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Bueno, la cena ya pasó, y lo que pasó ya pasó, vendrán otras cenas, pero esta... como acabo de decir... estoy un poco nervioso... ya pasó. Una vez leí en un libro que cada cosa que hacemos con cierta regularidad (acostarnos, ir al baño, cenar con amigos...), aunque parecen indefinidas, en realidad lo haremos en vida un número concreto de veces, un número que conoceríamos si llevásemos la cuenta y pudiéramos vernos a la altura de nuestra propia muerte. Ahora no recuerdo si ambas condiciones eran estrictamente necesarias... era un libro bueno, de filosofía, lo editaba Planeta... después el autor explicaba que si conociéramos ese número podríamos, después de unos cálculos, averiguar nuestro destino. También recuerdo que me pregunté, ¿para qué vamos a querer averiguar nuestro destino si ya estamos al borde de la muerte y conocemos la vida entera? Supongo que lo entendí mal, fue una época que traté de elevar mi suelo intelectual, pero me daba dolor de cabeza, me costaba concentrarme, supongo que lo mío es la pasta seca...
El salón está hecho una pena, menos mal que no pueden verlo: vasos sucios, comida en los platos... Mis dos mujeres me acusaban de ser un maniático del orden, pero me lo tomaba como un ataque menor dentro de una ofensiva creciente, pero desde que me lo dice Dai Nai (que solo quiere mi bien) tiendo a creérmelo. Acepto que el estado de la mesa es el normal después de una cena donde el invitado se va sin ayudar a recoger, pero las dos sillas tiradas por el suelo me duelen en los ojos.
De alguna manera siento todavía las presencias de la cena, nada sobrenatural, ni impregnaciones ni poderes sobrenaturales, una suma de ecos de voces y recuerdos de imágenes. Siempre me ha fastidiado que el tiempo sea tan implacable con su paso, que no admita negociar ni una vuelta atrás, aunque solo sea para ver, sin tocar, para poder repasar la conversación, los tonos, los gestos. Es muy agresivo tener que responder siempre en directo, entorpecido por las emociones del momento. No siempre he terminado de entender lo que me dice el interlocutor cuando aprovecho la rendija de silencio que se abre para responder, lo hago para no quedar sumergido en el monólogo de razones del otro, pero a veces me pregunto si con algo más de tiempo y serenidad le podría extraer más jugo. Y a la que todo termina empiezo a embutir el recuerdo de la conversación en unas coordenadas que me son favorables, lo reduzco a una serie de intercambios rutinarios donde siempre tengo razón. Es consolador, pero temo que en esta ocasión, si el asunto de Patricia con Gustavo se prolonga, que visto lo visto no sé yo, será más importante comprender que imponerme.
Supongo que es por esta indefensión de mi mente que intenté, después de años de discusiones con mi primera mujer y cuando ya íbamos a batalla diaria con la segunda, ascender el suelo de mi nivel intelectual. Con Dai Nai no necesito nada de eso, nuestro entendimiento es sensible, inmediato, casi telepático, diría que un milagro, pero hace mucho que decidí circunscribir mis creencias a mis sentidos, a lo que dice la ciencia; o mejor dicho, a lo que creo que dice la ciencia... bueno, dejémoslo en que lo mío con Dai Nai es rarísimo.
Como me estaba poniendo de los nervios he ido a mi habitación a ver como lo llevaba Patricia. Me la he encontrado tumbada y vestida en mi cama, y frita. Sería exagerado decir que ha decidido quedarse a dormir. Digamos que se desplomó sobre lo más blando que encontró. Ya me he hecho la idea de pasar la noche acostado en el sofá. Dadas las circunstancias, este acto generoso, en el fondo misérrimo, pensado para no despertarla ahora que se ha dormido con mi peso, mis movimientos inconscientes y esos célebres ronquidos de los que no tengo experiencia sensible, me hace sentir mejor padre y también más hombre, aunque no sé si una cosa así se puede todavía confesar.
Patricia ya no es una niña, es algo que sé por la vía aritmética (la cuenta de sus años sí la llevo), pero la he visto crecer delante de los ojos y la continuidad me ha borrado la conciencia de que crece; no es como el primer estirón que nos dejó a su madre y a mí fascinados por las prisas que de repente le daban a la naturaleza. Aunque en propiedad crecer ya no crece desde hace lustros (“lustros” es una palabra que me encanta, ofrece una dimensión limpia, aseada, casi brillante del tiempo), lo que la edad hace con ella ahora es algo así como removerla y concentrarla, una especie de distorsión que... bueno, total, que la he visto mayor, con ese punto de indefensión del envejecer que da tanta pena, y que supongo que ella también apreciará en mí, y lo que le queda. Vamos a tener que asistir a lo que la edad hace con cada uno de nosotros, no es un drama, hay cientos de cosas peores, es un prurito infantil ante un proceso natural, pero me da mucha pena. La he cubierto con la sábana y el edredón, el gesto no ha despertado los torrentes de ternura que me daban cuando era niña, pero me ha serenado bastante.
Al llegar al comedor he telefoneado a Dai Nai (con el móvil puedo llamar en cualquier sitio, pero la memoria de los nervios me lleva siempre al comedor) y le he informado de que todo ha ido bien. Lo de Patricia se lo explicaré mañana. Cuando ha preguntado por Gustavo he sido muy hábil y le he ofrecido un informe sobre su aspecto exterior y algunos elementos circunstanciales de su carácter, sin decir una sola mentira he ocultado con gran habilidad la verdad. Si es tan telépata e intuitiva como me ha dado por creer no se habrá tragado ni una palabra.
Para evitar ponerme a recoger los platos (soy un maniático del orden más bien teórico, he lamentado que la ciencia avance tanto y que podemos comprar toda clase de electrodomésticos y robots y sistemas mecanizados, y que a nadie se le ocurra inventar una maquinita que nos asista con el pensamiento. Digo yo que si han podido meterte un robot por una ranura de la vena para que te suture a distancia los nervios alterados del corazón podrían meter en un chip en las circunvalaciones cerebrales con las mejores cadenas de razonamientos de la historia y los argumentos incontestables, sancionados por la tradición, de manera que podamos acceder a ellos sin dar estos patéticos tumbos a los que nos obligan nuestros propios medios. Unos “medios” en mi caso muy limitados porque, y ahora no recuerdo (estoy algo nervioso, todavía tengo restos de adrenalina en los dedos) si ya lo he dicho o no, enseguida tuve que hacerme cargo de la pasta seca, mis estudios son limitados.
Por ejemplo, no sé si Gustavo y yo hablamos de lo mismo, cuando nos referimos a “progresismo” y “conservadurismo”. Las letras son las mismas, y están dispuestas igual, pero no sé si es porque las palabras también cambian y envejecen como mi hija, yo y cualquier hijo de vecino o porque él tiene más estudios que yo (es filósofo, politólogo y diplomático, de manera que también tendrá idiomas) pero cuando las usa él y cuando las uso yo llevan a sitios muy diferentes.
Al final no he podido más de ver las migajas malignas y he ordenado la mesa. Solo he dejado las sillas en el suelo, no sé si como recordatorio de lo pasado, como un castigo leve o una advertencia (si Gustavo y Patricia siguen adelante me conviene recordar este día), las dimensiones simbólicas son muy raras; pero el ejercicio me ha agitado la sangre de las ideas y he visto con claridad que donde uno emplea “conservador” como sinónimo de un caballero decidido a conservar el legado del pasado que merece la pena, el otro lo ha empleado para señalar a un pobre tipo, algo ridículo, y aterido de miedo ante la eventualidad ya no solo de que le retiren unos privilegios por los que nunca dio un palo al agua, sino con la mera insinuación de que puedan entrar a competir los hijos de los que nunca habían competido. No sé, la verdad es que no sé. Pero bueno, les hablo de cosas sobre las que no están al corriente, mejor les cuento la cena, que como ya deben sospechar, ha sido un auténtico desastre.
¡Continuará!
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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