RETRATOS SONOROS / LAS SIN SOMBRERO (IV)
Me llamo Maruja Mallo y siempre quise romper todas las cadenas
Susana Hernández 18/08/2019
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Maruja Mallo (Lugo, 1905 - Madrid, 1995)
¿Saben cómo me definió Salvador Dalí? Dijo que era “mitad ángel, mitad marisco”. Así que las flores que les cuente de mí atribúyanselas al ángel que habita en mí. El ruido, lo que no entiendan, cosas del marisco. Soy Maruja Mallo y siempre quise romper todas las cadenas. Hacer como si no existieran, vivir sin trabas, inventarlo todo. Por eso cuando llegué a París en 1932 tenía que ir a parar irremediablemente a los brazos del surrealismo, donde andaban quienes querían dinamitar las convenciones. Como yo. Lo mío fue siempre pintar y pintar y pintar. Entré en la Real Academia de Bellas Artes en 1922. Era la cuarta de catorce hijos, así que si llegué ahí podía llegar a cualquier parte. Déjenme contarles cómo éramos entonces. Yo andaba en los felices veinte con Palencia y Alberto, otros dos artistas, y “recuerdo un día magistral y meteórico en que paseábamos por el cerro cuando se desencadenó una tormenta estallante con lluvia torrencial, relámpagos y truenos. Unos campesinos, a lo lejos, nos gritaron: ‘¡Arrójense al suelo!’, y Alberto les contestó: ‘¡No nos alcanzarán los rayos porque somos inmortales!’. Y tenía razón: éramos, somos inmortales. Madrid lo era todo. Estaban Lorca y Dalí, pero también Alberti y Concha Méndez y Josefina Carabias y María Zambrano y Margarita Manso, y también Ramón Gómez de la Serna. “Ramón era Madrid y Madrid era Ramón. En Pombo encontrabas un día a Le Corbusier, otro a Stravinsky”. Con mis pinzas lo atrapaba todo, lo vivía todo, enseñaba cuanto aprendía, lo compartía. Salí por los caminos de España con las Misiones Pedagógicas, estábamos llenos de porvenir. Luego vino la guerra y la victoria de los franquistas acabó con ese estallido de vida y de proyectos, y de ímpetu femenino y de afirmación de las mujeres. Salí camino de Portugal, donde me recogió Gabriela Mistral. Y empezó mi inagotable y dichoso romance con América. Su vegetación y sus colores, y los rostros de sus gentes, entraron en la paleta de ese marisco surrealista que llegó a sus ciudades. “Recuerdo mi asombro ante la Isla de Pascua, adonde fui con Neruda. Quinientos gigantes, pájaros/hombres que contemplan el cielo, pueblan la isla”. Como gallega que soy, llevaba como parte de de mi condición el ir errando de un lado a otro. “En cuanto al arte, la forma por sí sola expresa el contenido de una época y denuncia la psicología de las épocas”. Mi arte se alimentó en el grito de libertad que hice mío en la República.
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La siguiente entrega, Concha Méndez, se publicará el 21 de agosto.
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Susana Hernández
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