Veraneo fatal
Una lectura de ‘Tormenta de verano’ (1962) de Juan García Hortelano
David Manjón 19/07/2019
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Que a una primavera en calma siempre le sucederá un verano fatal
Christina Rosenvinge y Nacho Vegas (2007)
La pintura podría titularse Cadáver de muchacha francesa sobre fondo de clase media-alta. O Paisaje con sirena, como la marina pintada por una de las personajes sobre la que se conversa en el último diálogo de la novela.
Un suceso –mención a El Caso incluida– y sus consecuentes pesquisas disfrazan Tormenta de verano de Juan García Hortelano bajo el caballo de Troya del género negro. Y si bien el caballo tiene pinta de caballo –según la estrategia acuñada por la novelista Belén Gopegui–, el objeto de la autopsia en esta novela no es tanto el cadáver de la joven como la propia urbanización Velas Blancas, escenario perteneciente a toda una interesante tradición de afueras adineradas que retomará, por mencionar un caso, Rafael Reig –esta vez novelando a los progres de la Transición– con el club social de El Tomillar de su Un árbol caído (2015, Tusquets). Un cadáver en la playa –como el niño de la serie de televisión británica Broadchurch– desencadena la revelación de los secretos, deslealtades y malos recuerdos de los vecinos.
Fiestas, siestas, partidos de tenis, piscinas llenándose de agua, garden-parties con tablao, gitanas rubias y cantaores –a lo Arde Madrid–, proyecciones de películas caseras (la excursión a Montserrat), coca-colas, bitters, gin-tonics, güisquis... Si en su El narrador el tan citado Walter Benjamin casaba el origen y propagación del género novela con el desarrollo del arte de imprimir frente a la oralidad y, en consecuencia, con la posibilidad de narrar en soledad para otros individuos, García Hortelano voltea la atención precisamente hacia los hábitos de esos potenciales lectores aislados y con el privilegio del tiempo libre. “La abulia y el vacío de la gente acomodada” a la que se refería el crítico Santos Sanz Villanueva comentando los cuentos de Ignacio Aldecoa, compañero de generación de García Hortelano aún más tempranamente desaparecido. Abulia y tedio que dejan de parecernos inofensivos cuando devienen en la única motivación de los jóvenes de Velas Blancas para ejercer su violencia gratuita y curiosa –la pareja de jóvenes golfistas en Funny gamesde Michael Haneke– bajo la protección del autoengaño de sus familiares (“¡Oiga! Los niños no son unos ladrones”) que, parapetados en sus privilegios materiales, siembran la sospecha sobre cuatro pescadores inocentes.
Tormenta de verano es una novela de la doble moral; de personajes mentirosos –algunos, como Javier, con mala conciencia– pero con buena letra (“Delante de mí no vuelves a hablar de esa manera. [...] En esta casa nunca permitiré que se ofendan las buenas costumbres, como si fuésemos canalla sin educar.”); de matrimonios hipócritas, enriquecidos con su victoria en la guerra civil –o lucha de clases– y con una visión patronal (“Te digo que cuando autorizo las nóminas, firmo un robo. ¡De mi dinero!”) que todo se lo puede comprar. Incluso la inocencia de sus hijos por cuyos crímenes tendrán que pagar “esos piojosos de la aldea”. Y a las mujeres (“A ella la buscaron en Madrid para pareja del que iba sin chica, ¿comprendes?”). Las mujeres funcionan como lubricante de los negocios y el contrabando franquistas (“Si sube un millón, deja a las chicas que le besen.”) igual que en el Crematorio(2007, Anagrama) democrático de Rafael Chirbes. Y la muerte de una de ellas, desnuda en la playa, da pie entre los personajes a toda una exhibición de frivolidades (“Oye, creo que habéis tenido un crimen y todo esta temporada.”) mientras mastican un buen chuletón (“A veces me parece que nunca descubrirán lo de Margot. Anda, termínate la ternera, que está muy jugosa.”).
Tras el veraneo fatal llega el regreso a Madrid, tiempo de balance y reseteo moral. Y con ello el final de la novela. La redención ocurre en octubre, de un modo similar a la del protagonista de Agosto, octubre (2010, Anagrama) de Andrés Barba quien, recordando a JGH en el vigesimosexto aniversario de su muerte –y con permiso de salirnos por un instante de Tormenta de verano–, subrayaba que nos encontramos ante un caso llamativo: “un escritor del que nadie habló mal”, parafraseando a Javier Marías. O en palabras de Manuel Vicent: “No conozco a ningún colega que no le tuviera aprecio. Era un tipo legal, que tal como están las cosas, es el mejor elogio”.
Mencionaba antes los güisquis. Los vasos de güisqui omnipresentes en la obra de García Hortelano quizá tengan que ver con su legendaria maestría para la construcción de diálogos. Es sabido que sus personajes conversan y beben con soltura, como en el magnífico homenaje al autor de parte de Isaac Rosa en el número 21 de la revista Campo de Agramante. Especialmente cómico resultó el lapsus del autor durante la entrevista con Joaquín Soler Serrano en el programa de televisión A fondo(1979), abordando este mismo asunto: “realmente sí que es una sociedad un poco alcohólica en la que bebemos... en la que vivimos”. Desde aquí vaya un brindis por una prosa admirable.
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David Manjón
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