Arte
De lo político a lo poético: Marcel Dzama
La Casa Encendida presenta en España la exposición más amplia y con obra más reciente del artista Marcel Dzama titulada ‘Drawing on a revolution’
Sara Zambrana Madrid , 18/10/2017
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Aunque el título de la exposición se presente como una contundente declaración de intenciones, el público que visite esta muestra comprenderá rápidamente que la revolución que propone Marcel Dzama (1974, Winnipeg, Canadá) más que política es más bien poética. De hecho, en una de las piezas más grandes que encontramos en la primera sala, donde una Política, triste y derrotada, se arrodilla ante una triunfante y glorificada Poesía, reza el lema “De lo político a lo poético”. Aunque en The love of all things Golden se retrate a Donald Trump o un batallón de mujeres griten La Revolución va a ser Femenina, la revolución de Dzama, como su vasto imaginario, es muy particular y, quizá, se vuelva más firme y vehemente en las composiciones de más difícil lectura, aquellas en las que las proclamas no son tan explícitas y los personajes no son tan reconocibles. Tiene que ver seguro con el carácter del artista quien, como ha comentado en alguna ocasión, consternado y exhausto ante lo horroroso de nuestro día a día necesita expulsarlo a través del dibujo, casi como vomitarlo para evitar la indigestión moral y la defunción ética. De forma consciente o inconsciente, estando por dentro descompuestos o siendo egoístas impasibles, todos buscamos superar el caos que nos rodea, no obstante, solo la minoría es la que logra realmente trascenderlo y crear estrategias y conseguir resultados tan envidiables como los de Dzama.
La exposición, con un muy buen montaje y divida en tres salas –atendiendo a las técnicas empleadas por el artista y pasando de los dibujos, las acuarelas y los collages, a los dioramas, las esculturas y los vídeos– supone la muestra más amplia y de obra más reciente del artista en España, sin olvidar las exposiciones que le ha dedicado la galerista que le representa desde Madrid, Helga de Alvear, o la que se celebró en el CAC de Málaga en el año 2012. En la rueda de prensa, nos encontramos con el artista español Luis Pérez Calvo –declarado admirador del canadiense y con quien comparte personajes e influencias del cómic– y celebramos la necesidad de exposiciones como ésta, y coincidimos en la sensación de hartazgo ante la escena artística madrileña, donde últimamente parece que solo tiene interés lo conceptual o la abstracción. Esta es una exposición de arte figurativo, de composiciones infinitas en sus relatos, abarrotadas –la mayoría de ellas– de personajes, enérgicamente teatrales, perversos y desconcertantes en sus acciones, maliciosos y seductores a través de sus expresiones y su vestuario. Hay mucho que mirar y volver a mirar en sus obras, donde suceden tantas cosas que a primera vista no se aprecian, donde no queda claro quién es la víctima y quién es el verdugo, y solo nos queda observar con atención para acabar pensando en nosotros mismos. Es un gran baile de máscaras, con la locura transgresora propia del Carnaval, cuando no somos quienes realmente somos, cuando hacemos lo que jamás haríamos y ponemos todo del revés; es, en realidad, la gran mascarada del mundo.
Curiosamente, cuenta Dzama que su acercamiento a uno de los creadores que marcó un punto de inflexión en su trayectoria y que más le ha influido, Marcel Duchamp, se debió a un encuentro casual en su juventud con uno de sus libros, y al simple interés que le despertó ver que tenían el mismo nombre, cuando nunca antes había conocido a nadie que lo tuviera. Sin embargo, en varios aspectos puede recordar a otro gran Marcel, a Marcel Proust, quien expresó brillantemente –además, a través un estilo complejo, detallista y rico en metáforas y matices, denso y abarrotado también en cierto modo, como el del propio Dzama– la constante mutabilidad del yo, el lúcido y perspicaz juego de las apariencias, la caída en las tentaciones, los peligros de la idealización y el inevitable y doloroso desengaño, la malicia o una de las más fatales enfermedades, la obsesión. Aunque lejos del genio francés, también en la obra de Dzama hay referencias e influencias artísticas, no solo Duchamp, sino también otros dadístas, como Picabia o Hannah Höch, las creaciones de la Bauhaus, el espíritu surrealista, las acciones del polifacético Joseph Beuys, la comedia italiana, la ópera y la danza, el cine, el cómic y los dibujos animados, y con un papel determinante, Goya –no el Goya oficial, el de los retratos, sino el más íntimo, crítico y desgarrador, el de las maravillosas estampas de Los caprichos o Los desastres de la Guerra. Del mismo modo Dzama incluye textos dentro de sus obras, o los títulos cobran mucha importancia para entender las sórdidas representaciones; al igual que se ve atraído por la violencia que, aunque le repugne y la aborrezca, caracteriza a la mayoría de sus personajes y escenas.
Asimismo, nos contó que tras su estancia en México sus dibujos salieron por fin de la limitadora hoja de papel para pasar por fin a la tridimensionalidad, al diorama y, con ello, a las composiciones más recargadas de todas, multiplicando de forma exponencial las figuras y las capas de profundidad sin apenas perspectiva. Respetó, eso sí, su característica paleta de colores, “apagada” dicen, teniendo el protagonismo los rojos –definitorio de sus obras, el color del refresco Root Beer que tanto le gustó y consiguió a través de un sirope concentrado del mismo–, los ocres y los verdes.
Poco más tarde, en su insaciable búsqueda del movimiento, sus criaturas llegaron a tomar vida por medio del cine, con piezas como Death Disco Dance, continuidad de su A Game of Chess, presentado aquí como una instalación a través de una montaña de monitores; o el ingenioso Une danse des bouffons, donde de nuevo se suceden los guiños artísticos en un juicio demencial que parte de la reinterpretación de la célebre Étant Donnés duchampiana, y lo protagoniza Kim Gordon –haciendo el papel de la artista Maria Martins, amante de Duchamp–, vocalista de Sonic Youth. En relación con esto último, los juveniles coqueteos con la música de Dzama han madurado ahora en colaboraciones con autores y grupos como Justin Peck para el Ballet de Nueva York, Beck, Arcade Fire o Department of Eagles. Pero la relación de este artista con la música va mucho más allá, está presente en la mayoría de sus obras, de hecho, en sus más recientes trabajos se continúa componiendo con un aire de final de ópera pero, además, Dzama trabaja con papel de pianola, cuyas pequeñas perforaciones permitirían tocar la canción que hay detrás del dibujo. En definitiva, las insinuaciones del prolífico Dzama no parecen agotarse ni mucho menos extinguirse, y mientras que él compone un nuevo baile mistérico y maléfico, esta exposición se puede ver hasta principios del año que viene.
Aunque el título de la exposición se presente como una contundente declaración de intenciones, el público que visite esta muestra comprenderá rápidamente que la revolución que propone Marcel Dzama (1974,...
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Sara Zambrana
Es historiadora del arte.
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