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Escena de la exitosa serie 'La casa de papel' donde los personajes cantan 'Bella Ciao'.
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Confieso que cada mañana, al levantarme, le echo un ojo con miedo a los papeles y a las pantallas. Por un lado, para que no me salte un ojo una de esas frases estupendas que prodigan los tres tenores de la derecha (la última vez que me pasó fue porque pensé que no había peligro en observar una foto del líder del PP, pero el pie rezaba: “Casado acusó a Pedro Sánchez de querer perpetuarse en el poder”. Al parecer, más de seis meses seguidos de gobierno progresista equivalen a décadas de rompespañismo). Y por otro, para evitarme el consuetudinario parte de guerra de la última disensión intraizquierdista en busca de la pureza perdida. Así que busqué refugio en ese tradicional escape de la realidad, el fútbol. Nunca tal debería haber hecho. El canto grupal de actualidad en Riazor, como en otros estadios, es el Bella Ciao, la canción partisana símbolo de todas las protestas y de todos los rebeldes. Ya ni el fútbol es el opio del pueblo.
Como Guantanamera o La cucaracha, Bella Ciao tiene multitud de letras y diversas versiones sobre su origen, desde una canción de trabajo de las mujeres que cultivaban arroz en las marismas del Po hasta una melodía klezmer, el acelerado género musical de los judíos de Europa del Este. Venga de donde venga, fue uno de los himnos de los partisanos italianos y el más difundido. Al contrario que la Resistencia francesa, nucleada por el Partido Comunista y por De Gaulle; o la griega, en la que se enfrentaban comunistas y derechistas, la Resistencia italiana era un conglomerado de brigadas autónomas de muy distinta inspiración ideológica (comunistas, socialistas, republicanos, democristianos, liberales, monárquicos…), que acabaron conformando el Comitato di Liberazione Nazionale (CLN). Había también grupos ciudadanos y secciones en las fábricas (las huelgas desempeñaron un papel fundamental en el hundimiento de la fascista República Social de Salò).
“Un elemento fundamental de cohesión entre los partisanos fue el antifascismo, el rechazo total de la desastrosa 'guerra fascista' subordinada al aliado alemán… La disciplina se basaba sobre todo en la cohesión, la motivación y la convicción… Los líderes de las formaciones partisanas fueron elegidos en el campo y obtuvieron el cargo y la autoridad a base de las habilidades demostradas y del consenso desde abajo de todos los combatientes” (Claudio Pavone, Una guerra civil. Ensayo histórico sobre la moralidad en la Resistencia). Si en Italia la II Guerra Mundial, al contrario que en Francia o Grecia, supuso un cambio de régimen, fue porque el CLN controló los primeros gobiernos de la posguerra, obtuvo la mayoría en la Asamblea constituyente de 1946, y por tanto la Constitución nació en buena parte del espíritu del Bella Ciao.
Posiblemente ese ejemplo de cooperación viniese de la experiencia de los Arditi dei Popolo, milicias antifascistas creadas en 1921 para oponerse a las prácticas violentas de los Camisas Negras. En verano de aquel año eran ya 20.000 y en el siguiente, unos 350 arditi, con apoyo popular, lograron detener el asalto a Parma de miles de fascistas dirigidos por el organizador de la marcha a Roma, Italo Balbo. Eran anarcosindicalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos… pero no tenían el apoyo de sus partidos. Incluso acabaron prohibiendo a sus militantes formar parte de ellos, pese a consideraciones como las que hizo, en vano, Gramsci: “debemos insistir en dejar claro que hoy el proletariado no solo tiene en contra una organización privada, sino que tiene en contra todo el aparato estatal, con su policía, con sus tribunales, con sus periódicos que manipulan la opinión pública de acuerdo con los gustos del gobierno y los capitalistas. [...] Los comunistas también opinan que para participar en una pelea no se debería esperar que esa victoria está garantizada por un acta notarial”. (L'Ordine Nuovo, 15 de julio de 1921).
La Bella Ciao que ahora arrasa es una versión discotequera del original, igual que el fascismo –o lo que sea– actual es una versión zarzuelera del de antes. Las circunstancias no son las mismas que en el primer tercio del siglo XX, pero sí creo que aquel pasado da pistas sobre cómo afrontar lo que parece que viene. Una es que la unidad orgánica está bien, pero es mucho mejor la unidad de acción, o al menos que a falta de una, buena es la otra, sobre todo si la única forma de asegurar la orgánica son procesos sucesivos de decantación y depuración. Otra es que somos cada vez más diversos, tenemos más medios para debatir y cuanto más se debate, más oportunidades de disentir se presentan. Todos y cada uno estamos bastante convencidos de que tenemos la razón, nosotros o aquellos en cuyo liderazgo hemos confiado (aunque, como decimos los gallegos, dios es bueno, pero el diablo no es malo), no obstante, conviene tener presente la Ley de la controversia de Benford: la pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible (y a la cantidad de experiencia real, añadiría). Y que aquello de Cioran, “La lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto” puede ser un timbre de orgullo para un intelectual, pero una calamidad para una opción electoral.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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