Madrid nunca fue tan ‘noir’ como en la Guerra Civil
Escribir una novela sobre ese período es percibido por muchos como un acto revanchista o provocador. Te dan ganas de decir: ¡Carajo, si yo solo pretendo contar una buena historia!
Javier Valenzuela 27/02/2019
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Jóvenes huyendo de un proyectil caído en la Gran Vía, Madrid.
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Yo quería escribir una novela que transcurriera en Madrid; iba a ser mi modo de decirle a la ciudad lo muy agradecido que estoy por su generosidad conmigo y con los cientos de miles de vecinos que nacimos en otros lugares pero aquí vivimos y trabajamos. Iba a ser una novela negra, claro; no sé hacer otras. ¿Y que momento más noir en la vida de Madrid que aquellos años en los que fue cercada y bombardeada por las tropas de Franco, en que sobrevivió “con plomo en las entrañas” y fue “rompeolas de todas las Españas”, como dijo Antonio Machado?
Pues bien, desde el primer momento en que dije que andaba escribiendo un noir situado en el Madrid de la Navidad de 1936, tuve que escuchar esta frase: “¿Qué? ¡Otra novela sobre la Guerra Civil!” El tono de mis interlocutores era a veces de hastío, a veces de reproche. Unos parecían sugerir que llegan a las librerías españolas demasiadas obras sobre ese período; otros parecían recriminarme que estuviera deseando que los españoles volviéramos a arrojarnos al cuello del compatriota.
Les respondía que, en mi opinión, no hay tantas novelas sobre la Guerra Civil como la gente se cree o le han hecho creer. La Guerra Civil, el episodio más trágico del siglo XX español, un episodio que aún proyecta su funesta sombra sobre nuestro presente, está repleta de historias de valor y cobardía, de amor y desgarro, de crueldad, venganza y heroísmo. Da para escribir mil y una novelas.
La raíz del problema es que nuestra derecha jamás ha roto con el franquismo de veras, con el corazón y el cerebro
La Guerra Civil tuvo protagonistas tan colosales como Durruti, Cipriano Mera, Azaña, La Pasionaria, Miaja o Arturo Barea, sobre los que en otros países se habrían hecho innumerables novela, películas y series televisivas. Y tuvo invitados extranjeros de leyenda. ¡Cuánto me gustaría a mí leer una novela sobre las peripecias de Simone Weil como miliciana de la Columna Durruti! O ver una película sobre las andanzas de Hemingway por el Madrid sitiado por Franco, o una serie sobre las aventuras de la escuadrilla de André Malraux. Que yo recuerde, la única película basada en las experiencias españolas de George Orwell es de un guiri, Ken Loach.
Pero lo más preocupante, pensaba escribiendo lo que terminaría siendo Pólvora, tabaco y cuero, era la velada acusación de que cualquiera que pretenda hacer ficción en el territorio de la Guerra Civil esconde una voluntad fratricida y belicosa. En Estados Unidos, me decía, no paran de publicar novelas –o hacer películas y series televisivas– sobre su Guerra de Secesión, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto o el asesinato de Kennedy, y a nadie se le ocurre allí suponer que sus autores desean la repetición de esos horrores.
Tenemos un grave problema con la Guerra Civil. Franco sigue enterrado a la hora en que escribo esto en el Valle de los Caídos, mientras miles de republicanos yacen como perros en las cunetas. Escribir una novela o hacer una película sobre ese período es percibido por muchos como un acto revanchista o provocador en el mejor de los casos, o como una apología de la violencia cainita en el peor. Te dan ganas de decir: ¡Carajo, si yo solo pretendo contar una buena historia!
La raíz del problema es que nuestra derecha jamás ha roto con el franquismo de veras, con el corazón y el cerebro. Jamás ha condenado a su bisabuelo como un tipo siniestro y totalitario. Jamás ha aceptado que no solo no debe ser honrado en calles y monumentos, sino que debe ser denostado explícitamente. Como hace Alemania con Hitler.
A la derecha española le incomoda mucho que se hable de la Guerra Civil. Lo máximo que acepta es esa inmoral equidistancia de los últimos tiempos: los dos bandos fueron igualmente malos, así que pelillos a la mar y hablemos de la recalificación de esos terrenos.
me pregunto por qué buena parte de la izquierda ha aceptado en las últimas cuatro décadas perder también la incruenta batalla del relato y la memoria
Dice la derecha que pretender dar digna sepultura a las víctimas de Franco supone “reabrir las heridas”, cuando, al contrario, significaría cerrarlas de veras. Afirma que hacer ficción sobre la Guerra Civil es una “cosa antigua, que no interesa a nadie”, cuando, al contrario, a las jóvenes generaciones, a las que no se les ha enseñado nada de nada sobre el tema, les brillan los ojos de curiosidad cuando les cuentas que aquí mismo, en Sol, frente a la Farmacia Company, cayó un obús tan gordo que, a través del agujero, podían verse las vías del metro.
La izquierda española, o buena parte de ella, vive, por su parte, asustada. No fue capaz de derrotar al franquismo entre 1936 y 1975, tuvo que hacer incontables renuncias en la Transición y sigue autocensurándose en muchas cosas. Como si fuera culpable por haber defendido en 1936 la causa de la legalidad, la libertad y la justicia. Como si incluso ahora tuviera que hacerse perdonar su mera existencia.
La izquierda perdió la Guerra Civil y eso no tiene remedio. Nadie quiere celebrar un partido de revancha, faltaría más. Pero me pregunto por qué buena parte de ella ha aceptado en las últimas cuatro décadas perder también la incruenta batalla del relato y la memoria.
Estamos a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI. Un demócrata español puede ser de derechas, de izquierdas o mediopensionista. Puede ser monárquico o republicano. Y puede considerar estupendo, mejorable o lamentable el régimen del 78. Lo que no puede es discutir que la palabra libre y honesta es cicatrizante. Y lo que debería exigir es que el discurso oficial de esta España fuera el de Camus a los republicanos españoles con los que se reunió en enero de 1958: “¡Vosotros teníais razón!” Se puede tener razón y ser derrotado.
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P.S. El 24 de febrero de 2019, Pedro Sánchez visitó en calidad de presidente del Gobierno las tumbas de Manuel Azaña en Montauban y Antonio Machado en Collioure. Fue un gesto que le honra. Como en 2005 le honró a José Luis Rodríguez Zapatero rendir homenaje en Mauthusen a los republicanos españoles víctimas de los nazis. Pero siguen siendo dos gestos aislados, muy lejos de lo que debería ser la política oficial de un Estado democrático.
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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