García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo XXI. In God we trust, etc.
Guillem Martínez 28/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: Esto eran tres cerditos, uno hizo una casa de paja, otro de leña y otro de piedras. Vamos, que quedan tres capítulos, de manera que no sé ya cómo resumirles lo publicado. Bueno. Ahí va. García y el CNI descubren que Dios es Pepé.
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Al saber que Dios era Pepé, quedamos maravillados. Todos salvo el Señor Chang, que estaba como de vuelta.
-- Señor Chang, tiene a Dios delante de las narices y le veo muy de vuelta.
-- Sí. Pelo hay una explicación. Selvidol es confucionista, Galcía. Ya sabe, tenemos suficiente con una idea de olden, decolo e higiene pelsonal. Vamos, que con no mealnos encima ya cumplimos.
-- Sabio y, además, con 400.000 euros más que yo. Le envidio, Señor Chang.
Repasé mentalmente estas dos semanas. Pepé, en efecto, me había dado la razón. Y, más concretamente, un bote de nocilla y 20 euros para un taxi. En general --"mucho perfecto para mi"--, siempre se la daba a todo el mundo. Por otra parte, y dando la razón a las teorías de Giovanni, era lo más opuesto a la divinidad. Es decir, un humano débil y frágil. Pancontlomatle, Siddharta... todas las divinidades que habían venido a casa en realidad no habían venido a ver al pobre Esparraguera, sino a Pepé. Habían acabado arrinconados en la cocina, con el friki de Esparraguera, porque Pepé estaba en modo NS/NC, más cocido que un piojo. Sí, era evidente que Pepé era Dios. Lo que no era tan evidente es por qué diablos había bajado a la Tierra, y por qué diablos había buscado una habitación en un piso compartido con otros compañeros de fatigas, en vez de pedirle un chalet a la Conferencia Episcopal. Eran grandes preguntas sí, pero, jerárquicamente, era menos importante que esta que me estaba haciendo a mi mismo en esos instantes: ¿Dónde diablos se llevan a Pepé?
En efecto, Estadella y los dos hombres de negro se estaban llevando en volandas a Pepé. Recriminé a Estadella su actitud, pero Estadella pasó tres pueblos de mí. Le pedí 20 euros para un taxi al Señor Chang y me dispuse a seguirles a pie. No fueron muy lejos. Justo frente a la biblioteca estaba aparcado un monovolumen ganso, negro y con los vidrios tintados. Una puerta se abrió y los tres CNI y Dios se introdujeron en él. Intenté mirar por los cristales, para lo que pegué mis morros a ellos e hice un embudo con mis manos a fin de concentrar mi mirada. Pero no se veía un pijo. Aquello estaba más negro que los cojones de un grillo. De pronto se hizo la luz. Es decir, alguien --el copiloto-- pulsó el botón que abría la ventana. Lo que ví me dejó del revés.
-- Hola, García. Dichosos los ojos --dijo la copiloto, una voz femenina que me resultaba familiar.
Era, ya lo habrán supuesto, Letizia. A su lado, en el puesto del conductor, estaba Felipe. Quien haya leído mi primer volumen de memorias --García contra la España Zombie--, recordará que, hace exactamente un año, Letizia y Felipe, en un gesto que aunaba tradición y modernidad, intentaron devorarme. Finalmente no lo consiguieron gracias a que mi padre extraterrestre actuó, y consiguió revertir su estado de zombie, reconvirtiéndolos en hombres-lobo, unos seres tan engorrosos como los zombies pero que sólo dan la vara coincidiendo con la luna llena. Por cierto, ¿por qué no aparecía mi padre, se marcaba otro Deus ex machina, y me salvaba la papeleta también en esta historia? Un padre es como la poli o una cogorza. Nunca está cuando la necesitas.
-- García, ¿cómo te va la vida, mamón?
Ese era Felipe, saltándose el protocolo en un simpático gesto.
-- Hombre, Majestad, veo que se acuerda de mí.
-- Me acuerdo de ti y de tus muelas cada luna llena, cuando la Guardia Real me lleva a hacer nonas a la perrera de palacio.
-- Un perrera que, sin duda, está sobradamente preparada para los desafíos de la moderna monarquía. ¿Qué van a hacer con Pepé?
-- Nos lo llevamos. Es mi compidivinity.
Esa era Letizia, en modo marilisti. Qué grima de tía. Dios, como odiaba a esa pareja. Eran la típica pareja que te colapsa una reunión del AMPA porque no quieren que le den guisantes a su hijo porque a su hijo no le gustan los guisantes, porque cada que vez que le dan guisantes, etc. Te toca una pareja así en una boda y eres el tío que le corta la corbata al novio con una motosierra sólo para poder abandonar tu mesa.
-- Esta vez ganamos nosotros, García.
-- ¿Qué han ganado? Se llevan a un pelanas, como yo. Sólo sabe sacar nocilla de un bolso. Yo hago trucos más buenos. Ya verá. ¿Ve esta moneda?... ¿Tiene una moneda, por favor?
-- Ay, García, García. Qué poco sabe de geopolítica. Este país se va a la mierda y, en esos trances, es mejor tener a Dios contigo que no tenerlo.
-- Vamos, García, dile a Dios adiós con la manita.
Esa era, otra vez, Letizia, brrrrr, que cerró la ventanilla. Segundos después, el monovolumen se iba pitando a toda castaña. En la curva derrapó. Por lo que sea, alguien supo que conducía Felipe, por lo que 500.000 personas se pusieron a silbarle. Afortunadamente, un problema técnico evitó que los silbidos fueran retransmitidos por RTVE.
Me quedé muy traspuesto. Aquello era un fracaso personal. No había reconocido a Dios, y no había podido salvarle de caer en manos de los malos. Si me fuerzan, esa era mi única responsabilidad en esta historia. Levantarle 500.200 euros a la Gene por unas urnas manguis -a quién no le ha pasado- no tenía mérito alguno. Había fracasado. Sin paliativos. Esa era la palabra. No había otra. Decidí ir a ahogar mis penas a mi despacho.
Cuando llegué hubo una cosa que me llamó la atención. Las Chicas Bond no me saludaron en catalán. Una, de hecho, me respondió en inglés, como a un guiri, cuando hice mi comanda en perfecto catalán chungo de Barcelona: un Especial Budda King-Size. Cuando otra Chica Bond, en perfecto castellano de Valladolid, me trajo mi Especial Budda King-Size, resultó que era una tisana. Inquerida, me dijo que sólo servían tisanas, que aquello era un Club de Tisanas. No cabía la menor duda de que Felipe y Letizia le estaban pidiendo cosas a Pepé, y el bueno de Pepé, que no lo podía evitar, se las estaba dando todas.
Salí. Vi que habían cambiado la rotulación de las calles. La Diagonal ahora era la avenida Francisco Mandela y Bahamonte. La Gran Vía, la Avenida Héroes Centristas de la División Azul. El Paseo de Gràcia, la Calle del Constitucionalista Onésimo Redondo. Me paré en un banco. Revisé la prensa en el móvil. La ANC, que estaba preparando una mani para el 11S bajo el lema “Vistámonos de gilipollas para la Independencia”, seguía con el tema, pero ahora el lema era “Vistámonos de gilipollas por la Constitución”. EL grueso de la prensa catalana reproducía una polémica entre Puigdemont y Albiol sobre quién era más monárquico. Junqueras había batido el récord de emisión de Arribaespañas en un minuto. Satisfecho por su proeza, declaraba a un medio que “Lo hice porque era consciente de que Europa nos observaba”. Vi un titular extraño: “La CUP defiende la beatificación de Letizia”, que no iba acompañado de los usuales “a cambio de un referéndum”. También se reproducía un nuevo tuit de Rufián, que había alcanzado chorrocientosmil retuits, en el que se hacía eco de la figura de Felipe como un motor para la concordia. Me conecté a varios canales de televisión. En todos los programas chorras hablaban de Letizia como árbitro de la elegancia. Salía tanto eso de “árbitro de la elegancia” que no me sorprendió ya nada que, en un canal deportivo, informaran de que un árbitro se había puesto enfermo, pero que no se suspendió el partido porque lo arbitró Letizia.
Dormí de un tirón, desanimado y sin pasar previamente por la casilla Mercadona. A primera hora me sorprendió lo que vi. Se habían cambiado todos los rótulos de las calles. La Diagonal volvía a ser Carrer dels Màrtirs de la Lliga contra el Franquisme, y la Gran Vía volvía a ser el Carrer del Maquis Indepe contra el Franquisme. Me sorprendió, empero, que en la calle todo el mundo hablara catalán, hasta los Mossos. Y que en mitad de la Plaça Catalunya hubiera una estatua de Jordi Pujol empuñando un subfusil, bajo el título de “Jordi Pujol lluitant contra la Corrupció Espanyola”. Ojeé la prensa en mi telefonino. La Gene había declarado la independencia, que se haría efectiva después de un referéndum, dentro de 30 años. La Gene anunciaba, no obstante, que dentro de 5 o 6 ya tendría las urnas. Me hice una composición de lugar y telefoneé a Meritxell.
-- García. En efecto. Lo tenemos. Tenemos a Dios. Fue un golpe de audacia de Borinot. Se lo mango al CNI en un descuido.
-- ¿Qué piensa hacer?
-- Tenemos que devolverlo al Planeta Olimpo. Venga rápido. Le espero en la War-Room.
¿Cómo diablos sabía Meritxell lo del Planeta Olimpo si sólo lo sabía mi padre?
(...)
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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