TRIBUNA
Por qué los tipos impositivos máximos deberían ser mucho más altos
Alexandria Ocasio-Cortez, nueva congresista de EE.UU., ha iniciado un debate sobre los impuestos. Los argumentos a favor de impuestos elevados no son punitivos, sino que son de carácter tanto político como pecuniario
Simon Wren-Lewis (SOCIAL EUROPE) 13/02/2019
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Cuando la gente se queja de que el neoliberalismo es un concepto irrelevante, me remito a lo que ha ocurrido con los tipos impositivos máximos desde aproximadamente 1980, no solo en Estados Unidos y Reino Unido, sino en otros lugares, tal y como muestra el primer gráfico.
El segundo es un gráfico de los tipos impositivos máximos de EE.UU. en el último siglo. Durante el gobierno del presidente republicano Dwight Eisenhower las rentas más altas pagaban un tipo marginal del 91 por ciento.
Sin duda las razones para aplicar estas reducciones son complejas, pero entre ellas destaca la creencia neoliberal de que reducir los impuestos a las rentas más altas derivaría en consejeros delegados más dinámicos, que establecerían empresas más dinámicas, y cuyos beneficios redundarían en el conjunto de la economía. Unos impuestos máximos reducidos alentarían a los empresarios a asumir más riesgos que serían beneficiosos desde el punto de vista social, etc. El argumento resulta tan familiar, y los comités de expertos de derechas lo sacan a relucir tan habitualmente, que apenas requiere elaboración. Es un ejemplo clásico de la utilización de un poco de economía básica por parte de los neoliberales para justificar una política ventajosa para ellos o para sus pagadores.
Sin embargo, la demostración de que ofrezcan tales beneficios es débil, en el mejor de los casos. Es fácil intuir el motivo de esta debilidad. Por encima de cierto nivel de ingresos, adquieren importancia ciertos incentivos que van más allá de los puramente pecuniarios. Los consejeros delegados de primer nivel, al igual que los futbolistas de primer nivel, quieren triunfar en lo que hacen, y triunfar más que los demás. Querrán triunfar independientemente de los beneficios económicos globales que les reporte su triunfo.
Socialmente es mucho más beneficioso gravar a aquellos a los que no les merece la pena el esfuerzo de recoger un dólar de la acera y transferírselo a los que son más pobres
Otro aspecto de la economía básica que los neoliberales apenas mencionan es la utilidad marginal y decreciente del consumo. Esto implica lo contrario de tipos impositivos reducidos a las rentas más altas. Socialmente es mucho más beneficioso gravar a aquellos a los que no les merece la pena el esfuerzo de recoger un dólar de la acera y transferírselo a los que son más pobres. Un conocido documento de Diamond y Saez concluyó, después de descontar los efectos disuasorios y de evasión fiscal, los tipos impositivos óptimos para los ingresos más altos en EE.UU. debían ser del 73 por ciento.
Hay dos razones por las que incluso el 73 por ciento podría ser un cálculo demasiado bajo. Piketty, Saez y Stantcheva alegaron que darle a los consejeros delegados mucho dinero puede tener efectos negativos a modo de incentivos. Los consejeros delegados empiezan a dedicar todos sus esfuerzos a aumentar sus salarios en vez de mejorar sus empresas. Parte del estatus de una persona procede de lo que esa persona puede permitirse. Cuando a todos los consejeros delegados se les aumentan los impuestos marginales, el tamaño de sus salarios apenas se ven afectados, pero cuando sus salarios no están tan gravados, pueden aumentar sus salarios, y por lo tanto su status, extrayendo más de sus propias empresas. Para usar un poco de jerga económica, unos tipos impositivos marginales bajos sobre las rentas más altas pueden ser un buen ejemplo de incentivo para la extracción de rentas en lugar de para aumentar los rendimientos sociales.
Si los sueldos altos una vez deducidos los impuestos incentivan a que personas con talento se dediquen a estas profesiones, esto es negativo para la sociedad, que se beneficiaría si realizaran otros trabajos
Sin embargo, si bien un dólar extra no va a incentivar mucho a un consejero delegado de un modo positivo, se podría argumentar que incentiva a las personas con talento a que aspiren a ser consejeras delegadas. Los consejeros delegados siempre van a ser de las personas más ricas de la sociedad porque gran parte de sus ingresos estarán sometidos a una tributación menor. No obstante, un documento elaborado por Lockwood, Nathanson y Weyl le da la vuelta a este argumento. Los salarios altos se asocian a actividades, como las finanzas y el derecho, que tienen lo que los economistas llamarían efectos externos negativos: son mucho menos beneficiosos para la sociedad de lo que podría sugerir el tamaño de los salarios pagados. Multitud de operaciones financieras, por ejemplo, consisten en intentar adquirir el dinero de otras personas en lugar de aumentar el tamaño total del pastel. Si los sueldos altos una vez deducidos los impuestos incentivan a que personas con talento se dediquen a estas profesiones, esto es negativo para la sociedad, que se beneficiaría si realizaran otros trabajos. Es posible reducir esta mala asignación de personas de talento aumentando los impuestos en las rentas más altas.
Los neoliberales poseen una última línea de defensa en contra del aumento de los impuestos a las rentas más altas en un solo país, y es la migración. El argumento defiende que el talento, que podría ser bastante móvil, irá donde sea mejor recompensado. Hay pruebas evidentes de que es cierto, hasta cierto punto. Sin embargo, esta preocupación no significa que debamos mantener los tipos impositivos máximos donde están ni que haya que reducirlos —simplemente que quizá no deberíamos aumentarlos de tal forma que desaparezcan, mientras que algunos países atractivos para las personas con talento continúan teniendo impuestos bajos para las rentas más altas—. A Suecia parece que le va bastante bien con un tipo impositivo efectivo del 70 por ciento, a pesar de ello.
Este peligro de una competición a la baja de los impuestos máximos hace que aún sea más importante que EE.UU. aumente los tipos impositivos marginales, en la línea de lo que ha sugerido recientemente la demócrata Alexandria Ocasio-Cortez. Por varias razones bastante obvias, EE.UU. no tiene que preocuparse demasiado por una pérdida de talentos si aumentara los tipos impositivos máximos.
El bienestar social
Los argumentos para aumentar los tipos impositivos máximos son al menos igual de poco crematísticos. La evidencia de que el bienestar social es mayor en sociedades más igualitarias parece innegable. Dicho de otro modo, deberíamos aumentar los tipos impositivos máximos solo porque ayuda a crear una sociedad más igualitaria. He visto algunos intentos de desacreditar las pruebas presentadas en Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad colectiva, pero en general no son convincentes, mientras que hay más evidencias que respaldan la idea de que las personas son más felices en sociedades más igualitarias.
Y hay un argumento final para aumentar los impuestos a las rentas más altas que parece particularmente relevante en el caso de EE.UU. y Reino Unido en estos momentos. En un sistema político como el de EE.UU. donde el dinero compra fácilmente influencia política, se encontrarán a aquellos que ganan unos salarios muy altos intentando hacer exactamente eso. Esto crea una especie de plutocracia. Puesto que el dinero también puede ayudar a comprar votos, las elecciones democráticas pueden continuar sin amenazar de ninguna manera a la plutocracia. Incluso cuando hay leyes que limitan las cantidades que se pueden destinar a las elecciones, el Reino Unido demuestra que existen modos de que los ricos las sorteen, en particular si controlan grandes sectores de la prensa.
Mankiw tiene razón en que una forma de evitarlo sería crear un tipo de plutocracia más representativa, pero un modo mucho mejor de evitar desastres de este tipo es lidiar con el origen del problema
Este es el argumento esgrimido en un excelente artículo de opinión de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman publicado en New York Times. Escribieron: “Una concentración extremada de riqueza significa una concentración extremada de poder económico y político. A pesar de que muchas políticas pueden contribuir a resolverlo, la tributación progresiva del impuesto sobre la renta es la política más justa y poderosa de todas porque limita a las rentas desorbitadas por igual, ya deriven de la explotación del poder monopolista, productos financieros nuevos, pura suerte o cualquier otra circunstancia”.
En una breve respuesta, el economista Greg Mankiw afirmó: “La mayoría de la gente rica que conozco habrían estado encantados de gastar enormes sumas de dinero en alejar al señor Trump de la Casa Blanca. Y muchos lo intentaron. El fenómeno Trump no sirve de argumento para defender que las élites adineradas tienen demasiada influencia en la política. Si acaso, es un argumento para defender que tienen demasiado poca”.
Sin embargo, esto malinterpreta (como hacen algunos en la izquierda) la naturaleza de la plutocracia que crean las superrentas y la riqueza. No crea una especie de comité de los muy ricos que deciden entre ellos quién gobierna. Es mucho más imprevisible que eso. Por el contrario, permite que pequeños grupos de entre los muy ricos, que pueden ser poco representativos, secuestren un sistema democrático. Donald Trump y el Brexit son ejemplos claros. Mankiw tiene razón en que una forma de evitarlo sería crear un tipo de plutocracia más representativa, pero un modo mucho mejor de evitar desastres de este tipo es lidiar con el origen del problema restableciendo tipos impositivos elevados a las rentas más altas.
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Este artículo se publicó en inglés en Social Europe
Traducción de Paloma Farré.
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