La economía sigue sin inflación, ni una ciencia que la explique
¿Tenemos un problema de estancamiento económico o estamos, más bien, en el albur de un cambio en la forma de concebir una economía incapaz de explicar el mundo?
Madrid , 30/10/2019
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La ciencia económica no se aclara, y los políticos y los medios de comunicación, menos aún. Después de décadas volcadas en la lucha para reducir la inflación, ahora, las instituciones internacionales y sus sucursales se muestran perdidas ante un presente que no logran comprender ni explicar. Los bancos centrales, antaño guardianes de la ortodoxia, se han convertido en think tanks, centros de pensamiento desde los que cuestionar tímidamente la solidificada teoría económica que hemos heredado de las felices décadas previas. ¿Tenemos un problema de estancamiento económico, reflejado en los titulares periodísticos mayoritarios por la planicie de la curva de inflación, o estamos, más bien, en el albur de un cambio en la forma de concebir una Economía en estos momentos impotente para explicar el mundo?
En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn refuta la linealidad de la historia del conocimiento y nos advierte de que los distintos paradigmas científicos arrastran una notable inercia que entorpece la modificación de los consensos previos. Como muchas estrellas que ya no existen pero que siguen a la vista, hay ideas ya fallecidas, inútiles o, peor, dañinas, que seguimos teniendo delante todos los días, en la televisión, en las columnas de los diarios, en el lenguaje de nuestra vida cotidiana...
¿Ha sido solo la falta de ambición de los bancos centrales o hay algo que no nos han contado con sinceridad?
Sobre esta inercia teórica reflexiona Ángel Ubide en su libro La paradoja del riesgo, que recoge y critica algunas de las máximas del pensamiento económico dominante que ya no son de aplicación. Con un perfil híbrido –ha trabajado como investigador en el Peterson Institute, como analista en la banca de inversión y como economista en el Fondo Monetario Internacional–, Ubide critica el conservadurismo de unos bancos centrales que reaccionaron a la crisis inaugurada en el otoño de 2008 con el miedo a la inflación como prioridad. La élite tecnocrática se había formado mayoritariamente en unas facultades en las que la victoria sobre la gran inflación de los años setenta y ochenta había sido el leit motiv de los estudios. El caso de Japón –estancado y con riesgos de deflación desde los años noventa– se habría ignorado y el sesgo antiinflacionario nos habría llevado a sociedades más precarias, más desiguales y con más riesgo, como las actuales.
Para evitar que esto vuelva a suceder y teniendo en cuenta que la recesión volverá antes o después, Ubide aboga por un punto de vista de política económica “simétrica”, que contemple la deflación –es decir, el depresivo descenso generalizado de los precios– como un riesgo igualmente peligroso. Para ello, propone modificar al alza el objetivo de inflación de los bancos centrales –actualmente en el 2%–, mantener e incluso incrementar el activismo monetario de estas entidades, la emisión de los denominados ‘eurobonos’ –deuda pública comunitaria que permitiría financiar, por ejemplo, las prestaciones por desempleo–, una renta básica que hiciera frente a la transformación del mundo del trabajo y la precarización, e incluso salir de la eterna preocupación por el déficit y la competitividad de la Eurozona.
Un libro honesto y claro escrito por uno de los que fueran aspirantes a la vicepresidencia del Banco Central Europeo, ocupada en la actualidad por un Luis de Guindos que ha declarado recientemente no terminar de explicarse por qué las subidas salariales no se trasladan a la inflación. ¿Ha sido solo la falta de ambición de los bancos centrales o hay algo que no nos han contado con sinceridad? ¿Tienen algo que ver en la nula inflación factores frecuentemente etiquetados por los economistas como ‘políticos’?
También procedente de la banca privada y volcado, además, en la docencia y la divulgación económica, el economista Juan Laborda coincide en que hace falta un cambio de punto de vista para solucionar los problemas. No obstante, este realiza un análisis que supone una enmienda a la totalidad del pensamiento económico dominante y de la evolución del capitalismo durante los últimos cuarenta años.
Para Laborda, el actual estado de inflación baja, crecimiento estancado, desigualdad rampante, paro y riesgos políticos se debe a lo que define como “el sistema de gobernanza que rige el mundo desde finales de los setenta, es decir, el denominado ‘neoliberalismo’, que es el que ha provocado este proceso deflacionista”.
Pero, ¿qué es el neoliberalismo, más allá del término que solemos emplear para etiquetar todas las medidas que consideramos que perjudican a las mayorías? Inspirado en un clarificador y breve ensayo de James Montier y Philip Pilkington, Laborda descompone el fenómeno neoliberal en cuatro elementos que se refuerzan entre sí: el abandono del pleno empleo, la globalización, el cambio experimentado en los objetivos perseguidos por las grandes empresas y la derrota de los sindicatos.
Objetivo inflación (1) y globalización asimétrica (2)
En primer lugar, “el objetivo de pleno empleo queda sustituido por un objetivo inflación en base a una serie de teorías que se ha demostrado que son falsas. Por esta razón, se genera mucho menos empleo que en el consenso keynesiano” –el acuerdo previo en el que el pleno empleo constituía una de las principales metas de las sociedades.
El segundo principio es el de la globalización: “el capital aprovecha la crisis del petróleo de los años setenta –sobre todo en Reino Unido y Estados Unidos– para llevar a cabo la batalla final contra el mundo del trabajo. Para ello, se introduce un factor nuevo que después se va a revelar como un problema adicional: China, lo que lleva a la incorporación de trabajadores competidores chinos, de otras zonas asiáticas y, después de la caída del Muro de Berlín, de la extinta Unión Soviética y de Europa del Este –estos últimos, con un componente de formación muy alto”.
De este modo, la extinción del objetivo pleno empleo se daba la mano con una globalización asimétrica en la que la apertura de todas las puertas al capital debilitaba aún más a los trabajadores: “Esta globalización hace que las clases trabajadoras pierdan poder de compra a marchas aceleradas, salvo en dos países: en China y en la India”.
el objetivo de pleno empleo queda sustituido por un objetivo inflación en base a una serie de teorías que se ha demostrado que son falsas
¿Por qué querría un gobierno mantener a la población fuera del pleno empleo, cuando esto generalmente favorece vencer unas elecciones? “Eso está muy claro. Una población con pleno empleo, como afirmara en los años cuarenta Michal Kalecki, genera muchos problemas para el capital, porque exige derechos y es mucho más crítica”. Probablemente por ello, de la crisis de los años setenta se salió con la popularización de la denominada ‘NAIRU’, la conocida como tasa de desempleo no aceleradora de la inflación, que para los Estados Unidos se establece en la actualidad en un 4.5% y que para España ha superado casi siempre el 10%.
“Todos estos cambios se producen, no por casualidad, justo cuando el acuerdo de Bretton Woods se ha roto y los países tienen soberanía monetaria y tipos de cambio flexibles, lo que les otorga mucha más facilidad para llegar al pleno empleo. Entonces se llevan a cabo todos los esfuerzos posibles para retirar al gobierno el piloto de la política fiscal, porque las élites prefieren una masa laboral sumisa, que no pueda irse inmediatamente a otro trabajo” En los años ochenta, la televisión pública americana PBS emitió ‘Libertad de elegir’, una serie protagonizada por Milton Friedman que explicaba las infinitas virtudes del libre mercado. En uno de sus capítulos, el Estado quedaba representado por el personaje de Joker, que aparecía aclamado en las calles de los Estados Unidos por regalar dólares a los ciudadanos: la metáfora no ofrecía lugar a dudas…
Transformación de las empresas (3) y derrota sindical (4)
la extinción del objetivo pleno empleo se daba la mano con una globalización asimétrica en la que la apertura de todas las puertas al capital debilitaba aún más a los trabajadores
Agotado el pleno empleo y lanzada la globalización, las empresas también sufrieron una transformación interna: “Las grandes empresas declaran que su máximo objetivo es maximizar los beneficios del accionista. Al centrarse solo en esto, los principales ejecutivos, los denominados managers, acabaron vinculando su remuneración al cumplimiento de esta meta, cometiendo auténticas barbaridades: falseos contables, operaciones arriesgadas, fijación exclusiva en el corto plazo, recompra de las propias acciones… Se ha demostrado que aquellas empresas que cotizan en Bolsa son las que, paradójicamente, menos invierten. Esto ha pasado en España también con las empresas del Ibex-35. Con todo ello, al invertir menos, la productividad ha caído, justo todo lo contrario de lo que clamaban los promotores del neoliberalismo”.
Como consecuencia de los tres elementos anteriores se produciría “la derrota de los sindicatos, lo que ha llevado a que el trabajo sea considerado como un mercado más, como lo puede ser el mercado de plátanos, de libros o de coches, consiguiendo el abaratamiento del factor trabajo.
Una victoria a corto plazo con muchísimos problemas a medio y largo: el crecimiento quedó lastrado al igual que la capacidad de compra, la inversión no remontaba y los promotores del neoliberalismo recurrieron a tratar de reavivar la economía mundial con bajos tipos de interés y con el instrumento de una deuda privada que, a partir de entonces, estaría presente en todas las crisis. Los rescates bancarios y la digestión de la crisis financiera a base de planes de austeridad completan la explicación sobre por qué nuestras economías actuales se encuentran en un estado catatónico.
Las expresiones de malestar, la guerra comercial, el surgimiento de la extrema derecha en numerosos países y la proliferación de nuevos enfoques sobre política económica indican que el statu quo científico tiene que variar si pretende sobrevivir como fuente de explicación. La inflación no parece ser lo único que se encuentra en horas bajas.
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