Los buenos comienzos: Sánchez Ferlosio contra las patrias
“El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia”, dice el escritor
Xandru Fernández 19/06/2019
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En más de una ocasión refiere Sánchez Ferlosio, en tono de queja, que al poeta hay que citarlo completo, aunque nos cueste un disgusto, y que el mismo Antonio Machado que glosó la “España de charanga y pandereta”, y que tanto nos gusta desempolvar cada vez que un español hace o dice algo que consideramos indigno de nuestra delicadeza, adivinó “con entusiasmo y esperanza” esa otra España, la “España del cincel y de la maza”, en “el más fascista de todos los pasajes de Machado”. Fascista, prosigue Sánchez Ferlosio, en el sentido específico de “la concepción de los hombres y los pueblos como instrumentos de grandeza histórica”.
No comparto esa reducción del fascismo a la autoimagen de su épica intrínseca, reducción que no es fruto de un desliz o una ocurrencia sino que Sánchez Ferlosio practica con una convicción sistemática y nada disparatada: “El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia”, dice en uno de sus “pecios”. Comprendo, no obstante, su empeño en distanciarse de un uso frívolo y poco operativo de la palabra “fascismo”, y no me molesta por inexacto, sino por demasiado genérico, como si los actores de la historia solo pudieran ser las naciones y, por tanto, solo el fascismo pudiera aspirar a disolver la política en un juego de ficciones históricas. En cualquier caso, el ingrediente épico del fascismo queda fijado de manera cristalina e incorporado a una crítica de la “historia de los hechos” como ficción monumental. Pero al escritor español, igual que al alemán o al italiano, esa militancia antifascista en el plano de la crítica histórica le puede proporcionar un soberano dolor de cabeza. Pues ¿en qué consiste ser español, si uno renuncia a las ficciones históricas de las que se nutre el fascismo? En nada, ciertamente: uno será español igual que es rubio o moreno, alto o bajo, y asumirá la españolez como un don del registro civil que no le compromete ni cultural ni políticamente. Desprovisto de coloraciones emocionales, privado de ese “rabiosamente” que ontologiza al “ser” en “ser español”, al sujeto portador de ese calificativo aún le queda una vida por delante y la posibilidad de vivirla sin la amenaza “del cincel y de la maza”.
En el artículo “I catalani”, tras criticar el empeño de tantos intelectuales, y particularmente el de Julián Marías, en llamar “español” a la lengua castellana, Sánchez Ferlosio desmonta el dato empírico que Marías había invocado en apoyo de su postura, a saber, el testimonio del cardenal Pietro Bembo, quien aludía en el siglo XVI al idioma “español” hablado en la corte romana de Alejandro VI. Tras dejar claro que poco le importa que se llame al idioma de una manera o de otra, expone sin piedad Sánchez Ferlosio las razones por las que a su juicio el idioma al que el cardenal se refería tenía que ser el catalán. El texto es importante no solo por la erudición de que hace gala y por la contundencia de sus argumentos sino también, y muy especialmente, porque nos pone sobre la pista del lugar al que Sánchez Ferlosio se encarama para disparar sobre los propagandistas de ficciones nacionales: no la evanescente atalaya del idioma como patria del escritor, ni el pútrido reclamo de los antepasados de la tribu como repositorio de esencias patrias, sino la comunión de usuarios, trabajadores y conocedores de la lengua castellana, pero también de toda lengua romance peninsular y, por extensión, del latín mismo.
La historia del lenguaje, entendiendo por lenguaje no una instancia invisible, pertrechada detrás o por debajo de la diversidad lingüística, sino la condición de posibilidad de una historia común de las diversas lenguas, es, en el proyecto de Sánchez Ferlosio, el núcleo mismo de la crítica del lenguaje de la historia. Donde el sentido de la pertenencia a una tribu se disuelve en la duda y el titubeo a la hora de elegir las palabras adecuadas, mientras se revela, en el acto de nombrar, la voluntad de inaugurar una épica nacional, una ficción histórica potencialmente fascista, según el uso que comentábamos al principio de estas notas. Cerrémoslas, las notas, con una ilustración reciente de este mecanismo. En las palabras del agente antidisturbios que declaró, en el juicio del Procès: “Nosotros hablamos valenciano, hablamos catalán, hablamos español... o castellano...”, se percibe la duda que tratan de reproducir aquí los puntos suspensivos, ese “qué soy yo” trasplantado a un “qué es lo que yo hablo”. Nada que ver con la contundencia del juez Marchena al oír a Tardà declarar en catalán: “No empezamos bien”. Efectivamente, la primera condición del éxito de una buena historia es un buen comienzo. Y es la del juez una certeza de las que asaltan violentamente, con toda la fuerza que les presta el poder: “la historia la cuento yo, y yo decido las palabras adecuadas”.
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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