Gestionar la maleza
En los últimos años, Zaragoza se ha convertido en referente de las iniciativas de cultura comunitaria
Isabel Cebrián 18/04/2019
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Clases de ganchillo que conviven con encuentros de folclore nicaragüense; talleres experimentales de fotografía que comparten espacio con un grupo de pintura al óleo; una orquesta compuesta por menores en riesgo de exclusión; un festival de danza contemporánea que termina con una verbena popular... Enumerar todas las actividades que ocurren en Zaragoza hoy en día y que pueden reunirse bajo la etiqueta de “cultura comunitaria” sería imposible. Gracias a la existencia de comunidades activas y el abono de las políticas públicas, Zaragoza vive un momento álgido de actividades que experimentan con formas de hacer cultura que van más allá del derecho a ser espectador, y en las que las personas hacen cultura para, con y junto a otras personas.
O, como dice Virginia Martínez, cultura “de los vecinos para los vecinos”. El barrio es el mínimo común denominador de su proyecto, el Teatro Comunitario La Imaquinaria, que ha echado raíces en San José, en Harinera ZGZ, y en el El Gancho, en el centro social comunitario Luis Buñuel. “Queríamos estar en espacios de autogestión, donde la comunidad participa”, para importar desde Latinoamérica otro teatro posible. “Lo conocí en Argentina. Iba con muchos prejuicios… pero encontré un proyecto de mucha calidad artística, interesante desde lo que le proponía al espectador”.
La Imaquinaria ha conseguido reunir a varios grupos, muy numerosos, que ensayan semanalmente en estos espacios y que siempre están abiertos. Su mirada se impregna de sus realidades más cercanas. “Buscamos protagonistas colectivos, nos organizamos de manera horizontal y tratamos de rescatar la memoria, la identidad y los sueños de la comunidad a la que pertenece el grupo”, explica Martínez.
Su proyecto es altamente representativo del concepto “comunitario”. Un concepto al que es difícil hacerle una foto, porque siempre está en movimiento, pero sobre el que ha escrito mucho Jaron Rowan: “Son formas de producción cultural que no pasan ni por el mercado ni por el estado”, dice Rowan, investigador y autor de varios ensayos de referencia sobre cultura digital y políticas culturales. Puede ser que estas prácticas, que a veces se definen también como “cultura viva”, tengan hoy más relevancia, pero no son nuevas. Un coro popular, una comparsa de cabezudos, una radio libre… Las formas en las que la cultura viva surge son tan diversas como las personas que las producen. “Y muchas prácticas culturales, estéticas y deseos sólo pueden existir de manera autogestionada”, añade Rowan. Poesía feminista, talleres de reciclaje o intervenciones artísticas que cuestionan el binarismo de género encuentran en los espacios de cultura comunitaria el lugar donde desarrollarse sin límites.
“El derecho a crear, imaginar, hacer”. Así describe la cultura José Ramón Insa, técnico municipal de Zaragoza Cultural, que lleva muchos años lanzando miradas oblicuas sobre la cultura y las políticas culturales en la ciudad. Ahora se ocupa de Espacio Nexo, un proyecto de cartografía de las culturas comunitarias en Zaragoza, que ha creado grupos estables donde se reúnen gestores, activistas y ciudadanos interesados en hacer una reflexión común sobre la cultura comunitaria y sus ejes transversales: diversidades funcionales, feminismos, ecologías.
Espacio Nexo es “conector” y “lupa” y ha servido para que muchos proyectos “comunitarios” se reconozcan con tales. Insa pone como ejemplo a Violeta Fatás, de Pares Sueltos. Esta bailarina y trabajadora social lleva años trabajando en cultura comunitaria y se ha profesionalizado en ese campo –junto a su compañera, Letizia Solanas– con un proyecto de danza inclusiva que, desde 2014, reúne a personas con y sin diversidad funcional en torno al baile. “Espacio Nexo nos ha dado unas posibilidades de reunión que no encontrábamos en nuestro día a día. Nos ha permitido conocer a otras personas que trabajan en temas similares, como Nuria, de Espacio Ítaca, una trabajadora social y bailarina con diversidad funcional, o con Andar de Nones, un proyecto de artistas con discapacidad intelectual”. Pares Sueltos representa la radicalidad de lo que propone la cultura comunitaria: que todo el mundo puede, si quiere, convertirse en creador, al margen de sus diversidades y capacidades.
¿Se trata de un planteamiento novedoso, asociado a los nuevos partidos? Insa recuerda que las casas de juventud, la universidad popular o la red de centros cívicos, todas iniciativas nacidas en los 80, recogían ya esa voluntad de abonar las iniciativas culturales de la ciudadanía. Lo que es nuevo es el apoyo que, desde los ayuntamientos, se está dando a la cultura comunitaria tras una época en la que la cultura se ha medido desde un punto de vista “muy economicista”, según Insa y Rowan.
Las administraciones municipales están haciendo un esfuerzo en incorporar estas formas de gestión en programas arraigados, como BAM Cultura Viva en Barcelona, o estimulándola con proyectos nuevos, como Experimenta Distrito de Madrid. Se desarrollan normativas que regulen la gestión ciudadana, como el “Programa de Patrimoni Ciutadà d’ús i gestió comunitàries” del Ayuntamiento de Barcelona; se exploran modelos de cesión de espacios abandonados en A Coruña –el Proxecto Carcere–; y se mantienen vivos pulsos como el que La Casa Invisible de Málaga mantiene desde hace años con el consistorio andaluz.
Para todos estos proyectos, Zaragoza es referente o, al menos, espejo. Así lo destaca Juan López Aranguren, antes miembro del colectivo Basurama y ahora responsable de Imagina Madrid, un proyecto “experimental” del Área de Cultura del Ayuntamiento madrileño. Asegura que “lo más potente en Zaragoza es que se ha conseguido una profesionalización muy grande de las personas que llevan a cabo estas prácticas. No en el sentido económico, sino en su capacidad de llevarlas a cabo, que es algo excepcional y se está extendido a otros lugares”.
Políticas públicas que desplazan el eje y tejen la cultura comunitaria con otras formas de promoción cultural desde lo municipal. Un buen ejemplo de ello es el giro que Víctor López Carbajales, que dirige el Patronato de las Artes Escénicas y de la Imagen desde 2016, le dio a esta entidad. “No todo tiene que ser exhibición, por eso hemos desarrollado un proyecto de formación en los barrios, destinado a ciudadanos, a ofrecerles herramientas de artes escénicas para la vida cotidiana”. Barrios Creando, Creando Barrios es una iniciativa –ahora gestionada por Zaragoza Cultural– que se apoya en organizaciones ya existentes en los distritos para entrar de forma natural y que está llevando teatro y danza a barrios populares, como Oliver o Vadorrey, y a los usuarios del Centro Terapéutico Entabán, o de Proyecto Hombre.
López Carbajales tiene claro que el fin de estas políticas no es ganar audiencia en los teatros, sino el de plantar una semilla que, regada con la participación, eche raíces. De momento, Barrios Creando, Creando Barrios ya tiene una deriva independiente: la red Cuenco, de Iniciativas de Cultura en Comunidad, que forman Trayectos, la Escuela de Circo Social de Zaragoza, Teatro Comunitario de Zaragoza y Pares Sueltos.
No ha faltado la crítica a estas formas de favorecer la cultura comunitaria desde los presupuestos municipales, en forma de subvenciones, rehabilitaciones o cesiones. Críticas desde lo ideológico pero, también, desde lo económico, ya que algunas voces consideran que la promoción de la cultura comunitaria va en detrimento de los profesionales de la cultura. López Aranguren matiza: “Las formas de hacer más clásicas tienen un entorno muy asentado; yo me preguntaría cuánto de ese apoyo a iniciativas que están surgiendo se le está quitando al resto, y cuánto viene en realidad a apoyar algo nuevo que está surgiendo”.
Lo cierto es que lo profesional y lo altruista conviven sin problemas en el seno de muchos proyectos. El fotógrafo Javier Roche y las diseñadoras Paula Oliver, Eva Yubero y Sara Julián son un buen ejemplo de esa convivencia. Se conocieron imaginando Harinera, son miembros de la asociación Llámalo H y los cuatro participan de manera entusiasta en la gestión del espacio cultural, en paralelo a su trabajo profesional (Javier, como residente en Harinera ZGZ, Recreando Estudio como habituales talleristas e impulsoras de actividades). Como la propia gestión de Harinera, es un equilibrio complejo pero posible. “Reformar un edificio como la Harinera de San José hubiera sido imposible sin la Administración, que ha invertido un montón de dinero” reconoce Roche. Su compañera Eva Yubero le da la vuelta y recuerda que “un espacio cultural no podría ser así solamente con la institución: hace falta el tejido ciudadano, la gente… ¡Nosotras!”.
Yubero opina que “la ciudadanía está madura para tomar decisiones sobre cómo se gastan los presupuestos en cultura”, y en ello coincide con Jaron Rowan, que asegura que “donde hay mucha participación hay mucha democracia”. La cuestión está en la madurez que han adquirido las instituciones para adaptarse a esos cambios que vienen, su permeabilidad y su flexibilidad. Virginia Martínez recuerda: “La cultura comunitaria es de la comunidad. La administración tiene que crear marcos en los que pueda crecer, pero tiene que intentar no maquillarla, no adaptarla: tiene que estar así como la maleza, no como un césped”.
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Isabel Cebrián es es periodista y gestora cultural.
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