TRIBUNA
Más Madrid, menos Podemos
En un contexto tan poco amigable, la operación Carmena/Errejón tiene al menos la ventaja no pequeña de dejar fuera la única opción que era sin duda perdedora y sin retorno
Santiago Alba Rico 20/01/2019
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Hace unos días, compartiendo unos vinos con dos miembros de Anticapitalistas, amigos admirados y queridos, yo les señalaba el indicio más paradójicamente elocuente del desahucio político de Podemos y de la derrota histórica sufrida: el hecho de que, cinco años después, volvíamos –ellos y yo– a estar de acuerdo en todo; y, una vez hecha esta constatación, no podíamos dejar de añorar esos tiempos mejores en los que nuestras diferencias, a veces ásperas, se inscribían en un proyecto colectivo ilusionante y ganador. Hoy, tras el acuerdo Carmena/Errejón, nuestras diferencias, sin duda, se han reactivado. ¿Es eso un motivo de esperanza? ¿Quiere decir que ese acuerdo es –o me parece– “ilusionante y ganador”?
Tras el acuerdo Carmena/Errejón, nuestras diferencias se han reactivado. ¿Es eso un motivo de esperanza? ¿Quiere decir que ese acuerdo es “ilusionante y ganador”?
Empecemos por aclarar en qué estábamos de acuerdo mis amigos anticapitalistas y yo: en que Podemos, por una combinación de torpezas discursivas y tejemanejes organizativos, había dilapidado una oportunidad histórica, desactivado el impulso rebelde y alegre de miles de personas y entreabierto la puerta por la que se había colado Vox; y estábamos también de acuerdo, frente a la amenaza destropopulista, tanto en la necesidad como en la dificultad de conservar las plazas municipales conquistadas en 2015. Ellos, rehenes de Podemos a través de su corriente, y yo, alejadísimo del partido cuyo parto acompañé, coincidíamos en que Podemos es una marca marchita y disuasoria abismada ya en el precipicio de la resta y el descuento. Como el coyote de los dibujos animados, perseguidor impotente, corre muy deprisa en el aire, sin nada a qué aferrarse y condenado, por tanto, a caer sin remedio en el vacío. Esto lo sabía muy bien Teresa Rodríguez en Andalucía, donde intentó frenar el derrumbe con una fórmula propia; y lo sabe muy bien Catalunya en Comú, que protege su fenotipo de las siglas hoy tóxicas del partido de Iglesias.
Íñigo Errejón, en una balbuciente entrevista en la SER, recordaba el jueves estos ejemplos, junto a la necesidad largamente compartida de un gesto revulsivo, para justificar su iniciativa. Su incomodidad, a mi juicio, no tenía que ver con la consistencia inobjetable de estos referentes sino con la conciencia de que, para hacer ese gesto, ha tenido que operar a espaldas de Pablo Iglesias y su ejecutiva búlgara. Una de las razones que señalan el fracaso organizativo de Podemos o, si se prefiere, su sovietización, es esta: que, inhabilitados todos los espacios colectivos de deliberación y decisión, la única forma posible de intervención colectiva en la política interna ha sido la conspiración. Para abrir el partido, para cerrarlo, para burocratizarlo, para democratizarlo e incluso para destruirlo –incluso para abandonarlo– había y hay que conspirar. Anticapitalistas, que criticó Vistalegre I, también sucumbió a esta necesidad entrópica que ha acelerado la muerte de Podemos y que inicialmente ensombrece, como un pecado, el gesto refundacional de Errejón. ¿Cómo valorarlo entonces?
Veamos. Si alguien quiere un relato despiadado y en parte preciso de este diálogo conspirativo puede leer el artículo de Esteban Hernández en El Confidencial. Creo que Hernández se equivoca en las intenciones y en las conclusiones, pero acierta en dos de las ideas centrales: que Podemos estaba ya muerto y que el gesto de Errejón llega tarde.
La muerte de Podemos –como escribí en mi último artículo en CTXT– se puso en evidencia en Andalucía, donde sólo la campaña de Teresa Rodríguez amortiguó el desastre. Hasta tal punto Podemos está muerto que durante el último año, cada vez que pensaba en las próximas elecciones generales, me costaba trabajo convencerme a mí mismo –y aún más a mis amigos ex-simpatizantes o militantes podemitas– de que, a pesar de todo y en medio del tsunami destropopulista, era necesario votar al partido de Pablo Iglesias. Mi pregunta era: ¿Podemos representa sólo un obstáculo para el surgimiento de un nuevo y más razonable proyecto de cambio o también para el avance de la ultraderecha? Mi respuesta era siempre afirmativa a las dos partes de la disyunción: Podemos es un doble obstáculo y lo es de tal modo que, paradójicamente, cada vez que obstaculiza el paso de otra cosa mejor se lo franquea a las fuerzas reaccionarias y vuelve, por eso, más necesaria su existencia. Así que para justificar este voto a un cadáver político sólo se me ocurría ya utilizar el “argumento de las Termópilas”: si un montón de cadáveres sirvió para frenar el paso de los persas quizás un partido muerto sirva al menos para frenar el paso de los fachas. No es, desde luego, un argumento muy estimulante ni muy esperanzador para renovar el voto al partido que nos emocionó en 2015 y aún nos sacudía en 2016: poner un muerto en el camino de Vox mientras salimos corriendo.
Así que uno deseaba –aunque no esperaba ya– algún gesto que, desde fuera o desde dentro, desbordase y, si se quiere, disolviese Podemos. Ese gesto lo hace ahora Íñigo Errejón. Lo hace –tiene razón Esteban Hernández– un poco tarde. Hubiera sido mejor confrontar seriamente a Pablo Iglesias en Vistalegre II, desmarcarse tras su derrota o incluso renunciar a ser candidato por Madrid y tomarse un tiempo para cuidar a su gente, proteger su prestigio público y preparar una reaparición sin ataduras. Este retraso inscribe su acuerdo con Carmena en el aura de la división y la conspiración –es decir, en la norma podemita– como en una sombra de pecado que dificultará la tarea de rebañar todos los votos, pues todos son necesarios para conservar el Ayuntamiento y ganar la Comunidad. Ese retraso, además, deja en el camino, al menos de momento, algunos de sus más cercanos y valiosos colaboradores.
Ahora bien, hay que decir al mismo tiempo que Más Madrid es una buena idea. Es, de hecho, la mejor idea, si no la única, que en estas circunstancias –resignados al retraso del gesto y aceptada la batalla electoral– podría aún conservar lo ganado en estos años y anticipar la disolución fecunda de Podemos como obstáculo para la reconstrucción, con ese u otro nombre, del proyecto original. No se trata de aprobar sin reservas la gestión de Carmena ni de identificarse con Errejón; no se trata de renunciar a más, a mejor, a otra cosa, a todo; no se trata tampoco de “recuperar la ilusión”, frase tan hueca y tintineante como un cencerro en el cuello de una vaca. Estoy seguro –y también por eso apoyo esta iniciativa– que a mucha gente que no leerá este artículo el tándem Carmena-Errejón sí le devolverá la esperanza y la alegría. No es mi caso. Que vuelva a estar en desacuerdo con mis amigos de Anticapitalistas no quiere decir que la ampliación de Más Madrid a la Comunidad me parezca ilusionante. Me parece razonable, lo que ya es un avance notable respecto de la muy desesperada opción de poner un cadáver en el camino de los persas y salir corriendo. Y lo que –desde luego– me gustaría es que Carmena y Errejón comprendieran la necesidad no sólo de reilusionar a los potenciales votantes que no me leen sino también de convencer razonablemente a los desilusionados y a los desconfiados: a Podemos, a Equo, a IU, a Anticapis, a los movimientos, a los abstencionistas politizados y a los no politizados. Los votos de “izquierdas” están contados y, si no se trata hoy de transformar el mundo sino de conservarlo, ese modesto cometido exige rebañar todas las grietas, sin excepción, de la mitad izquierda –y más– del electorado. Para recoger algunos de estos apoyos –todos será imposible– no bastará carisma intergeneracional; hará falta también un programa a la izquierda del PSOE y un “estilo” en las antípodas de Podemos.
No se trata de ilusionarse ni de tener razón ni del supremo bien ni del supremo mal; se trata de evitar que el “bloque reaccionario” gane las elecciones en Madrid
El problema es que cada formación y cada corriente tiene su fórmula infalible que excluye a las demás; y todas reprochan a sus rivales su sectarismo contra “la unidad de la izquierda” –otro cencerro de vaca–. El objetivo hoy, lo he dicho, no es transformar el mundo; no lo es, por tanto, la unidad de la izquierda, que tampoco es la condición para conservar la posibilidad de disputar las instituciones. No se trata de ilusionarse ni de tener razón ni del supremo bien ni del supremo mal; se trata de evitar que el “bloque reaccionario” gane las elecciones municipales y autonómicas en Madrid. Para este cometido basta un máximo catalizador de voluntades desunidas; en otro tiempo lo fue Podemos y, porque está muerto, ya no puede serlo. Pues bien, de todos los candidatos posibles a jugar ese papel –los imposibles son mucho mejores– Más Madrid, con algunas reservas, se me antoja el único realista y relativamente eficaz.
Mi cálculo razonable es éste: Errejón no puede ganar las elecciones en la Comunidad con Podemos en contra; tampoco las puede ganar como candidato dócil de un Podemos perdedor; y probablemente tampoco las ganará aunque Podemos se sume a Más Madrid. Pero de estas tres posibilidades, que son las únicas realmente existentes, la segunda –la de la candidatura cadavérica– conduce a una derrota segura y sin retorno. En cuanto a las otras dos, la tercera –la de un Más Madrid amplio e integrador– depararía sin duda un buen resultado electoral y abriría la posibilidad de gobernar la Comunidad con el PSOE; la primera –la de obtener un resultado discreto, sin Podemos pero superior al de Podemos– permitiría al menos empezar a pensar en reconstruir –ventajas de la perífrasis en castellano– un proyecto de cambio sin ataduras, o con menos ataduras, tras las elecciones. Así que, en un contexto tan poco amigable, la operación Carmena/Errejón tiene al menos la ventaja no pequeña de dejar fuera la única opción que era sin duda perdedora y sin retorno.
En cuanto al cálculo de Errejón –imagino– ha sido éste: el de forzar, aunque fuera con retraso y desde las sombras podemitas, un gesto renovador y expiatorio, confiando en que su contenido mismo desactivará tanto el inicial rechazo de Pablo Iglesias como la propia sombra del pecado. Ojalá le salga bien. Es difícil pensar que Podemos apoye a Más Madrid en el Ayuntamiento y lo confronte en la Comunidad, aunque cualquier cosa puede esperarse de un zombi sovietizado. Confiemos en que Pablo Iglesias comprenda que la relación de fuerzas esta vez no le es favorable e, inteligente como es, negocie y acepte, como en la candidatura municipal, sobrevivir en otro cuerpo. Si no, todos perderemos mucho, pero Podemos cavará su tumba. Por otro lado, no es descartable que el tándem Carmena/Errejón logre improvisar una síntesis de seducción, programa y organización capaz de hacer olvidar –sumergidos como estamos en los sargazos de twitter– los pecados y las sombras. Puede ser tarde o puede ser pronto. Queda tan poco tiempo –otra paradoja de la época– que hay tiempo para todo, incluso para multiplicar una vez más las astillas y ahondar de nuevo en las heridas.
Nos guste más o menos, tenemos que desear que Más Madrid consiga alguno de sus propósitos. Si todo sale mal, como es también probable, siempre me quedará la posibilidad de volver a estar de acuerdo con mis amigos anticapitalistas, que al menos son inteligentes, radicales y tolerantes.
Hace unos días, compartiendo unos vinos con dos miembros de Anticapitalistas, amigos admirados y queridos, yo les señalaba el indicio más paradójicamente elocuente del desahucio político de Podemos y de la derrota histórica sufrida: el hecho de que, cinco años después, volvíamos –ellos y yo– a estar de acuerdo en...
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Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".
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