¿Quién no ha oído hablar de la interseccionalidad? La interseccionalidad ha sido recibida de forma favorable en la mayoría de los países europeos –tanto en el ámbito de la justicia social como en el académico, e incluso en organismos públicos–, lo cual augura el surgimiento de un movimiento más inclusivo y avanzado en pro de la justicia social. Sin embargo, la interseccionalidad todavía no ha desplegado todo su potencial: principalmente porque Europa ha pasado por alto su dimensión subversiva. Es fundamental recordarle a los ciudadanos que utilizan el concepto que el origen de la interseccionalidad se remonta a las mujeres negras de Estados Unidos. Mucho antes de que la profesora de Derecho Kimberlé Crenshaw acuñara el término “interseccionalidad”, Sojourner Truth, una abolicionista afroamericana y activista defensora de los derechos de la mujer, hizo la siguiente pregunta: “¿Acaso no soy una mujer?” para llamar la atención sobre la experiencia concreta de las mujeres negras esclavas que sufrían las consecuencias del patriarcado de forma muy distinta a las mujeres blancas. Es importante recordar que la interseccionalidad inicialmente surgió para denunciar el racismo dentro de un movimiento feminista dominado por mujeres blancas de clase media.

La profunda incomodidad que la raza provoca en los países europeos crea un vacío alrededor de las cuestiones de justicia racial. Resulta imposible abordar la opresión y discriminación racial de forma directa sin emplear un contorsionismo discursivo para evitar deletrear la palabra r-a-z-a. Sin embargo, si excluimos el racismo sistémico e institucional de la interseccionalidad, nos queda nada menos que el statu quo: un movimiento de justicia social que se muerde su propia cola. El feminismo solo puede desmantelar el patriarcado si se lucha de igual modo contra el colonialismo, el racismo y el capitalismo. La liberación feminista a expensas de las personas de color, migrantes, refugiados y pobres puede proporcionar beneficios a corto plazo, pero no conllevará de ninguna manera el cambio sistémico necesario para desmantelar el sistema patriarcal que ha afianzado la opresión, dominación y control de las mujeres.

Por consiguiente, nos enfrentamos a una tarea decisiva: la repolitización de la interseccionalidad. ¿Cómo podemos trascender del aspecto meramente funcional de la interseccionalidad para desplegar todo su potencial de transformación? En primer lugar, tenemos que entender la discriminación y las desigualdades como síntomas de modelos más generales de jerarquización, clasificación y dominación que sirven para perseguir la incesante acumulación de capital a través de un reparto global del trabajo estratificado por género, raza, clase y nacionalidad. Actualmente, nuestros marcos legales de protección contra la discriminación se centran exclusivamente en la punta del iceberg: la discriminación individual a expensas de la discriminación estructural e institucional. En segundo lugar, tenemos que fomentar la solidaridad entre los diferentes movimientos y dentro de los propios movimientos, de modo que las diferencias se aplaudan en lugar de borrarse en aras de la unidad. En lugar de pretender unificar a un grupo eliminando su rico mosaico de identidades, es esencial tener en cuenta la problemática de las jerarquías y no las diferencias en sí mismas. Al tiempo que deberían aplaudirse las diferencias entre la variedad de géneros, debería desmantelarse el rígido sistema binario de género masculino/femenino que considera la masculinidad superior. 

El desmantelamiento de sistemas de opresión y patrones de dominación entre mujeres, y en general entre todos los seres humanos, debería centrarse en las jerarquías de poder. Del mismo modo que las mujeres blancas exigen que los hombres reconozcan y asuman su posición social y política de igual forma que la de los hombres dentro del patriarcado, las mujeres blancas y otras mujeres en puestos de poder deberían cuidarse de reproducir y perpetuar la opresión racista y de clase respecto a otras mujeres.

El feminismo interseccional puede parecer imposible de llevar a cabo a pesar del gran atractivo de la idea de un movimiento unido. ¿Cómo podemos establecer una agenda feminista conjunta que tenga en cuenta las diferentes peticiones y formas de enunciarlas? Si tomamos en consideración las peticiones de los grupos más marginados y les damos prioridad, nos aseguramos de que atienda a los intereses de todo el grupo.  Tal y como señala la profesora Kimberlé Crenshaw: “Un verdadero feminismo interseccional puede llegar a todos los habitantes del planeta”. Con el objeto de que llegue a los grupos más marginados, es fundamental asegurarse de que exista una representación, opinión y difusión radicalmente inclusivas. Una marcha de mujeres sin mujeres romanas al frente no es interseccional. Un desfile del Día del Orgullo que no incluya a los refugiados y musulmanes LGBTQI+ no es interseccional. Un mitin anticapitalista en el que no hay personas con discapacidad ni trabajadores migrantes ni es interseccional ni revolucionario.

La inclusión radical es, ante todo, responsabilidad de los movimientos que defienden la justicia, la igualdad y la paz social que están encaminados a lograr un cambio sistémico perdurable. El desmantelamiento de los sistemas de dominación y opresión solo tendrá lugar –ya sea abrupta o progresivamente- si adquirimos conciencia de las múltiples formas en que se materializan actualmente en nuestras luchas, en la sociedad, en nuestras relaciones sociales y, en términos generales, en nuestras vidas. 

La interseccionalidad es la única salida, aprovechémosla.

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Dra. Emilia Roig, fundadora y directora ejecutiva del Centro por la Justicia Interseccional (CIJ, por sus siglas en inglés).