Los tipos malos fueron a todas partes
Robert Mitchum era uno de los actores más enigmáticos de Hollywood. Sarcástico, algo tímido y aficionado a la bebida
Álex Ander 26/06/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
Robert Mitchum supo siempre hacer de su capa un sayo. Aunque eso le costase más de un disgusto. El más sonado, quizás, tuvo que ver con su afición a la marihuana. Era verano de 1948. El actor andaba con un conocido por Laurel Canyon, una famosa zona de Los Ángeles (y lugar favorito de muchas estrellas y gente bohemia de la época). En un momento dado, los dos acabaron en casa de la también actriz Lila Leeds, que andaba de fiesta con su compañera de vivienda y les invitó a fumarse unos porros. Pero no habían pasado ni cinco minutos de la llegada de Mitchum cuando varios detectives se presentaron en la casa y se los llevaron a todos detenidos. El de Bridgeport –fallecido hace ahora veintidós años– no entendió nada en aquel momento y llegó a soltar por la boca que ese jaleo supondría “el amargo final de mi carrera, mi matrimonio y todo” –algo nada extraño teniendo en cuenta lo puritana y moralista que era (y es) la meca del cine–.
Mitchum, que entonces tenía 31 años y que siempre se declaró partidario de la legalización de la marihuana, fue trasladado a la comisaría –que para el momento en que llegó allí ya estaba (sospechosamente) rodeada de paparazzis y reporteros–. Fue acusado de un delito de posesión de marihuana y condenado a dos años de prisión –aunque finalmente ‘solo’ tuvo que pasar algo menos de dos meses en una granja penitenciaria–. “Es como Palm Springs, pero sin la chusma”, respondió el actor a un periodista que le preguntó tiempo después por el lugar en el que había estado encarcelado.
Con el tiempo, se descubrió que a Mitchum le habían tendido una trampa. Había sido víctima de una conspiración, ya que la redada fue planificada por el departamento antidrogas de la policía de Los Ángeles –compinchado con alguno de los sujetos presentes en la fiestecita– para autopublicitarse. Así, el caso fue revisado en enero de 1951 y, después de que se investigase a fondo, Mitchum quedó exonerado del supuesto delito por los tribunales de Los Ángeles.
Ese lío de drogas, que habría servido para destruir la carrera de cualquier otra estrella hollywoodiense, sirvió en realidad para reforzar la imagen de rebelde del actor. La gente no podía evitar sentir simpatía (o simple curiosidad morbosa) por la historia de rebeldía aventurera y penurias que había experimentado hasta entonces la estrella de cine. Mitchum –que nunca publicitó su exoneración– contó durante ese complicado periodo con el apoyo incondicional de su mujer y el drama Vuelve a amanecer (1948), la primera película estrenada después del escándalo, fue un éxito de taquilla.
parecía que iba a quedarme atrapado en los westerns. Me di cuenta de que podía hacer seis al año durante sesenta años, y luego retirarme
Pero lo cierto es que la falta de afinidad entre el actor y la autoridad venía de bastante tiempo atrás. Mitchum se crio en Connecticut con su madre –una inmigrante noruega que se metió a operadora de Linotype para poder criar a sus hijos– y su padrastro –su padre había muerto en un accidente ferroviario cuando él apenas tenía dos años–. Siempre andaba metiéndose en líos y, con catorce años, dejó la escuela y salió con una mano delante y otra detrás rumbo a la Costa Oeste. Hasta que un día, la policía le encontró haciendo autoestop en Georgia y le detuvo. “Fui condenado a [pasar 180 días en] una cadena de presidiarios. Trabajé un tiempo reparando rocas, después salí a dar una vuelta [a los treinta días de estar allí] y nunca volví. Ok, yo era un vagabundo. Fui arrestado por el simple crimen de pobreza, eso es todo. […] Si hacías un buen trabajo, podían alquilarte por dos dólares al día, y solo les costaba 36 centavos por día alimentarte. Yo no hice un trabajo demasiado bueno. Y no pude soportar tanta mierda, de verdad”, contó el actor en una entrevista con Rolling Stone.
Después de aquella experiencia, el potro desbocado se instaló en California y tuvo que aprender a buscarse la vida –fue boxeador, estibador y llegó a ejercer de negro de Carroll Righter, conocido como ‘el astrólogo de las estrellas’–. Hasta que descubrió el mundo de la interpretación a través de su hermana, que le habló un día de una compañía de teatro amateur de la californiana Long Beach –en la que a priori él no tenía interés alguno, hasta que le mencionaron que en ese grupo había bastantes chicas–.
Un adolescente Mitchum acabó volviéndose a Carolina del Sur. Allí conoció a Dorothy –madre de sus tres hijos–, con quien se casó y se mudó (más tieso que la mojama) a California. La pareja empezó a trabajar en una fábrica y el actor descubrió entonces lo que era odiar un trabajo. Así que pensó que igual no era tan mala idea aquello de dedicarse a la actuación. Consiguió rápidamente un agente y no tardaría en convertirse en un actor solicitado.
Empezó de extra y participó en nueve películas de Hopalong Cassidy –rodadas con cuatro duros y sacadas adelante por productores independientes– convirtiéndose, sin haberlo planeado, en icono del cine del oeste –llegó a rodar 31 westerns a lo largo de sus seis décadas de carrera–. Aunque también apareció en un buen puñado de películas de guerra y en varios títulos de cine negro –durante siete años, de hecho, trabajó para la RKO–.
“Por un tiempo, parecía que iba a quedarme atrapado en los westerns. Me di cuenta de que podía hacer seis al año durante sesenta años, y luego retirarme. Así que empecé a parpadear cada vez que se disparaba un arma en una escena. Y eso fue lo que me sacó de los westerns”, confesó el estadounidense, paradigma del antihéroe.
Frente a las cámaras, Mitchum era un tipo creíble, sobrio –algunos le acusaban de inexpresivo–, habilidoso –tenía una facilidad pasmosa para imitar acentos– y muy profesional –nunca llegó tarde al set de rodaje, o sin saberse al dedillo sus frases–. Él presumía de ser un ‘juan palomo’ que no creía en la formación como actor –“Sería como ir a la escuela para aprender a ser alto”, llegó a decir– y se sentía bastante afortunado: “Este no es un trabajo difícil. Tú lees un guion. Si te gusta el papel y el dinero está bien, lo haces. Luego, recuerdas tus frases. Te presentas puntual. Haces lo que el director te dice que hagas. Cuando terminas, descansas y continúas con el siguiente papel. Eso es todo”.
Pasaba del postureo hollywoodiense y le daba mucha pereza promocionar sus películas. Es más, algunos periodistas de la época se quejaban de lo malhablado y vulgar que era en muchas de las entrevistas que concedía. “Si algún reportero le hacía una pregunta estúpida, él les decía que aquello era una pregunta estúpida. Y se suponía que tú no debías hacer eso. Debías desplegar una fachada, sonreír y decir que todo era fantástico. Pero él era un cínico. No era capaz de hacer esas cosas”, contó sobre el carácter del actor el cineasta Edward Dmytryk.
Fuera de las pantallas, el actor de la mirada triste era uno de los tipos más enigmáticos que ha brindado Hollywood. Sarcástico, algo tímido y aficionado a la bebida. Aunque pasó con su mujer casi seis décadas –hasta el final de sus días, en realidad–, su fama de mujeriego le precedía. Las mujeres se le pegan como lapas y él no le hacía ascos a echar una canita al aire –en una ocasión, un periodista le preguntó por el secreto de un matrimonio largo y él le respondió que era “la astucia”–.
Frente a las cámaras, era un tipo creíble, sobrio, habilidoso –tenía una facilidad pasmosa para imitar acentos– y muy profesional –nunca llegó tarde al set de rodaje, o sin saberse al dedillo sus frases–
Ganó más dinero que premios, pero no era algo que le quitara el sueño. El Oscar, por ejemplo, le dio siempre la espalda –solo obtuvo una nominación por su papel en el drama bélico También somos seres humanos (1945)–, pero Warren Beatty no dudó en asegurar que Mitchum era el mejor actor de su generación. Él, que quizás lo intuía, no le daba demasiada importancia al tema. “He interpretado todo, excepto a enanos y a mujeres. La gente no es capaz de decidir si soy el mejor actor del mundo o el peor. De hecho, yo tampoco. Se ha dicho que minimizo tanto que podría haberme quedado en casa. Pero debo ser bueno en mi trabajo. Si no, no me llevarían a rastras por el mundo a esos precios”, apuntó con ironía en una entrevista.
No sabía estar quieto y, cuando el teléfono empezó a dejar de sonar, aprendió a dejarse querer por la televisión. Tanto, que en los ochenta logró camelarse a los telespectadores con su papel de oficial de la marina de EE.UU. en la miniserie Vientos de guerra (1983) –y su secuela, Recuerdos de guerra (1988)–.
El actor de la mirada triste y el hoyuelo en la barbilla –que en 1993 recibió un premio honorífico en el Festival de San Sebastián– pasó sus últimos años disfrutando de su familia, fumando, componiendo música y escribiendo poesía. Su último trabajo cinematográfico fue un papel en un biopic sobre James Dean (James Dean: Race with Destiny), estrenado en Estados Unidos en octubre de 1997 –tres meses después de su muerte–. Mitchum tenía 79 años cuando falleció, mientras dormía, en su casa en Santa Barbara –sufría un enfisema desde hacía más de un año y, unos meses antes de estirar la pata, se enteró de que padecía cáncer de pulmón–. Eso sí, su mirada taciturna y su reputación de ‘chico malo’ no han conseguido (aun) encontrar rival digno en el Olimpo de Hollywood.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autor >
Álex Ander
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí