VERÓNICA GAGO / Académica y activista de Ni Una Menos
“Más de la mitad de las niñas y adolescentes en Argentina están por debajo de la línea de pobreza”
Andrea Ana Gálvez 19/06/2019
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Nos encontramos en un café típicamente porteño, de tapete rojo y brillo decadente. Verónica Gago llega apurada: “otra vez el subte”. Habla firme y se toma el café en dos sorbos. Después dará clase en la universidad, profesión que hace compatible con la militancia y el trabajo en la editorial Tinta Limón. Es Doctora en Ciencias Sociales y autora de La Razón neoliberal. Economías Barrocas y pragmática popular y coautora de Una lectura feminista de la deuda. Verónica es el ejemplo perfecto de cómo la academia y el activismo se retroalimentan. Integra el movimiento Ni Una Menos que surgió hace cuatro años para combatir las violencias machistas y que tuvo una fuerte resonancia a nivel mundial.
En un país como Argentina, en plena crisis, la violencia se multiplica, también las alternativas. Hablamos con Verónica de esta “sensibilidad política” capaz de conectar luchas y de dibujar, quizás, un futuro porvenir.
Argentina vive una fuerte crisis y de empobrecimiento de las grandes mayorías. ¿Cómo afecta a la vida de las personas y sobre todo a los sectores populares, colectivos LGTBI y población vulnerada en general?
La crisis ha tenido un incremento muy veloz y brutal sobre todo en los últimos dos años. Lo más impactante es cómo se modifica la vida cotidiana. Hace unos años se difundió una suerte de red capilar de endeudamiento especialmente dirigido a los sectores populares. Esas formas de endeudamiento sirvieron para impulsar el consumo y fueron una clave del llamado crecimiento económico.
En los últimos dos años lo que constatamos es que, esa red de financiamiento que ya está expandida, hoy está solventando consumos básicos a través del endeudamiento. De ahí la frase que surge en conversaciones con compañeras: hoy vivir genera deuda, porque necesitamos endeudarnos para la reproducción vital.
¿Qué papel está jugando el Gobierno de Macri en esta situación?
El Gobierno de Macri ha llevado a una situación de despojo y explotación brutal. Se acaba de conocer la cifra oficial que más de la mitad de las niñas y adolescentes en Argentina están por debajo de la línea de pobreza. Y esto no solo lo sabemos por los números. Muchas compañeras de un montón de organizaciones dicen hace tiempo: “Nosotras ya no estamos cenando” como manera de distribuir hacia las hijas los pocos alimentos que hay. Lo que se constata es esta forma diferencial de las mujeres y cuerpos feminizados de poner su propio cuerpo como primer lugar de resistencia ante la crisis. La inflación y el aumento del precio de las tarifas básicas, el mayor desempleo en el sector público y en el privado, el desmantelamiento de servicios públicos producen un nivel altísimo de violencias económicas que a su vez funcionan en engranaje con el aumento de las violencias machistas.
¿Cómo funciona este engranaje?
En los últimos años desde el movimiento feminista que se insubordina en las calles, en las casas y en las camas, hemos logrado conectar lo que se llama violencia doméstica con otro tipo de violencias: laborales, institucionales, racistas y violencias vinculadas a los grandes proyectos neoextractivos. Al incrementarse esta situación de explotación, de despojo y de desempleo, aumentan las violencias machistas. La crisis del varón proveedor enfrenta una nueva escalada, por eso intenta desesperadamente afirmar su poder en violencias machistas de todo tipo. En simultáneo, vemos el despliegue de dispositivos y de instituciones que intentan aprovechar la crisis de la reproducción social para remoralizar y disciplinar en un sentido familiarista y patriarcal.
¿A qué instituciones te refieres?
Las iglesias católicas y evangélicas se convierten, en la crisis, en una vía de recursos concretos y de refugios frente al despojo neoliberal: proveen alimentos y otras ayudas económicas. Pero lo hacen a cambio de una remoralización que busca desacreditar todas las formas de desacato que los feminismos han cultivado. Las iglesias impulsan una renovada economía de la obediencia en “respuesta” a los modos en que los feminismos populares, territoriales, villeros [de “favela”] y otros han problematizado que los subsidios y recursos no tienen por qué tener una “contraprestación” en el esquema de la familia heteronormada, del mandato de maternidad obligatoria y de hogares que justamente están implosionados por la violencia. Hay otra fuerza que impulsa otra economía de la obediencia y son las finanzas de las que veníamos hablando como red de endeudamiento. Quiero decir: la manera de sobrellevar este despojo masivo es asumir más deuda y nos obliga a someternos a formas de precariedad cada vez más intensas. Esto también está corriendo los umbrales de violencia dentro de los territorios y dentro de los vínculos cotidianos. Diría que ambas economías de la obediencia evidencian que la disputa de subjetividades es muy fuerte en términos de movilización y de discusión pública desde los feminismos.
¿Esta disputa también se dio el año pasado en la explosión de la marea verde por el aborto?
Si, exactamente. Por primera vez la discusión sobre el aborto tuvo una gran pregnancia y contundencia masiva, en las generaciones muy jóvenes, en las villas [favelas] y en los sectores populares y campesinos. Desde allí se produjeron lugares de enunciación política muy potentes que radicalizaron el debate. Por ejemplo, las organizaciones villeras sacaron el eslogan: “las villeras abortamos”, respondiendo a la Iglesia que decía que el aborto era una “preocupación de las mujeres de clase media y de las blancas y un reclamo del FMI”. Se intentaba plegar la cuestión del aborto, como derecho soberano sobre los propios cuerpos, como si fuera una decisión neoliberal. En Argentina y en América Latina y creo que, a nivel global, una de las fuerzas que está teniendo el movimiento feminista es ser una respuesta contundente y una problematización en la calle y en la vida cotidiana de lo que nos impone el neoliberalismo.
Acaba de cumplirse el 4º aniversario de Ni Una Menos, también se publicaron los datos de feminicidios de los últimos cuatro años. Los números siguen siendo alarmantes. ¿Qué balance hacéis desde el colectivo?
En estos años Ni Una Menos logró dar visibilidad a estas formas de violencia, hacer un diagnóstico complejo de cuáles son las violencias y cómo se van conectando. Dejar de hablar de patología en casos individuales, para producir una enunciación política antineoliberal y esto molesta a muchos sectores que buscan recortar la denuncia a la figura de las mujeres, lesbianas, trans y travestis solo como víctimas. Hacer ese recorte implica que hablemos solo desde la posición de víctimas. Para mí siempre es una preocupación muy grande cómo nos quieren encajar en una especie de conteo necropolítico de las muertas. Por el contrario, hemos salido del gueto de las víctimas al complejizar el diagnóstico de las violencias. En la medida en que se amplía a qué le llamamos violencia contra las mujeres y los cuerpos feminizados se amplía la capacidad de intervención en términos políticos sobre conflictividades distintas.
La lucha feminista en Argentina es muy particular y potente. ¿Cómo ha sido su trayectoria?
En general se pueden marcar cuatro. Una tiene que ver con la tradición en Argentina de las luchas de derechos humanos con un protagonismo muy feminizado de “Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”. Acá el movimiento por los derechos humanos es muy distinto a otros discursos proderechos más liberales. Siempre ha tenido ese carácter no victimista si no de reivindicación de luchas militantes de los años 70. Además, este movimiento siempre buscó actualizarse vinculándose con otros conflictos, lo cual le da mucha densidad a la lucha por los derechos humanos en el país.
Como segundo punto podríamos pensar en los activismos trans, travestis relacionado con el movimiento LGTBI que vienen luchando desde los años 70, pero que también fueron muy importantes en los 80. Después, fundamental, el movimiento social piquetero de 2001 [de trabajadores desocupados]. Porque ahí se da una primera crisis del espacio doméstico como lugar enclaustrado y estallado por la violencia económica. Con una crisis masiva del varón proveedor en un contexto de índices históricos de desocupación, se convirtió esa situación en una organización política que inventó un modo de lucha, de llevar el piquete de la fábrica a la autopista, y en ese movimiento discutir lo que llamamos trabajo y exclusión. Por último, una cosa que es particular de Argentina: Los Encuentros Nacionales de Mujeres, que llevan más de tres décadas funcionando como un espacio de contrapedagogías muy poderoso.
Como vimos el año pasado con la Campaña por el aborto, el movimiento feminista argentino marca la agenda en toda América Latina ¿Qué papel está jugando la iniciativa por la interrupción voluntaria del embarazo en este año electoral?
El tema está instalado en la agenda política y a eso se debe la contundencia de la contraofensiva en marcha. Lo vimos en la capacidad del lobby de la Iglesia y de los distintos poderes provinciales para que el Senado diga que no a la ley del aborto que ya había obtenido media sanción en el Congreso. Esto se replicó como una contraofensiva conservadora muy fuerte. El caso aberrante de dos niñas violadas de 11 y 12 años obligadas a parir expresa ese nivel de crueldad como verdadera “cruzada” de los poderes más conservadores.
La profundidad de lo que se está movilizando como desobediencia múltiple está tocando la estructura misma de la organización capitalista, patriarcal y colonial de nuestras sociedades. Y es por eso que tiene semejante repercusión en América Latina.
Además desde experiencias distintas, ¿cómo se logra esta masividad y diversidad?
En estos años se ha ido profundizando la heterogeneidad de los feminismos, al tiempo que se masifican. Cada uno arraiga en una situación muy concreta y desde ahí se logra una potencia de enunciación muy fuerte porque es, al mismo tiempo, situada sin que se repliegue sobre sí. La fuerza de estos feminismos es que usan la especificidad como potencia de conexión. Esto es lo que les da carácter a la vez masivo, pero no homogéneo; concreto sin ser sinónimo de encierro particularista; radical sin ser abstracto. El hecho de poder coordinar luchas bien distintas permite ir más allá de lo puramente identitario y, aún más, profundizar lo identitario desde su fuerza para conectar conflictividades. No es sólo cuestión de poner de acuerdo un catálogo de identidades como a veces se quiere simplificar; sino que los feminismos desde la calle están difundiendo una nueva sensibilidad política que no deja espacio sin atravesar, conmover y desacomodar.
¿Qué balance hace de las huelgas del 8M?
La herramienta de la huelga ha servido porque se ha organizado de modo muy abierto y ha funcionado como horizonte compartido en los últimos años. Conectó experiencias de precarización, que aun siendo distintas, permiten plantear cuestiones en común y problematizar desde la reproducción social al desempleo, desde el avance de la frontera extractiva a los currículos escolares, desde los cánones de belleza hegemónica a la represión de las disidencias sexuales, sin dejar de lado los femicidios y los abusos sexuales, sino lo contrario: conectando los mandatos patriarcales y coloniales que son indispensables para la reproducción del capital. La discusión sobre el racismo desde el feminismo que plantean muchas luchas es, de nuevo, fundamental para tejer ese transnacionalismo que discute las fronteras del estado-nación. Por eso es importante también insistir en que este trasnacionalismo en buena medida ya existe, por ejemplo, en muchos hogares y barrios, donde la fuerza de trabajo migrante hace que sean espacios de internacionalismo forzoso, con la potencia de percibir, narrar y organizar luchas cotidianas.
Estamos viviendo una contraofensiva muy brutal en toda América Latina: asesinatos a lideresas como Marielle Franco en Brasil, líderes sociales en Colombia, dirigentas indígenas. ¿Cómo podría pensarse una autodefensa?
Hay que remarcar el término contraofensiva porque lo ubica como “respuesta”, como momento posterior, a la política del desacato que están impulsando los feminismos. A partir de constatar su crudeza y profundidad, creo que la estrategia que estamos viendo se da en dos niveles: por un lado, no abandonar la calle, en tanto sujeto político masivo capaz de reunir fuerza y tener un impacto muy visible; y, por otro y en simultáneo, persistir e inventar a nivel territorial y cotidiano formas de autodefensa frente a un avance que vemos que es económico, militar y religioso. Aparecen aquí y allá estrategias muy situadas que comparten la preocupación de cómo se sigue acumulando fuerzas de un modo novedoso, de cómo se traduce la fuerza callejera en posibilidad en el día a día. Es necesario combatir la actual alianza entre neoliberalismo y conservadurismo que hoy, bajo el nombre de “ideología de género”, organiza la nueva cruzada neocolonizadora en América Latina.
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@Ana_Gaher
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