Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.

No hay temporada que los falsos profetas mediáticos no le reclamen al Atleti del Cholo un juego más bonito, de toque vistoso y estilo más refinado. No hay mes que los aficionados de otros equipos griten que prefieren más violinistas y menos albañiles. Y por haber, hay atléticos que, en todo su derecho, ahora que son días de vino y rosas, proclaman que se puede jugar mejor, que no se puede ser conservador, ni defensivo, ni tampoco aburrido. De fútbol y medicina todo el mundo opina. No es nuevo que, desde que el Cholo llegó, una legión de estetas le espera con la recortada. No es novedad que este país, que aplaude la supuesta calidad individual y sospecha del esfuerzo colectivo, vea a este Atleti como una amenaza para el sistema, como un grupo contracultural que pone en jaque el buen gusto. Y precisamente por eso, le exigen, cada partido, trimestre o temporada, que deje de jugar como juega, para jugar como ellos quieren que juegue. 

Dicen que el Atleti es violento y que juega a pelotazos. Y que su fútbol es feo y monótono, como una siesta de pijama y orinal. Lo curioso es que, más allá de toda opinión y estilo, está la realidad. Esa que dice que este Atleti es uno de los mejores del mundo siendo lo que es: defensa de roca, pierna dura y contragolpe. Un equipo que potencia sus virtudes y esconde sus defectos. Que juega a lo que sabe, guste o no, enamore o no, porque jugando así, compite y gana. Y no es que este Atleti no quiera jugar a otra cosa, es que no le conviene. Es que cada vez que ha hecho caso a las peticiones de un fútbol más bello, se ha resentido. Es que por cada ocasión en que atléticos y no atléticos han reivindicado más balón al pie y menos vértigo, el equipo ha visto cómo se partía su bloque de hierro. Y es que, por cada voz crítica que le tira a la cara a este Atleti que es pura metalurgia, Simeone levanta un título o llega a una final.

El Atleti del Cholo no juega para gustar. Juega para ganar. No vive del elogio ajeno, sino del esfuerzo propio. Y no pretende levantar del asiento al neutral, sino ser el orgullo del atlético incondicional

A lo John Wayne, con fealdad, fuerza y formalidad, el Atlético fue capaz de construirse su propia leyenda. Y lo más importante, su nueva estética. Frente al pupismo, sudor. Ante la adversidad, el golpe de riñón. Contra la inmensa calidad de otros, el redoble de tambor de la determinación. Contra el talento superior de los rivales, la sangre en el ojo de los suyos. Ante el talonario de otros, la ilusión de unos pocos. Sólo así, con una identidad definida, poco vistosa pero efectiva, con hombres más que nombres, el Atlético logró escalar al segundo puesto del ránking UEFA. Simeone, que ha explicado tres mil veces lo del presupuesto y mil lo del equipo del pueblo, al que siguen negando el pan y la sal por desconocimiento o inquina, maneja un equipo hecho a su imagen y semejanza. Su equipo no juega para gustar. Juega para ganar. No vive del elogio ajeno, sino del esfuerzo propio. Y no pretende levantar del asiento al neutral, sino ser el orgullo del atlético incondicional.

No hay temporada en la que los Cholos Boys no tengan que escuchar, ver o leer, ganen o pierdan, que juegan a pelotazos. Y no hay minuto, hora, día, semana, mes o año en el que los telepredicadores habituales, los sesudos analistas y los repartidores de carnés del buen y el mal fútbol, no tengan nostalgia de aquel Atleti simpático, que se arrastraba por los campos de Dios dando pena y festejando Intertotos. Sí, este Atleti juega a pelotazos. Directo, fuerte, sin amagos. Sin alardes, sin exhibiciones, sin preciosismos, sin egos, sin estrellas. En este equipo el talento no vale sin trabajo y el alma es de gregario. No va de 4-3-3, ni de 4-1-4-1, ni de tener la posesión o de dar más pases que nadie. En otras casas muy respetables, sí. En este Atleti no. 

En el barrio de Esparta que ha edificado Simeone, el juego, el sistema y la táctica consisten en ganar. No agradar, en ganar. Así ha llegado a ser lo que es. Así se ha ganado el respeto en España y así ha sido temible en Europa. Es normal que los que desprecian al Atleti le pidan que renuncie a su manera de jugar y es habitual que algunos atléticos, hoy que se han acostumbrado al caviar, exijan que su Atleti cambie de caballo en mitad del río, porque, por lo visto, no se puede jugar a pelotazos. A estas alturas de la película, tras seis años de orgullo, identidad y gloria sin parangón en la historia centenaria del club, hay una regla directamente proporcional que explica el estado de bienestar colchonero. Cuanto peor hablan del Atleti, mejor le va. Cuanto peor cae, más gana. Cuanto peor dicen que juega, cuanto más vomitan que es aburrido, feo y odioso, más compite. Y cuanta más deshonra ven los demás en su estilo, más orgullo sienten los futbolistas que lo defienden y que, además, no dudan de lo que son, sino que trabajan para serlo.

Este Atleti es lo que es. Un equipo molesto, odioso, visceral, todo hueso, programado para cualquier guerra y que, gane o pierda, sólo agacha la cabeza para besar su escudo. Ese es su estilo, su sistema y su táctica. Ser lo que es. Esa es su fuerza. Y el día que este Atleti levante la vista de lo que es o pretenda modificar su esencia, el día que se crea que es algo que no es y se salga del guión, se autodestruirá. Así es la rosa, así es el cardo. Así es el Atleti. No baila claqué, no le va el pop y no lo pretende. Es heavy metal. Este Atleti es una secta de fe y sudor. Sólo para creyentes.