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La remontada del fútbol femenino

Los dos últimos récords de asistencia demuestran que el mundo del fútbol, sin distinción de géneros, ha comenzado este 2019 a culminar una remontada que venía peleándose desde hace tiempo

Miguel Ángel Ortiz Olivera 27/03/2019

<p>Ludmila y Jenni celebrando el 2-0 contra el F.C. Barcelona.</p>

Ludmila y Jenni celebrando el 2-0 contra el F.C. Barcelona.

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El domingo 17 de marzo de 2019 ya tiene un hueco en la historia. En el Wanda Metropolitano, se enfrentaron el Atlético de Madrid femenino contra el F.C. Barcelona. El resultado fue lo de menos, ante el récord mundial de asistencia a un partido femenino: más de sesenta mil aficionados, diez mil almas más que las que habían abarrotado el Nuevo San Mamés para ver a las futbolistas del Athletic enfrentarse a las colchoneras en cuartos de final de la Copa de la Reina el pasado 30 de enero. Estos dos récords consecutivos demuestran que el mundo del fútbol, sin distinción de géneros, ha comenzado este 2019 a culminar una remontada que venía peleándose desde tiempo atrás. De eso, precisamente, habla Remontada (Libros.com, 2017), libro publicado por DETACÓN mediante crowdfunding. En la última página, escribió Ana Rosa Maza: “El Athletic Club femenino tiene la suerte de contar con una afición que tiene costumbres y que convierte sus actos en tradiciones”. Y añadía: “Su relato del fútbol femenino ya es diferente”. 

El fútbol femenino ha remontado un partido que, desde hace más de un siglo, venía perdiendo por goleada. Contaba el escritor Paul Brown que en 1881 se disputó el primer partido internacional femenino. Curiosamente, lo jugaron las mismas selecciones que, nueve años antes, habían inaugurado el fútbol internacional masculino: Escocia e Inglaterra. Sin embargo, el resultado de ambos encuentros fue muy diferente. Y no por los goles. Mientras que el choque masculino fue aplaudido como el nacimiento del fútbol a nivel internacional, el femenino fue tachado de farsa. Hasta tal punto que, en el segundo enfrentamiento, aquellas pioneras del balón tuvieron que salir huyendo por una brutal invasión de campo. El desagradable incidente, por suerte, no las amedrentó y pocos años después aparecieron las British Ladies’ Football Club, capitaneadas por la inolvidable Nettie Honeyball.  

A pesar de haber comenzado el partido con una clara diferencia en el marcador, a pesar de que el árbitro estaba claramente comprado, las futbolistas no dieron por perdido ni un solo balón. No importó que tuvieran que disputárselo primero a las rivales que esperaban en la otra mitad del campo, y después a todos los hombres y mujeres que las menospreciaban desde las gradas, las ninguneaban en los despachos o las humillaban en sus propias casas. Había arrancado un largo partido contra la desigualdad que se sigue peleando en casi todos los países del mundo. Ya advertía Eduardo Galeano sobre el nítido reflejo que el fútbol devuelve de la sociedad. Y la nuestra, aunque muy progresista en ciertos sentidos, mantiene un poso de machismo rancio que todavía aflora en muchas situaciones.   

“El fútbol femenino es una reivindicación social, una iniciativa al cambio, a la igualdad, y son muchas las mujeres que han participado en ello”, aseguraba Verónica Boquete en el prólogo de Remontada. Darle la vuelta al marcador, sin embargo, no solo depende de goles como los que acostumbra a marcar la delantera gallega; sobre todo, depende de las palabras que cuenten esos goles. Sin literatura, un gol solo es un balón enmarañado en las redes; para trascender el mero juego, necesita del relato para crear memoria, para convertirse en historia. Por esa razón, en 2017 la periodista Ana Rosa Maza dio voz a varias mujeres que, de una u otra manera, viven por y para el balón: futbolistas, exfutbolistas, árbitros, entrenadoras, hinchas apasionadas, abuelas que visten con orgullo los colores de su equipo, niñas que abultan menos que la pelota de la que no pueden separarse.   

“Nunca las revoluciones empezaron desde arriba”, escribió Ana Rosa Maza, “siempre lo hicieron a partir de las personas, notas disonantes, renglones torcidos, espíritus de la contradicción”. Las protagonistas de sus historias son mujeres que han iniciado una pequeña revolución, en muchos casos, sin ni siquiera darse cuenta. Y son, al mismo tiempo, los últimos personajes de una larga historia que comenzó a escribirse hace muchos años. Casi tantos como los que lleva rodando el balón. 

Luchando por el balón en el césped

Corría el año 1914 cuando, en Barcelona, un grupo de mujeres formaron el Spanish Girls’ Club. Aunque las entrenaba el mítico Paco Bru, aquellas futbolistas no pudieron encontrar ningún equipo masculino que quisiera enfrentarlas. A lo que sí tuvieron que enfrentarse fue a las críticas machistas que llenaron muchas páginas de periódicos y diarios. Unos arremetieron contra su juego, otros cargaron tintas contra su indumentaria y hasta se juzgaron sus peinados. Los firmantes de aquellos artículos eran todos hombres. Ellos dominaban la palabra igual que, hasta entonces, habían gobernado el control del balón. Sin embargo, nada de lo que escribieron logró amedrentar a aquellas futbolistas. Todo lo contrario. Con cada partido, las Spanish Girls’ Club se ganaron el respeto de más seguidores y hasta arrancaron algún halago a las reacias plumas deportivas. Desafortunadamente, el estallido de la Primera Guerra Mundial terminó con su andadura cuando se habían proyectado partidos en el extranjero.  

el fútbol no solo lo componen las jugadas que suceden en el rectángulo de hierba; también las palabras que lo narran cuando el balón ha dejado de rodar, las frases que lo insertan en la historia cuando el estadio se ha vaciado

En la misma ciudad, un año antes otra mujer había peleado contra el encasillamiento social. Y también contra la narración imperante. Edelmira Calvetó, aficionada del F.C.  Barcelona, se convirtió en la primera socia oficial del club. Su insistencia por tener su carné de culé no solo cambió las cosas, también las palabras. Edelmira logró que los estatutos del club hablasen de socios, sin especificar géneros. En última instancia, el fútbol no solo lo componen las jugadas que suceden en el rectángulo de hierba; también las palabras que lo narran cuando el balón ha dejado de rodar, las frases que lo insertan en la historia cuando el estadio se ha vaciado. Y para ganar ese partido es necesario conquistar el lenguaje. Por suerte, el fútbol femenino ha comenzado a rescatar historias hasta ahora enterradas en el olvido como la protagonizada por Irene González, portera que, a finales de los veinte, vestía con la misma elegancia que su ídolo, Ricardo Zamora. Irene demostró tener su mismo valor jugando en el Orillamar, un equipo masculino, antes de crear su propio club. Lamentablemente, murió de tuberculosis cuando sus paradas estaban consiguiendo detener las constantes arremetidas del machismo dominante.   

Nada pudo impedir que el franquismo frenase en seco la evolución del fútbol femenino. La Sección Femenina trabó con constantes zancadillas a las apasionadas del balón. En la revista Teresa, que más tarde sustituyó Medina, sus redactoras proponían a las mujeres que ejercitasen los brazos fregando o movieran las caderas bailando con la escoba. Nada de balón: el esférico no era para ellas. Con el paso de los años, al compás que blanqueó el raquítico bigote de Franco, reverdeció la sociedad. Y con la democracia, renacieron los clubes femeninos. El Sizam Paloma, el Mercacredit, el Olímpico de Villaverde formado por Rafael Muga o la Peña Femenina del Barcelona entrenado por Ramallets, el primero en responder a un anuncio en Tele/Express titulado Once muchachas en busca de entrenador.   

Aquellas futbolistas combatieron la vergonzosa imagen del fútbol femenino que difundieron los partidos entre Ibéricas y Finolis, o la que dieron Las Ibéricas, película dirigida por  Pedro Masó, y La Liga no es cosa de hombres, de Ignacio F. Inquino. Los goles de una niña de quince años, bautizada como Conchiamancio por los cronistas deportivos, dejaron claro que el fútbol también era cosa de mujeres. Contó Alfredo Relaño que, a pesar de crearse la selección española gracias al empeño de Rafael Muga, las primeras futbolistas nacionales tuvieron que jugar sin escudo en la camiseta en su primera salida al extranjero. Ni las zancadillas ni las amenazas, sin embargo, lograron que más mujeres se dejase el alma persiguiendo un balón, como las invencibles Karbo que, en los ochenta, deslumbraron con su juego a un joven poeta llamado Manuel Rivas.  

Gracias a todas ellas, y a muchas otras cuya historia no inmortalizó la literatura, se abrió el camino que ha desembocado en la remontada que, a día de hoy, busca el empate entre géneros dentro y fuera del campo. “Mujeres que dedicaron sus años de juventud al balón y que al abandonarlo, por las razones que fuesen, desaparecieron del fútbol”, escribió Ana Rosa Maza. “El fútbol se olvidó de ellas, de esas líderes morales, capitanas y compañeras, que tuvieron una importancia fundamental en la trasmisión de los valores dentro y fuera del campo”.  

Peleando por las palabras de su propia historia 

“En este universo las propias mujeres se alzan como protagonistas de su propia historia”, aseguró Ana Rosa Maza, “porque la lucha de las mujeres nos pertenece sobre todo a nosotras”. No siempre ha sido así. Muchos capítulos de esta historia se han borrado al pasar de las páginas. Y otros, ni siquiera se han llegado a escribir. El fútbol, desde sus inicios, se ha nutrido de una narración eminentemente masculina. Los once caballeros que se reunieron Freemason Tavern lo definieron como un sport de gentlemen, aunque en muchos momentos le ha faltado eso: caballerosidad. Hasta nuestros días, el relato más repetido en la literatura del balón ha sido el del padre que lleva de la mano a su hijo al estadio. En más de un siglo, pocas mujeres han escrito obras literarias sobre fútbol. Y apenas ninguna con una futbolista como protagonista. Ese silencio, si se escucha con atención, cuenta mucho más que cientos de palabras.  

La inconformista Carabias se convirtió en la 1º periodista en vivir de sus textos; pero a los artículos de La mujer en el fútbol les faltó la garra feminista que siempre mostró en su vida, a pesar de que aseguró: “En el fútbol me siento un poco Quijote”

A principios de los cincuenta, la periodista Josefina Carabias acudió durante una temporada al Metropolitano y Chamartín. Finalizada aquella campaña, reunió todas las columnas que había publicado en el diario Informaciones en un libro: La mujer en el fútbol. La inconformista Carabias se convirtió en la primera periodista en vivir exclusivamente de sus textos; pero a los artículos de La mujer en el fútbol les faltó la garra feminista que siempre mostró en su vida, a pesar de que aseguró: “En el fútbol me siento un poco Quijote”. Apenas cinco años después, las protagonistas de la obra de teatro Los maridos engañan después del fútbol, de Luis Maté, ilustraron nítidamente cuál era la situación de la mujeres en las gradas: las dos, hinchas del Atlético, son consideradas como unas simples ricardas por sus maridos merengues. Su opinión se toma a risa. Qué van a saber ellas del deporte rey.   

También colchonera es Mónica, la aguerrida protagonista de la novela No puedo vivir sin tique Manuel Longares publicó mediados los noventa. Mónica es una cenicienta made in Aluche, que termina revelándose contra su destino: no quiere ni un príncipe azul ni pasar el resto de sus días sirviendo a otros; quiere ser hincha, con todas las consecuencias. No obstante, el perfil más repetido de personaje femenino en la literatura balompédica se parece más a Inesita, protagonista del cuento Recibir al campeón, de la uruguaya Sylvia Lago. Cuando Inesita le pide a su marido, hincha de Peñarol, acompañarlo a la sede del club para festejar la victoria en la final de la Copa Internacional, éste se lo prohíbe. “Ni en un acontecimiento como éste, cuando gana tu equipo en el extranjero, me llevás a compartir tu alegría”, le reprocha Inesita. “¿Cómo que yo no soy hincha?”.  

El cuento El error de Dios, del argentino Rodolfo Braceli, tiene por protagonista a María, una joven que se lamenta porque su cuerpo es perfecto para jugar al fútbol pero no se lo permiten. María tampoco se resigna a su destino. Se rapa la cabeza, se cubre el pecho con vendas y se rompe el tabique nasal para parecer un hombre. De esta guisa, consigue entrar en un equipo masculino. El gol que marca al final de relato no termina de apagar los ecos de la pregunta que le atormenta: “¿Tengo yo culpa de ser mujer y culpa de mi destreza con la pelota?”. Más cuentos firmados por narradoras y protagonizados por mujeres aparecieron, en 2012, en un monográfico de la revista EÑE titulado Fútbol: el deporte reina. María Tena, Cristina Fallarás o Marta Sanz, entre otras, reflexionaban sobre el papel de la mujer en el mundo del balón, con diferente acierto de cara al gol.  

“Los problemas que afrontan las mujeres en el fútbol tienen una génesis común”, aseguró Ana Rosa Maza, “solo cambian los contextos y el modo en que se viven y afrontan esos conflictos”. Aunque la situación ha mejorado con el paso de los años, Ana Rosa Maza avisa de que no debemos conformarnos. No debemos hacerlo mientras queden niñas a las que no les permitan jugar como un futbolista más en el patio. No podemos conformarnos mientras se escuchen insultos machistas en las gradas como aquellos que —contaba Manuel Rivas en 1984— les lanzaban a las jugadoras del Karbo: “¡Dalle ca teta , nena!”. No hay que dejar de luchar mientras quede gente que no entienda que hombres y mujeres no deben jugar igual, pero merecen la misma justicia.  

Un pase decisivo DETACÓN

“Jugar al fútbol para un hombre representa éxito deportivo y personal, reconocimiento público, una opción profesional y vital, algo que pueden hacer libremente”, reflexionaba Ana Rosa Maza. “Para una mujer significa todo lo contrario, un no puedes, un no debes, no sabes, no tienes derecho”.   

No podemos conformarnos mientras nuestras futbolistas tengan que emigrar fuera para poder ganarse la vida como profesionales

No podemos conformarnos mientras nuestras futbolistas tengan que emigrar fuera para poder ganarse la vida como profesionales. No podemos dejar de apoyar a todas las árbitros y asistentes que luchan día a día contra la injusticia del fútbol, además de tratar de impartir justicia en los partidos. “Cada fin de semana”, resumió Ana Rosa Maza, “jugadoras, entrenadoras y árbitras saltan al campo para ejercer una labor profesional que no pueden convertir en su forma de vida por falta de profesionalización, devenida de una falta de interés”.

Debemos fijarnos más en la afición del Athletic o la del Atlético. Apoyar proyectos como DETACÓN en España, Discover Football en Alemania o La Nuestra Fútbol Femenino en Argentina. Y sobre todo, alentar a todas esas “mujeres que cada día logran la victoria de que nadie las saque del campo, de que no las dejen sin el juego, de que no las despojen de sus derechos”.

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Autor >

Miguel Ángel Ortiz Olivera

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1 comentario(s)

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  1. ñalguetazu

    ¿"ha culminar"? Madre mía gallos...

    Hace 5 años 7 meses

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