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Ya en febrero de 1997 había aparecido el libro “Tensó”, que Leopoldo había escrito a “cuatro manos” con el enriquecido poeta Claudio Rizzo, italiano y residente en Canarias. El libro era una suerte de “trobaire” entre dos, como la conocida “tensó” medieval entre Raimbart y Costanza de Dión. Claudio, durante la elaboración y promoción del libro estableció una buena relación con el poeta, sabiendo de él que tenía mujer e hijos y una amante, aunque Leopoldo no se lo creyó. Pero sus aires eran claramente los clásicos de un rico nuevo que quería presumir de promocionar la cultura. A Claudio lo había conocido dos años antes, cuando fue a verle a Mondragón, definiéndose él como poeta y reconociendo en Leopoldo su genialidad. Al final le ofrece cama y casa en Las Palmas. Era la ocasión perfecta para salir del manicomio y de Euskadi. Porque Panero, hasta ese momento, no tenía dónde ir. ([1]) De éste modo Leopoldo se fue, confiado y contento, instalándose en la casa particular de Claudio Rizzo, aunque, como era de esperar, no tardaron en aparecer los problemas con Claudio, sobre todo porque jugaba a coquetear con su mujer y con una hija que tenía de quince años.
Pero viviendo ya en Canarias y figurando como fugado de un manicomio, todas las islas eran como una cárcel para él. ¿A dónde podría ir? La relación con Claudio se hizo cada vez más tensa y distante, pese a que algunos psiquiatras, incluido el doctor Inglott, lo trataban y le prescribían medicamentos. Incluso se invitó a Michi Panero, para que se ocupara de su hermano Leopoldo. Tampoco aquello podría dar resultado, porque Michi se dedicaba a vivir su vida, a visitar a algunos parientes cercanos y a superar el ligero duelo que sentía por el distanciamiento de su última esposa, Sisita García Mendoza. Claudio incluso le propuso montar un prostíbulo lujoso, donde él sería una especie de relaciones públicas, es decir, una “madame”. No aceptó, aunque quizás aquello le hubiera divertido, y a los pocos meses se volvió a Madrid y se instaló en un pisito de la calle Juan Bravo. De hecho eso significaba la separación con Sisita, aunque de hecho siguieron manteniendo unas relaciones aceptables.
El caso fue que Leopoldo se convirtió en un problema que a Claudio resultaba cada vez más difícil de sobrellevar, por lo que se optó por su internamiento, no voluntario, en el hospital psiquiátrico “Rey Juan Carlos I”, de titularidad pública. Aunque de entrada fue bien acogido en el hospital, proporcionándole incluso una habitación individual para que pudiese escribir, las cosas se fueron pronto complicando, porque el rígido régimen del manicomio era absolutamente opuesto al modo de ser y pensar de Leopoldo.
Ya hospitalizado concedió una entrevista a la revista más transgresora de la época, “Ajoblanco”, contando, sin pelos en la lengua, las malas condiciones psiquiátricas que había sufrido a lo largo de los últimos años, aclarando que las cosas habían empeorado para él por motivaciones políticas, sobre todo, después del 23 F de 1981: “A los guerrilleros de Cristo Rey se los inventó Adolfo Suárez. Por creer que yo era una amenaza para la Transición. Me querían matar también por haber protagonizado la película “El desencanto […]” “Yo soy telépata. Aprendí telepatía en Paris, leyendo en voz alta y luego retrayendo la lengua, como los vertebrados. Y leo los pensamientos de la televisión. El presentador se dice a sí mismo: Soy un pobre hombre”. ([2]) De cualquier modo, lo cierto fue que aquello agravó las condiciones de Leopoldo, aislándolo del medio exterior durante algún tiempo.
Con respecto a Mondragón, la asistencia hospitalaria en Canarias era diferente en algunos aspectos. Ya no podía llevar la misma vida que en otros lugares donde había estado internado, porque aquello era una isla en donde apenas conocía a nadie. No obstante, prosiguió asistiendo a las tertulias literarias, concretamente a la “Cafelibrería El Esdrújulo”, donde se reunía la intelectualidad media de Las Palmas, y donde se realizaban recitales, exposiciones artísticas y todo tipo de debates. Al principio fue muy bien acogido por los clientes de aquella librería, que se sentían orgullosos de tenerlo entre ellos, pero las dichosas vomitonas que probablemente le producía la medicación, que le daban para permitirle salir, hizo que su presencia comenzara a ser molesta y a que mucha gente comenzara a rechazarlo.
Pero lo más insoportable para Leopoldo era permanecer en el manicomio cuyo rígido reglamento le resultaba más o menos insoportable. Por ello, procuraba pasar fuera del mismo todo el día, callejeando por todas las callejuelas de la ciudad, leyendo como podía y dormitando en los parques públicos, de los que solía ser expulsado por los guardias municipales, los guardias de un Ayuntamiento que tras su muerte lo declararían “Hijo Adoptivo de la Villa”. Tenía que salir a todo trance y sometiéndose a las condiciones que le imponían, porque entre las paredes del manicomio no podía vivir, por mucho que quisiera morir. Fuera del mismo, no se metía con nadie, no disputaba con nadie y procuraba comportarse siempre dignamente. Naturalmente, bebiendo líquido sin parar para compensar la deshidratación consecuente con una medicación excesiva y fumando sin cesar, probablemente porque los labios y la boca eran la única parte de su cuerpo que conservaba una cierta sensibilidad, sensibilidad que procuraba excitar con el sabor del tabaco, lo que llamaba la atención de la gente que a menudo se reía de él.
Las fotografías y reportajes que frecuentemente se le hacían resaltaban, intencionadamente, el aspecto ruinoso de su figura física, con su cuerpo medio torcido y encorvado, con la boca abierta y a menudo babeante, con su mirada vacía e indiferente, como si no le importara nada. Pero si que le importaba, pues sentía muy vividamente cómo las miradas se clavaban en él y la sonrisa de la gente e resultaba hiriente. Con barriga, con el pelo ralo, con la cara cubierta de arrugas, mal afeitado, los ojos bajos y sin mirada, ciertamente causaba sensación, pero por lo menos él podía salir del manicomio, pasear por las calles, ver gente, hablar con ella, aunque siempre bebiendo grandes cantidades de líquido y sin dejar de fumar. Dentro del manicomio él no podía confrontarse con su propia imagen, porque a menudo el espejo le daba una imagen distinta a la suya lo que le angustiaba grandemente, cuando ni él mismo se reconocía y cuando no podía concentrarse ante la página en blanco para entregarse a la escritura. Después de haber pasado un tiempo por la unidad de enfermos agudos, en régimen cerrado, fue como una liberación el que se le permitiera salir fuera, aunque se le hubiese diagnosticado de diabetes mellitus y su correspondiente polidipsia. Al menos se sentía libre para caminar y para acceder a El Esdrújulo y relacionarse allí con personas afines, poetas y escritores, que en principio lo habían acogido bien, aunque a veces sus actitudes provocadoras o apáticas o la expresión de sus malestares físicos, generasen en los demás una cierta hostilidad.
En 1998, publicó “Guarida de un animal herido”, compuesto por unos seis poemas entre los que destacaba el titulado “Me celebro y me odio”:
Me celebro y me odio a mí mismo
palpo el muro en que habrá de grabarse mi ausencia
mientras el poema se escribe contra mí,
contra mi nombre
como un maldición del tiempo (…)
Después de haber pasado un periodo de tiempo en la “unidad de enfermos agudos”, en régimen completamente cerrado, fue como una liberación que se le permitiera salir fuera, y estar en la calle, con el correspondiente permiso de salida, que siempre era discrecional. El era libre para caminar y para acudir a la Facultad de Humanidades rodeado de estudiantes, con los que bromeaba. Naturalmente, no podía beber porque había sido forzado a ingerir un revulsivo antialcohólico, por lo que ya no adoptaba actitudes provocativas o agresivas con la gente, mostrándose siempre comedido y respetuoso con las demás personas.
Al año siguiente pudo ya publicar dos libros más: “Abismo” y “Teoría Lautreamontiana del plagio”, que fueron presentados en la madrileña Feria del Libro de aquel año, donde Leopoldo se encontró con su antiguo amigo Luis Antonio de Villena, al que hacía tiempo que no veía. Cuenta Villena que se abrazaron con aire un tanto solemne y que Leopoldo le dijo con cierta sorna: “Ya le he contado a Gimferrer que me voy a casar contigo, porque él es más feo que Picio y tú no”, y a continuación la típica risotada de Panero. Además le notaba cambiado, con menos calidez, más distante, y así que se despidieron para apenas verse más. Cuando Leopoldo se desplazaba fuera de Canarias iba siempre acompañado por un asistente que se encargaba de que no se desmandara y tomara la medicación prescrita, y en esas condiciones se le dejaba estar algún tiempo más, hasta el punto de que en julio de ese mismo año pudo participar en un programa televisivo dirigido por Sánchez Dragó. Se le vio bastante desmadejado, con dificultades de pronunciación, diciendo todo aquello que se le ocurría y que solía resultar perturbador, como afirmar que su madre había sido asesinada en el hospital y que su relación con ella había sido siempre de amor-odio. No paraba de beber Coca-Cola y fumaba constantemente, tirando rápidamente las colillas aplastándolas como si fueran cucarachas o niños, y saliendo y entrando continuamente del plató para satisfacer sus necesidades fisiológicas, sin importarle lo que los demás dijeran o pensaran.
De vuelta a Canarias, su actividad poética se desarrollaba sobre todo en la escritura constante sobre lo que él llamaba la “página en blanco”, y le fueron llegando jóvenes poetas que decían admirarle y que querían colaborar con él, llegando incluso a participar como coautores de alguna de las obras que se fueron publicando en Canarias. A lo largo de los años se le contabilizaron once poemarios escritos a “cuatro manos”, bajando ostensiblemente la calidad del libro, que era una especie de pastiche donde los poemas carecían de profundidad, fuerza y mimetizaba, como si fueran tics, los términos empleados por Panero. El profesor Túa Blesa, con el que he podido hablar ampliamente, me confirma la escasa calidad y fiabilidad de estos libros, hasta tal punto que no los incluyó en la Poesía Completa (vol II) editada por el catedrático en Visor. El hecho que lo confirma es que estos coautores no han logrado en ningún caso hacer carrera poética.
Curar para la nada y la soledad
La productividad creadora de Leopoldo era, no obstante, verdaderamente desbordante. En el año 2000 le publicaron dos libros más: “Suplicio con una cruz en la boca” y, sobre todo, “Teoría del miedo” (2000), precedido este último de un prólogo del propio Panero: “Y más que la muerte lo que nos produce miedo, como decía Eliot, es el terrible momento de no tener nada en qué pensar”. Porque la belleza era un absurdo y no respondía a ninguna lógica, y no solo la belleza del poema sino incluso la belleza física del ser humano, tan absurda como el espíritu. Y la realidad podía ser cualquier cosa incluso un camarero: “Así el claquear de mandíbula del llamado esquizofrénico y su risa inexplicable es un acto caníbal como el poema quisiera ser, un intervalo en la desesperación, como un porro que suspende la vida”. Y en los poemas del libro seguía insistiendo en su teoría del miedo:
No sé si tortuga o tumba
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si ángel o desastre
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si espíritu u oruga
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si alucinación en lo oscuro
o premio para el desastre
la vida es un mal pensamiento
este poema que aún supura.
Como puede apreciarse en este poema, Leopoldo asistía a la proximidad de su propia muerte, probablemente como consecuencia de la estrechez vital en que vivía entre las paredes de manicomio, especialmente por la noche, en que apenas tenía luz y no podía hacer ruido, ni siquiera al escribir y, desde luego, no podía beber. Dentro del manicomio no había vida, como él mismo ya había podido comprobar en Mondragón. Tal lo decía en un poema inédito escrito en aquel centro:
Hay cuatrocientos hombres
que se lavan en la piedra de la desdicha
¿vendrás mañana?
es fácil decir para siempre
Y por las noches solo caía la ceniza, sus lágrimas y el esperma, sin otra opción que la de llorar, porque el mirarse al espejo le horrorizaba aún más. Y era caótico el problema de su identidad sexual, como se expresa claramente en el poema Enantiodromía:
De pie ante una mujer muerta
feminidad de Dios
o falo erguido ante la muerte
divinidad itifálica del poema
que sonríe tristemente, Monna Lisa de la muerte
y luego llora a escondidas en el retrete... ([3])
Termina el libro con un epílogo de Túa Blesa: “Estos poemas, como el conjunto de la escritura de Leopoldo María Panero, son un nuevo viaje a lo oscuro, una vuelta a indagar otra vez en el vacío en un intento de dar nombre a aquello que, precisamente, no puede tenerlo”. Sin embargo, por ser la poesía una palabra del vacío resultaba ser una palabra plena la que ponía en evidencia la palabra vacía, la palabrería, la frase hecha, el hablar por hablar e incluso el discurso autoritario. A diferencia de la palabra poética que evidenciaba la inexistencia de la cosa. Por eso Panero continuaba en su empeño que muchos no se atrevían a acometer: reducir la palabra hacia la nada para elevarse después sobre sus escombros. Sus versos daban vida, dotaban de sentido la obra poética de Leopoldo María Panero, quien quería que su vida fuera un juego, corriendo el grave riesgo de que se quedara en un eterno juego. Era una experiencia vital al límite llevando la palabra hasta un lugar donde arda la belleza. De esas cenizas surgirá un pájaro……
En algunas ocasiones Leopoldo se propuso no volver a escribir, pero su mano reptaba silenciosa hacia el papel, hacia la página en blanco sin poder evitarlo. En los primeros tiempos de Canarias siguió manteniendo su relación con el diario Egin de San Sebastián, muy vinculado a Herri Batasuna (HB), durante más de un año. El discurso psiquiátrico de Panero siempre se había enmarcado en lo social y en lo público, y eso lo confirmaba en un artículo publicado en el diario vasco Egin, cuando ya llevaba un tiempo viviendo en Canarias. El artículo comenzaba así: “La, para muchos inexistente CIA, por poco toma el poder en España. Y eso gracias a los manicomios, y al aparato policial psiquiátrico, que era para ellos la máscara para legalizar la muerte. Y cuando digo muerte digo inyecciones de estricnina –que casualmente es el veneno que contiene la Coca-Cola en dosis ínfimas y que es su estimulante- y otros venenos como la insulina que son la causa de que yo y mis amigos masones tengamos los huevos hechos pedazos”. Y es que la psiquiatría y la locura eran una superstición social y todo el mundo creía que el loco mentía o no decía la verdad, lo que se llamaba un ‘colgao’, y por eso la muerte en los manicomios no era cierta sino en lo que se llamaba manía persecutoria. El loco podía errar, pero no mentir, y por eso tenía en el manicomio perseguidores reales que podían convertirlo en “perseguidor sórdido”. La muerte en vida se producía en el manicomio y era lo que comúnmente se conocía como manía persecutoria: “Vaya todo esto para que cantemos todos juntos un himno al diablo –y esto es la locura, ya que si estamos en el siglo XX existe el derecho a la locura: que se vayan, que se vayan al fondo del mar-”([4]).
Pero es que ahora en la sociedad actual se fomentaba el miedo: “Al peligro amarillo, intercambiable con el temor a los masones, a los árabes, a las víctimas, a la Ley de Extranjería, en definitiva a los seres diferentes. El loco, el homosexual, el borracho, estimulaban ese fervor de homo normalis contra todo aquello que le faltaba, y que era la libertad”.
Cuando Panero paseaba por lo general en solitario por las calles de la ciudad, percibía también la hostilidad de la gente, que le miraba y que poco podía hacer, pero podía defenderse. Le hablaba también a esa gente, la mataba también telepáticamente “con una mirada que no miraba” pero inevitablemente también quería escaparse de la isla, pero eso no le resultaba nada fácil, como ya se ha explicado… Leopoldo publicó ya en el año 2001 un minúsculo poemario llamado “el suplicio en la cruz de la boca”. Significativamente comenzaba así:
El pontífice está solo en el trono secreto de la poesía
en el retrete donde moscas vuelan alrededor
y un poco de saliva es lo que queda de mí.
Se sentía poca cosa:
Al andar bajo la lluvia se disuelve el Gestalt
y el poema es solo un poco de mierda en la mano
para ofrecer a los mendigos
porque solo es posible vivir de rodillas.([5]).
Y en el mismo año de 2001 publica otro poemario “Águila contra el hombre”:
Las olas rompen contra mi pensamiento
perseguido por la arena
como un ciervo
a lo largo de la página. ([6]).
Pero ni siquiera a la gente le quedaba el consuelo de masturbación:
Con mis dedos aplaco la furia de mi mente
y el verso dibuja en la sombra un lugar
donde ni estoy yo ni está el hombre.([7])
Y en el mismo año publica otro poemario titulado “Poemas para un suicidamiento”:
Ah, vertedero cruel
de la memoria
ceniza del sapo que cae como la lluvia
sobre el mirto cruel de la memoria
halcón contra la hiedra y contra el verso. ([8])
Autobiografía para la locura
Recluido en el hospital psiquiátrico de Las Palmas el poeta madrileño, que acaba de publicar en Editorial Cátedra su Poesía Completa (1970-2000) y los otros dos libros ya citados, es ampliamente entrevistado en El País por el periodista Javier Rodríguez Marcos: “Seré un monstruo, pero no un loco” dice Leopoldo, “pero ha sido a ratos”. Contaba el periodista que, cuando esperaba a la cita, vio bajar a Leopoldo escuchando en un walkman a Los Chichos y canturreando “me gusta la marcha”. También le gustan Alban Berg y Stockhausen. Llevaba una bolsa llena de libros y en particular su “Autobiografía de la muerte” en la que llevaba meses trabajando. En seguida empezó a fumarse un cigarrillo tras otro, así como algunos litros de café y Coca-Cola. Declara que no cree en el amor ni en los poemas de amor: “No creo en la poesía amorosa, ni siquiera creo en la vida”. Dentro del manicomio estaba su única esperanza, la de la escritura: aquí se percibe que Kafka era un escritor realista. Y él se ve monstruoso: “Aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fueran niños”.
La psiquiatría es una estafa, delira, pero la locura existe aunque no tenga curación. Porque en el manicomio se odia la locura, está prohibido expresarla; pero el que no quiera estar aquí, donde se odia el pensamiento y delirar y soñar es una defensa. Y para “curar” se empeñan en quitarte la fantasía. Y a la pregunta de cómo cree que evoluciona la democracia en España responde: “es una tragedia de una horrorosa sordidez, en la que al proletariado, tras cuarenta años sin ideología, solo le queda la picaresca. Eso es España. Este es un país de sudorosos obsesionados por el fútbol y los toros por culpa de la represión sexual. Son tan machos […]”([9]). No le da miedo envejecer pero no le gusta nada. Un joven piensa como un dios, un viejo como un miserable, aunque la juventud no es más que ignorancia.
Cuando realizó esta entrevista Leopoldo estaba acabando de escribir su “Autobiografía de la muerte”, que no se publicaría hasta el año siguiente, en 2002. En el mismo año en que también sacó a la venta otro poemario titulado “Buena nueva del desastre”:
Como todos los días espero a la muerte
-en troban-
como un caballo que cruza los días
y reza al silencio
y el odio reza
y esculpe una flor sobre el silencio
porque estoy muerto ya,
y soy un hombre muerto
rezándole al silencio, del silencio
que no perdona, porque sabe
más que Jesucristo de la muerte (…)([10]).
“Prueba de vida: Autobiografía de la muerte” es como una especie de recordatorio escrito en prosa y basado en las propias experiencias vividas del poeta que le habían dejado una huella indeleble en su vida. Con respecto al alcoholismo, decía que tenía una mujer, llamada orujo, llamada cazalla, los alcohólicos necesitan compañía, pero la bebida los dejaba solos. Solos como el amanecer y con la “jauría activa de los recuerdos”, recuerdos de calamidades, torpezas, desastres y gestos que solo el alcohol podía desencadenar. Ahora bien como su único amigo era el orujo: “tenía como único compañero además de él, a una especie de profeta barbado que se llamó Francisco Monge” ([11]); y también una especie de santón que se asentaba en una librería de Barcelona, llamada Leteratura, donde se aprendía fácilmente la magia y el ocultismo. Allí creyó aprender los secretos del cuerpo, la piedra y los misterios del sexo de Pedro Ancoechea, aunque él le llamaba ancas de rana, por alusión al agua de donde salen los monstruos.
“En cualquiera de los casos, aquel que se creía que yo era Jesucristo, que hizo llegar a mi vida a una mujer, a la que yo creía la virgen, es decir, María Magdalena. Con ella pasé dos años jodiendo, meando y bebiendo la cerveza de su menstruo”. Y el deseo de besar suavemente un clítoris hiperdesarrollado: “Unas veces le pegaba yo a ella y otras ella a mí: me hacía lamer sus zapatos a veces, y otras yo la azotaba, por deseo, no por penitencia, veinte treinta latigazos, mi niña, mi tesoro. Cuando le pegaba, ella se miraba en el espejo la espalda, y se corría viendo las marcas: ¡la virgen!”. Y cuando él acababa de ejercer su profesión de macarra de santos, recurría al camarero, al que le contaba sus novelas con la virgen, haciéndole ver que no creía en Dios y menos en su Dios, y que en España la creencia en Dios está perseguida con la pena de muerte.
“De cualquier manera, Mercedes, que tal era el nombre de la virgen harta de tanto palizón me dejó. Entonces inspirado por la sombra de Anca de Rana y poseído por él me dediqué a recoger la basura de París, dormía en inmuebles chauffés, en la escalera de algún edificio, para hacer penitencia y ganarme un cielo que fue desollar con las manos medio París: y eso por cuanto con penitencia o sin penitencia, tenía electrizado todo el cuerpo y eso, mal que bien, funcionaba y funciona”.([12]) Y al final de la escapada dejé a un mendigo ciego que estaba cantando mi dentadura postiza en la mano.
“Por fin, abandonado por Mercedes y por la luz, me vine a España para ser más preciso a Palma de Mallorca, con Francisco Monge que se creía el Anticristo y allí entré en un club anarquista llamado el Talayot Corcat, que dirigía el tal Monge que se creía que yo era Jesucristo”. Porque el loco que persevera en su locura acaba siendo sabio. “En cualquiera de los casos, no dejaba de beber y era bisexual comment d’habitude, así que a los falangistas aquellos del Jesucristo paidófilo les pareció una blasfemia y quisieron matarme por primera vez. Ahora bien, en el sepulcro de los bares había estudiado la gramática de los objetos-bebestibles, se entiende, y a la coca-cola la asociaba con el excremento, y de paso con un cadáver porque, según Freud, el inconsciente equipara excremento y cadáver”.
Sucedía que en Palma de Mallorca los anarquistas se oponían a que la isla de la Dragonera fuera comprada por inversores extranjeros para construir urbanizaciones, y él, que venía huyendo de París, se agregó a estas reivindicaciones, participando en manifestaciones y se convirtió en una especie de líder. El asunto acabó mal puesto que unos matones lo persiguieron con una navaja, y él tuvo que salir corriendo de la isla; así empezó una larga historia que le llevó a Barcelona: “Al parecer, para los fascistas yo no podía matar, pero ellos sí, y si yo mataba era por efecto de una tentación diabólica”. Quiso aprovechar la ocasión para deshacerse de la fe de una vez, cuando aún se seguía creyendo Jesucristo, aunque él se sentía como el rey del vudú, de modo que con una paranoia avasalladora se marchó con su amigo Willy More a Barcelona, aunque allí también notaba que la CIA estaba por todas partes. Así que se pasaba el tiempo en la “Bodega Bohemia” porque no soportaba salir a la calle y también por desesperación. Y andaba buscando medio desnudo un chulo para que le enculara, para encontrar los límites del hombre: “pero para el fascismo que me rodeaba, no se trataba de explicaciones científicas sino de alegóricas o teológicas, es decir, si yo era Cristo o el Anticristo”, así que supo que a veces era conveniente no decir la verdad, que puede ser peligroso.
“Pero la vida continuó, inexplicablemente. Aficionado a la oscuridad topé después de haber fichado por los anarquistas, con los masones, a los que yo llamaba amigos en la oscuridad […] topé también con un proletariado desnudo y obsesivo, y con una larga serie de internaciones políticas. Y es que los masones por odio a la CIA, queríamos llevar a juicio al Rey, proclamar la República, y abolir las bases nucleares yanquis”. ([13]) Pero para ello faltaba dinero y además supieron que en este país, después de tanto rollo, no cree en Dios ni su puta madre, nunca mejor dicho. Era un país maldito, que además de no creer en Dios, tampoco creía en la virgen, un país sórdido y ruin. De todas maneras la CIA tampoco creía en Dios, y es precisamente por eso por lo que tuvo tan buena acogida en España. Y aún peor, porque quisieron envenenarlo, utilizando a los manicomios como centro de exterminio. En los manicomios había exterminaciones, pero la gente resucitaba, así que había que canibalizarla, descuartizarla, porque de otro modo podría recomponerse y sobrevivir. Leopoldo había olvidado cuántas veces lo habían matado y cuántas había resucitado, de modo que acabó creyéndose inmortal. Él no creía que se iba a morir nunca, pero tenía un inmenso pánico a la muerte: “y por lo que quieren matarme es precisamente por las resurrecciones”.
“Una muerte no solo de mí, sino de los masones y la ETA ocurrió lo que en un artículo he llamado Acerca de la muerte de Panero o de la ETA o de la Joven guardia roja: alrededor de las GAL manicomiales. Y es que los masones por una chulería contra la CIA queríamos llevar a juicio al Rey” ([14]). En cualquier caso, lo que a él más le gustaba era jugarse el tipo, porque el socialismo por las buenas le parecía aburrido.
Pero fue en el manicomio de las monjas de Elizondo estuvo a punto de morir por efecto del veneno, y se salvó por escribir diez cartas a sus amigos contándoles la verdad, ya que tanto hablaban de Jesucristo. Y de allí a Basurto, donde le envenenaron con estricnina y allí lo salvó su oscura madre.
“Y de ahí a Mondragón donde estuve cuatro años como Justine o los infortunios de la virtud, inoculando veneno y en plan pelea permanente con los locos pega-hostias, como yo los llamaba, una pelea eterna de la que me salvó el célebre adagio Dos no se pelean si uno no quiere, humillándome así y llamándome hijo puta, para que no me pegaran en la boca, ya que tan Anticristo soy: de ahí me salvó el tristemente Claudio Rizzo, que me trajo aquí a Canarias para aprovecharse de mi nombre y, amparándose en mi firma, que valía por muy destruido que estuviera, salir de unas situación de ostracismo y ridículo y devenir él también una firma”. Y del tétrico Claudio reaprendió a morir antes de que lo envenenaran y a perfeccionar sus técnicas de resurrección.
“Si Jesucristo había resucitado una vez, yo había resucitado cuarenta. Así que no sabía si seguir siendo el Anticristo o prefería seguir siendo Jesucristo. O ninguna de las dos cosas y cantarle himnos a Satán. Leopoldo escribió dentro del manicomio de Las Palmas “Diario de un muerto en vida o la psicosis del zombie”:
Día 13
Vomito todos los días por efecto del veneno.
Día 14
Me descuartizan para evitar resurrecciones: inútilmente vuelvo a la vida.
Día 15
En doctor Segundo Machado me canibaliza, y cagando mi cerebro en el wáter. Bromea, “hazme una oda”.
Día 16
Ahora me empalan en uno de los barrotes del jardín. Y todavía se preguntan qué me han hecho.
Día 17
Juegan con mi cabeza al footing.
Ítem más: “En cualquier caso, estoy, estamos, en poder de unos locos: se han vuelto locos por romper la censura, y como decía Chesterton todo criminal es un enfermo, como Landrú está al margen de la humanidad” […] “Todos mis amigos y amigas estaban comprados para dar no sé qué misterioso golpe de estado por la fe. Con el rollo del sol pensaban que era el chollo perfecto para de nuevo implantar el fascismo en España, porque todo el fascismo español está basado en la fe, y sin embargo en Valencia llovió sobre los tanques de Milans del Bosch”. ([15])
Whisky de familia
“El whisky Ballantines era el whisky favorito de mi padre: de él, y de su brutalidad alcohólica y religiosa me viene tanto rollo con la religión: pero ésta sobredeterminada: también tanto rollo con la virgen era pedir gracias, porque si el Golpe de Estado no me interesa nada, era por cuanto era la pena de muerte: y encima ni un puto duro, comprenderán ustedes que no me atraía nada. Aparte si es verdad que yo creo en Dios … Pero no creo en los curas, como no sea el Padre Palomar, el Sacerdote de mi colegio, el Liceo Italiano, aunque era muy inteligente y no nos acojonaba con las mujeres ni con el infierno, porque sino le hubieran expulsado del colegio”.
“Pero mayor infierno que éste manicomio, imposible, donde no se podía rezar ni suplicar un pedazo de pan después de la cena – después del veneno –, y suplicar entre correa y correa, daba asco. Sin embargo, el padre es alcohólico, brutal fascista y putañero; “pero cuando muere aparece la madre que hace daño en silencio…” […] “Si yo a partir del momento en que yo leía L’etre et le neant de Jean Paul Sartre, en el manicomio de Reus, el Pedro Mata, mi madre dejó de verme, empecé a pegarle, ella se vengó y de una manera peor. Cuando andaba con mi predicación política por las calles, Adolfo Suárez le aconsejó que me echara de casa para matarme en la calle. Si ya desde la época de los manicomios la odiaba, a partir de aquella historia comencé a odiarla más”. ([16])
“Ahora resulta que el monstruo era yo. En cambio mi padre sería católico y brutal, y ello debido a la pena de muerte, porque antes era rojo y participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, y estuvo condenado a muerte en la cárcel de San Marcos de León (nos salvó que éramos parientes lejanos de Carmen Polo): mi padre, decía, sería un borracho violento, pero por lo menos era honrado, y aún cuando se hubiera enterado de que yo estaba en el Partido Comunista y que además era homosexual –vamos, bisexual– si se hubiera enterado de que me iban a matar, hubiera evitado ello por todos los medios: hasta hablando con Franco que era amigo de él”. Pero si había sido alguna vez un homosexual violento, eso lo aprendió después, en la calle y no en la casa.
“Yo de pequeño, como Einstein, era autista: creía, como Freud, que todos los hombres eran marionetas, y que, como Jesucristo, que todos los hombres habían sido hechos para mi mal. Esto, creo, me derivan de los palizones de mi padre, porque de pequeño jugaba con ositos y gatos de trapo, y él decía este hijo nos va a salir maricón. Y es que lo era, me gustaban mis amigos del colegio físicamente, aunque tenía una novia femenina llamada Elisabetta Pontremoli, a la que tímidamente aprendí a besar, y nos intercambiábamos cartas en el colegio, durante el recreo. Pero a pesar de todo, seguían gustándome los chicos” […] “Y para mayor disgusto de un padre, que ya estaba muerto – afortunadamente – ingresé en el entonces clandestino Partido Comunista [...] Para mayor disgusto de mi padre, a él le había detenido incluso la policía franquista en varias ocasiones”.
Con el tiempo él había aprendido que era peligroso decir siempre la verdad. “Y esto, mi sinceridad a veces brutal, hinchada por lo que Baudelaire llamaba La verdad grotesca del alcohol, es lo que me ha recluido aquí, en este manicomio de muertes y resurrecciones, en este jardín de los horrores, donde no solo existe la muerte, sino una disciplina más nazi que un penal de Alcatraz, donde están prohibidas hasta las menores irregularidades, y se nos trata como una especie de gallinas ponedoras, como si no existiéramos”. ([17])
Pero el loco aquí estaba lo mismo que Alicia Ruiz Tormo, la segunda virgen, “que yo sospechaba que era agente de Adolfo Suárez, el responsable de mi primera muerte […] Alicia le pegaba con la mano, y por la calle, más brutalmente que a la otra virgen, y el terror escarba en los dominios del sexo. Y esa era su ética sexual volviendo a la nada” […] “Y esta era mi ética sexual: por mucho que pegara a las mujeres, no las odiaba, las quería, aunque fuera The Collector. Si, en el sexo, debo decir en mi defensa era brutal, y azotaba a la primera virgen, a veces hasta cuarenta latigazos, ella también me pegaba y me hacía besarle con gusto el zapato, diciéndome tú no sirves más que para tomar por culo, y ello hacía, con ella, con su hermano Antonio Blanco, que al final se suicidó, formando una orgía que los cátaros preferían al matrimonio, por cuanto aquel perpetúa la creación perversa, y este mundo, para los albigenses, no era obra de Dios sino del Diablo…” […] “En todo caso, el origen de tanto amor y tanto masoquismo, por parte de Mercedes – Mechita – , que así se llamaba la primera virgen, como de Alicia Ruiz Tormo, era que yo era inmensamente bello, y ahora soy tan solo un viejo, un viejo miserable e inmensamente puteado a quien solo quieren las putas”. ([18])
En el manicomio vivía bajo la constante amenaza de las correas, pateras como las llamaban allí. “No se puede fumar, y es un suplicio lancinante. Por si fuera poco, además de que te desvelan con el dichoso asunto del tabaco, no se puede uno levantar de la cama antes de las siete. La muerte continúa, con bata blanca”. ([19]) Aunque él consideraba la muerte como una liberación de la dura realidad, en el fondo la temía, y aunque a veces se hacía el muerto, como cualquier animal indefenso, luego resucitaba. “Por mucho que resucite me da miedo la muerte: los loqueros no son seres humanos: son monstruos que vigilan el abismo, y yo tengo las llaves del abismo: yo soy Jesucristo, tengo las llaves del abismo”. Y se preguntaba a sí mismo, solo frente al espejo de su cuarto, quién era él; no sabía quién era y ni si quiera sabía qué significaba la palabra “yo”. Él no era, no existía, era la nada mirándose al espejo y se angustiaba frente a la página en blanco de la escritura, con la que él pretendía resucitar. “¡Ah, venganza de la página!, venganza de lo escrito, de un hombre que nada quiere, de un hombre sin atributos, con el falo perdido en el laberinto de la nada, del verso cursi y que ya nada me gusta, del verso y la ceniza de lo que fue Leopoldo María Panero”.
Y babeaba sobre la página: No era un hombre. Y así pasaba los días, engañando a la nada, creyendo al hombre que no existía, y que consideraba sin piedad lo que escribía sobre la página. Ninguna emoción pasaba por su rostro, se comportaba como un sapo, era un sapo lo que él veía en su propio espejo. Tenía miedo de sí mismo, era algo parecido a un verso de su padre, al que ya no podría ver sino en la tumba. “Terror del instante en que ya nada queda por escribir y una mano sale de la tumba, señalando el camino, señalando el camino a nadie, la boca del poema, humedad del verso, señor de la nada y de las formas, señor tenebroso del dolor”. ([20])
Y solo en su habitación recordaba el pasado y se mostraba dispuesto a soportar el terror en los límites del sexos, como con Mechita, como con la virgen, como con Alicia Ruiz Tormo, “a la que pegaba con la mano, y con cinta de obrero, como un macho, como lo que nunca fui, porque soy tan maricón como nadie, y me gusta escupir el semen sobre el rostro de un muchacho”. Pero criticaba y se lamentaba de los pocos amigos que había tenido: “Cuántos enemigos he tenido, y que pocos amigos, y que solos se quedan los locos, encerrados en un infierno sellado, en el infierno de la boca, en el infierno que nos espera tras del sepulcro, cuando la nada sale flotando de los huesos, el aliento de los huesos”. Las señoras de la limpieza hablaban mal de él y hacían planes para quedarse con todo lo que a él le pertenecía, sin percatarse de que él ya estaba muerto, muerto en vida. “Nada hay más infecto que una mujer de la limpieza: eso no es un ser humano, es un cacho de carne, como decía yo para correrme sobre el cuerpo desnudo de Alicia Ruiz Tormo, una prostituta que compró Suárez. Adolfo Suárez, un hombre de la nada, un fracasado, un ser inmundo casi tanto como las mujeres de la limpieza del manicomio, el manicomio más atroz y tétrico de todos los que he visitado”.
Y a veces le entraban ganas de matar, de matar con la mirada, porque él creía en la telepatía y en su poder mental de influir sobre los demás, aunque ciertamente, con muy poco éxito, porque de hecho, no había matado nunca a nadie. Solo quería matar con la mirada. “Pero la muerte es poca venganza, prefiero que deseen la muerte, y no la hallen, que busquen perdidos como una colilla la muerte sobre el suelo, a cuatro patas, peores que los perros, lo que me han hecho es para perder la razón y volver a encontrarla en una colilla, sobre el suelo: eso soy yo …” “Estoy aquí, en el manicomio del doctor Inglott. Hoya del Parrado, nº 2, Gran Canaria. Una de las locas a las que yo llamo Yema o Inmanjú, que es lo mismo, o Diana Cazadora, vigila el camino. Mueve los dedos, y señala a un punto que no existe”. No bebía, fumaba pero ella lo vigilaba. “Y he aquí que aparece la ETA como un gigantesco baile de marionetas. Marionetas perfectas que no temen a la muerte, pierna derecha sobre pierna izquierda, labio azul de la muerte …” “Pasa sobre el manicomio el avión del Rey, ¡oh rosa del crepúsculo, flor que en la nada habitas! En España era pecado ser inteligente, se castigaba con la pena de muerte, con un asesinato a plena luz, sin que nadie protestase, veinte años adorando a la muerte a punta de pistola, resucitando, rítmicamente. “Un loquero, un tal Trujillo, ha perdido ya la razón, y escribe su autobiografía. Un Rey analfabeto vigila mi muerte y sale espuma de mi boca, aliento de subnormal, no soy sino el tonto del pueblo: ¡Oh, Rey de los tontos! Y a morir por una palabra: Jesucristo, y por dos, Anticristo, mientras el Rey sobrevuela el manicomio con su maldito avión, el Rey que mató a mi madre nadie sabe porqué. El estúpido Rey sin corona, el Rey idiota, el Rey bobón, el Rey borracho que tolera mi muerte”. Su muerte en vida en el manicomio.
“Y mañana estarán como siempre en la calle mis perseguidores reales, insultándome, toreándome, peleando como en un cuento mío por un despojo de mujer, por un traje raído de una mujer. De la CIA, si fuera algo con un trozo de razón, de conspiración concertada, pero no, no es eso, es una conspiración de unos pobres hombres, de unos fracasados, y no tiene otro sentido que la ruina, y la literatura combate contra el hombre: ese crimen moral al que solo se llega por escrito, como decía el Marqués de Sade ¡Quién soy sino el más pobre de los pobres, menos que un paria, menos que un insecto, arrastrándome por las calles como algo que es todavía menos que una serpiente, comiendo mierda!” Y por la noche, lo encierran en su cuarto, donde solo hay una mesa para escribir, un espejo, una cama y una fotografía de su madre cuando era joven, en la mesilla. “Y me miro vanamente en el espejo: un hombre viejo con el pelo canoso, parecido más a un sapo que a un hombre, ¡luchando por la vida! Un hombre que resucita y resucita, cercado por la muerte, y que tiene solo a la vida por estandarte, por orgullo: ¡que solo se precia de no estar muerto!” ([21])
Prefería estar en la calle cuando le daban permiso para salir, y aunque en la calle daba asco, repugnaba, la gente le miraba con esa turbación que inspira el desastre. Pero él vive con los locos crónicos que no eran sino viejecitos que recorrían el patio del manicomio aburridamente. Aunque había otros abuelos con mayores ínfulas, pero en la calle. “Y es que también los abuelos de la zona diver, esto es de Triana, se quejan, o al menos dicen con sus gestos que se quejan de que yo halla aparecido diez mil veces en ese infecto periódico llamado La Provincia […] No hay nada más miserable que un español, o lo que es lo mismo, que un canario, un pueblo que yo creía diferente, más simpático y más humano que los españoles. Godos como aquí les llaman: godos que vienen de visigodos, pues el pueblo español demora medieval. En cualquier caso, los canarios son tan españoles como todos los demás, tan sucios y bastardos como los cerdos españoles, pero los canarios son una raza de ladrones, de estafadores y de bandidos, son casi peor que los españoles: hablemos de amor”.
“Yo me creía que Jesucristo era ser bueno, y que el Anticristo era la Gestapo en nombre de Dios, por mucho que también invoque al Diablo: y el dolor transformamos en boca, una boca que habla y habla, que se enrolla como una persiana, una lágrima que dice donde no se puede decir nada, dice ¡oh! y ¡ah!, y una lágrima resuena como un latigazo […] ” “En la habitación de al lado, en el pabellón de los crónicos, está otro masón que también se creía un hombre, un obrero llamado Javier Bardem: obrero por arquitecto: ¡Oh albañil llamado hombre: y la boca sigue diciendo unas veces oh y otras ah!”. ([22]) Y otra vez aparecía por la puerta la loca que se creía Yemanya “Porque yo fui poeta, y decía ¡oh y también ah!, y las mujeres se reían de mi y los hombres clavaban clavos en mi boca, y tengo 53 años y a veces parezco 30, 33 clavos han anulado este cuerpo a la nada, a la luz que nunca sufre y era yo, Caín y no Abel, el condenado a la vida eterna: a pesar de que la vida no sea ya para mí, lo mismo que la poesía o la literatura, el ritual del neurótico obsesivo: ¡oh, botella de agua mineral en la boca, que bebe y bebe para no decir jamás en lugar de oh y ah!”
“Y a veces me sentía tan mal que pensaba hasta en autocaníbalizarme para morir por fin y si el cura me preguntara porqué quería suicidarme, le respondería que era el infierno lo único que yo había conocido […] ” “Pienso, si salgo vivo de aquí en dedicarme a la antipsiquiatría, al esquizoanálisis, si antes no me ha machacado los sesos un electroshock del no se si siniestro o querido doctor Segundo Manchado, con quien me psicoanalizaré mañana, entre muerte y muerte. Yo iré a cagar sobre vuestras tumbas. ¡Oh ultimo temblor del verso en mis labios, me repugna hasta la palabra poesía, me celebro y me odio a mí mismo” y quisiera autocanibalizarse […] “Y si hay un monstruo en mi, este monstruo se llama Leopoldo María Panero, y tiene voz y habla a los espíritus de la calle, que no se si saben a alcohol o a tabaco”. ([23]) Sobrevivirá otra vez, y volverá a soñar con estrellas y con nombres, con patos que decían “cuac” y picoteaban las migajas de la página, el hongo de mi verga, el labio del sol, en la espera de vivir aún una página más.
Pero en esta verborrea, por la que no paraba de hablar y recordar cosas que pensaba, que se le ocurrían sin ningún rigor, también tenía cosas que confesar “He de confesar que tengo un defecto: me gusta que me den por culo, pero nunca se la he metido por el culo a una mujer, pegarla, si, azotarla, por cierto, con deseo, como digo en uno de mis poemas: no, ciertamente, por penitencia: ¡ah Mercedes!, caen gotas de semen de tanto pensar en ti, ¡oh virgen!, ahora que has muerto y no volverás a pecar, ahora que eres virgen de verdad” […]“Y mañana, caída la máscara, me esperará otra vez la única virgen que existe, una camarera más sórdida aún que la muerte llamada Fefa, la que el otro día me robó quinientas pesetas. ¡Oh!, cómo me gustaría verla cubierta de heno y de excremento, esta que no es apta ni para besar mi culo”. Pese a que ya no bebía, aunque se tragaba una coca cola tras otra, era porque estaba obligado a ello: si bebía no le dejarían salir del manicomio, pero él seguía deseando beber: “Dios bendiga el alcohol, Dios bendiga las drogas, porque la realidad es peor que la muerte”, y él tenía las llaves del abismo. ([24])
[1] Leopoldo María Panero y Claudio Rizzo. “Tensó” Edit. Hiperión. 1997.
[2] Revista “Ajoblanco”, entrevista a Leopoldo María Panero, noviembre de 1997.
[3] Leopoldo María Panero Enantiodromía, poema incluido en “Teoría del miedo”. Poesía completa en 2000-2010, Edición de Túa Blesa. Pag. 467
[4] EJEM 27 de enero de 1998.
[5] Poesía Completa, Visor, página 87.
[6] Poesía Completa, Visor, página 91.
[7] Op Cit. Página 95
[8] Op Cit. Página 103
[9] Javier Rodríguez Marcos, “Seré monstruoso pero no estoy loco” El País, 31/10/2001
[10] Op Cit. Página 114.
[11] “Prueba de vida, Autobiografía de la muerte”. LMP. Pág 15
[12] Leopoldo María Panero. “Prueba de vida” pag. 17
[13] Leopoldo María Panero. “Prueba de vida” pag. 23.
[14] Leopoldo María Panero “Prueba de vida” pag. 32
[15] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 38
[16] Leopoldo Maria Panero. OP. Cit. Pag. 41
[17] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 47-48
[18] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 50
[19] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 54
[20] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 57
[21] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 65
[22] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 68
[23] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 81
[24] Leopoldo María Panero. Op. Cit. Pag. 82
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Autor >
Enrique González Duro
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