Albaricoques rojos del Rosellón
Clara Ramas 28/01/2019
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Marx, en un conocido pasaje al final de El capital, decía que vivimos en “un mundo encantado, invertido y puesto de cabeza”. Es decir: un mundo al revés. Un mundo donde –como ya advirtió Hegel– la producción de riqueza para la minoría significa crecimiento de pobreza y desigualdad en el polo opuesto de la mayoría: en su exceso de riqueza, escribía Hegel, la sociedad burguesa no es lo bastante rica, no posee suficiente para gobernar el exceso de miseria. Un mundo donde la producción económica determina las necesidades humanas, y no las necesidades humanas la producción económica. Un mundo donde las cosas gobiernan a las personas, y no las personas a las cosas.
Pero no es en la teoría, sino en la literatura, donde encontramos destellos que nos permiten entender perfectamente en qué mundo vivimos.
Un inolvidable retrato de la esencia íntima de nuestra sociedad capitalista se encuentra en los Cuentos del Arco Largo, de Chesterton. Los protagonistas son un grupo de amigos, amantes de la sátira y la extravagancia, que en una de sus aventuras tienen que encontrar, según parece, “un hombre perfectamente cuerdo”. El reto no es menor (recordemos la obra de Peter Weiss Marat-Sade, que no por casualidad enmarca el relato de los principales acontecimientos de la Modernidad… en un manicomio). En estos tiempos, apostilla uno, ello pasaría por encontrar un hombre “verdaderamente estúpido”, es decir, un hombre de negocios convencional, serio, sólido: en una palabra, “un imbécil homogéneo”. La cordura, pues, da a entender Chesterton, pasa en este mundo loco por la absoluta y patente imbecilidad. Se encuentra esto en la persona del magnate Enoch Oates, un empresario americano de los productos del cerdo. En la cena, pasa a exponer su nuevo gran hallazgo comercial, de inmenso beneficio y gasto mínimo: fabricar bolsos de seda artificial a partir del pellejo y las cerdas de las orejas desperdiciadas del cerdo, a los que llamará “susurros de cerdo”; son ya, asegura el flamante empresario, el nuevo objeto de deseo de toda mujer elegante en Estados Unidos.
Esto es, ni más ni menos, el despliegue lógico de la racionalidad económica de mercado. Las cosas se vacían de entidad, no son “lo que son”. Lo que los antiguos llamaban el ser de la cosa, lo que ella “es”, es indiferente: ahora, el desperdicio más inmundo puede convertirse en objeto de lujo. Los restos del cerdo son un bolso de lujo. ¿Por qué? Porque se venderá muy caro. Los asistentes aplauden, emocionados. Prodigioso, claman: este “tonto formal” ha superado todas nuestras expectativas. Y no es la chaladura de un genio avispado o maravilloso: es el proceder rutinario de un simple, gris y normal hombre de negocios. La conclusión es impecable: “Hay que admitir, caballeros, que el moderno mundo de los negocios está mucho más loco que la mayor locura que a nosotros se nos pudiera ocurrir… Y mucho me temo que nada podemos hacer para burlarnos de este mundo. ¡Puede con cualquiera de nuestras sátiras!”.
La última de Houellebecq, Serotonina, novela irregular, contiene sin embargo párrafos brillantes que dicen más que tratados enteros de economía política. El protagonista es un alto funcionario del Ministerio de Agricultura francés, cuya tarea es redactar informes destinados a los consejeros negociadores europeos que acaban determinando el rumbo de la “agricultura francesa”. Acaban de encargarle uno sobre los “albaricoques rojos del Rosellón”, exquisitos frutos locales, con denominación de origen. Asqueado, explica que todo ello no sirve absolutamente de nada, que todo es una “farsa ridícula”. porque los tratados de libre intercambio harán que se importen otros más baratos y los productores de albaricoques del Rosellón estarán virtualmente muertos. Como los productores de leche de Calvados y la Manche. Como los productores de queso normando de Caen. Al fin y al cabo, los “consejeros negociadores” de las administraciones europeas no son ni siquiera ingenieros agrónomos, sino exalumnos de escuelas de comercio. “Altos estudios comerciales”, se dice a sí mismo el protagonista, es una profanación del concepto mismo de “estudios”. Pero luego recapacita: es normal que les designen a ellos. Al fin y al cabo, “una negociación es siempre lo mismo, ya se negocie con albaricoques, calissons d’Aix, móviles o cohetes Ariane, las negociaciones son un universo autónomo que obedece a sus propias leyes.” A lo mejor, una de las decisiones políticas fundamentales que tenemos por delante es escoger si queremos vivir en un mundo donde se negocia igual y con los mismos criterios con cohetes espaciales, fusiles de asalto, hipotecas o albaricoques rojos del Rosellón.
Marx, en un conocido pasaje al final de El capital, decía que vivimos en “un mundo encantado, invertido y puesto de cabeza”. Es decir: un mundo al revés. Un mundo donde –como ya advirtió Hegel– la producción de riqueza para la minoría significa crecimiento de pobreza y desigualdad en el polo opuesto de...
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Clara Ramas
es doctora Europea en Filosofía (UCM). Investigadora post-doc en UCM y UCV. Tratando de pensar lo político hoy desde un verso de Juan Ramón Jiménez: “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.
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