivo -Dijo Puigdemont.
-- A mi también -Dijo Junqueras.
-- Si bien, también es excesivo ponerle precio a la democracia.
-- Si, de hecho, no es excesivo.
-- Es más, me parece barato.
-- Lo doblamos. Por la democracia.
-- Lo doblamos, no. Lo triplicamos. Y, además, le regalamos un globo.
Rayos. Era imposible hablar sin crear una nueva crisis en el Procés, que era superada, inmediatamente, con un campeonato a ver quién tenía más huevos.
Como pude, les expliqué mi plan para recibir las 8.000 urnas e, importante, no ir al trullo por ello. Se quedaron pasmados. Finalmente fijamos la entrega, hora y lugar, como tenía previsto, para el día de mañana.
Mi plan infallible iba a todo tren.
(...)
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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