LA VIDA DESDE MI SILLÓN A RAYAS
La pandilla: la vida sigue casi igual
BETIS 1 – ATLÉTICO DE MADRID 0
Javier Divisa 3/02/2019
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El partido del Metropolitano frente al Getafe demostró que los destinos del Atlético son inescrutables, y no es demasiado enigmático que la fuerza de un equipo esté en la diferencia y en la versatilidad de los talentos. En la pandilla teníamos un gracioso, un buenazo, un colega de retaguardia por si había problemas, un guapo que se llevaba la gloria y el hermano pequeño del gracioso que daba mucho la coña. En el Atleti también, Lucas, Juanfran, Thomas Partey, Griezmann y Mollejo. Todo un clásico, el gracioso rompe el hielo, el guapo se relaja, el buenazo rebaja la posible tensión, Thomas gana todas la batallas y al niño lo pones a jugar y se calla.
Si hay mucho gracioso, mucho canalla y mucho buenazo en un mismo equipo, la cosa no funciona. Muchos graciosos chupan mucho la pelota y se pisan las gracias, muchos buenazos empalagan, muchos canallas alarman más de lo necesario (imaginen un equipo con 11 clones de Diego Costa), muchos guapos aburren y muchos niños son un coladero en defensa. Para que un equipo considerable que quiere ser colosal funcione, los jugadores, más o menos guapos o más o menos gladiadores se tienen que rendir al entrenador y la idiosincrasia del club. En el Atleti se rindieron, y el equipo funciona. Lo previsible. Lo maravillosamente heterogéneo. Y si la cosa se pone fea está Oblak que cierra cualquier posible debate sobre la portería del Atlético para la próxima década. Dicho esto, en la amistad como en el Atleti y la Mafia, lo importante son los méritos y no los galones. Cholo Soprano lo sabe y Morata lo aprenderá (bienvenido). Toda la vida de telonero, fogueado en equipos menores, malviviendo en Madrid, Turín y Londres, ahora viene lo importante.
Simeone ideó la vida del partido a partido para este tipo de choques. El Atleti visitó el Villamarín con la exorbitante sombra del Madrid y la Juventus pero cualquier giro de cabeza o mirada por el espejo retrovisor podía ser perjudicial. Un triunfo en Sevilla y otra vez condición heroica y supervivencia, que ya es muchísimo, y además es lo de casi siempre. Mientras, flota en el ambiente la duda del final, de cómo y con quién despertaremos en mayo, si nos pertenece el futuro por creer en la belleza de los sueños, y sobre todo si nos será grato, y sabemos que la literatura y el cine del fútbol son las personas que no quieren descansar de la emoción y la intriga, salvo los del Barça que son unos agonías y disfrutan las ligas de mucha distancia con el segundo (gracias Valencia por arrancar ayer un empate en el Nou Camp). Como aficionado me cuesta creer que esos campeonatos generen expectación igual que esas novelas que generan fajas kilométricas, puedo aceptar determinado spoiler pero no necesito saber demasiado del futuro. Es aburrido, casi grotesco, y eso que en el Atleti aceptamos y aplaudimos lo que sea. Y en el Betis. Incluidos los chistes de Joaquín, que ya son ganas.
Y así a arrancó el partido con lleno total y Beeeeeetis, Beeeeeetis, Beeeeeetis hasta la bandera, un furor comprendido por el arranque futbolístico y así al minuto de partido Jan Oblak paró la primera (volando, literalmente, una más para la antología) a testarazo de Feddal tras saque de esquina. A continuación Griezmann condujo la pelota por el centro, abrió a la izquierda para Morata, se acomodó la pelota a la pierna para cruzar al segundo palo (como si fuera Isco o cualquier ilusionista del Madrid) y paró Pau López con una simplicidad insultante, casi ofensiva, esa línea que delimita entre la perfecta ubicación del guardameta o el lanzamiento de patio de colegio del delantero. Entretanto toda la parafernalia pasional del sol, la grada, el griterío y musho Betis se fue disgregando con la cachaza (ay Setién y el fútbol sala de veteranos, solo Canales ofreció algo más que el toque en corto, colosal y estrella de recitales) de sus transiciones ofensivas y la carencia del ritmo. El Atleti, rocoso pero sin frescura, un fallo de Thomas lo cubría Giménez, uno de Rodri, ahí estaba Lucas.
El segundo tiempo se inicio con un cambio en Atleti, Filipe Luis por Arias (amonestado), Juanfran regresó a su lateral y en la primera centró a Griezmann que no remató por centímetros, ni Morata de segundas, que al poco tiempo cayó en el área derribado por Feddal y reclamó penalti con la vehemencia que se acostumbra siempre en las altas instancias, pero el VAR se pasó la revisión por el forro.
Después llegó lo de Filipe, tocó con la mano dentro del área en una ofensiva del Betis, el árbitro pitó penalti y Sergio Canales la ajustó tranquilo al palo derecho, con Oblak jamás vencido en su decisión (adivinó la dirección) pero sí doblegado. Los ojos mediáticos siguieron en Morata cuando realmente la solución era la de siempre, Griezmann astillando el palo de la meta de Pau y el Villamarín contoneándose en la cuerda del drama. Salió Joaquín, se fugaron los chistes, y la cosa se puso muy seria (la eterna lucha contra el tiempo) para el Atlético que inició el asedio y valió más media hora de Vitolo que de Lemar en todo el choque, aunque la claridad no estuvo al nivel de aquella iluminaria nebulosa de Huesca.
Nunca sabremos si hoy faltó el canalla o el niño. Solo sabemos una cosa: la vida sigue casi igual, hubo más intención de anular al rival que batirlo salvando el último cuarto y el Madrid llega el sábado. No hay tiempo que perder, y sí de ganar, de méritos y no de galones. De niños y de canallas, posiblemente.
El partido del Metropolitano frente al Getafe demostró que los destinos del Atlético son inescrutables, y no es demasiado enigmático que la fuerza de un equipo esté en la diferencia y en la versatilidad de los talentos. En la pandilla teníamos un gracioso, un buenazo, un colega de retaguardia por si había...
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