Análisis
Chile: el icono del neoliberalismo que cayó en desgracia
El país lidera Latinoamérica en cuanto a PIB per cápita, pero también en materia de desigualdad
Branko Milanović 30/10/2019
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No es habitual que en un país de la OCDE se dispare y mate a varias personas en dos días de disturbios de componente social. (Quizá solo Turquía, con sus interminables guerras contra la guerrilla kurda, se acerque a ese nivel de violencia). Pero eso es lo que hizo el gobierno chileno, icono del neoliberalismo y la transición democrática, la semana pasada cuando comenzaron unas protestas que no parecen remitir a pesar de las reformas cosméticas que ha propuesto el presidente Sebastián Piñera.
La caída en desgracia de Chile es sintomática de patrones mundiales que revelan el daño que han causado las políticas neoliberales en los últimos treinta años, que van desde las privatizaciones en Europa del Este y Rusia, hasta la crisis financiera mundial, pasando por la austeridad europea. Chile estaba considerado, sobre todo gracias al trato favorable de la prensa, como un ejemplo de éxito. Las duras políticas que se implementaron después del derrocamiento de Salvador Allende en 1973, y la oleada de asesinatos que vino después, quedaron suavizadas por la transición democrática, aunque sus características primordiales se conservaron. Es cierto que Chile tenía un excelente récord de crecimiento y, aunque que en las décadas de 1960 y 1970 se encontraba en la mitad de la tabla de la liga latinoamericana en cuanto a su PIB per cápita, en la actualidad es el país latinoamericano más rico. Como es lógico, también ayudaron unos precios elevados de su principal materia prima de exportación, el cobre. Aun así el éxito de su crecimiento es indiscutible. Chile recibió el “premio” de entrar en la OCDE, un club de países ricos, y se convirtió en el primer país sudamericano en acceder.
Según Forbes, en 2014 la riqueza combinada de los multimillonarios chilenos era igual al 25% del PIB de Chile
El aspecto en el que fracasó el país fue en sus políticas sociales, que muchas personas consideraban exitosas, aunque parezca extraño. En las décadas de 1980 y 1990, el Banco Mundial aplaudió las políticas de “flexibilidad” del mercado laboral chileno, que consistían en disolver los sindicatos e imponer un modelo de negociación por sectores entre trabajadores y empresarios en lugar de permitir que existiera una organización sindical global que negociara en nombre de todos los trabajadores. Más extraño fue aún que el Banco Mundial lo utilizara como modelo de transparencia y buena gobernanza, que los países en transición de Europa del Este supuestamente debían copiar. El hermano del actual presidente chileno, descendiente de una de las familias más adineradas de Chile, se hizo famoso por implementar, cuando ostentó el cargo de Ministro de Trabajo y Seguridad Social con Pinochet, un sistema público de pensiones según el cual los trabajadores aportaban obligatoriamente dinero de sus salarios a uno entre varios fondos de pensiones, y después de la jubilación recibían pensiones según el rendimiento que hubiera dado la inversión de dichos fondos. Las pensiones de jubilación entraron así a formar parte del capitalismo de ruleta. Mientras tanto, los fondos de pensiones, que a menudo cobraban unas comisiones desorbitadas, y sus gestores, se hicieron ricos. José Piñera intentó “vender” este modelo a la Rusia de Yeltsin y a los Estados Unidos de George Bush, pero, a pesar del fuerte (y bastante comprensible) apoyo de las comunidades financieras de ambos países, no lo consiguió. Hoy en día, la mayor parte de los pensionados chilenos recibe unos 200-300 dólares al mes en un país cuyo nivel de precios (según el Proyecto Internacional de Comparación, un proyecto mundial liderado por la ONU y el Banco Mundial que compara los niveles de precio de todo el mundo) es aproximadamente de un 80 % el de Estados Unidos.
Aunque Chile lidera Latinoamérica en cuanto a su PIB per cápita, también la lidera en materia de desigualdad. En 2015, su nivel de desigualdad salarial era más alto que el de cualquier otro país latinoamericano excepto Colombia y Honduras. Superaba incluso la proverbialmente elevada desigualdad de Brasil. El 5% más bajo de la población chilena tiene un nivel de ingresos que es aproximadamente el mismo que el del 5% más bajo de Mongolia. El 2% más alto disfruta de un nivel de ingresos equivalente al del 2% más alto de Alemania. Como si Dortmund y los barrios pobres de Ulan Bataar estuvieran reunidos en un mismo lugar.
La distribución de ingresos en Chile es sumamente desigual, pero más lo es aún la distribución de la riqueza. En ese aspecto, Chile es atípico incluso si lo comparamos con el resto de Latinoamérica. De acuerdo con los datos que publicó Forbes en 2014 sobre los multimillonarios del mundo, la riqueza combinada de los multimillonarios chilenos (había 12 de ellos) era igual al 25% del PIB de Chile. Los siguientes países latinoamericanos con mayor concentración de riqueza eran México y Perú, en los que el porcentaje de riqueza de los multimillonarios era de aproximadamente la mitad (un 13 % del PIB). Mejor aún: Chile es el país en el que el porcentaje de riqueza de los multimillonarios, en relación con el PIB, es el más elevado del mundo (si excluimos a países como Líbano y Chipre, en los cuales hay muchos multimillonarios extranjeros que “aparcan” su riqueza por motivos fiscales). La riqueza de los multimillonarios chilenos, comparada con el PIB de su país, supera incluso a la de los rusos.
Gráfico: Riqueza de los multimillonarios en relación al PIB total del país.
Una desigualdad tan singular en cuanto a riqueza e ingresos, combinada con la total mercantilización de muchos de sus servicios sociales (agua, electricidad, etc.), y unas pensiones que dependen de los caprichos de la bolsa, habían permanecido “escondidas” a ojos de los observadores internacionales como consecuencia del éxito de Chile a la hora de aumentar su PIB per cápita. Pero las recientes protestas demuestran que esto último no es suficiente. El crecimiento es indispensable para el éxito económico y para reducir la pobreza, pero si no existe justicia social y un mínimo de cohesión social, los efectos del crecimiento darán paso a sufrimiento, manifestaciones y, sí, a disparar a la gente.
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Este artículo se publicó en inglés en el blog del autor.
Traducción de Álvaro San José.
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