MIGUEL CARDINA / INVESTIGADOR de la Universidad de Coimbra
“No se puede pensar en la ruptura democrática en Portugal sin pensar en la guerra colonial”
Laura Casielles 16/07/2019
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Portugal, como España, tiene una historia marcada por un pasado colonial que se desarrolla en dos tiempos. Uno, muy lejano, correspondiente a esa época de lo que durante un largo periodo fueron llamados “descubrimientos”. Otro, mucho más reciente: las ocupaciones con las que durante el siglo XX las potencias europeas se repartieron África, dejando al continente una herencia de expolios y conflictos. Aún a comienzos de los años 70, Portugal tenía cinco colonias en África –Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe–, a las que se sumaban territorios en otras regiones del globo, como Timor Oriental y Macao. Ese pasado, cercano y aún memoria viva para muchas personas, es difícil de hablar, está impregnado de silencios y tabúes, y esconde sin embargo muchas claves para entender relaciones de poder y estructuras sociales que siguen siendo operando en nuestros días.
Hace un par de semanas se ha celebrado en Madrid el tercer congreso mundial de la Memory Studies Association. Entre las más de 1.600 personas expertas que han acudido para debatir sobre los muy diversos aspectos que engloba la construcción –personal, pero sobre todo colectiva– de la memoria está Miguel Cardina, investigador en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra —un espacio de referencia en las perspectivas decoloniales.
Cardina es el coordinador de “CROME Crossed Memories, Politics of Silence. The Colonial-Liberation Wars in Postcolonial Times”, un proyecto de investigación que se centra en la cuestión de las guerras coloniales (luchas de liberación, si las nombramos desde la perspectiva de las colonias). Recientemente ha editado As Voltas do Passado. A Guerra Colonial e as Lutas de Libertação, un libro colectivo en el que 40 autores de diversas procedencias exponen sus miradas con una intención de divulgación, de convertir el tema en objeto de debate en la opinión pública.
El congreso de memoria más grande que se ha realizado nunca ocupa la Universidad Complutense de Madrid cuando se cumplen 80 años del final de la Guerra Civil. También en España, la memoria del pasado colonial se entrelaza con muchos de los ejes que permiten leer y entender esa historia reciente, pero sigue cargada de silencios y tabúes. Charlamos con Cardina desde la perspectiva de que, con sus analogías y sus diferencias, el trabajo que están realizando en el país vecino puede ayudar a afinar un enfoque que aquí sigue pendiente.
Empecemos por lo general: ¿qué presencia tiene la memoria del pasado colonial en la opinión pública portuguesa?
Una primera cuestión que hay que tener en cuenta es que la cuestión colonial en Portugal está muy enlazada al 25 de abril. En el 74 se produce el cambio político del fascismo a la democracia, que fue hecha, al contrario que en España, con una ruptura política protagonizada por los militares. Esto tuvo impacto en el modo en que se memorializó no solo el colonialismo, sino la propia dictadura. La cultura del silencio en España es diferente a la de Portugal en parte por esto, por el modo en que se desarrolló lo que nosotros no llamamos transición, porque fue una ruptura política. Después de esa ruptura política, Portugal hizo un proceso de aproximación a Europa, que culminó, como en el caso español, con la adhesión a la Comunidad Económica Europea en el 85-86, que tuvo una gran importancia en términos sociales y en términos de imaginario. Y cuando Portugal avanzaba hacia Europa, procuró olvidar sus fantasmas coloniales.
Hay un filósofo portugués, Eduardo Lourenço, que dice que el colonialismo es nuestro impensado. Pero ese impensado está presente en la sociedad de múltiples formas. Para empezar, una parte importante de la sociedad portuguesa, todavía hoy, está compuesta por gente que volvió de África después del 25 de abril. Entre el 75 y el 78 volvieron de África más de 500.000 portugueses: estamos hablando del 6-7% de la población. Y a eso hay que sumar a sus hijos. Hablo por mí, por ejemplo: mi madre volvió de Mozambique, mi padre volvió de Angola; África era una presencia en casa, en las evocaciones, en la gastronomía, en la infancia vivida… Pero esa no era una presencia que se transparentara en el espacio público. Porque los “retornados” tuvieron que rehacerse como portugueses, y eso era parte de una memoria infeliz. Memoria infeliz que sin embargo convive con otra memoria que ha vuelto a ganar importancia en los últimos años, que es la memoria de África como un paraíso perdido, la de la gente que vivió allí y que vivió el regreso como un cambio traumático cuando tuvieron lugar las independencias. Y regresaron con esa tristeza que se ve en frases comunes como “lo dejamos todo allí”. Hay un resentimiento colonial que tiene una base social de apoyo, pero que se traduce en silencio, más que en memorias, en palabras o en expresiones políticas. Ningún partido ha traducido ese resentimiento colonial directamente, por ejemplo.
Hay un filósofo portugués, Eduardo Lourenço, que dice que el colonialismo es nuestro impensado. Pero ese impensado está presente en la sociedad de múltiples formas
Hay un concepto que tiene que ver con esto: “políticas del silencio”.
Las políticas del silencio son parte de las políticas de la memoria. La memoria está hecha de silencios, y esos silencios son producidos también, sea por los individuos o por el Estado. Tenemos la idea de que las políticas de la memoria son gestos estatales, producidos o impulsados por el poder central o local. Pero yo creo que el concepto de políticas de memoria debe ser un poco más amplio. Hay políticas de memoria de los grupos, políticas de memoria vernaculares… Es importante tener en cuenta que las políticas de memoria son producidas a partir de relaciones de poder y de legitimidad. De ahí sale el concepto de políticas de silencio, que nos permite visibilizar lo que permanece invisible.
en las antiguas colonias, quienes combatieron del lado portugués, mantienen un silencio que fue construido por las familias porque estuvieron en el lado equivocado de la historia
Por ejemplo, si pensamos en qué políticas de memoria existen sobre la guerra colonial en Portugal, son políticas que hablan de la guerra como guerra, y omiten lo colonial. Son políticas de la memoria, sí, pero son políticas del silencio, porque silencian una parte del objeto histórico que estamos abordando. También hay que pensar que, por ejemplo, en las antiguas colonias, quienes combatieron del lado portugués, mantienen un silencio que fue construido por las familias porque estuvieron en el lado equivocado de la historia. Las políticas de silencio son también muchas veces políticas de resguardo, políticas de afirmación, políticas de apaciguamiento. No tienen solo la dimensión de una caja de Pandora que hace falta abrir. El concepto que usamos tiene una dimensión plástica mayor que la lógica que se centra en las políticas del Estado.
Y además de lo que no se dice, está lo que sí: en España, por ejemplo, existen ciertas ideas, casi mitos, que en su día fueron muy útiles para el franquismo y que aún perviven, como la idea de una presunta convivencia cordial, de una “colonización suave”.
En Portugal hay una gran narrativa que sostiene todo esto, que es la que llamamos lusotropicalismo. El lusotropicalismo surge en Brasil, con el sociólogo Gilberto Freyre, para caracterizar la naturaleza de la relación colonial de Portugal en la creación de una sociedad criolla, mestiza. Hay todo un trabajo sociológico en los años 30 en torno a la idea de que el de Portugal no fue un colonialismo como los otros porque se mezcló, porque fue mulato… Ese elemento fue apropiado en los años 50 por la dictadura. Gilberto Freyre fue a Portugal y a las ex colonias, y fue utilizado en un contexto muy particular. Aún no había guerra colonial, que empieza en el 61, pero las Naciones Unidas cada vez apretaban más a Portugal por la cuestión del colonialismo y eso hizo que, en un gesto de anticipación, en 1951 Portugal cambiase la Constitución y dijera que ya no tenía colonias, sino provincias ultramarinas. Desde los años 30 la narrativa sobre el colonialismo era claramente racista, y no tenía problema en asumir eso.
Lo que ocurre en los años 50 es que la narrativa ya no es “es nuestro”, sino “ellos también son portugueses”
La idea era: “no estamos allí para civilizar, no estamos allí para elevar a esa nación, partimos de un derecho histórico de estar, es nuestro”. Lo que ocurre en los años 50 es que la narrativa ya no es “es nuestro”, sino “ellos también son portugueses”. Así se rehúye la existencia del colonialismo y se hacen una serie de cambios que terminarán con el estatuto del indígena y hasta los trabajos forzados, haciendo que esta desigualdad fuera estructural. Pero el lusotropicalismo, como están mostrando algunos trabajos, se impregnó muy fuertemente en el sentido común. Hoy en día aún existe la idea de que Portugal tuvo un colonialismo diferente. Que no fue como el británico, o francés, u holandés: que fue más blando, menos violento, y hecho del encuentro cultural.
Vuestro proyecto se centra en las guerras coloniales y las luchas de liberación. Dentro de esa narrativa del “colonialismo blando”, el tema de las guerras es toda una contradicción.
La guerra fue durante mucho tiempo un gran tabú en la memoria pública portuguesa. Por varios motivos. En primer lugar, porque la guerra es la negación práctica del lusotropicalismo. ¿Si nos llevábamos todos bien, entonces por qué hubo aquí una guerra? Eso convierte a la guerra en una especie de invento incongruente en la historia portuguesa. Por otro lado, la guerra se hizo lejos del territorio, se hizo en tres frentes de combate: Angola, Mozambique y Guinea. Estamos hablando de una cantidad muy grande de gente que combatió: solo los venidos de la metrópoli para esos tres frentes fueron unos 700.000. A eso hay que sumar 500.000 que fueron los combatientes africanos dentro del Ejército portugués, sobre los que hay un silencio muy fuerte en Portugal, la imagen del combatiente es la de un hombre blanco llegado allí ex profeso. Y también está el impacto de la guerra en las familias: en las madres, en las novias, en los 200.000 que para no combatir huyeron a Francia, Holanda, Dinamarca, Suecia, Luxemburgo… La guerra tocó, directa o indirectamente, al país entero.
no fue en Portugal donde hubo bombardeos, no fue en Portugal donde se usó napalm, no fue en Portugal donde se dividieron familias porque unas combatieron en el ejército portugués y otras en el movimiento de liberación
Al mismo tiempo, esas personas que combatieron lo hicieron lejos del territorio. Eso hace que no esté socialmente tan presente hoy, porque no fue en Portugal donde hubo bombardeos, no fue en Portugal donde se usó napalm, no fue en Portugal donde se dividieron familias porque unas combatieron en el ejército portugués y otras en el movimiento de liberación, no fue en Portugal donde se enfrentaron grupos étnicos, no fue en Portugal donde se colocaron minas antipersona que explotaron muchos años después, no fue Portugal la que sufrió desastres sociales y también ambientales. Y por tanto la guerra no está presente aquí. La guerra fue allí. “Allí en África”, como se dice.
¿Qué nos aporta hoy estudiar esta memoria?
Hablar hoy hablar de la guerra es importante por dos razones. Una, porque la guerra es el origen directo del 25 de abril. No se puede pensar en la ruptura democrática en Portugal sin pensar en la guerra colonial. Al mismo tiempo, y esta es la paradoja, el 25 de abril fue hecho por los militares, que son quienes habían hecho la guerra. Son al mismo tiempo los héroes de la democracia y los que hicieron masacres, los que mataron, los que violaron, los que llevaron a cabo la decisión del régimen de hacer una guerra para impedir las independencias africanas. Eso introdujo bloqueos. Hablar de guerra hoy en Portugal es una forma de indagar en los resquicios de una mentalidad colonial en tiempos poscoloniales. Tenemos el desafío de descolonizar la memoria, y entendemos que es importante hacerlo en articulación con las memorias del otro lado. Ese es un desafío que lanzar a la memoria pública portuguesa: investigar las otras memorias, las otras narrativas, el modo en que esas narrativas están hechas de palabras y silencios, están atravesadas por el poder. Y que, por tanto, también en los Estados poscoloniales africanos fueron narrativas que determinados grupos, determinadas élites, apoyaron para conservar el poder.
Una de las cuestiones interesantes en la recuperación de estas memorias es precisamente cómo poner en relación esos “dos lados”. ¿Cuál es vuestro enfoque?
No tenemos ninguna fórmula mágica, lo que tenemos es una sensibilidad política al tratar con el tema, una sensibilidad para considerar los otros lados. Eso parece obvio, y de alguna manera lo es, pero en Portugal no pasa. Se habla de la guerra con autores portugueses, con soldados portugueses, con la memoria pública portuguesa, y eso crea una especie de parroquialismo de la memoria que nosotros procuramos evitar. ¿Cómo hacemos? Desde luego, considerando los otros lados, pero luego, en la práctica, a través de producciones como este libro que hicimos llamado As voltas do pasado.
Es un libro que contiene 48 textos de colegas de varias procedencias: angoleños, mozambiqueños, caboverdianos, portugueses, etcétera. Y esto es importante porque salen a la luz miradas diferentes. Por ejemplo, el texto sobre el 15 de marzo, que es la revuelta que desencadena la guerra de Angola, está escrito por una angoleña. Es una mirada que muy difícilmente podría haberse dado de otro modo: descoloca el marco de la revuelta, pero también cómo se mira el modo en que el 15 de marzo fue apropiado por parte del Estado angoleño en los últimos 45 años. Este proyecto tenía la intención de poner historias a conversar, lo que implica también lidiar con el conflicto, con la disonancia, con las diferentes interpretaciones, y observar cómo se construye una narrativa sobre los eventos pasados que es en algunos momentos divergente y en otros necesariamente común, porque estamos hablando de los mismos eventos.
¿Es esto a lo que os referís con la idea de “memorias cruzadas”?
También. Esa es una de las lecturas del término. “Memorias cruzadas” tiene una dimensión de cruce geográfico, por así decir, y también una dimensión de lo que llamamos vectores de memoria: esto es, cruzar el modo en que la memoria se particulariza en determinados objetos o aspectos memoriales, por ejemplo. La memoria del Estado es diferente de la memoria de determinadas regiones de un país; la memoria que está en los monumentos no es necesariamente igual a la memoria que aparece en los discursos públicos o en los manuales escolares. El tercer elemento es que memorias cruzadas implica también cruzar los tiempos de la historia. Ver cómo evolucionó la memoria de determinado evento, de lo que llamamos un significante mnemónico. Por ejemplo, la idea de “guerra”, “guerra colonial”: ¿cómo fue evolucionando en Portugal a lo largo de los últimos 45 años? El interés y la dificultad de poner en diálogo es que muchas veces hablamos de significantes mnemónicos diferentes, a pesar de referirse a la misma realidad. Por ejemplo, “guerra colonial” en Portugal es la misma cosa, y a la vez no lo es, que “guerra de ultramar”, que era un nombre dado por el régimen, y que hoy aún se usa. Según qué significante usemos, estamos diciendo cosas diferentes. Si hacemos un diálogo con el otro lado, vemos conceptos como “lucha de liberación”, que muestra que no es solo un asunto bélico, sino que tiene una serie de desarrollos de otros actores –las mujeres, la lucha clandestina, la producción cultural…– que nos muestran la dimensión más reticular del colonialismo. Así que la dificultad está en que muchas veces hay que traducir esos diferentes significantes mnemónicos. Y que muchas veces, hablando de lo mismo, queremos decir cosas diferentes.
la memoria que está en los monumentos no es necesariamente igual a la memoria que aparece en los discursos públicos o en los manuales escolares
Parece que cuesta menos hablar de la historia lejana que de la cercana. Del colonialismo del siglo XX no se habla, aunque por las masacres de los conquistadores del siglo XVI sí se llegue a pedir perdón.
En Portugal la memoria de los “descubrimientos” es un motivo de gloria. No ha habido un solo hombre de Estado portugués que haya pedido disculpas por esto. La narrativa de la portugalidad fundada en lo colonial es previa al salazarismo, ya la crearon los republicanos en el siglo XIX. Y continúa en el régimen democrático: la Expo del 98, por ejemplo, se basaba en esa idea de Portugal abriendo nuevos mundos al mundo. Esa narrativa es muy fuerte en Portugal. Si hablamos de tal o cual masacre es más difícil evitar la perspectiva crítica, pero el gran proceso histórico sigue siendo visto como un acto de coraje nacional.
Recientemente en Portugal tuvimos un debate sobre la cuestión de “los descubrimientos”. Hubo una propuesta, curiosamente del grupo socialista de la cámara municipal de Lisboa, que en su programa electoral tenía la idea de hacer un “museo de los descubrimientos” en Lisboa. En términos de discurso común hablar de “descubrimientos” en Portugal es perfectamente normal, en la escuela los niños aprenden los descubrimientos portugueses, vamos por la calle y es lo que vemos, en la tele también: “descubrimientos” es una palabra presente. Pero obviamente desde el punto de vista de la crítica historiográfica, hablar de descubrimientos es cuestionable. El caso es que se dio esa polémica, pero la idea del museo no avanzó. La discusión se centró en si se debía llamar de los descubrimientos, de la interculturalidad de origen portugués, que era otro de los nombres… Todo un debate que en realidad es reflejo del atraso de Portugal en lo que respecta a cómo lidiar con el pasado colonial.
Dentro de ese clima de polémicas, ¿qué recepción estáis encontrando para vuestros enfoques?
En Portugal, trabajar sobre el colonialismo no es necesariamente ser un nostálgico del colonialismo. Hay espacio para lo contrario, hay esa diversidad. En parte, justamente por la legitimidad histórica que ganó el anticolonialismo. Una de las razones por las que la guerra es un asunto difícil en Portugal es porque la guerra fue una derrota. Portugal perdió la guerra colonial; los soldados volvieron e hicieron una revolución contra el que hizo la guerra. ¿Se puede perder más? Trabajar en el colonialismo fácilmente nos coloca en trabajar sobre la derrota, y entonces necesariamente no estamos a favor del discurso triunfante, y por tanto la recepción también puede ser plural.
Dentro de esa pluralidad, ¿qué está cambiando?
En los últimos años han surgido contranarrativas muy fuertes, que tienen que ver con la historiografía, con la academia más comprometida políticamente, pero también con el surgimiento de una nueva generación de afrodescendientes. Esos colectivos, aunque existían desde principios de los años 90, estaban muy marcados por la denuncia de violencia policial, y trabajaban sobre todo con determinadas manifestaciones culturales. Lo que empieza a darse ahora es la presencia de afrodescendientes en la academia, trabajando sobre otros temas y también sobre la cuestión colonial, que están reenmarcando esta cuestión del racismo en la sociedad portuguesa. Llevan al espacio público la necesidad de otra narrativa, que trae asociada la necesidad de cuestionar los legados coloniales en Portugal. Es algo relativamente nuevo, pero creo que va a dejar marcas que por ahora no conseguimos ver bien. Recientemente, el presidente de la República, siendo un presidente de derechas, estaba en Santo Tomé en la conmemoración de una gran masacre colonial 60 años después, y fue la primera vez que alguien como representante portugués dijo: “esto fue un acto inadmisible”. Estos pequeños elementos muestran como hay alguna cosa que… eppur si muove.
Portugal, como España, tiene una historia marcada por un pasado colonial que se desarrolla en dos tiempos. Uno, muy lejano, correspondiente a esa época de lo que durante un largo periodo fueron llamados “descubrimientos”. Otro, mucho más reciente: las ocupaciones con las que durante el siglo XX las potencias...
Autora >
Laura Casielles
Es poeta, periodista y asturiana.
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