Big data en el béisbol: cuando los porteros meten goles
Los Astros de Houston ganan las Series Mundiales gracias a un sistema de cálculo y algoritmos que anula la iniciativa personal del entrenador y los jugadores
Marcos Pereda 22/11/2017
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Varios jugadores de los Astros de Houston se saludan durante un partido. Julio de 2017.
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Alessandro Baricco es uno de los escritores italianos más prestigiosos, y vende millones de libros mezclando filosofía y lirismo, profundidad y aparente inocencia. También es una gran aficionado al deporte (llegó a dedicar una de sus novelas a Valentino Rossi) y ha cubierto para diferentes periódicos transalpinos los mayores acontecimientos mundiales en este campo.
Baricco estuvo en el Delta Center de Salt Lake City el 14 de junio de 1998. Vio a Michael Jordan robar el balón que Stockton nunca llegó a pasar a Karl Malone. Vio los botes, las piernas moverse, el jugador de rojo encarando a Byron Russell. Sexto partido de las finales de la NBA, el que será a la postre decisivo. Jordan cambia rápidamente el balón de mano, finta, se detiene en seco. Russell queda desarmado, cae al suelo sabiendo perfectamente lo que está ocurriendo. Ha quedado para la posteridad. El balón entra limpiamente. Quedan cinco segundos para el final. Los Bulls de Jordan van a ganar el anillo.
Maravillado, en éxtasis, Baricco se dirige a la sala de prensa. Allí periodistas de todo el mundo se arremolinan y hacen preguntas al gran protagonista. Alessandro levanta la mano, tímidamente, y casi susurra unas cuantas palabras en un inglés de cantarín acento meridional. “En ese último tiro…¿ha sido usted consciente de estar haciendo poesía?”.
Quizá esa reflexión encierre todos los secretos del deporte. La improvisación, la belleza, la plasticidad. A lo mejor incluso los de la vida. O puede que hoy en día tengamos que empezar a verla como un anacronismo que poco a poco va a ir desapareciendo. ¿Poesía? Está bien si eres un adolescente y engarzas malos versos que nunca enseñarás a nadie. Pero aquí, en el mundo ultraprofesionalizado de las grandes competiciones, eso no nos basta. La poesía no gana partidos, la ciencia sí.
Que se lo pregunten a los Astros de Houston.
pueden afirmar sin rubor que los Astros fueron campeones gracias a un ordenador, varios algoritmos y millones de datos. Así de frío. Así de fascinante
El 2 de noviembre de 2017, los Astros de Houston se impusieron a los Dodgers de Los Ángeles en el séptimo partido de las Series Mundiales de béisbol, alzándose con el título por primera vez en su historia. Muchos comentaristas y aficionados se echaron las manos a la cabeza. Era el final de todo lo que de impredecible y genial tiene el deporte. Porque el elemento más importante de los Astros no fue ninguno de sus jugadores, ni siquiera los directivos o el cuerpo técnico. No, quien hizo al equipo tejano alcanzar cotas que jamás antes habían imaginado fue el Big Data. Si lo prefieren pueden afirmar sin rubor que los Astros fueron campeones gracias a un ordenador, varios algoritmos y millones de datos. Así de frío. Así de fascinante.
Antes de ser un escritor conocido y millonario, Paul Auster fue muchas otras cosas. Fue negro literario, marino, jardinero, pobre. Entre medias, varias novelas fallidas y algunas ideas de bombero para intentar engañar al hambre. Es así como Auster, el mago de las casualidades, creó un juego basado en el béisbol o, más bien, en la importancia que datos, estadísticas y numerología tienen en el mundo del béisbol. El juego no triunfó y Paul Auster tuvo que escribir la Trilogía de Nueva York…
La anécdota da cuenta de la importancia que, desde siempre, ha tenido el aspecto estadístico en el béisbol. Porcentajes y home runs se mezclan en la memoria de los aficionados y acaban por ser casi una disciplina propia. Qué es, entonces, lo que diferencia a los Astros. Fundamentalmente que han llevado esa labor al extremo…y han confiado ciegamente en ella.
Antes de su victoria de este año, los Astros habían perdido una media de 100 partidos por temporada durante el último trienio. De cada cinco encuentros caían derrotados en tres. Lo que en otras franquicias (piensen por ejemplo en cualquier equipo español) hubiese sido una tragedia de las de rodar cabezas allí se tomó con tranquilidad. Seguían el camino marcado. El establecido sin fisuras desde que en 2011 Jim Crane decidió comprar el equipo. En aquel entonces se propuso hacer las cosas de una forma diferente. Confiemos en la ciencia, pudo pensar. Dejemos todo en manos de las máquinas, de los datos. Si el Big Data ya está aquí seríamos estúpidos al no aprovecharnos de ello.
Los Astros comenzaron a construir su equipo. Pero no lo hicieron en base a criterios deportivos. No buscaron a los jóvenes más prometedores de la universidad, no pulsaron la posibilidad de robar a sus rivales alguna de sus estrellas. No, los dos primeros fichajes de Crane fueron Jeff Lunhow y Sig Mejdal. El primero había fundado varias empresas basadas en la tecnología, mientras que el segunda se ganaba, y muy bien, la vida haciendo cálculos de probabilidades mientras jugaba al Blackjack, aunque años atrás fue un exitoso investigador de la NASA. En otras palabras, no hablamos de atletas, sino de los protagonistas, salvando las distancias, de The Big Bang Theory. Con ellos dos a la cabeza, Crane fundó un Departamento de Ciencias de las Decisiones en su franquicia, creando un enfoque estadístico propio, intransferible y rodeado de misterio. Paulatinamente se irán fichando nuevos nombres. En los últimos cuatro años, seis “altos analistas” de STATS (la empresa encargada de gestionar el Big Data de la Liga Estadounidense de béisbol) se han incorporado a la disciplina de los Astros para, en lo esencial, seguir realizando el mismo trabajo. La revolución había llegado.
Y se fue trasladando a las decisiones sobre el terreno. Los jugadores dejaron de tener nombre, y pasaron a ser identificados con símbolos y coeficientes. Los refuerzos llegaron, pero eran extraños, no parecían responder a un criterio lógico. En otras palabras, nada de ojeadores tradicionales, únicamente varios millones de datos metidos en un ordenador extremadamente potente y un montón de matemáticos y estadísticos analizándolos. Sugiriendo al entrenador, por ejemplo, que permutase varias posiciones porque eso era, a la larga, lo mejor. Imaginen que mañana Simeone decide poner a Oblak de delantero centro. Imaginen que, como parece lógico, eso no funciona los, pongamos, diez primeros partidos, pero que después el esloveno coge aire y termina la temporada como pichichi. Eso es, más o menos, lo que han hecho los Astros. Solo que con prácticamente todos sus hombres. La idea era tan novedosa, tan aparentemente ilógica, que llamó la atención de Ben Reiter, periodista de Sports Illustrated, quien se zambulló de lleno en la historia. Con ese material, la revista dedicó su portada a los Astros. “Tu campeón de las Series Mundiales de 2017”, rezaba aquella tapa. Era junio de 2014. Todo estaba previsto.
Evidentemente este camino no se puede hacer sin una brutal confianza en el propio modelo. En otras palabras, la totalidad de los componentes de la franquicia, desde el jugador que no defiende una zona concreta del campo (porque la “máquina” dice que ese bateador en concreto no lanzará allí la bola más que en un porcentaje infinitesimal de sus aciertos) hasta el entrenador que debe acatar, en pos del resultado, que sus sensaciones y respuestas originales a problemas concretos son, ahora sí, cosa del pasado. ¿Otro deporte? Otro mundo, otra sociedad. Si todo es tan predecible, ¿queda espacio para el azar, para la más mínima disidencia?
El Big Data analiza no solamente datos numéricos, sino otros menos aprehensibles a simple vista, como los porcentajes de acierto particulares dependiendo del momento del partido, del estadio e incluso del día de la semana. Aspectos familiares, físicos e intelectuales de los “objetos” (los jugadores) completan esta ensalada de números y porcentajes Un modelo que se extiende en las grandes ligas, con franquicias como los Cubs o los Indians que ya están siguiendo el camino marcado por los Astros. El manager general de los Dodgers, los finalistas de este año, es un antiguo analista de Wall Street, tiene un título del MIT en la pared de su despacho y un doctorado en Filosofía de la Ciencia. Es de prever que el éxito de los Astros no hará sino agudizar esta tendencia. Cambien personas por números, cambien inspiración por probabilidades.
Tras la Gran Depresión se vendió la imagen del béisbol como elemento homogeneizador de una sociedad que estaba completamente quebrada. Un oasis de ocio y, por qué no, orgullo, en mitad de un páramo de miseria, polvo y hambre. Seguramente sea un falso icono que deja fuera del espectro, por ejemplo, a las Ligas Negras, repugnante símbolo de un país que aún no consideraba como ciudadanos a todos sus habitantes. Pero esa idea sirvió, y mucho, en su momento. Sí, existieron uvas, oakies, también ira, mucha ira, pero todos soñaban al son de una pelota bateada lo más lejos posible. Es esa imagen, ese fantasear común, lo que termina con la victoria de los Astros en estas Series Mundiales. Porque uno no escribe versos sobre miles de datos y un procesador que los interpreta. Es el final de una era. El futuro que llama a la puerta. Quizá, quién sabe, no solo a la del deporte.
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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