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Con ocasión de los resultados electorales del 26-M y sus correspondientes pactos de gobierno necesarios, además de la irrupción de Vox y su extremismo ideológico, se está creando un confusionismo político, que se pretende rentable, aunque sea un engañabobos, que no engaña a nadie mínimamente racional y experimentado, empezando por las siglas de identificación. Sólo los Verdes, minoritarios e idealistas, casi testimoniales, tienen una identificación que se corresponde con sus buenas intenciones y su actuación operativa, que da por verdadero el dicho popular “por sus obras los conoceréis”. El resto de las agrupaciones, más importantes, utiliza un nombre que no tiene nada que ver con los hechos, que las definen. El máximo cinismo es el del PP, con esa alusión al pueblo, Partido Popular, que no tiene nada que ver con sus programas políticos y con sus actuaciones, en defensa de los grandes empresarios y de la alta banca, que está en el fondo de todas sus decisiones, que lo convierten en el Partido de los Poderosos. Ciudadanos, con su ambigüedad de origen, de fronteras difusas y equívocas, es un nombre que no significa nada, que vale lo mismo para un roto que para un descosido, puesto que ciudadanos, desde la Revolución Francesa de 1789, nos engloba a todos, sin discriminaciones sociales ni económicas ni, por supuesto, políticas. Y está claro que no se nos puede meter a todos en el mismo saco. Ni para todos, café. La imprecisión del nombre del PSOE, que tiene la disculpa de su noble tradición secular, con esas dos vocales, casi redundantes, de obreros y españoles, tampoco tiene nada que ver con su actual perfil político, definido como socialdemocracia, porque nadie va a pensar que no es un partido de españoles, ni que es un partido exclusivo de los obreros, a no ser que se tomen como denominación de trabajadores, en su amplio sentido, y aún nos quedaríamos cortos, pues su verdadera representatividad radica en las clase media y baja, cuyos intereses defiende. El nombre de Podemos tampoco es muy explícito, aunque esté lleno de buena voluntad, pues expresa más bien un deseo que una realidad, como se está demostrando, con la colaboración de las cloacas del Estado. Izquierda Unida es otra denominación impropia, que mejor sería llamarla “Izquierda Desunida”, vistas las cosas como son, por mucho que nos duela. Lo mismo podría decirse de los grupúsculos minoritarios, sin representación parlamentaria. Y, para mayor perplejidad, sumada a la de las denominaciones, todos los partidos, más votados, se disputan la representación de ese hipotético centro, de una voluntad inmóvil vacía, inocua, contemporizadora y descolorida, e insulsa, como una tarta sin azúcar, un guiso sin sal o un toro afeitado. Una especie de criatura sin definir, abierta a todas las confusiones y a todas las veleidades, como un matrimonio blanco o un partido de fútbol amañado. Equidistante del movimiento histórico y la parálisis política, aunque, en realidad, es una disculpa de la derecha para que todo siga igual, en una inmovilidad eterna. El centro derecha es una redundancia. Porque el centro, en puridad, es una derecha vergonzante, que ni el PP, ni C’s están dispuestos a reconocer, unos por su herencia franquista desde su fundación, y otros, por su interés en nadar entre dos aguas. Y, para acabar de complicar o de aclarar más el panorama, Vox ha venido a poner las cosas en su sitio. Es el único partido que no juega al centro. La derecha es la derecha y no hay de qué avergonzarse. Ha desenmascarado a la derecha tradicional del PP y de Ciudadanos, que intentaban camuflarse como centro. La política de pactos pone las cartas boca arriba. Porque el único ganador del 26-M ha sido el PSOE.
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Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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