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Caían a plomo los 30 y tantos grados en la ciudad. El carnet de abonado no había llegado, así que salí hacia al Metropolitano con horas de adelanto. Suponía que así podría ver calentar a los muchachos. Y pintar las líneas del terreno de juego si me daba un poco de prisa.
La tienda oficial estaba a rebosar. “¡Ay este hombre!”, mascullaba una mujerona con acento andaluz para luego venirse arriba: “¿Pero cómo te vas a comprar hoy una bufanda de lana?”
–Verás que luego refresca–, contesta con firmeza el hombre y elige una bien tupida, de rayas finas. Las camisetas con el 7 son las más solicitadas. El número ese que se recordará también por el sueño de una noche de este verano en Nueva York.
Caras y piernas nuevas en este horario de cine al aire libre, muy del gusto del respetable porque se rozó el lleno un 18 de agosto. El himno a capella para recibir al equipo como es habitual sonó afinado y enérgico.
Empezó el partido con un Atleti mandón, pasando por encima del rocoso Getafe con la movilidad de Koke, el empuje de Thomas, el brujuleo constante de Lemar, el poderío de Saúl y uno de los nuevos Trippier, “El Tripi” para los amigos de la grada, veloz en el desborde y preciso con los centros. Así llegó el gol, rosca del inglés y cabezazo de Morata, de puro nueve clásico. Habían transcurrido algo más de veinte minutos. De los azulones destacaban un Cucurella bullidor y el portero sobrio, poco más ofrecían las huestes de Bordalás, ese entrenador que tiene cara de retrato robot y que no pierde ocasión de elogiar al Cholo cada vez que puede. Es lógico, con el argentino en el banquillo el balance es de 31-0 en 16 partidos oficiales disputados contra el Getafe. Casi nada. Imaginamos que el presidente del equipo del sur de la Comunidad, socio del Real Madrid el hombre, echará las muelas cada vez que se enfrente al Atleti. ¡Qué le vamos a hacer!
Oblak recibió sus primeros cantecitos de la temporada cerca de la media hora, Savic y Giménez no parecían sufrir demasiado para controlar los tímidos ataques de los delanteros rivales. Todo parecía indicar que llegaría el medio tiempo sin mucho sobresalto pero entonces apareció un señor vestido de azul, Guillermo Cuadra de nombre, natural de Madrid y ¡asombroso!, representante del Colegio Balear de árbitros y viendo la buena noche que hacía decidió regalar al respetable un concierto para silbato y banderín y echó a la calle por la cara a dos jugadores, uno por bando. Fue una obrita breve, apenas cinco minutillos, pero que desconcertaron mucho al perplejo personal. Al descanso todo el mundo, nosotros a degustar un delicioso menú infantil compuesto por pipas de aperitivo, jamón de plato principal y galletas de postre. Un festín para paladares exquisitos.
El Atleti había sido mejor hasta entonces, y parecería que con 10 hombres por equipo habría más espacios y veríamos un fútbol más dinámico y a João Félix un poco más libre de marca. Y de repente apareció el muchacho, así, como quien no quiere la cosa, hizo la mejor jugada que uno recuerde en la breve historia del Metropolitano. Véanla ustedes tantas veces como consideren oportuno, las palabras escritas no son suficientes. Digamos que empezó con un caño en campo propio y terminó con el portugués arrollado en el área rival. Entre medias hizo de todo, parecerse a Cruyff y a Maradona por ejemplo. La gente se abrazaba en las tribunas, puro deleite. El penalti lo quiso tirar el propio João pero Morata dijo que nones, que el Mono Burgos le había dado orden de patearlo él y que tal y cual. Se celebraba la jugada como si hubiese sido gol, que no fue tampoco porque después el penal se lanzó muy malamente, tra-tra, y Soria despejó a córner. Adiós a una noche plácida, adiós al poco tiempo al mágico siete, que se retiró renqueante y no es de extrañar, porque le dieron leña para parar un tren, de mercancías claro. Ovación de vuelta al ruedo y a escena Llorente, el exmadridista, que sospechamos va a tener que hacer mucho más para ganarse a una afición memoriosa y poco amable con cualquier cosa que huela al vecino de Concha Espina. El Getafe comenzó a instalarse en campo rival, a tener posesiones más largas y los rojiblancos se acularon. Agotó los cambios y se arrancó Simeone con sus ejercicios de natación sincronizada, braceando hacia la grada pidiendo el aliento que necesitaba el equipo y que obtuvo inmediatamente, pero los azules seguían acosando. Una falta al borde del área contra la barrera –uf– un latigazo de Ángel a la escuadra que echó chispas –ay– y una última faltita peligrosísima angustiaron al personal. El señor colegiado de la contienda parecía que no iba a pitar nunca, pero lo hizo, pasada la medianoche.
Abandonamos el estadio intentando recordar la deslumbrante jugada que nos regaló João Félix, algunos viéndola repetida en sus móviles, otros contándosela al vecino de localidad con tanto entusiasmo que parecía que no hubieran estado sentados juntos. O como si la hubieran soñado. Los bares de los aledaños ya estaban cerrados, así que sin cerveza ni nada nos volvimos al centro. Llegamos de madrugada y nos precipitamos a una barra a seguir comentando la jugada. La Jugada.
Empezó la temporada. Abróchense los cinturones, vamos a despegar.
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Luis Mengs
Luis Mengs es realizador. Algunos de sus trabajos se han proyectado en museos como el Thyssen-Bornemisza de Madrid, Bellas Artes de Bilbao, Fundación Telefónica, Reina Sofía, Nagasaki Prefectural Art Museum, Public Library de Nueva York y el Palacio de Carlos V en Granada. Desde 2015 dirige con mano de hierro una empresa de un solo empleado.
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