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Cuarta Parte: Centrados
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Reconozco que Gustavo me puso nervioso desde el primer momento. No porque fuese el posible novio eventual de mi hija, no soy esa clase de persona; aunque el criterio de selección de Patricia, a la vista de los antecedentes, me alarme un poco. Creo que me había puesto tan en lo peor hacia la izquierda (estaba preparado para un okupa con perro y flauta, la imaginación se me vuelve paródica para protegerme del miedo) que mi capacidad de cálculo se sintió un poco ofendida al ver aparecer a un muchachito con cara de pan, traje y ¡corbata! Me estrechó la mano al estilo campechano, me dijo que había estudiado derecho y filosofía y que se preparaba para la carrera diplomática, como su padre, me dijo también que le gustaba mucho leer, y que entre sus lecturas no faltaban Verdaguer y Martí Pol. Esto último supongo que lo dijo para congraciarse conmigo, como si por ser catalán me tuviesen que gustar sus poetas, ¿es que nuestros poetas entraban en tromba a comprar mi pasta seca?
También empezó a hablarme de usted, y pese a las miradas (y dos pataditas) de Patricia no hice nada para que se apease del trato.
Supongo que habían pactado desde la calle, o desde donde viniesen, no abordar asuntos políticos, pero no logramos cumplir con aquel buen propósito. Reconozco que no contribuí mucho, no tengo demasiada conversación: no me gusta el cine, ni he aprendido a hablar de lo que leo ni he viajado demasiado, y no todos los jóvenes tienen paciencia con la historia de la pastelería (pese al cameo de Gaudí). Patricia ha salido a mí, en eso es Masclans hasta la médula: antes de hablar prefiere sumergir la cabeza bajo el agua. En mi descargo diré que Gustavo no se aguantaba, era una cafetera en ebullición, si seguía callado le podía dar una embolia. Lo que sigue quizás no se parezca tanto a un monólogo como lo reporto, pero desde luego tampoco podía confundirse con una conversación.
– Lo que digo no trata de ser ni de derechas ni de izquierdas. Tiene que ver con la verdad. Se trata de enseñarles las cosas y que los otros las entiendan. Es como el asunto catalán, no sé muy bien qué simpatías tendrá usted. Pero no se trata de lo que digan unos o lo que digan otros. Se trata de que tenemos un marco legal y tenemos que respetarlo. La Constitución nos la dimos entre todos y ha garantizado el periodo de paz de la historia de España, y ojo, de prosperidad. Que eso se dice menos veces, pero está ahí. ¿Qué tenemos fallos? Cientos. Como todas las democracias avanzadas. Ni más ni menos. Que yo soy el primero en señalarlas, cuidado. No me siento orgulloso de español, no soy nacionalista, pero estoy agradecido. Y si tenemos que mejorar que sea respetando lo que ya tenemos, no haciendo que las cosas salten por los aires. Es muy sencillo odiar los terremotos, pero es mucho más difícil construir. Y si una cosa ya está construida para qué... Y ojo que no pienso solo en la izquierda, que yo soy de los que piensa que hay populismos de derechas también, el caso es centrarse, dar la batalla a los dos lados. Que yo no digo que no se puedan tener identidades, pero siempre que integren, que no separen. Que se puede ser homosexual, incluso transexual, que algún amigo tengo, pero al final todos somos ciudadanos y españoles, y compartimos nuestros derechos. Que aquí nadie regala nada y somos los que nos merecemos, que muchos no se atreven a salir de su zona de confort, y luego... no se dan cuenta que este mundo es cada vez más confortable, que hay buenos motivos para ser optimista, hay estadísticas indiscutibles, en eso no hay margen para la opinión. Que si no están alegres es porque no quieren, y no aceptan su sitio en el mundo.
Ni de derechas ni de izquierdas. La de veces que había escuchado la frase, que la había dicho cuando me acorralaba alguien con una mirada tan audaz sobre la realidad que me parecía temeraria, para no escorarme en la intransigencia, para parecer moderado, permeable, sensato. Una persona centrada, de centro. De repente me pareció ver como en ese centro (situado en la cara de pan de Gustavo) se abría en un agujero de hipocresía. No quiero decir que Gustavo no creyese en lo que decía, sino que la suya era una mirada sobre la vida que se basaba en transformar el miedo (a competir, a perder privilegios, a que tus hijos sean más idiotas que los del vecino...) en una defensa del mundo tal y como era... Las personas como Gustavo eran extremistas del miedo, lo sabía bien porque ahora mismo lo que se reflejaba en el espejo de su cara de pan era mi propia manera de ser. A menudo me pueden los reparos interiores, pero demasiadas veces estoy deseando llegar donde está Gustavo: una manera de competir con las cartas marcadas, que me garantizarse seguir ganando, o por lo menos no perdiendo tanto, suscribir los privilegios. Si podía sentirme bienpensante y de izquierdas en mi centro miedoso era gracias al contraste que me regalaban los extremistas como Gustavo.
– De centro, claro, a ti lo que te pasa es que estás muerto de miedo, si desde aquí llega el pestuzo.
Supongo que me lo estaba diciendo a mí, o por los menos a los dos, pero logré que sonase como si se lo dijese solo a él; y me puso muy nervioso que no le diera por reír, que me mirase con aquella cara que ni siquiera era de ofendido, sino de conejo sorprendido por las largas del coche en una carretera nocturna; las personas como Gustavo llevan muy mal descubrir que alguien le considera un idiota sin remedio, sienten una punzada de dolor en las partes inseguras de su estructura, allí donde sospechan un resultado distinto si hubiesen tenido que competir en peores condiciones, como la mayoría de críos. Lo que añadí después solo contribuyó a empeorarlo.
– Ya veo que para ti la política trata de lamer el escalafón. Dar unos masajes a los de arriba para que te protejan de los de abajo. Qué vergüenza, Patricia, qué vergüenza, que me traigas a casa a una persona así.
Me gustaría decir que lo de darle un manotazo a la comida (como lo de retirarse de la mesa con un movimiento brusco y tirar la silla) también fue cosa de Gustavo, pero me salió así... creo que solo he perdido tres o cuatro veces los nervios en mi vida, todas acarrearon consecuencias; gente mucho más agresiva que yo se va siempre de rositas, en este aspecto tengo mala suerte.
Creo que Patricia y Gustavo hablaron antes de que el chico saliese de casa con el rabo entre las piernas, más o menos mientras yo arrojaba la copa al suelo. No puedo asegurarlo porque la mirada se me concentró en la ranura estrecha que deja la rabia cuando está haciendo su trabajo. Tampoco recuerdo qué le dije a Patricia cuando volvió a entrar en casa, mientras recorría el camino de la habitación, solté las palabras como los pulmones filtran el aire, el corazón bombea la sangre y el páncreas... bueno, lo que haga el páncreas... como una reacción fisiológica. Espero que lo de preguntarle qué excusa iba poner para no limpiar lo que había ensuciado su novio sea un espejismo nervioso.
Al quedarme solo volvió a pasarme eso de que al retirarse la marejada de la rabia me sobreviene la vergüenza. No me gusta hablar de esta vergüenza, así que lo voy a dejar aquí. Es una emoción molesta, como si en lugar de limpiarte, te lijara. Me gustaría decir que se trata de algo común y corriente pero estoy seguro que Gustavo ya se ha insensibilizado; el miedo a perder demasiado entumece esta desagradable sensación... se marcharía enfadado, ofendido, humillado, cansadísimo (¡tantos flancos irreales para proteger!) pero ni un gramo de vergüenza. Y es una lástima, porque aunque reconozco que no he logrado jamás darle la menor utilidad ni he progresado en su manejo, justo antes de que termina de quemarme por dentro, cuando ya no puedo más, y daría un mes de vida a cambio de que se retirase por completo de mi cuerpo, me pregunto si mucho de lo malo que nos pasa (de lo que pasa por nosotros) no quedaría mitigado si fuéramos capaces de dejarnos dominar por una versión benévola, aunque estricta, de esta vergüenza que incluso ahora, la tercera vez que me cuento los sucesos del día, se las arregla para volver a fastidiarme.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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