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Como una burda prueba de autodefensa, una vez más, el sr. Rajoy, sin otro argumento mejor para justificar los graves y constantes errores de su gestión política, acude a la coartada de la estabilidad, para ahuyentar cualquier tentación de cambio, desacreditar a sus muchos enemigos y mantenerse en el poder, aunque la lectura que subyacente de su propuesta sea: “Déjenme seguir pastoreando la corrupción”. Pero para él la estabilidad es la fórmula mágica, el remedio infalible, la contrastada experiencia del genoma franquista. Estabilidad, divino tesoro. Más de lo mismo. Mejor lo malo, aunque sea muy malo, conocido que lo bueno por conocer, aunque sea mejor. Que todo siga igual; que me quede, Dios mío, como estoy, tuerto, cojo, manco, etc. Habría que recordarle al sr. Rajoy que estabilidad equivale a inmovilidad, y que inmovilidad equivale a inmovilismo y que inmovilismo equivale a estancamiento y que estancamiento es sinónimo de  anquilosamiento y que anquilosamiento es carencia de vitalidad, de fuerza, de recursos, de confianza en el futuro, de fe en el hombre y en su capacidad de mejora, de imaginación regeneradora, de lucha contra la adversidad. La historia, que no parece ser su fuerte, salvo la reciente historia antidemocrática, que le sirve de ejemplo, demuestra que la estabilidad acarrea los múltiples males del sedentarismo, la disminución de la fluencia orgánica, la rebaja de las defensas genéricas, la formación de trombos suicidas, los peligros de la glucosa, la floración de insuficiencias vitales, la inercia del mal. La estabilidad es la situación de los cadáveres, de los inválidos, de los cobardes y de los viejos, y además, como usted muy bien sabe, la estabilidad propicia la proliferación de los corruptos, que se sienten impunes, Eduardo Naseiro, Luis Bárcenas, Rodrigo Rato, Ignacio González, Francisco Granados, Francisco Camps, Rita Barberá, Ricardo Costa, J. Mª Peña, Jaume Matas, J. Manuel Soria, Pedro Antonio Sánchez, etc., etc.. Todos del PP. Elemental, querido Watson.