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Mujeres en la playa. 1865
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Necesitamos recordar algo evidente: el pensamiento y la lucha feministas son previos a la existencia del fascismo y sus coletazos contemporáneos en tanto que derivadas de las crisis del capital. Ese pensamiento y esa lucha germinaron antes, incluso, que el socialismo “científico”: hay un consenso en la historiografía para considerar que es al calor de la Revolución Francesa que podemos hablar ya con propiedad de organización, de ritualidad teórica y de agenda clara. Al margen de por dónde avanzan ese pensamiento y esas prácticas —de cómo amplían demandas, analizan límites, abren su rigidez a la interseccionalidad de las opresiones y luchas—, lo cierto es que las mujeres tomaron las premisas de la Ilustración para decir “señores, nosotras también somos ciudadanas” y, desde ahí, impugnar el orden del mundo vigente hasta hoy.
La reacción a los valores ilustrados se conoce, de forma general y en aterrizaje concreto hispano, como absolutismo. Contra el absolutismo se erigen las premisas de la igualdad, la libertad y la razón, el absolutismo es el elemento que se niega, de forma específica en España, a aceptar ya en el siglo XIX que los conceptos de soberanía, pueblo, parlamento o constitución significan una traslación del poder dinástico hacia el poder ciudadano. Dejando de lado la ecuación de la ciudadanía de las mujeres, que tampoco el liberalismo progresista va a comenzar a valorar en serio hasta otra revolución, la de 1868, toda esa centuria y, en realidad, toda la historia española reciente puede leerse como una pugna entre el absolutismo (monarquía, unicidad, iglesia, orden, destino universal) y las diferentes heterodoxias patrias: desde ese liberalismo progresista entre Cádiz, Riego y la Septembrina, hasta las propuestas organizadas, desde las culturas políticas obreras en el cambio de siglo y, por supuesto, la Primera y la Segunda repúblicas. Esas heterodoxias españolas dicen república, federación, libertad de pensamiento, negociación entre poderes que altere la jerarquía eterna de los pobres y los ricos, dicen incluso igualdad y derechos también para ellas. En todo el repaso, en todos los intentos, especialmente a partir de 1931, las mujeres han arrimado el hombro, han querido ser parte y han puesto su opresión como eje desde el que analizar los males de un pueblo. Siglo y medio diciendo: compañeros, os estáis olvidando de nosotras, para llegar a un 2019 en el que, a pesar de trampas discursivas sobre la lucha feminista, es evidente que ha saltado por fin un viejo debate pendiente: el que aborda el encaje de la ciudadanía de las mujeres en la construcción del estado y del conjunto social.
Ha tardado, y eso que hace tiempo que decimos que no puede decirse democracia si se asume que por una determinación de nacimiento la mitad de la población cobra menos, cuida más, muere más, generalmente a manos de la otra parte. Precisamente como explica Celia Amorós, la Ilustración nos enseñó a irracionalizar el privilegio, a no aceptar que la sangre, la dinastía o la supuesta designación divina diferenciaban a los sujetos. Las mujeres de aquel tiempo aprendieron que, a pesar de todos los contratos de los hombres, ellas no podían estar sometidas por otra adscripción imposible de escoger: esa del sexo biológico con el que nacemos. El absolutismo –entendido de esta forma general que señala a los poderes contrarios a todo pensamiento plural basado en premisas racionales de igualdad y justicia– siempre ha considerado que en su esquema del mundo es la biología de la maternidad la que determina el único papel posible de las mujeres, más allá de unas tolerables excepciones que suelen explicarse, además, por el privilegio económico. También desde los pensamientos heterodoxos ha costado librarse de la inercia que naturaliza la diferencia y limita las políticas y las presencias de las mujeres en la izquierda, entendida también en un sentido plural.
Va siendo largo este planteamiento histórico, yo quería escribir algo sencillo: el feminismo existe antes que la forma concreta que hoy toma la reacción absolutista en España. Existe antes de los Borbones, del moderantismo, de las asonadas militares y de las marcas concretas de la derecha extrema en este momento, antes de Franco y de sus actuales herederos. Debería importaros menos el nombre y la polémica de última hora que el marco general: queremos impugnar el orden del mundo para construir una sociedad que se base en premisas de igualdad, justicia radical, democracia. Una sociedad libre de violencias, que garantice vidas dignas de ser vividas. No somos una reacción ni una contención a una concreta forma de absolutismo, somos por el contrario la cultura política centenaria que viene señalando los exactos términos del poder ilegítimo de los hombres en todas las partes del mundo. Da igual la marca, el color del partido o cuánto hype mediático logren conseguir esas fuerzas para manipular a la opinión pública. Existimos antes y a pesar, sabemos que cambian y se recrudecen las formas en las que los poderes absolutos se resisten a desaparecer.
Por eso el feminismo es una lucha de humanidad, de ilustración radical, que impugna todos los órdenes de la opresión desde un punto de partida muy concreto: esa diferencia instaurada como desigualdad por quienes establecieron, hace tres siglos, que el único papel a desempeñar por las mujeres era el de parir y continuar la larga cadena de miseria de los pobres (mano de obra barata, carne de cañón en la colonia o en la fábrica) o bien la pingüe cadena de beneficio de la herencia del capital. Por eso, desde la pluralidad de los feminismos podemos reclamar una agenda de izquierda que altere los modelos económicos, sociales, culturales y personales, aunque haya quien aún no lo entienda. Dejemos de hablar del rostro concreto que esta vez toma una lucha histórica: sigamos peleando la construcción de un mundo justo. Esa es nuestra única fuerza.
Necesitamos recordar algo evidente: el pensamiento y la lucha feministas son previos a la existencia del fascismo y sus coletazos contemporáneos en tanto que derivadas de las crisis del capital. Ese pensamiento y esa lucha germinaron antes, incluso, que el socialismo “científico”: hay un consenso en la...
Autora >
Alba González Sanz
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