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Palabras Mayores
Lola Ferrer / Insumisa fiscal

“Sufrimos una Constitución de papel mojado”

Aníbal Malvar 23/10/2019

<p>Lola Ferrer. Cedida por la entrevistada.</p>

Lola Ferrer. Cedida por la entrevistada.

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La casa de Lola Ferrer, en Oliva (Valencia), es un museo lento. Desde los cuadros de las paredes te miran ojos grandes de personas que te paran el reloj, y no hay manera de avanzar sin tropezar con el pasado. En la casa de Lola Ferrer huele a Macondo y a perfumes trasatlánticos que se le habrán contagiado, quizá, desde su nacimiento en Bogotá en 1953. Lola Ferrer tiene algo de realista mágica, de mariposa amarilla. Un día, viendo que con sus ingresos no podía pagar los impuestos mil que la estaban aterrando, decidió hacerse insumisa fiscal y enfrentarse al sistema. Ganó. Ni ella sabe cómo, pero ganó. Desde un gran autorretrato en la pared nos mira el padre, un pintor de iglesias ya destruidas que parece no creerse del todo todas las historias que cuenta su hija. “Era pintor, muralista, escultor y muchas otras cosas –explica–. Yo creo que su obra más importante fue la catedral de Cúcuta (Colombia), donde tuvo un cómplice especial, el padre Jordán. Al morir Jordán, toda la obra realizada por mi padre fue destruida. Dejaron la catedral prácticamente desnuda de todo ornamento”.

Me has contado alguna vez que tu padre, valenciano, exportó las fallas a Colombia.

En San José de la Montaña, Antioquía (Colombia), conoció a un párroco español, Máximo Fernández, quien, prácticamente, lo secuestró y se lo llevó a San José, en la montaña, sin carretera, para hacer obra en la parroquia. Para llegar, había que dejar los jumentos en Cucutilla y de ahí a San José solo se podía viajar a caballo. Uno de mis primeros recuerdos es un viaje allí con mi padre. Guardo recuerdos preciosos de aquel viaje. Como buen valenciano, convenció al párroco de hacer una falla para las fiestas de San José. Y así se hizo. También en Venezuela, en San Cristóbal del Táchira, hizo el mural de la iglesia del Ángel, y también allí llevó la tradición de las fallas.

Un tipo especial.

La última gran obra la hizo en la Casa Hogar de Niñas Ciegas El Junquito, en Caracas. Junto con mis tres hermanos modelaron, vaciaron y dieron vida articulada a un montón de figuras de animales. Así las niñas ciegas podían acercarse, tocarlos, reconocerlos.

Tú ya habías vuelto a España.

Yo sí. Mis padres y cinco hermanos no volvieron a España hasta el 77.

¿Cómo era la vida de una adolescente en aquella América?

Vivíamos lejos de la ciudad. En el campo. Teníamos que hacer largas negociaciones para acudir a alguna fiesta. Solíamos ir las tres hermanas mayores juntas. El temor de nuestra madre siempre era el mismo: “Si las niñas se casan aquí, jamás volveremos a España”.

Me refería al machismo.

Mi padre solía trabajar siempre con obreros y albañiles de la zona. Recuerdo a mi padre repartiendo los sobres con la paga cada viernes. Hasta un día en que aparecieron a cobrar las mujeres de aquellos hombres. Pidieron a mi padre que les diera las pagas a ellas, porque ellos cogían el dinero y se lo gastaban en la botica, o sea, en el bar, mientras mujeres e hijos pasaban necesidades. Desde aquél día siempre fueron las mujeres quienes acudieron a recoger la paga, con gran enfado por parte de los maridos.

A ti te mandan a España en el 70. En la España convulsa y miedosa del último franquismo.

“Aquí no se habla ni de política ni de sexo”, me dijeron mis primeras amigas de escuela en España. Y yo les respondí: “¿Y entonces, de qué habláis?”. A mis 17 años me sorprendió aquella llamada de atención. Más tarde, aquella compañera y amiga hasta hoy, me contó la persecución que había vivido su familia y fui comprendiendo aquel silencio.

¿Te adaptaste bien a la España de los curas y los generales?

Me llamaba poderosamente la atención el hecho de que, en los guateques, chicos y chicas estaban en dos bandos. Era casi milagroso cuando un chico se atrevía a cruzar el límite establecido y te sacaba a bailar. Después llegaron al colegio un grupo de hermanas cubanas que fueron nuestra salvación. Hablar con ellas y con su familia fue como volver a nuestras raíces. Tenían amigos, digo chicos, y nuestras fiestas caseras cambiaron totalmente nuestra vida en el Madrid de aquellos años.

Tus padres habían vivido la guerra civil. ¿Se hablaba de eso en casa?

Solamente mi madre. Y nunca en presencia de mi padre. De política se comentaba la actualidad de los países en que estábamos viviendo o habíamos vivido. Poco más. Después mi madre puso una heladería en Madrid, y allí un camarero colombiano, gran lector y muy politizado, su padre había sido asesinado, me dio a leer obras del Che Guevara, de Marx, etc.

Aquí te casas con un artista, como tu padre.

Mi marido es pianista. Estuvo acompañando a Alberto Cortez mucho tiempo. Más tarde, junto con Waldo de los Ríos y otros músicos, crearon Los Waldos.

¿Eclipsó tu carrera?

Pienso que no. Caminábamos por distintos carriles. Me sentí un poco sola en la tarea de criar hijos. Sus horarios eran complicados. Se movía en un mundo en el que yo no me sentía cómoda. Respetaba su trabajo siempre y cuando no me tocara relacionarme demasiado con ese medio.

¿Hacías política activa?

No, pero en aquella época la política se te metía dentro. Recuerdo a un amigo japonés, Masaru Murayama, estudiante de Filología Hispánica en la Complutense. Un grupo de amigas solíamos reunirnos en un bar de Gran Vía con la excusa de estudiar. Allí solía ir Makoto (así lo rebautizamos) y permanecía siempre en la misma mesa, durante horas. Observándonos y quizá tratando de escuchar nuestras conversaciones en español. Fue detenido en un bar cercano a la calle Echegaray, donde vivía. En vísperas de su cumpleaños, en junio del 73, estando de copas y borracho con un grupo de amigos españoles, dijo que “estaba de Franco hasta los cojones”. Un par de secretas que andaban por allí lo escucharon y lo detuvieron. No logro recordar cuánto tiempo estuvo preso en la cárcel de Carabanchel. Finalmente, fue deportado. Pero regresó a España pasando clandestinamente la frontera, no recuerdo si por Francia o Portugal. Seguimos siendo amigos.

nunca logré conectar con el PSOE. Eran los mismos perros con distintos collares

¿Qué esperanzas tenías cuando muere Franco?

Muchísimas esperanzas, pero la decepción no tardó mucho en caernos encima como una losa. Un rey impuesto y un presidente que había sido parte del engranaje franquista daban para pensar que las cosas no cambiarían tanto como esperábamos. El golpe de Estado del 23-F me pilla en casa con un bebé nacido en enero. Jornada intensiva de teta, pañales, etc. Mi hermana me llama y me pregunta si sé dónde está mi marido. Le contesto que supongo que en TVE. Me cuenta lo que está pasando y conecto TV, radio, todo lo que tengo a mi alcance. También una pequeña emisora de radioaficionado. Conecto con mi marido y me dice que está con el realizador del programa en su casa del edificio Torre de Madrid. Están viendo pasar los tanques y pretenden acercarse al Congreso. La tarde, la noche y el día siguiente los pasamos casi en vela, pendientes del golpe y de unos amigos argentinos que habían huido de la dictadura de Videla y ya estaban haciendo maletas para volver a salir corriendo.

¿Tú estabas afiliada a algún partido?

Nunca fui militante de ningún partido, porque los cinturones siempre me han estorbado. Era simpatizante de la Liga Comunista Revolucionaria. Comunista, sí. Estuve en la 1ª fiesta del PCE en la Casa de Campo. Pero luego voté a Tierno Galván para las locales de Madrid. Sin embargo, nunca logré conectar con el PSOE. Salieron los trapos sucios, muy sucios. Eran los mismos perros con distintos collares. Asco.

¿Sentiste ese asco desde el principio?

Cuando ganaron las primeras elecciones, no puedo negar que me alegró el cambio. Las decepciones llegaron más tarde. Que no borraran del mapa todo vestigio del franquismo fue lo que más me decepcionó. Y mira cuánto estamos tardando en sacar a Franco de su mausoleo. Todo atado y bien atado. Nos volvieron a ganar otra vez.

Cuando nace Podemos, te subes a ese carro.

Podemos fue la luz al final del túnel. El 15-M me hizo revivir, literalmente. Pensé que después de tantísimos años de una universidad muerta, silenciosa y adocenada, era hora de que los jóvenes tomaran el relevo. Apoyé al círculo de mi pueblo. Seguí los pasos de otros círculos de Podemos. Unos se hundieron, como el nuestro. Otros crecieron exponencialmente. A esos los admiro porque, si los más viejos trabajaron como bueyes, los más jóvenes cogieron el relevo sin detenerse y con las ideas muy claras de cambiar las cosas.

¿Pablo Iglesias o Errejón?

Errejón nunca fue santo de mi devoción. Lo veo frío, distante, como un besugo de congelador. ¿Soy demasiado apasionada? Quizá sí, pero la pasión me ha movido siempre y no creo que me haya ido tan mal. Y su disidencia me ha parecido traición y ansias de medrar aún a costa de los principios, si es que los tuvo alguna vez. No representa a una corriente política, sino a un soplo. Al viento que mejor le sople.

Antes hablabas de que nunca te sentiste cómoda en el mundo de tu marido, el arte, la farándula.

Hace muchísimos años, en un espectáculo de Alberto Cortez, mi marido me sentó frente a Héctor Alterio, porque sabía lo mucho que yo le admiraba. Fui absolutamente incapaz de decirle una sola frase. Años más tarde nos encontramos y se lo conté: se moría de risa y todo era preguntarme si es que imponía tanto su cercanía.

Hace unos años te hiciste resistente, insumisa fiscal. O sea, dejaste de pagar impuestos. ¿Por qué tenemos que llegar a esos extremos?

Porque sufrimos una Constitución de papel mojado.

¿Fue tu peor momento?

Imagínate. La crisis que nos ocultaron, la sensación de impotencia después de haber trabajado tanto para terminar “botada” en la basura como un trasto viejo e inservible, verme rechazada en las entrevistas de trabajo por no tener 30 años y por insinuar que no aceptaría ni sueldo, ni horarios de mierda… Han sido años muy duros. He aprendido que la vida puede darte una voltereta en cualquier momento y dejarte con el culo al aire. He aprendido a vivir con menos. A no desperdiciar. Sentí decepción y dolor profundo cuando todo aquello por lo que había luchado, todo lo que había conseguido, me lo lanzaron a la cara señalándome la salida del sistema, por ser una pobre desarrapada.

Venga, escápate de esa tristeza y cambia de tercio. Háblame de amor, como diría un entrevistador hortera.

(Carcajada) Las mariposas en el estómago se sienten igual a los 15 que a los 66. ¡Te lo aseguro! Mis hormonas siguen haciendo de las suyas. Hasta el punto de que, a mi médico de cabecera, un hombre especial y divertido, llegué a pedirle si no podía recetarme algo para apagar mis instintos primarios. Se río mucho y me dio la enhorabuena. “Es todo lo que puedo hacer”, me dijo.

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