Reportaje
El Forn de Barraca y la batalla por l’Horta valenciana
El derribo de una alquería centenaria es un mal presagio del futuro de la zona
Joan Canela Valencia , 9/10/2019
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Son las cinco y media de la madrugada y aún es de noche. De pronto el ruido intenso de un helicóptero cruza el aire y con unos focos potentes ilumina una antigua alquería situada en medio de campos de chufa. Los habitantes de la casa (una decena) se despiertan alarmados. Son conscientes de lo que supone este ruido, y una mirada al exterior les confirma las sospechas: algunas sombras furtivas avanzan por los caminos. Con una velocidad remarcable se ponen en movimiento según el plan previsto. La mayoría de los activistas que esta noche pernoctan en Forn de Barraca se encadenan a la galería que da acceso a la casa. Otros tres se meten por un acceso escondido a través de una escalera de mano (todas las puertas están bloqueadas) y se atrincheran en la azotea. Tratan así de alargar al máximo el desalojo de esta alquería centenaria situada junto a la V21 (el principal acceso norte de Valencia) a su paso por Alboraya (Horta Nord). Hace diez días que la ocuparon para protestar por la ampliación de la autovía que obliga a derribar la casa y que causará la destrucción de 60.000 metros de huerta productiva.
La estrategia es un éxito. El desalojo se alargará durante más de tres horas y los activistas acabarán siendo bajados del tejado a plena luz del día mientras la televisión autonómica lo emite en directo. Las imágenes de la excavadora hundiendo una alquería histórica (estos edificios están prácticamente todos catalogados y con algún tipo de protección) impactan fuertemente a la opinión pública valenciana. Hacía casi una década que no se veían imágenes como esta, y para mucha gente suponen un regreso a los tiempos oscuros de La Punta, Benimaclet o Campanar, otras zonas de huerta cementadas durante el boom de la construcción de la primera década del siglo.
Por la tarde, decenas de miles de personas se manifestarán en el centro de Valencia contra la crisis climática, y la imagen de la alcachofa ensangrentada (un grafiti del diseñador Diego Mir pintado en la fachada del Forn de Barraca) se convierte en uno de los símbolos más recurrentes.
La ampliación de la V21, una obra discutida
La construcción de un tercer carril durante cinco kilómetros por el paso de la V21 por Alboraya ha sido, desde el principio, un proyecto poco querido. Diseñado inicialmente por el PP, el proyecto quedó arrinconado por la crisis y fue el socialista valenciano José Luis Ábalos el encargado de darle el impulso definitivo cuando llegó al Ministerio de Fomento en 2018. En parte, para demostrar que el nuevo ejecutivo sí se preocupaba de invertir en Valencia (una de las autonomías más olvidadas, en este sentido), en parte, para responder a un aumento del tráfico rodado que provocaba retenciones puntuales a la entrada de la ciudad desde que la línea férrea Valencia-Castellón se colapsó durante las interminables obras del tercer ramal y perdió casi un millón de pasajeros al año.
Desde un principio, los colectivos en defensa de la huerta se opusieron. La obra no solo suponía una pérdida de terrenos agrícolas especialmente fértiles, sino que profundizaba en un modelo de movilidad antagónico a la preocupación por el calentamiento global. En las alegaciones y protestas de Per l’Horta (la principal plataforma en defensa de este espacio) se sumaron las alternativas propuestas por Compromís, las quejas parlamentarias de la entonces diputada de Podemos Rosana Pastor, y las reservas expresadas por el Ayuntamiento de Valencia. El Ministerio de Fomento, sin embargo, tiró adelante sin una oposición frontal de las autoridades autonómicas y municipales. Las expropiaciones se ejecutaron y en agosto las máquinas comenzaron a destruir los campos de chufa sin esperar a que los agricultores los cosecharan. Las protestas sociales parecían destinadas a ser meramente testimoniales.
Todo cambió gracias a la iniciativa de la agricultora de Catarroja (Horta Sur) Datxu Peris, que había vivido en primera persona la traumática experiencia de las expropiaciones y había protagonizado una acampada contra el PAI de Catarroja. “Era consciente de que no lo podríamos detener, pero es también una forma de apoyar a la familia, porque sé que estas situaciones son muy dolorosas”, explica Peris. De hecho, durante los diez días que duró la ocupación, la propietaria del Forn de Barraca no pudo acercarse al lugar, porque se le hacía demasiado duro. Era Luis, su marido, quien iba cada día a llevar ánimos y comida a los acampados.
Acompañada al principio de muy poca gente (la primera noche se quedaron a dormir siete personas), su gesto se convirtió inmediatamente en una bola de nieve que ha implicado a cientos de personas. Durante los diez días que duró la acampada se desarrollaron talleres de desobediencia civil, charlas o conciertos de músicos como Pau Alabajos y Xavi Sarrià. “Han sido unos días muy bonitos, hemos creado una red solidaria y hemos hablado con mucha gente que se enfrenta a problemas similares”, explica Peris. Fue así como el Forn de Barraca (una alquería destinada a desaparecer sin dejar rastro) se convirtió en un símbolo de la resistencia de la huerta.
Como ya hemos explicado, la experiencia se truncó repentinamente el 27 de septiembre, cuando un centenar de agentes de la Guardia Civil, incluyendo los cuerpos especiales, perros y un helicóptero, entraron a la alquería. “Actuaron de forma muy violenta, estaban muy nerviosos y además de una compañera le hicieron daño innecesariamente. No paraban de preguntarnos si éramos de un CDR. Todo era muy extraño”, explica Peris.
Los conflictos que vendrán
El Forn de Barraca ya es historia, pero no ha ocurrido lo mismo con la lucha en defensa de la huerta, que las imágenes del desalojo han reavivado. El 2 de octubre, la intervención de Ábalos en la inauguración de la precampaña del PSOE en Valencia fue interrumpida por una activista a gritos de “Horta és vida” mientras una concentración fuera del recinto reunía a decenas de personas. El PSOE ya se temía una situación como esta, y optó por hacer el mitin en un espacio cerrado, pero ni así logró blindarse. La acción apunta a cuál puede ser el escenario en la campaña electoral entrante.
En el PSOE aseguran que no entienden la situación de tensión. El mismo Ábalos, en unas declaraciones, aseguraba que la V21 “solo” destruye 60.000 metros cuadrados, que “no altera absolutamente nada”. Por su parte, el portavoz del partido en las Cortes Valencianas, Manolo Mata, denuncia el “postureo” de Podemos y Compromís ante la situación, ya que “nadie planteó nunca la protección de este tramo de huerta”, y en cambio, hacerlo ahora conllevaría “un coste inasumible en indemnizaciones”.
En Per l’Horta las cosas se ven muy diferente. La plataforma denuncia que, más allá de las hectáreas afectadas, “es preocupante que se mantenga el modelo según el cual la huerta puede aguantarlo todo, incluidas infraestructuras inútiles como esta”. Aseguran que la ampliación de la V21 “no eliminará las retenciones, sino que generará un efecto llamada y en pocos meses estaremos igual o peor”.
Pero además, Marco Ferri, miembro de Per l’Horta, advierte de que la V21 solo es el primer paso, y apunta a algunos elementos que han pasado desapercibidos y que permiten indicar cuáles son las grandes amenazas a la huerta: “El proyecto de la V21 contempla dejar la obra preparada para conectarla con un futuro acceso norte al puerto que castigaría esta zona con el paso de decenas de miles de camiones”. También explica que se está ejecutando para facilitar el paso del AVE en un futuro, lo que Ferri llama “la amenaza definitiva para la huerta”, un proyecto que podría llegar a afectar a un millón de metros cuadrados.
La V21 supone, pues, para estos activistas, solo un aviso. Alboraya acaba de poner en exposición pública un nuevo plan general estructural (PGE) que afecta otros 260.000 metros cuadrados, el puerto de Valencia ha anunciado una ampliación que duplicará su capacidad y que supone una importante amenaza ambiental, y también se temen una ampliación de la V30 a su paso por Silla, en l'Horta Sud.
“El problema es que todas estas agresiones llegan justo después de la aprobación de la ley de la huerta –explica Ferri–, una herramienta de protección que se ha demostrado insuficiente ya desde el minuto cero, con un gobierno ‘del cambio’ que en principio debería ser más sensible y con una situación de emergencia climática que debería hacer replantear todo el modelo”.
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Este reportaje se publicó originalmente en catalán en ctxt.cat.
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Joan Canela
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