“Muchos de los niños que acuden aquí son hijos de sicarios y delincuentes”
Una escuela de Mazatlán, en el Estado de Sinaloa, apuesta por la educación contra la violencia en territorio del narcotráfico y obtiene buenos resultados
Antonio Olalla / Jéssica Hernández 5/06/2019
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Son las cinco y media de la mañana y amanece en Mazatlán, a orillas del Océano Pacífico mexicano. Como cada mañana miles de niños del Estado de Sinaloa acuden a clase en las escuelas del noroeste de México. Como en otras partes del mundo, especialmente las menos favorecidas, las condiciones en las que los niños van a la escuela varían dependiendo del barrio o población donde vivan. Esas diferencias van desde el temario y la metodología, hasta las condiciones de salubridad, acceso a la alimentación y seguridad física con la que la población infantil acude al colegio. La educación en México sigue siendo una asignatura pendiente, la OCDE señalaba en 2017 que el 22% de los jóvenes mexicanos de entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan. Unas cifras brutales que durante el sexenio de Peña Nieto no han mejorado a pesar de las reformas educativas emprendidas.
Un problema que se ve agravado por la violencia asociada al narcotráfico, que castiga a México en general y a la sociedad sinaloense con especial virulencia. Esta violencia se ha cebado especialmente con la infancia. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía de México (INEGI), entre 2007 y 2016 han sido asesinados 21.303 menores de 19 años en el país. Chihuahua, Estado de México, Guerrero, Sinaloa y la Ciudad de México son las regiones que encabezan esta siniestra lista, según el INEGI.
Contra estos fríos números se erige en la ciudad de Mazatlán la Escuela Francisco González Bocanegra; una de las escuelas públicas con mejores calificaciones del Estado. Situada en la colonia Flores Magón, entre las más violentas de Sinaloa, en las aulas de la Bocanegra abundan hijos de sicarios, prostitutas, traficantes e hijos de otras familias desestructuradas de la colonia.
Pero los buenos resultados no han venido solos y por casualidad. Detrás de este éxito escolar se encuentra la asociación Todos Somos Sinaloa, una iniciativa ciudadana que reconstruyó la escuela semidestruida en 2011. Esta entidad, en la actualidad, recoge el fruto de su trabajo viendo: alumnos que llegaron siendo unos niños con pocas posibilidades, ahora se preparan para estudiar la educación secundaria, y algunos de ellos tienen serias opciones de cursar estudios universitarios.
El director de Todos somos Sinaloa es Mario Martini, un veterano periodista acostumbrado a batallar con la desigualdad social presente en México. “Nuestra principal misión en la escuela y su entorno es promover el respeto a los derechos humanos y la convivencia”, comenta Martini. Para facilitar esta tarea el periodista y la entidad que dirige introdujeron un nuevo modelo educativo en la zona y la mejora de las infraestructuras del colegio.
La educación en México sigue siendo una asignatura pendiente, la OCDE señalaba en 2017 que el 22% de los jóvenes mexicanos de entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan
Una de estas medidas fue aumentar la jornada a ocho horas lectivas. La escuela tiene un programa educativo de tiempo completo, es decir desde las ocho de la mañana a las cuatro y media de la tarde, con una hora para la comida, algo no muy habitual en las escuelas mexicanas que suelen ofrecer cuatro horas lectivas. Por esa razón, algunos alumnos que viven a más de dos horas de camino se trasladan cada día hasta allí, porque confían en la mayor calidad de esa escuela “Utilizamos la observación como herramienta de trabajo y nos apoyamos unos profesores a otros para ver qué aspectos se pueden mejorar”, apunta Orlando Santillán, director de la escuela.
Nutrición e implicación vecinal
La mañana avanza y Carla, Rosa, Cande y Rosario, las cocineras voluntarias de la escuelas, aprovechan para hacer un breve descanso. Son mujeres de la Flores Magón de toda la vida, acostumbradas al duro día a día del barrio e implicadas en mejorarlo. En muchas ocasiones actúan como apoyo a otras madres de alumnos y realizan una de las labores más importantes en el centro: encargarse de la alimentación.
“Ejercemos muchas veces de psicólogas de los niños, ellos nos cuentan sus episodios de violencia doméstica, si no han desayunado en casa e incluso si han sufrido algún abuso sexual en casa. A veces todo esto es muy duro”, relata Carla con la mirada fuerte y marcada mientras se sienta en una de las banquetas del comedor escolar.
Muchos días tienen que esperar a que los familiares vengan a recoger a los más pequeños; la mayoría de los padres y madres de alumnos realizan su “chamba” en el sector hostelero y de servicios, el más fuerte de Mazatlán, que atiende a cientos de turistas americanos y canadienses a tan solo 10 kilómetros de las zonas deprimidas de la ciudad.
“En ocasiones tenemos que ayudar a los abuelos de los niños en la alimentación y cuidado de los mismos, pues ellos son los responsables de los menores”. Así lo relata Rosa, que hace énfasis en la cantidad de familias deshechas, donde el padre o la madre se dedican a la delincuencia y a la prostitución, están ya en prisión o incluso muertos por estas circunstancias.
Ejercemos muchas veces de psicólogas de los niños, ellos nos cuentan sus episodios de violencia doméstica, si no han desayunado en casa e incluso si han sufrido algún abuso sexual
Eso sí, mientras comenta estas difíciles situaciones luce con orgullo su anillo de recién casada. “No todo son malas situaciones aquí, llevó 13 años muy feliz con mi esposo y hemos decidido casarnos”, cuenta entre carcajadas cómplices de sus compañeras.
Ellas preparan diariamente la comida a los más de 330 alumnos de 6 a 12 años que estudian en la escuela, entre los que se encuentran sus hijos. Apoyadas en el libro de menús que les da la Secretaría de Educación Pública, preparan cada día más de 330 raciones de comida en una cocina de fogones ciertamente rudimentaria de apenas unos tres metros cuadrados.
Las cuatro cocineras cuentan cómo muchos días van muy justas de dinero para hacer la compra de suministros, porque, como nos explicaba Cande, “algunos padres y madres no pagan los 10 pesos diarios (algo menos de 50 céntimos de euro) para la comida de sus hijos. Por eso, hay días que no podemos ofrecer comida a los alumnos, ni siquiera a los que sí han pagado su cuota”. Una gran ayuda con la que cuenta esta escuela es el respaldo de varios supermercados locales que aportan depósitos y descuentos en alimentos.
Y con esos escasos medios, intentan combatir la mala nutrición infantil, uno de los principales problemas de Sinaloa, líder en diabetes en México. Según Martini “muchos alumnos llegan muy temprano a la escuela sin desayunar y deben estar sin comer hasta las 12.30 que se les da la comida. Si no tienen una buena alimentación no puede concentrarse ni estudiar, y se hace aún más pesado con el excesivo calor y la humedad propia de Mazatlán”.
Por este motivo, el equipo de trabajo de Martini batalla continuamente con autoridades, proveedores y colaboradores para conseguir ofrecer, al menos, dos comidas sanas al día. Su próximo objetivo es poder construir una cocina comedor bajo la Norma ISO 9000 para replicar el modelo en otras escuelas del estado. Para ésta y otras acciones, la escuela cuenta con el respaldo y la implicación de la asociación española Gentinosina Social, que ha recaudado ya más de 3.000 euros para la construcción de la cocina.
Pero el otro caballo de batalla es lograr implicar al barrio en la escuela, convertirlo en una especie de centro social. “Muchos de los niños que acuden aquí son hijos de sicarios y delincuentes comunes del barrio. Ellos entienden que si sus hijos estudian en esta escuela tendrán una vida distinta a la suya y por este motivo respetan la escuela y su trabajo, incluso varios colaboran en algunas tareas” asegura Martini.
Éxito escolar
Cuando la iniciativa de Todos Somos Sinaloa llegó a la Bocanegra sus artífices comentaban que “con un alumno que permanezca en el aula habrá valido la pena”. Hoy, muy superado este objetivo, cuentan con alumnos premiados en Competencias nacionales y están entre los primeros lugares en el ranking educativo de Sinaloa, siendo referencia de la escuela pública del estado.
Uno de sus mayores éxitos se llama Leonel García, el alumno más brillante hasta el momento. Con 17 años recién cumplidos y ya en la recta final de su secundaria, Leonel apunta a la universidad; su sueño sería estudiar Informática. Con su gesto desgarbado y una pulcra educación, nos relata cómo fueron sus inicios en el centro, hace nueve años, cuando la escuela estaba casi en ruinas y tenían que dar clase casi a la intemperie con más de 30ºC y un 90% de humedad. “Los niños se desmayaban alguna vez”, apunta.
Leonel es el claro ejemplo de superación que la escuela quiere trasmitir al barrio de Flores Magón. Huérfano de padre, murió en circunstancias violentas, fue abandonado por su madre, sus abuelos paternos se hicieron cargo de su custodia y con los escasos recursos familiares, Leonel se aplicó al máximo en sus estudios y no faltó nunca a clase en su época de primaria. “Se lo debo todo a mis abuelos y a mi tía; ellos han hecho un enorme esfuerzo para que pueda estudiar y no faltar nunca a las clases”, explica mientras comenta que ahora, durante los fines de semana y festivos, vende tacos y refrescos para ayudar a la economía familiar. “Los profesores de la escuela son muy buenos y comprensivos; sin su apego al proyecto, los resultados académicos no serían posibles”, reconoce Leonel.
Leonel tiene una media de 9,7 en secundaria, pero a pesar de su esfuerzo, su futuro no está claro y será difícil cumplir el sueño de ir a la universidad. “Quiero ir a la universidad, es mi meta, pero también tengo que ayudar a mis abuelos ya jubilados, porque nuestra situación económica es difícil”, explica de manera sobria el joven, mientras Martini interviene en la conversación, y le asegura que hará todo lo posible para encontrar una beca a Leonel. Los gastos para una carrera de cuatro años en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) son de unos 2.000 euros, según cálculos de Martini. “Buscaremos el apoyo de las entidades gubernamentales y privadas”, explica.
Orlando Santillán remarca también la intención de concienciar a los alumnos para que, una vez concluidos los estudios, sigan apoyando al barrio y a la escuela. “De esta manera, ayudarán a formar a las nuevas generaciones y a reformar el barrio donde han crecido”. Mientras, se oye el bullicio del recreo y los alumnos de La Bocanegra toman fuerzas para seguir estudiando y poder cambiar el rumbo de su barrio.
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