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“Gobierno de cooperación” es una expresión con empaque que nos da cosas que celebrar. Por fin se restaura el orden. Por fin se hace política de verdad, de la que no entiende ni cristo.
Es cierto que entre nacionalismos periféricos y borbónicos, y precampañas y campañas y especulaciones sobre si el cambio político estaba muerto o solo en coma inducido, entre tanto jolgorio, digo, es verdad que veníamos escuchando desvaríos y declamaciones que no había forma de jerarquizar ni de descifrar, ni falta que hacía. Había emociones, tropiezos, mentiras desvergonzadas, crapuleo político, ingenuidad; es decir, humanidad.
Mucha gente pregonaba que le daba pereza tanta movida, pero no era verdad. Decir “me da pereza” era en muchos casos una forma de autoafirmarse, como escuchar vinilos, pero luego todos mirábamos por el rabillo del ojo. La Pereza Madre viene ahora.
Con esto de “Gobierno de cooperación” volvemos a ese no-decir que a mí me recuerda a cuando tenía cinco años y oí la palabra “diputación” en la radio y miré a mi madre, exigiéndole explicaciones (y casi una compensación). La pobre, obviamente, no me supo explicar qué era eso. Desde entonces, la palabra “diputación” me cansa, me deja el cuerpo indefenso como si acabara de bajarme la fiebre.
El caso, que uno, con esa tendencia que tiene a sobreinterpretar los aspectos estilísticos de la vida, diría que esa expresión “Gobierno de cooperación” constituye el punto final oficial de esa cosa que se quiso llamar Segunda Transición pero que, a la postre (o de momento), no ha generado un revolución mayor que la que provoca un cursillo de crecimiento personal: un entusiasmo efímero y, a lo sumo, una fuerte determinación por cambiar de corte de pelo para-que-todo-cambie.
Los líderes del PSOE y Unidas Podemos han publicado el término “Gobierno de cooperación” y ya verán cómo lo van llenando. No saben qué significa. Los socialistas siguen con la cantinela de los independientes y los podemistas con la saeta de la coalición. No están de acuerdo en las connotaciones del término, pero eso no les impide pavonearse usándolo. En el fondo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no se han dado un marco de trabajo, se han dado un photocall.
No se están dignando ni siquiera a mentir escandalosamente como Ciudadanos. Mentir así, tan mal y tan abiertamente, es todavía una forma de respetar el papel político de la ciudadanía, que se siente humillada y se rebota.
Pero inventar términos ininteligibles apaga el interés, desapasiona. Nos están diciendo, muy suavemente, que dejemos de mirar, al menos mientras construyen el Ejecutivo. Esperemos que, cuando lo anuncien, no tengamos que mirarlo con la misma cara estreñida con que leeríamos la letra pequeña de un préstamo hipotecario.
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Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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