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Justo al final de la empinada cuesta de Morón y sólo un poco por debajo del Canal Imperial se sitúa la antigua Harinera del barrio de San José. Han pasado dieciocho años desde el cierre de este edificio, que no acoge ya granos de trigo sino que da la bienvenida a mujeres que pintan al pastel, chavales que rapean, niñas y niños hundiendo sus manos en el barro o músicos que ensayan a Vivaldi. Tres años han bastado para que una fábrica de harinas abandonada se convierta en un edificio público gobernado por las mismas vecinas del barrio que se resistieron a perder este espacio.
Las cuatro plantas de la antigua harinera de los hermanos Morón no podían convertirse en otro edificio más de viviendas. Eso pensaban las vecinas y vecinos del barrio que, habituados a pelear los servicios públicos, no se resignaban a perder parte de su pasado. La crisis de los mercados de 2008 fue beneficiosa por un solo instante y facilitó que este edificio pasase a ser de titularidad pública. Pero aún no se podía cantar victoria: faltaba saber qué nuevo uso tendría la Harinera. ¿Se podría transformar en un museo a lo “Guggenheim” que pusiera en el mapa a Zaragoza, recién clausurada la Exposición Internacional? ¿Se convertiría en un centro cultural al uso, con un esquema vertical donde una sola cabeza rige lo que ocurre en las salas-miembros que componen el edificio-cuerpo? Las opciones eran variadas, pero todas parecían surgir de un tiempo pretérito que ya no tenía sentido rememorar en esta segunda vida del edificio. Era preciso buscar un nuevo organismo que se nutriera del mismo aire cultural que bandeaba ya 2014 y de esta manera se devolvió el edificio a vecinas, vecinos y agentes culturales de Zaragoza lanzándoles una pregunta simple: ¿A qué vamos a dedicar este nuevo cuerpo recuperado y cómo vamos a gestionarlo?
Aquel proceso participativo, que culminó con la apertura de la planta baja en marzo de 2016, no sólo sirvió para poner a prueba el experimento de hibridación que permite tener una cincuentena de cabezas rigiendo un solo cuerpo: también fue el motor para la creación de lazos entre dichas cabezas que hoy conforman el Colectivo Llámalo H. Esta asociación, compuesta por artistas, educadoras, diseñadoras, fotógrafos, vecinos y vecinas del barrio, en su mayoría mujeres en torno a los 35 años, agrupa a quienes, por primera vez, se sintieron interpeladas por las preguntas lanzadas e intuyeron un proceso participativo que no se iba a quedar en una reunión donde se pone en común la persistente precariedad en la cultura.
La inteligencia colectiva que rigió aquel proceso se traslada actualmente al día a día de la nueva harinera, ahora rebautizada como Harinera ZGZ. De esta manera, es una asamblea y no una dirección artística quien se reúne cada quince días para dirimir los usos del espacio, la gestión del presupuesto, la resolución de los conflictos y todos los pormenores de este espacio creativo. A ella acuden no solo el Colectivo Llámalo H y el Ayuntamiento de Zaragoza, titular del edificio; también la Asociación Vecinal de San José y otros agentes del barrio que, con su presencia, no sólo testimonian el proceso de lucha previo, sino que también ejercen de cordón umbilical con el barrio. Y no son los votos unitarios ni en bloque, sino el consenso, los que sirven para tomar decisiones en esta asamblea abierta a la participación de cualquiera, después de un organizado proceso de escucha activa en el que se tiene siempre en mente lo común frente a lo individual.
Este experimento, que es ya un ente vivo, camina por la geografía española e incluso ha saltado el Atlántico para contar su modelo de gestión compartida. En estos encuentros se coloca este cuerpo hibridado en la mesa de disección para que, como si fuera un cíborg del que se pueden aprovechar todas sus piezas, pueda ser reconstruido para adaptarse a las necesidades de quien se inspira en dicho modelo. De esta manera van surgiendo réplicas en Montevideo, Burgos o Getxo, pero siempre con un cuerpo especialmente adaptado al clima cultural del lugar que habita.
Dieciocho años después de su cierre, la Harinera está de nuevo en pleno rendimiento, con tres plantas habilitadas y otra pendiente de apertura, habitada por residencias artísticas, sociales y comunitarias, compaginando actividades para todos los públicos. La única maquinaria que suena es el chisporroteo de engranajes que produce una inteligencia colectiva ejerciendo el derecho de acceso a la cultura.
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María del Castillo es historiadora del arte y creadora radiofónica.
Justo al final de la empinada cuesta de Morón y sólo un poco por debajo del Canal Imperial se sitúa la antigua Harinera del barrio de San José. Han pasado dieciocho años desde el cierre de este edificio, que no acoge ya granos de trigo sino que da la bienvenida a mujeres que pintan al pastel, chavales...
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María del Castillo
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