La vaca y el Medialab
Cerezales no es un pueblecito pintoresco y lejano donde el turismo pueda culturizarse, sino un espacio de ciudadanía y paisanaje
Aurora Fernández Polanco 10/07/2019
Vacas en las instalaciones de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia.
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“Corriendo va por la rampa / hacia Vegas del Condado / Meros el de Villanueva / en una bici montado”. Recordaba estos versos que solía recitarnos mi abuelo, (parodiando a Zorrilla), mientras atravesaba la ribera del Porma (provincia de León), una zona amable y llana que, junto a las bicicletas, me viene a la memoria con perdices, liebres, truchas y cangrejos. Hoy asusta comprobar la situación de urgencia demográfica en la que se encuentra, como ocurre de forma general en prácticamente todo el medio rural del Estado español. Acercarme (de nuevo) a la Fundación Antonino y Cinia de Cerezales del Condado fue un revulsivo positivo para liberarme de la nostalgia. Se lo aconsejo.
Las instituciones públicas que me competen –el Museo, la Universidad– no parecen haberse dado mucha cuenta de que hemos cambiado de era geológica. Cierto es, eso sí, que desde ellas, y en relación muchas veces con los movimientos sociales, se va construyendo una nueva “ingeniería cultural” potenciada por el aire que nos insuflaron los 15M, un mecanismo de redes subterráneas que enuncian (y denuncian) tímidamente lo que tendríamos que pedirle a una Constitución revisada. Es hora de legislar. Lo dice siempre muy bien Yayo Herrero: se trata de “organizar la vida en común en el Antropoceno”, esa época caracterizada por el agotamiento y declive de recursos como el agua dulce, la energía, la pesca o los minerales y por las transformaciones de los ecosistemas terrestres que la actividad humana ha provocado.
Los medios de comunicación (los que no están orgullosos de llegar tarde a las noticias) nos bombardean estos días con sus mapas de colores diabólicos. Son los emisarios de ese Satán denominado capitalismo y los encargados de meternos el miedo paralizador en el cuerpo, en vez de activar nuestras potencias de protesta, de análisis y de denuncia. “Beban ustedes agua, llenen y compren botellas de plástico, que siempre tendremos a los grandes supermercados con sus ofertas bio para burgueses bienpensantes”. Otra forma perversa de ocultar los mecanismos de ecodependencia que nos anclan al territorio y a la comunidad.
La organización de la vida en común y su relación con lo público, así como la interdependencia entre cultura y economía, ha sido siempre motivo central de mis conversaciones con Alfredo Puente y Nadia Teixeira, parte del equipo responsable de la curadoría y el departamento de educación de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia. Este estupendo proyecto se debe a un vecino del pueblo que emigra a México en 1949, donde hace fortuna con esa cerveza tan suave y conocida que se toma con una rodajita de limón. Antonino y Cinia –como todos los habitantes del Condado– estaban ligados a su pueblo hasta las trancas. Quisieron arreglar en él una escuela (pública) que tuvieron que dejar a los 13 años, una espina clavada que sería germen de esta institución centrada en tres áreas que nunca consideran de modo aislado, sino profundamente imbricadas entre sí: la cultura y el arte contemporáneo; el sonido y la música; y la etnoeducación. Los ya más de 100.000 usuarios con los que la Fundación cuenta en su haber tras nueve años constituyen la onda expansiva más preciada para transmitir este mensaje colaborativo que les obsesiona.
Baste decir que el pueblo que alberga la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC) cuenta actualmente con una población fija de dos docenas de habitantes. Pero es cierto que, junto al entusiasta personal de la Fundación, valen por cien. En el Patronato de la FCAYC hay una representación permanente de la población de Cerezales que disfrutan de voz y voto. Desde 2008, el pueblo mima este centro –situado en las antiguas escuelas y ampliado en el soberbio edificio del equipo de arquitectura AZPLM, dirigido por Alejandro Zaera Polo y Maider Llaguno. Desde sus programas –públicos y gratuitos– potencian y educan en todo tipo de sostenibilidad. Sólo están a 28 km de León y acaban de publicar las actividades del verano, Encerezados 19, donde conviven los conciertos de jazz con talleres para “comprender” el territorio, las relaciones entre humanos y no-humanos, los paseos sonoros, los títeres y las estrellas.
En su empeño por la etnoeducación, la Fundación, junto al vecindario de la zona, puso en marcha hace ya cinco años otro importante proyecto, Hacendera abierta, desde donde se propone identificar problemáticas que afectan al común. A largo plazo, sin prisas, con tiempo por delante (“esto –me comenta Alfredo Puente– es el mecanismo de transformación más eficaz para nosotros”). La palabra “hacendera” remite al trabajo colectivo de todo el vecindario de un pueblo. Aún se mantiene vigente en el medio rural leonés. La Fundación ha tomado buena nota de lo que casi se puede considerar como su lema y su bandera: “el profundo compromiso y aprecio por todo aquello, material e inmaterial, que le es propio a un conjunto de comunes”. Bajo el subtítulo “saberes, medio rural y tecnología”, Hacendera abierta recoge asuntos como la fabricación digital aplicada a explotaciones agrícolas y ganaderas, los mejores usos del agua, la articulación del vecindario en relación a la salud en época de escasez de servicios sanitarios en determinadas zonas de los medios rurales o la monitorización de animales en el medio rural. Siempre a la escucha atenta, recorre bajo todas las actividades una pregunta en proceso: “¿de qué espacio rural queremos formar parte?”
Nadia Teixeira me señala que “el interés de este proyecto radica en la conformación de una comunidad que comparte y cuestiona saberes provenientes del medio rural, saberes en muchos casos aletargados, o en trance de caer en el olvido, en los que aún habla la cultura campesina. Estos saberes vuelven a tener sentido en las prácticas de los grupos de trabajo cuando, al intentar resolver problemáticas actuales del medio rural, se hibridan con aquellos utillajes con los que hijos y nietos de campesinos vuelven a él, muchas veces provenientes de saberes académicos o técnicos”.
Cuando la dicotomía global/local nos parecía un discurso superado, ahora –bajo la emergencia de nuevos fascismos y el amor a las viejas fronteras– nos damos cuenta de que es un momento vital para volver a ponerlos otra vez en tensión. Cerezales no es un pueblecito pintoresco y lejano donde el turismo pueda culturizarse, sino un espacio de ciudadanía y paisanaje con pretensión de demostrar que el actual concepto de cultura está radicalmente ligado a la economía neoliberal y que se pueden pensar formas económicas desde valores, hábitos y estilos de vida que inauguren otras formas culturales y, por ende, otras formas de entender el desarrollo. Las personas que trabajan en la Fundación son muy conscientes de que la cultura incide directamente en la posibilidad de imaginar otras formas de economía. Desde un punto de vista ecofeminista, no solo es fundamental la indistinción entre cultura y naturaleza, sino que el “eco” (de oikós) nos lleva directamente al gobierno de la casa.
“Corriendo va por la rampa / hacia Vegas del Condado / Meros el de Villanueva / en una bici montado”. Recordaba estos versos que solía recitarnos mi abuelo, (parodiando a Zorrilla), mientras atravesaba la ribera del Porma (provincia de León), una zona amable y llana que, junto a las bicicletas, me viene a la...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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