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Collage con la imagen del presidente Nixon.
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Desde las elecciones presidenciales de 2016, los estadounidenses han estado sometidos a una dieta de noticias basada en la amplitud y calado de la desinformación rusa que regurgitan las redes sociales y que cayó en las sudorosas manos de varios agentes de campaña de Trump. En 2017, el Departamento de Justicia de EE.UU. obligó al servicio multimedia de noticias RT (el anterior Rusia Today) a registrarse como “agente extranjero” como consecuencia de su injerencia electoral. No cabe casi ninguna duda de que el Kremlin empleó activamente memes incendiarios, información falsa y rumores para manipular a personas seleccionadas de Estados Unidos.
Sin embargo, pocas personas se dan cuenta de los esfuerzos que ha realizado en el pasado el propio Estados Unidos para confundir, manipular y en general influenciar a las poblaciones extranjeras de Rusia y Europa del Este a lo largo de los 45 años de historia de la Guerra Fría. Algunos ágiles propagandistas del libre mercado que trabajaban para la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA por sus siglas en inglés) distribuyeron en las bibliotecas de los funcionarios federales que estaban repartidos por todo el mundo un extenso abanico de materiales. Asimismo, y quizá esto sea más conocido, emitieron un torrente constante de andanadas verbales proestadounidenses y anticomunistas, para las audiencias radiofónicas de los países de la órbita política de la URSS, a través de los programas que emitían las cadenas Voice of America, Radio Free Europe y Radio Liberty. Durante el largo transcurso de la Guerra Fría, esos esfuerzos eran equiparables a los de una ofensiva informativa mundial aparte, que se llevó a cabo con cargo a los contribuyentes estadounidenses. Esa gigantesca iniciativa financiada con fondos públicos creó en última instancia un clima cultural y político receptivo para las corporaciones privadas estadounidenses, cuyo objetivo era expandirse hacia los nuevos mercados que se abrieron a raíz de la caída del socialismo de Estado en Europa del Este (que a menudo sucedían al despilfarro inversor de la “terapia de choque” que hizo posible a los oligarcas). En otras palabras, para poder comprender de verdad el alcance de la desinformación que internet ha hecho posible y que ha conquistado el entorno mediático estadounidense en su conjunto, merece la pena revisitar el rol pionero que desempeñaron durante las épicas batallas de la Guerra Fría nuestros propios medios de propaganda, financiados con fondos públicos, por controlar el misterioso tráfico de desinformación a lo largo y ancho del bloque soviético y más allá.
Esa gigantesca iniciativa financiada con fondos públicos creó en última instancia un clima cultural y político receptivo para las corporaciones privadas estadounidenses
Esta historia comienza, de manera muy modesta, con una campaña que aprobó el Congreso para difundir por todo el mundo la marca de benevolencia estadounidense. Las actividades propagandísticas estadounidenses en Europa del Este en tiempos de paz se iniciaron con la aprobación en 1964 de la Ley Fulbright y la creación de una Agencia de Asuntos Educativos y Culturales dentro del Departamento de Estado, para supervisar los programas de intercambio (aunque, como veremos, el patrocinador epónimo de la medida, el legislador demócrata de Arkansas, William Fulbright, se empeñó al máximo para salvaguardar su iniciativa preferida del mandato y los mensajes de la propaganda de Estado).
El trabajo oficial de influenciar a las poblaciones extranjeras comenzó en serio, de manera deliberada y concentrada, con la Ley Smith-Mundt que se aprobó en 1948. Esa medida amplió el trabajo de la diplomacia blanda estadounidense para incluir algo más que los intercambios culturales. La Ley Smith-Mundt inauguró una ramificada campaña de mensajes que incluía radiodifusión, bibliotecas financiadas por el Servicio de Información de Estados Unidos (el nombre en el extranjero de la USIA; USIS por sus siglas en inglés) y la publicación y distribución de folletos y otros documentos, con el objetivo de contestar la propaganda soviética en Europa. La programación radiofónica proestadounidense de Voice of America había comenzado realmente en 1942 como parte del esfuerzo bélico de EE.UU., pero los combatientes de la Guerra Fría renovaron la programación de Voice of America bajo el paraguas de la Ley Smith-Mundt para ampliar la capacidad de influencia estadounidense y ayudar a conquistar las mentes y los corazones de los europeos que habían confiado su suerte política a los comunistas que les habían ayudado a derrotar a los nazis.
Pasando a la clandestinidad
Más o menos en la misma época en la que el Congreso aprobó la Ley Smith-Mundt, el lado oscuro de la maquinaria de propaganda estadounidense durante la Guerra Fría metió la directa. El Consejo Nacional de Seguridad promulgó la Directiva 10/2, que otorgaba permiso a la CIA para llevar a cabo operaciones encubiertas, entre las cuales se encontraba la “propaganda”. La directiva definía esas operaciones como aquellas “que el Gobierno de EE.UU. lleva a cabo o financia en contra de Estados o grupos extranjeros hostiles”, y estipulaba también que las campañas de propaganda podrían realizarse a través de células de representación en los países aliados de EE.UU. y en organizaciones políticas (siempre y cuando, si llegaran a descubrirse los vínculos, “el gobierno de EE.UU. pueda negar de forma convincente cualquier responsabilidad con respecto a ellas”). Gracias a esta directiva, la CIA creó y financió dos organizaciones “privadas” compuestas por ciudadanos estadounidenses interesados: el Comité Nacional para una Europa Libre (que más tarde cambió su nombre por el de Comité Europa Libre) y el Comité Estadounidense para Liberar los Pueblos de Rusia (AMCOMLIB por sus siglas en inglés). La CIA esperaba, gracias a estos esfuerzos de difusión, reclutar a refugiados y emigrados descontentos con los gobiernos de Europa del Este para que trabajaran contra las autoridades de los países que estaban al otro lado del telón de acero. En 1950, el Comité Europa Libre creó la emisora Radio Free Europe que transmitía su señal para Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Polonia y Bulgaria desde transmisores ubicados en Alemania occidental. En 1953, Radio Liberation (que cambió su nombre con posterioridad por el de Radio Liberty) emitía una programación proestadounidense para la Unión Soviética, tanto en ruso como en una amplia variedad de idiomas minoritarios. De acuerdo con la valoración que hizo un académico sobre su influencia: “Se calcula que un tercio de la población soviética adulta y urbana, y aproximadamente la mitad de la población adulta de Europa del Este, escuchaba retransmisiones occidentales después de la década de 1950”.
Las actividades propagandísticas estadounidenses en Europa del Este en tiempos de paz se iniciaron con la aprobación en 1964 de la Ley Fulbright
Sobre la gran línea que separaba la influencia del primer mundo y del segundo mundo, los emigrados anticomunistas que vivían en Alemania occidental proporcionaban un flujo constante de contenido local. Como la maquinaria de propaganda soviética trabajaba horas extra para difundir rumores e información falsa contra Estados Unidos, los locutores que trabajaban para las diferentes emisoras de “radio” que EE.UU. financiaba en el bloque del Este a menudo tenían que improvisar material para combatir la amenaza comunista. Los periodistas que trabajaban para Radio Free Europe y Radio Libertyseleccionaban las entrevistas con desertores recientes o aceptaban rumores infundados como ciertos. Por ejemplo, puesto que viajar hacia Europa oriental era difícil en la década de 1950, RFE establecía agencias de información en ciudades de Europa occidental y pagaba por informes basados en entrevistas con exilados recientes. El historiador István Rév, director del Archivo Sociedad Abierta de Budapest, que contiene en la actualidad informes de RFE, señala que los reporteros de las cadenas sabían que los investigadores sin escrúpulos fabricaban informes para recibir el dinero que pagaba la cadena por aquellos informes que enfatizaran las características más terribles de la vida en el bloque de países del este, sin tener en cuenta su veracidad empírica. Asimismo, un minucioso estudio de los informes legítimos y de las emisiones de RFE que se crearon a partir de ellos, demuestra la existencia de una tendencia constante a minimizar o ignorar las pruebas que iban en contra de la visión que tenía RFE de Europa oriental como una distopía totalitaria.
Mientras tanto, bajo el atento criterio editorial de RL, los locutores elaboraban contenido en nueve idiomas para la Unión Soviética y lo presentaban como si fuera el sentimiento disidente más o menos espontáneo que expresaba la comunidad de emigrados soviéticos que vivía en Europa. Pero los oyentes soviéticos que estaban al tanto de la política interna soviética sabían que las diversas nacionalidades que componían la URSS compartían un largo historial de profundo desacuerdo sobre un amplio abanico de cuestiones políticas y culturales; por tanto, la idea de que todas hablaran con una voz unificada contra el dominio soviético era ridícula. La historiadora de la Universidad de Rutgers, Melissa Feinberg, ha demostrado que Radio Free Europe también creó una extraña “retroalimentación” según la cual los individuos más susceptibles de escuchar sus emisiones y creer las informaciones sobre las traiciones comunistas de sus países también eran los más susceptibles de desertar hacia occidente.
El Consejo Nacional de Seguridad promulgó la Directiva 10/2, que otorgaba permiso a la CIA para llevar a cabo operaciones encubiertas, entre las cuales se encontraba la propaganda
La generación de esta retroalimentación ideológica que se ratificaba a sí misma tenía también una elegante naturaleza hermética. En cuanto salían, los periodistas emigrados de RFE (ansiosos por recibir noticias sobre la situación en sus países natales) entrevistaban a los desertores. Pero a menudo estos desertores repetían como loros los mismos juicios que habían escuchado en RFE (hasta los inventados), con lo que se potenciaban las ideas falsas sobre lo que estaba pasando realmente al otro lado del telón de acero. A comienzos de la década de 1950, la transmisión de agitación y propaganda estadounidense se había vuelto un obstáculo lo suficientemente eficaz (aunque poroso, a decir verdad) para las campañas de persuasión en masa de los gobiernos de Europa del Este, que estos empezaron a tomar medidas compensatorias. Los técnicos del bloque soviético comenzaron a interferir las transmisiones estadounidenses, al tiempo que los funcionarios del gobierno iniciaron sus propias ofensivas de propaganda antioccidental y anticapitalista. Durante los primeros años de la Guerra Fría, corrían ríos de información falsa en ambas direcciones (un recordatorio más de que los sistemas de suministro de “noticias falsas” en la era digital son solo versiones más trepidantes de técnicas ancestrales que pretenden contaminar el flujo de información desde todas las posiciones ideológicas).
Dulce son de libertad
Cuando la lluvia de información falsa inundó todo el bloque oriental, el presidente Dwight D. Eisenhower redobló su apuesta por perfeccionar lo que recibía el eufemístico nombre de “diplomacia pública” en la Europa aliada de la URSS. Poco después de su victoria en 1952, Eisenhower convocó un Comité sobre Labores Informativas Internacionales que abogaba por una nueva estrategia con respecto a los esfuerzos propagandísticos estadounidenses en el extranjero, y que incluía una “guerra psicológica” más abierta y encubierta contra las poblaciones extranjeras. En 1953, bajo el mandato de Eisenhower, todas las labores informativas se transfirieron del Departamento de Estado a una Agencia de Información de EE.UU. (USIA por sus siglas en inglés). Los intercambios internacionales del programa Fulbright siguieron dependiendo del Estado, sobre todo a instancias de William Fulbright, que no quería que su amada iniciativa quedara empañada por las actividades de lo que consideraba una agencia de propaganda. El eslogan de la nueva e independiente USIA, “Contarle la historia de EE.UU. al mundo”, reflejaba un compromiso convenientemente alegre y auspiciado por Ike con la producción de un contenido más positivo sobre EE.UU. y su cultura, en lugar de insistir sobre la perfidia y la falta de libertad de los regímenes de Europa del Este. Ahora la USIA daba parte directamente al comandante en jefe del país, a través del Consejo Nacional de Seguridad, y así se garantizaba una estrecha vigilancia sobre cuál era la mejor manera de conformar y narrar el relato estadounidense para su consumo de masas en el extranjero. Después de la guerra de Corea, dos de los discursos que pronunció Eisenhower en 1953 (el de “Oportunidad para la paz” del 16 de abril y el “Átomos para la paz” del 8 de diciembre) tuvieron como objetivo contrarrestar las “ofensivas de paz” soviéticas que tachaban a Estados Unidos de plutocracia asesina responsable de cometer crímenes contra la humanidad en Hiroshima y Nagasaki. Los funcionarios de la USIA coordinaron minuciosamente los esfuerzos diplomáticos internacionales y nacionales en torno al contenido de las alocuciones de Ike, que, sumada a la idea general de toda la propaganda que financiaba el Estado, no pretendía más que invertir el sentido de la ofensiva crítica soviética. Según el reconfortante y sereno relato de Eisenhower, Estados Unidos era el verdadero defensor de la paz mundial y de un ordenado desarme nuclear, y la Unión Soviética era la fuerza imperialista y belicista que estaba empeñada en dominar el mundo.
Eisenhower también se propuso de manera activa profesionalizar y, a grandes rasgos, esterilizar los esfuerzos propagandísticos estadounidenses. En plena purga macartista, que provocó la dimisión en masa de los trabajadores y el suicidio de un ingeniero de radio, Voice of America se presentó como una “agencia de noticias” que hablaba con la voz oficial del gobierno de Estados Unidos. La estridente propaganda que había caracterizado a VOA durante la época de Truman, Eisenhower la dedicó a las operaciones encubiertas (aunque seguían siendo claramente privadas) de Radio Free Europe y Radio Liberty. Los funcionarios del gobierno consiguieron apaciguar los miedos de las cadenas privadas de radio de Estados Unidos, que estaban molestas por la competencia en las ondas que se financiaba con fondos públicos, con la promesa de que la propaganda de EE.UU. nunca tendría como objetivo el público nacional.
los investigadores sin escrúpulos fabricaban informes para recibir el dinero que pagaba la cadena por aquellos informes que enfatizaran las características más terribles de la vida en el bloque de países del este
Sin lugar a dudas, Music U.S.A. fue el programa de VOA que más éxito tuvo en Europa del Este y en la URSS. Después de estrenarse en 1955, el programa se convirtió rápidamente en el arma diplomática más eficaz de toda la Guerra Fría. Willis Conover presentaba un programa de dos horas entre cinco y siete noches a la semana. Ponía 45 minutos de música de cámara y 45 minutos de jazz, y antes de cada hora había una introducción de 15 minutos de noticias o entrevistas en inglés. Aunque el jazz era menos popular en EE.UU., Conover lo consideraba su propia forma de propaganda y, además, se ajustaba perfectamente a la nueva misión de la USIA de generar un contenido más positivo para representar Estados Unidos ante el mundo. En 1959, Conover declaró en el New York Times: “El jazz es una mezcla de disciplina total y anarquía. Los músicos se ponen de acuerdo en un ritmo, una clave y una estructura de acordes, pero más allá de eso cada uno es libre de expresarse como quiera. Eso es el jazz, y eso es Estados Unidos. Eso es lo que valida este tipo de música… Es una reflexión musical sobre la forma en que suceden las cosas en Estados Unidos. Aquí somos incapaces de reconocerlo, pero la gente de otros países puede sentir ese componente de libertad. Aman el jazz porque aman la libertad”.
La hora de jazz obtuvo enormes audiencias al otro lado del telón de acero, y cuando Conover visitó Polonia en 1959 y Yugoslavia en 1960, los oyentes lo recibieron como si fuera un profeta del mundo libre. El programa de Conover también ayudó a contrarrestar los informes soviéticos sobre el terrible legado del racismo estadounidense y la cara represiva de la segregación de las leyes Jim Crow que regían en el sur. Los soviéticos no dejaron pasar la oportunidad de contarle al mundo que mientras los estadounidenses defendían los derechos humanos en el extranjero, en su casa violaban los derechos de sus propias minorías. La reseña biográfica sobre Conover, que se escribió en septiembre de 1959, apareció en el New York Times apenas seis meses después del infame linchamiento de Mack Charles Parker, un afroamericano de 23 años que había sido acusado de violar a una mujer blanca en Mississippi. Para rebatir esos brutales recordatorios del sistema de castas racial y letal que existía en la antigua confederación, Conover colmó sus emisiones de la VOA de un mensaje de democracia cultural expresiva que, según su convicción, serviría como contrapunto a los retratos que hacía la Unión Soviética sobre EE.UU. como un país racista: “El jazz también les ayuda a creer que Estados Unidos es el tipo de país que quieren pensar que es. El jazz corrige la ficción de que Estados Unidos es racista”.
This is Radio Clash
Mientras que Conover seducía a los europeos del este con Duke Ellington y Charlie Parker, los emigrados de Radio Free Europe fomentaban la revolución. Siguiendo su propia iniciativa, según parece, los locutores de RFE quisieron promover el alzamiento que tuvo lugar en Hungría en 1956 contra el gobierno de Matyas Rakosi que apadrinaba la Unión Soviética, afirmando falsamente que los países occidentales acudirían en ayuda de los húngaros. En 1957, cuando la mayoría de los estadounidenses y los europeos occidentales todavía creían que la RFE era de propiedad privada, los funcionarios que ayudaron a elaborar las emisiones de la cadena con el objetivo de espolear una revuelta en masa tuvieron que comparecer para explicar sus acciones ante el Congreso. En un corto plazo de tiempo, RFE adoptó un nuevo conjunto de políticas editoriales dirigidas a frenar el entusiasmo activista de sus locutores en lengua extranjera. Después de 1956, los periodistas estadounidenses mantuvieron un estrecho control sobre las noticias y los análisis que se emitían hacia el este de Europa.
USIA también se metió en el negocio de financiar directamente la publicación de libros que fomentaran una imagen positiva de Estados Unidos
También durante el gobierno de Eisenhower, la USIA envió cientos de miles de libros a las bibliotecas en el extranjero de USIS, y subvencionó el sector editorial de EE.UU., para intentar alejar a los lectores de todo el mundo de los encantos del comunismo. Los funcionarios de la USIA analizaron minuciosamente todos los libros para garantizar que solo los que apoyaban la política oficial de EE.UU. y los que lograban una recepción positiva entre el público estadounidense recibían el calificativo de “aceptables” para las culturas extranjeras y la etiqueta de exportación cultural generalizada. Mientras la CIA financiaba y organizaba una edición en ruso del libro Dr. Zhivago de Boris Pasternak, la USIA rechazó Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, De aquí a la eternidad, de James Jones y Su excelencia el embajador, de William Lederer; por el sencillo motivo de que eran declaraciones morales demasiado equívocas sobre la participación estadounidense en la II Guerra Mundial y, en el caso de Lederer, sobre la posterior promoción en el extranjero del estilo de libertad estadounidense.
USIA también se metió en el negocio de financiar directamente la publicación de libros que fomentaran una imagen positiva de Estados Unidos. Los autores sospechosos de albergar afinidades de izquierda o de no ser los suficientemente elogiosos hacia la política exterior de EE.UU., no tenían muchas posibilidades de participar en el proceso de contarle al mundo el relato de Estados Unidos. Publishers Weekly publicó en 1969 que la USIA rechazó un amplio abanico de títulos para su exportación al extranjero. Por ejemplo, en el caso del libro Libertad y orden, de Henry Steele Commager, se hizo parecer al prestigioso intelectual e historiador de Harvard como si fuera un rojo difamador: “el valor del resto del libro ni siquiera subsana su responsabilidad por las más de 30 páginas que condenan las políticas estadounidenses en Vietnam”, según las declaraciones de los funcionarios de la agencia. De manera algo más predecible, se suprimió el libro El siglo accidental, de Michael Harrington, por sostener que “el mundo capitalista occidental está en la fase agonizante de la decadencia espiritual”. El gran sur y las naranjas de El Bosco, de Henry Miller, no se ganó la condena por su contenido gráfico y su vulgaridad, como era lo habitual en Miller, sino que más bien fue retirado de la lista por la profundamente sospechosa “actitud contraria a la civilización estadounidense”. Mientras tanto, el libro de James Baldwin Dime cuánto hace que el tren se fuerecibió críticas por una caracterización incidental de sus compatriotas estadounidenses como “las personas más vacías y menos atractivas del mundo”. Ese tipo de reseñas ideológicamente miopes que surgían del despacho de cultura de la USIA demostraban, entre otras cosas, que una obtusa vara de medir los mensajes propagandísticos daba como resultado una extremadamente tediosa interpretación del debate literario e intelectual. Incluso a pesar de ese ultrarriguroso filtro que se aplicaba sobre el mensaje antiestadounidense en las obras literarias, la avalancha de libros aptos no engañaba a nadie. Los supuestos lectores extranjeros entendían tan claramente la función propagandística de las bibliotecas del USIS que a menudo aparecían con pintadas o se las atacaba físicamente por su rol de emblemas del imperialismo estadounidense.
Una voz en el desierto
En 1961, el presidente John F. Kennedy incorporó una dosis de independencia e integridad en la práctica del periodismo como diplomacia pública por otros medios mediante el nombramiento del reconocido periodista Edward R. Murrow para dirigir la USIA. Aunque la VOA de Eisenhower había intentado alejarse de la propaganda manifiesta, un artículo publicado en 1962 en el New York Times se quejaba de que: “Se atisba todavía en Voice of America un tono estridente no muy diferente al de Radio Moscú o Radio Cairo”. Murrow insistía en que VOA debía convertirse en una agencia de noticias neutral, que proporcionara contenido independiente de los objetivos estratégicos de la política exterior del Departamento de Estado. “La verdad es que la mejor propaganda y mentiras son las peores”, declaró Murrow. “Para ser convincentes debemos ser verosímiles, para ser verosímiles debemos ser creíbles y para ser creíbles debemos ser fieles a la verdad”.
Bajo la batuta de Murrow, VOA se esforzó por emular la neutralidad de la British Broadcasting Corporation (un servicio periodístico subvencionado por el Estado con una merecida reputación de ser independiente e imparcial). Pero como los contribuyentes financiaban directamente a VOA, el Congreso insistía en que la diplomacia pública y veraz de la USIA debía de cualquier modo fomentar los intereses de EE.UU. en el extranjero. Murrow convenció a los escépticos de que VOA sería un recurso más valioso si se mantenía completamente al margen de las maquinaciones de la Guerra Fría y, en cambio, se concentraba en aportar noticias y programación de calidad a las poblaciones sedientas de medios de Europa del Este. En 1963, Murrow declaró en una audiencia ante el Congreso: “No suena ninguna caja registradora cuando alguien cambia de idea”, pero la tensión por conservar la independencia editorial cuando se dependía de la financiación del Congreso persiguió tanto a VOA como a USIA durante las décadas subsiguientes.
el Congreso insistía en que la diplomacia pública y veraz de la USIA debía de cualquier modo fomentar los intereses de EE.UU.
Mientras VOA se esforzaba por ser independiente, el gobierno de EE.UU. seguía estrechando su control sobre el contenido de las bibliotecas del USIS. Después de la crisis de los misiles de Cuba, el asesinato de Kennedy y el inicio de la guerra de Vietnam, la USIA comenzó a examinar de manera más rigurosa el flujo de libros publicados en Estados Unidos que se enviaba al extranjero. Los funcionarios bloquearon libros de destacados intelectuales estadounidenses, entre ellos un libro del antiguo embajador de EE.UU. ante Japón, porque comentaba abiertamente las meteduras de pata de la política exterior estadounidense en el sudeste asiático. En su lugar, la USIA circulaba listas de autores conservadores recomendados, como por ejemplo William F. Buckley, Friedrich August von Hayek y otros, que defendían el capitalismo de libre mercado y los esfuerzos de EE.UU por combatir la proliferación del comunismo , sin importar lo contradictorios que fueran esos esfuerzos con la promoción de valores democráticos.
A finales de la década de 1960 y 1970 la imagen internacional de EE.UU. sufrió un serio varapalo y su diplomacia pública no fue capaz de competir con la opinión negativa mundial en contra de las intervenciones del gobierno de EE.UU. en países como Vietnam o Chile. Los movimientos de liberación del tercer mundo consideraban cada vez más a EE.UU. el enemigo número uno y viraron hacia diversas formas de socialismo. La maquinaria de propaganda soviética ya no tenía que depender tanto de las mentiras y las distorsiones. Los levantamientos sociales y los desórdenes ciudadanos provocados por el movimiento antibelicista contra la guerra de Vietnam evidenciaron las fisuras internas de EE.UU. Las afirmaciones soviéticas sobre el racismo estadounidense quedaron exoneradas en el tribunal de la opinión pública cuando algunos líderes como Martin Luther King Jr. y Malcolm X comenzaron a exigir derechos civiles para los afroamericanos.
Academia de escándalos
La revista Ramparts asestó en marzo de 1967 un certero golpe contra la continuación de las operaciones encubiertas de EE.UU. cuando reveló que la CIA estaba financiando la Asociación Estudiantil Nacional, que se había mostrado, a su vez, como un grupo de defensa constituido por ciudadanos interesados y amantes de la libertad. Entre otras cosas, la financiación del grupo por parte de la CIA violaba la directiva de la Guerra Fría de abstenerse de hacer propaganda entre los ciudadanos estadounidenses.
A raíz de la revelación de Ramparts, los periodistas siguieron el rastro del dinero y este los condujo desde la CIA hasta Radio Free Europe y Radio Liberty. Cuando se reveló que estas actividades eran medios gubernamentales de agitación y propaganda, el senador Fulbright, que todavía se oponía con ferocidad a la propaganda, argumentó que habría que cerrarlas ambas. Pero el Congreso pasó a financiar íntegramente con fondos públicos estas operaciones (conocidas como “las radios” en la jerga del gobierno) bajo los auspicios de la Board for International Broadcasting. La Ley 93-129 fusionó en 1973 RFE y RL en una sola organización, y estipuló que las radios ayudarían en “los amplios objetivos de política exterior de Estados Unidos”. Ahora que la fusión de actividades se estaba financiando de forma manifiesta con fondos del gobierno de EE.UU., VOA plasmó su independencia editorial en un estatuto oficial para garantizar que sus noticias serían “precisas, objetivas y exhaustivas”.
A lo largo de la década de 1970, VOA cubrió con honestidad la política estadounidense, e informó sobre Vietnam, Watergate y varias operaciones de la CIA
A lo largo de la década de 1970, VOA cubrió con honestidad la política estadounidense, e informó sobre Vietnam, Watergate y varias operaciones de la CIA. Su compromiso con la verdad aumentó la seriedad que transmitía a los oyentes extranjeros y también amplió su alcance hacia diversos lugares del mundo. Cuando Jimmy Carter se convirtió en presidente, compartía con Fulbright la aversión del senador por la guerra psicológica y, por ese motivo, supervisó una drástica reorganización de la USIA. La agencia adoptó un nuevo nombre: Agencia de Comunicación Internacional de EE.UU. (USICA por sus siglas en inglés) y Carter explicó que, durante su presidencia, la USICA: “No llevará a cabo actividades encubiertas, manipuladoras o propagandísticas. La agencia puede suponer (al igual que hicieron nuestros padres fundadores) que una sociedad grande y libre es su mejor testigo, y puede depositar su fe en el poder de las ideas”. También pensaba que el trabajo de la USIA había sido demasiado unidireccional y que Estados Unidos necesitaba escuchar los relatos de otros países, en lugar de contar el suyo en exclusiva. La revista de referencia de la USIA, Los problemas del comunismo, redujo su circulación y el gobierno de EE.UU. incluyó durante un breve período las voces de escritores e intelectuales del Sur global.
Comedia propagandística
Sin embargo, la elección de Ronald Reagan aumentó la intensidad de la Guerra Fría y contribuyó a que se produjera un resurgimiento de las actividades propagandísticas, con el único objetivo de provocar un cambio de régimen en el bloque soviético. Después de 1981, USIA recuperó su nombre original y dio un giro de 180 grados. Los nuevos nombramientos políticos detestaban la “palabrería blandengue” que se había impulsado durante la época de Carter e intentaron adaptar la diplomacia pública estadounidense a la implacable agenda anticomunista del nuevo presidente. Reagan nombró director de USIA a su íntimo amigo Charles Z. Wick y juntos lanzaron el “Proyecto verdad” y el “Proyecto democracia” para competir con el creciente empuje de la fábrica de rumores soviética en los países en vías de desarrollo, en particular la afirmación de que Estados Unidos había creado el virus del SIDA como un arma biológica contra la sobrepoblación de África.
Desde el principio de su mandato al frente de la USIA, Wick comenzó a realizar exigencias editoriales que ponían en riesgo la independencia de VOA. Wick se opuso a que se realizara una cobertura crítica del gobierno de Reagan, e insistió en que las emisiones de VOA se dedicaran a apoyar la política exterior de EE.UU. Por ejemplo, no había que denominar a los muyahidín de Afganistán “rebeldes” o “guerrillas antigubernamentales”, sino “combatientes por la libertad”. Los neoconservadores también atacaron lo que percibían como un sesgo liberal en VOA y exigieron que se fomentaran opiniones editoriales alternativas que se ajustaran a la línea dura anticomunista de la agenda política de Reagan.
la elección de Ronald Reagan aumentó la intensidad de la Guerra Fría y contribuyó a que se produjera un resurgimiento de las actividades propagandísticas
Wick nombró a James Conkling para dirigir VOA y este, a su vez, pidió al periodista conservador, redactor de discursos y antiguo ejecutivo publicitario, Philip Nicolaides, que examinara las actividades de VOA y sugiriera algunas recomendaciones sobre políticas que podían cambiarse. El memorando que elaboró Nicolaides para Conkling causó una seria conmoción al sugerir que VOA debería aceptar su rol de agencia propagandística. En palabras de Nicolaides: “El profesor de Tufts que imaginó la expresión “diplomacia pública” estaba buscando un sustituto insulso y aséptico de la propaganda, pero el hecho es que la propaganda tiene más en común con la publicidad y las relaciones públicas que con la ‘diplomacia’”.
Al liberarse así de las nudosas ataduras que rigen la recopilación de noticias convencional, Nicolaides sugirió que se utilizara la emisión de VOA para socavar de forma activa el bloque de países del este:
“Debemos luchar para “desestabilizar” a la Unión Soviética y a sus países satélites promoviendo el descontento de la gente hacia sus dirigentes… Debemos intentar implantar cuñas de resentimiento y sospecha entre los líderes de los diversos países del bloque comunista. Debemos avivar las llamas del nacionalismo en los estados títere que controla la URSS. Debemos fomentar el resurgimiento de los sentimientos religiosos al otro lado del telón de acero”.
El posterior nombramiento que hizo Conkling de Nicolaides como director adjunto de programas de opinión y análisis provocó indignación entre el personal veterano de VOA. Una petición interna intentó bloquear el nombramiento y ese conflicto latente hizo que el Washington Post se preguntara si VOA estaría dentro de poco “imitando a Radio Moscú”.
Wick, que se movía en círculos elitistas tanto en Hollywood como en Washington, tenía numerosos contactos en el sector privado y quería integrar las opiniones y puntos de vista de estos en el trabajo que hacía la USIA. La oportunidad perfecta para organizar una ofensiva propagandística repleta de estrellas se le presentó cuando el gobierno de Polonia impuso la ley marcial en diciembre de 1981. El Departamento de Estado declaró un día de solidaridad con Polonia, y Wick ayudó a elaborar un especial de 90 minutos de fantasía televisiva para mostrarle al público de todo el mundo cómo EE.UU. apoyaba la libertad y la democracia.
El programa de variedades, que se emitió por primera vez el 31 de enero de 1982 y que necesitó una autorización especial del Congreso para que pudiera emitirse en Estados Unidos, fue producido por Marty Pasetta, famoso productor de los Grammys, los Oscars y los conciertos de Barry Manilow. El programa “Dejad que Polonia sea Polonia”, que en realidad no pudo verse en Polonia, tuvo como presentadores a Charlton Heston y a Max von Sydow, y contó con las breves apariciones de Bob Hope, Orson Welles, Kirk Douglas y Frank Sinatra, que cantó una canción polaca de folclore popular en polaco y en inglés. El escritor exilado Czesław Miłosz leyó un poema bilingüe, y se mostraron vídeos donde se apreciaban las concentraciones que Solidaridad había organizado en todo el mundo (a pesar de que la asistencia fuera menor de lo esperado). Hubo vídeos de líderes mundiales expresando su apoyo por el pueblo de Polonia, y Ronald Reagan anunció: “Nosotros, el pueblo del mundo libre, estamos unidos con nuestros hermanos y hermanas polacas”, y Margaret Thatcher declaró que la lucha polaca debería recordarnos a aquellos de “nosotros que estamos en occidente, la valiosa naturaleza de nuestra propia libertad”.
El programa de la OTAN
Muy pocos críticos occidentales parecieron emocionarse con la torpemente coreografiada reminiscencia. El Times of London afirmó que el programa era “casi tan insulso como una película propagandística de Europa del Este y podría haberse llamado ‘el programa de la OTAN’”. Un comentarista de la BBC desestimó el programa por ser “la maquinaria estadounidense de propaganda funcionando a toda velocidad” y un periódico francés publicó que el programa poseía “el tono melodramático de una emisión propagandística”. El autor de un artículo publicado en el Christian Science Monitor se preocupaba porque el medio podría haber desvirtuado el mensaje. El autor sostenía que la mayoría de los estadounidenses apoyaban un discurso de firme oposición a la ley marcial en Polonia, pero les disgustaba “Dejad que Polonia sea Polonia” porque “un programa patrocinado por el gobierno y repleto de estrellas de Hollywood, se arriesga a recibir críticas por ser mera propaganda y por ser un vehículo indigno para una declaración de ese tipo. El hecho de que los polacos no puedan verlo, que los europeos del este lo hayan rechazado y que muchas cadenas de TV estadounidenses se muestren reacias a emitirlo sugiere que el programa responde a intereses de política nacional más que a las necesidades de la diplomacia internacional”.
Un comentarista de la BBC desestimó el programa por ser “la maquinaria estadounidense de propaganda funcionando a toda velocidad”
Y, ¿cuáles eran esos intereses nacionales? Los ejecutivos de la banca estadounidense temían que la declaración de la ley marcial en Polonia condujera al país al impago de la deuda de 27.000 millones de dólares que tenía con los bancos occidentales, un evento que habría desestabilizado enormemente los mercados financieros. Después de que la USIA obtuviera el permiso especial para emitir el programa sobre Polonia en Estados Unidos, el gobierno de Reagan utilizó la simpatía por el pueblo polaco para autorizar el pago de la deuda de Polonia; el gobierno entregó 70 millones de dólares del dinero de los contribuyentes a los bancos privados estadounidenses para prevenir el impago de Polonia. El idioma de la libertad sirvió como oportuna tapadera para proteger y fomentar los intereses de las empresas estadounidenses, una asociación público-privada que se estrecharía durante la década de 1980 y después durante la década de 1990, a raíz del final de la Guerra Fría.
Wick aumentó la participación privada que habían tenido hasta ese momento los líderes empresariales nacionales e internacionales en la financiación y la programación de la USIA, y continuó supervisando emisiones que, haciendo caso omiso de los que criticaban “Dejad que Polonia sea Polonia”, conservaban un tono marcadamente propagandístico en contra de la Unión Soviética y sus aliados. En 1984, se cuestionó la existencia en la USIA de una lista negra que contenía ochenta y cuatro nombres de destacados estadounidenses que tenían prohibido participar en el programa de oradores para el extranjero de la USIA, entre los que estaba el presentador de noticias Walter Cronkite, el defensor de los consumidores Ralph Nader y la viuda de Martin Luther King Jr., Coretta Scott King. Entre 1986 y 1988, la USIA también perdió varios casos judiciales que ponían en duda la decisión de la agencia de impedir la exportación de siete documentales de vídeo con opiniones críticas, u opuestas, al gobierno de Reagan. Pero Wick sobrevivió a todos los escándalos y en 1989 consiguió ser el director que más tiempo había estado a la cabeza de la USIA. Cuando Reagan abandonó su cargo, Wick dimitió y aceptó un puesto en la corporación de noticias de Rupert Murdoch, que en 1996 inauguraría Fox News. Sin que fuera la primera vez, las incursiones estadounidenses en la propaganda financiada con fondos públicos sirvieron como profético campo de entrenamiento para distorsiones similares que restringen la recopilación de noticias en el sector privado.
Radio Free Europe y Radio Liberty también viraron hacia la derecha durante la década de 1980. El gobierno de Reagan aumentó su presupuesto y descentralizó la producción de contenido hacia los despachos extranjeros de la cadena, una estrategia que se había abandonado casi por completo a raíz de la chapucera gestión que se hizo en 1956 de la insurrección húngara. En 2003, Stephen Miller, una persona que Reagan nombró y que trabajaba para RFE/RL desde 1983, señaló los numerosos problemas internos de las radios. A pesar de su propio compromiso con la política exterior de Reagan, Miller estaba en desacuerdo con la estrategia del director de la rama húngara de la RFE, George Urban, de sostener que las radios deberían utilizar “un nuevo tipo de guerra psicológica y política”. También estaba en desacuerdo con la política implícita de que las radios no debían emitir opiniones negativas del gobierno de Reagan. Radio Liberty también sufrió ataques por emitir en la URSS contenido considerado antisemita y ultranacionalista. Un informe especialmente condenatorio que escribió para la organización de derechos humanos Helsinki Watch uno de los propios freelancers rusos de Radio Liberty, afirmaba que RL estaba favoreciendo el contenido antidemocrático y antipluralista en la Unión Soviética para fomentar así una desestabilización nacionalista, tal y como había aconsejado el memorándum de VOA que escribió Nicolaides.
Pero RFE y RL también disfrutaron de algunos destacados éxitos durante la década de 1980, como por ejemplo cuando apoyaron al sindicato Solidaridad de Polonia y a otros disidentes del este de Europa, además de cuando emitieron la verdad sobre la catástrofe nuclear de Chernóbil en Ucrania y humillaron a los soviéticos. Durante el mandato de Wick, los estadounidenses también consiguieron convencer a los líderes soviéticos de que dejaran de interferir las emisiones occidentales, lo que espoleó la sed de cambio político entre la gente y ayudó a desencadenar en 1989 la revolución de terciopelo. El historiador A. Ross Johnson sostuvo que las duraderas victorias de las radios en los reductos de desinformación de la Guerra Fría fueron el resultado de su pasado como vehículos explícitos de propaganda: “Las radios no podrían haber tenido el impacto que tuvieron durante las décadas de 1970 y 1980 si la CIA no hubiera diseñado su funcionamiento y determinado su línea editorial y política durante las décadas de 1950 y 1960”.
Los valores de choque
Por supuesto, Estados Unidos terminó ganando la guerra propagandística y celebró la transición pacífica hacia democracias de libre mercado de los antiguos Estados satélite soviéticos repartidos por todo el este de Europa. Y como sucede siempre en el sector mediático, el éxito engendró una nueva generación de imitadores: después de 1989, las tendencias que comenzaron durante la época de Reagan terminaron dominando la misión de la USIA. En lugar de buscar socios en el sector privado, la USIA se fue transformando poco a poco en una herramienta para promocionar con fondos públicos los intereses del sector privado en el este de Europa. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética y sus aliados formaron parte de una organización comercial y económica que se llamaba el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON por sus siglas en inglés), que protegía a los países socialistas de la penetración del capital mundial. El sistema económico dominante y los cánones políticos de planificación central que existían en los países del bloque de países del este también limitaban la importación de bienes de occidente y, cuando llegaron los 90 y se desplomó el socialismo de Estado, la consecuencia fue que se abrió un mercado potencial de cientos de millones de ávidos consumidores. De igual modo, la expansión de la OTAN hacia el este proporcionó una oportunidad análoga para los fabricantes de armas estadounidenses. Mientras los países de Europa del Este implementaban políticas de terapia de choque para fomentar el libre mercado, la USIA defendía los intereses de las empresas estadounidenses en el extranjero con la intención de propagar el evangelio de la reforma económica neoliberal y darse prisa en hacerse con la mayor cuota de mercado posible para los bienes y servicios estadounidenses.
la USIA defendía los intereses de las empresas estadounidenses en el extranjero con la intención de propagar el evangelio de la reforma económica neoliberal
La antigua empleada Nancy Snow, al reflexionar sobre el tiempo que pasó en la USIA durante la década de 1990, afirmó que: “La USIA pasó de ser una creación de la Guerra Fría a ser Estados Unidos S.A… [y utilizó] la guerra psicológica para fomentar la superioridad de la libre empresa estadounidense, la expansión de los intereses empresariales estadounidenses en el extranjero y la promoción de la economía estadounidense como modelo de cómo otras economías de mercado podrían tener éxito en la economía mundial”. El último director de la USIA, Joseph Duffey, admitió de forma retrospectiva que la renovada misión de la USIA durante la década de 1990 era: “Fundamentalmente servir a unos muy pragmáticos intereses nacionales, entre los que se encontraban una mayor desregulación del comercio y la inversión, la protección de los derechos de propiedad intelectual [y] promulgar leyes y acuerdos sobre la inversión transnacional”. Según sugiere Duffey, esas políticas se elaboraron prácticamente a medida para beneficiar a las corporaciones estadounidenses que querían expandirse hacia el antiguo bloque de países del este.
En 1995, la sede central de las fusionadas Radio Free Europe y Radio Liberty se mudó de Alemania a Praga, donde las radios siguen llevando a cabo su trabajo hasta el día de hoy, aunque con un presupuesto significativamente menor. Aunque se suspendieron muchas de las emisiones de Europa del Este, la cadena sigue emitiendo contenido para más de 25 países, entre los que se encuentran Rusia, Afganistán, Pakistán e Irán. El Departamento de Estado cerró en 1999 la mayor parte de las bibliotecas independientes del USIS y, hoy en día, VOA produce contenido en 47 idiomas. Sigue siendo la cadena de radio internacional más grande de Estados Unidos, y se calcula que tiene una audiencia semanal de más de 236 millones de personas. En noviembre de 2017, después de que el Departamento de Justicia nombrara a RT un “agente extranjero”, los rusos contraatacaron y añadieron a VOA y a RFE/RL a su lista de agentes extranjeros, lo que hizo que ambas organizaciones y sus afiliados locales tuvieran que someterse a una serie de protocolos de supervisión controlados por el gobierno ruso.
Puede que esté justificada la sensación de indignación entre los estadounidenses por la injerencia rusa en las elecciones de 2016 con el objetivo de avanzar sus propios intereses económicos y políticos. Pero el contexto histórico importa y, en este caso, el contexto correspondiente es un aluvión constante de campañas de propaganda abiertas y encubiertas que el gobierno de Estados Unidos ha financiado e implementado durante los últimos 75 años. Para un antiguo oficial de la KGB como Putin, es probable que la injerencia en las elecciones de 2016 le recuerde los contraataques de propaganda soviética que realizaban durante la Guerra Fría: un esfuerzo por combatir el fuego de falacias con fuego de falacias. Puede que las tácticas y la tecnología hayan cambiado, pero nosotros no, a pesar de las cantinelas que probablemente escucharás en un número incesante de noticias, inmersos como estamos en una nueva guerra propagandística. Solo que la vieja sigue estando entre nosotros.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
Traducción de Álvaro San José.
Kristen R. Ghodsee es la autora de nueve libros. Los más recientes son Segundo mundo, segundo sexo: el activismo de las mujeres socialistas y la solidaridad mundial durante la Guerra Fría y ¿Por qué las mujeres tienen mejor sexo con gobiernos socialistas? Y otros argumentos a favor dela independencia económica.
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Autora >
Kristen R. Ghodsee (The Baffler)
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