PAN Y ROSAS
Recogida en tres actos
Un tercio de los alimentos que se producen en el mundo terminan en la basura: iniciativas para frenar el despilfarro
Mar Calpena Barcelona , 13/03/2019
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Voluntarios recogen tomates en un invernadero a las afueras de Barcelona.
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I
A la salida del metro Parc Nou, en el Prat de Llobregat, a primera vista no parece cultivarse mucho más que asfalto. Pese a su cercanía con el parque agrario de Llobregat, la despensa natural de Barcelona, en el barrio de San Cosme, de poco más de medio siglo de vida, sólo unos arbolillos sirven de refugio ante el incipiente sol de una falsa primavera traída por el cambio climático. Junto a la mole de los juzgados, el neón apagado de una iglesia evangélica, un bar en el que charlan un grupo de hombres y alguna abuela con el carrito de la compra. En esta mañana de febrero de 2019 no se percibe rastro de la fuerza del movimiento vecinal de los setenta, ni de los autobuses quemados en los noventa, cuando Sant Cosme tenía la reputación de lugar sin ley, pero ambos flotan en el aire como fantasmas dormidos. La fundación Espigoladors ha encontrado en Sant Cosme un espacio donde arraigar, centrándose en la recuperación de alimentos que nadie quería, para alimentar el empleo en un barrio que a veces también ha quedado en el rechazo. Espigoladors nace hace apenas tres años por la iniciativa de tres emprendedores sociales –sí, eso no tiene por qué ser un oxímoron– que plantearon una triple iniciativa contra el despilfarro, basada en educar en la alimentación sana, reaprovechar alimentos y dar ocupación. En esta visita inicial conozco la primera pata del taburete, el taller que tienen en Sant Cosme y desde el que preparan mermeladas y conservas bajo la marca im-perfect. El nombre de Espigoladors, “espigadores”, remite a bucólicas imágenes rurales de cuadro de Millet y no augura la energía con la que se gestiona este taller. Cubierta con el clásico atuendo anticonceptivo de visita a fábrica alimentaria (gorrito, bata y pantuflas de papel) presencio cómo en una sala pelan naranjas y limones para hacer mermelada. Todos ellos hubieran sido destruídos. Eliminados. Alejados del consumo humano. Y es que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo termina en la basura. Repita conmigo, lector, la animalada que acabo de escribir: un tercio de la comida del mundo se pierde ¿Qué hacer pues para evitar este despilfarro, máxime cuando con reducirlo sólo a la mitad se acabaría el hambre en el mundo, según la FAO? La respuesta no siempre pasa por la redistribución directa de lo que sobra, sino por encontrar las verdaderas fórmulas para reducir el despilfarro antes de que se llegue a dar, y para minimizar aquél que es inevitable. Me explica Mireia Barba, presidenta de la fundación, que ahora la entidad ocupa a quince personas dedicadas a ello y que en breve aumentará su plantilla hasta las veintiuno. Casi la mitad de ellos están empleados en el taller, y llegan a Espigoladors a partir de programas de inclusión social. “Es una cuestión de confianza”, me comenta Barba. “No puede haber diferencia entre unos empleados y otros, más allá de las responsabilidades de cada cual. Al final, ellos están al pie del cañón, y son los que saben si hay que comprar otra olla o algo no funciona. Pero también se les exige mucho, porque estamos tratando con algo tan delicado como la comida”. Esther, -“¿cuántos años me echas?” es una de las jóvenes trabajadoras del taller, me cuenta radiante que lleva allí ocho meses con una beca, y que le encantaría seguir. La estancia le ha servido para aprender algunas nociones de ofimática y cocina. No todos los que pasan por el taller de Espigoladors se quedan allí, sin embargo, y a menudo pasarán a otras empresas del ramo de la alimentación o la logística de la zona. La semilla se planta en el barrio y va expandiendo sus raíces en él.
II
Dos días más tarde pongo rumbo al Parlament de Catalunya para investigar el Extraño Caso Del Tema Que Provocaba Consenso Entre Los Políticos. Hoy se presenta la proposición de ley sobre la reducción del despilfarro alimentario, y a las nueve de la mañana la gente de Espigoladors, junto a los de otras instituciones y empresas similares observa desde la tribuna de invitados cómo uno tras otro los políticos afirman estar dispuestos a poner la carne en el asador para subsanar este asunto. La proposición, que ya vivió un primer intento en la anterior legislatura es recibida con más ganas en el hemiciclo que fuera. De hecho, en la sala de prensa –en la que destaco como una Paco Martínez Soria de la vida entre los huraños y concentrados periodistas políticos– soy la única que presta atención al hemiciclo, al que aún no han llegado ninguno de los prohombres (¿se dice también “promujeres”?) que día tras día escenifican su pressing catch patriótico para regocijo del VAR de las tertulias. Aquí la cosa no pasa de alguna pullita menor (la proposición, que ahora resucita tras haber muerto con la aplicación del 155, la presenta el PSC, a quien ERC le afea que haya incorporado las mociones que ellos aportaron en la legislatura anterior), pero la cosa no pasa de castaño oscuro. En realidad, es una declaración de intenciones por parte de la cámara. Nada más, pero tampoco nada menos, porque los temas a desarrollar son muchos y complejos. Por ejemplo, hay que dotar la ley de dinerito en unos eventuales presupuestos, claro. Y hay que contemplar muchos aspectos. Por ejemplo, se hace necesaria lo que se llama una “normativa del buen samaritano”, es decir, una salvaguarda contra acciones legales para quien done alimentos de buena fe si por alguna razón le sentaran mal a quien los recibe. O que las instituciones públicas opten en sus concursos por priorizar los alimentos recuperados. O que haya una regulación de las sanciones a quien sistemáticamente despilfarre. La palabra “sanciones” hace que en C’s ponga una ligera mala cara, igual que la CUP insiste en que el problema de base es el capitalismo; pero son en realidad los diez minutos de política buenrollista y happyflower de la legislatura y nadie sale a romper piernas. Después de la sesión se hace una foto de grupo de los parlamentarios con los miembros de las entidades que han acudido. Se han aportado datos interesantes: cada catalán tira unos 35 kilos de comida al año, y un tercio de los alimentos se pierden en el camino del campo al consumidor. Tras la sesión, cafetillo en el bar del Parlament, a precios de risa. En la misma mesa charlan la gente de Espigoladors, técnicas del departamento de agricultura, gente de empresa que ponen en contacto a consumidores con restaurantes que venden los restos de comida del día, entidades sociales que recogen alimentos para redistribuirlos… Comentan que el sector, pese a ser muy pequeño, cambia a pasos agigantados. Quedan para seguir trabajando en iniciativas comunes, y de paso bromean con salir a cenar juntos. Me pregunto dónde irán a parar los bocadillos baratos que ese día no se zampen sus señorías.
III
Un feo edificio de oficinas con el ampuloso nombre de Viladecans Business Park asoma a una rotonda desangelada cerca de la estación del tren. Hace un día nublado, y a mi izquierda el yermo de las oficinas y polígonos de la zona resulta tan áspero como el tiempo. Pero de repente cruzo la vía del tren por debajo de un paso semisubterráneo y el paisaje cambia radicalmente. Una charca enorme da la bienvenida a una gran extensión de huertos, invernaderos, y hasta una hípica. Me sortean un par de jubilados en bici y un tractor, y huele a campo (lo que es decir a caca de caballo). En uno de los invernaderos, hoy han acudido un montón de chavales que ayudarán a recoger los tomates que se han quedado en las plantas después de la cosecha, y que, de otro modo serían destruidos cuando el payés replante las tomateras. Al cultivador no le sale a cuenta cogerlos, porque en teoría son pocos, y hay que ir separando los ejemplares aprovechables de aquéllos que están tocados por un hongo que les pone el culo negro. Estas recogidas las llevan a cabo a veces grupos de voluntarios; hoy son chicos en riesgo de exclusión social a los que ayuda la Fundació Marianao quienes han venido a participar. Ríen y bromean mientras se ponen los chalecos verdes que deben llevar en el campo para distinguirlos de un eventual caco, y atienden con la atención de alguien que tiene quince años a las instrucciones de los monitores, que velan para que todo se haga con cuidado y profesionalidad. Me sitúo con mi caja y mi chaleco entre las tomateras para oirlos: al principio algún tomate vuela entre risas, pero eventualmente gana terreno el pique por ver quién recoge más tomates. La recogida se hace con cuidado y cariño, y finalmente, cajas y cajas de tomates maduros y perfectamente aprovechables se amontonan a la entrada. Lo que nadie quería tiene un valor que se ha recuperado cuando alguien ha vencido la idea de que era más fácil desechar que compartir. Entrar en un campo de un payés que lo ofrece generosamente, me había contado Barba, es como cogerle prestado el ordenador a alguien: una vez más, una cuestión de confianza. Quizás no hay residuos, sino sólo despilfarro.
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Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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