Un parásito en el fútbol llamado racismo
Lo ocurrido en las últimas semanas contra jugadores negros en los estadios italianos demuestra que se necesitan medidas diferentes a las aplicadas hasta ahora para solucionar el problema
Ricardo Uribarri 13/11/2019
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Hay una enfermedad que ha encontrado en el fútbol un vehículo perfecto para mostrar su cara más repulsiva. Es un parásito que al mismo tiempo se nutre de él y lo infecta sin que nadie acierte a extirparlo, bien sea por negligencia o simplemente por connivencia. El foco principal está en Italia, donde ha anidado con fuerza, pero en ocasiones muestra ramificaciones en otros lugares. Se llama racismo. Y en las últimas semanas está demostrando que su erradicación de los estadios no parece cercana. Seguramente porque algunos siguen sin aplicar la medicina adecuada.
La escena se repite como un macabro ritual en la liga del país transalpino. Jugador negro recibe insultos y sonidos racistas desde la grada. El futbolista se enfada, pierde los nervios, se encara con los que le están ofendiendo y en ocasiones intenta irse del campo. En apenas dos meses de competición la han sufrido Lukaku en Cagliari, Kessie en Verona, Dalbert en Bérgamo y Balotelli en Verona, de nuevo. La pasada temporada la vivieron Kean y Koulibaly, entre otros. ¿Qué ocurre a partir de ese momento? ¿Se solidarizan los compañeros y se retiran con él? ¿Se suspende el partido? ¿Se ponen sanciones ejemplares para los aficionados y para su equipo? Nada de eso. Como mucho se para el partido tres minutos, se emite un mensaje por megafonía que no se oye por los silbidos de los espectadores, y el resto de los futbolistas intentan convencer al agraviado de que ignore lo sucedido y siga jugando. Quizá días después se imponga alguna multa al club y se cierre la grada desde donde algunos se mofaron de una persona por el color de su piel. En el peor de los casos le puede pasar como al brasileño Taison, del equipo ucraniano Shakhtar Donetsk, al que el árbitro expulsó del campo por hacer frente a los que le insultaban.
Hasta el propio presidente del Comité Olímpico Italiano, Giovanni Malago, dijo hace unos días que se equivocaba más el jugador que simula un penalti que el aficionado que abuchea a un jugador de raza negra
La enfermedad se hace fuerte por la incomprensión y la falta de empatía con el paciente de muchos de los que conviven en la misma actividad. Si ya es doloroso tener que sufrir esa situación en medio de un partido, resulta casi peor lo que viene después. Las excusas y justificaciones a los agresores, hasta por parte de los seguidores del mismo equipo del agraviado. ¿Lamentaron los dirigentes del Hellas Verona los gritos racistas que tuvo que vivir Balotelli en su estadio? No. Incluso su presidente los negó con el argumento de que “nuestros aficionados son irónicos, no racistas. Debemos combatir el racismo pero no creo que haya pasado nada hoy…”. Uno de los jefes ultras del Hellas, Luca Castelli, calificó el comportamiento de Balotelli como “una payasada” y aseguró que a pesar de que el jugador ha nacido en el país “nunca será italiano”. ¿Recibió Lukaku el cariño y el apoyo de los aficionados de su club, el Inter? Tampoco. De hecho, una asociación de seguidores nerazzurri le escribió una carta en la que le decían que los gritos imitando a un mono que tuvo que aguantar en Cagliari “no eran racistas, sino una manera de ayudar a nuestros equipos para intentar poner nerviosos a nuestros oponentes”. ¿Encontró el jugador belga la solidaridad de la sociedad? Sí. Pero también tuvo que escuchar como el periodista Luciano Passirani afirmaba en televisión, en teoría para alabar sus condiciones futbolísticas, que “la única forma de parar a Lukaku sería dándole diez bananas para comer”. Hasta el propio presidente del Comité Olímpico Italiano, Giovanni Malago, dijo hace unos días que se equivocaba más el jugador que simula un penalti que el aficionado que abuchea a un jugador de raza negra.
La respuesta que dio Balotelli cuando le preguntaron en la revista So Foot por el racismo en el fútbol italiano no pudo ser más clarificadora y preocupante: “Nací y fui criado en Italia, pero las leyes no me permitieron adquirir la nacionalidad hasta los 18 años. Eso está mal. El país en sí no es racista, pero hay muchas personas que lo son y el cambio está en manos de todos. Si yo fuera blanco habría pasado por menos problemas. ¿Si he sido yo quién ha causado muchos de ellos? Claro que sí, pero no tengo dudas de que me habrían perdonado mucho más rápido”.
No por esperada resulta también menos dolorosa la postura de algunas formaciones políticas italianas y de sus líderes respecto a este tema. Así, el ultraderechista Matteo Salvini, secretario federal de La Lega, afirmó que “diez Balotelli valen menos que un trabajador de Ilva (una siderurgia en peligro de cierre). El racismo debe ser condenado pero se ha montado un escándalo exagerado”. Su partido, junto a Hermanos de Italia y a Forza Italia, de Silvio Berlusconi, se abstuvo el pasado 30 de octubre en la votación que salió adelante para crear una comisión parlamentaria que vigile el racismo, el antisemitismo o la instigación al odio, impulsada por la senadora vitalicia Liliana Segre, lo que le ha valido recibir unos 200 comentarios diarios ofensivos a través de las redes sociales. Segre, de 89 años y superviviente del campo de concentración en Auschwitz, donde murió su padre, se ha visto obligada a llevar escolta policial. En una reciente encuesta elaborada por el instituto Eumetra, el 73% de los encuestados respondieron afirmativamente a la pregunta de si Italia se está convirtiendo en un país racista, por un 23% que opinó que no y un 4% que prefirió no contestar.
Una situación de la que es conocedora la ex atleta de color Fiona May, doble campeona del mundo de salto de longitud y dos veces medallista de plata en unos Juegos Olímpicos. En 2015, el entonces presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Roberto Tavecchio, le pidió que liderara una campaña contra el racismo en el fútbol que iba a recorrer toda Italia y que estaba dirigida a los jugadores federados entre 10 y 18 años y sus entrenadores. Se llamaba ‘¿Racistas? Una raza muy fea’. Dos años después se marchó “dolida” y “frustrada” al ver que no servía para nada. “La lucha contra el racismo no es una prioridad en el Calcio (palabra con la que denomina al fútbol en Italia)” explicaba en una entrevista en El País. Para ella “las campañas son un paso adelante. Están muy bien, pero hay que hacer algo mucho más sustancioso y fuerte porque de lo contrario en dos o tres semanas todo queda en el olvido”.
Hasta ahora eran los clubes los que tenían que pagar las consecuencias lo que provocaba el chantaje de ultras, como los de la Juventus, que exigían al club entradas y otros beneficios bajo la amenaza de entonar cánticos racistas
Ante la repercusión que está alcanzando este problema y la mala imagen que da al fútbol italiano, la Federación ha decidido hace un mes modificar su normativa. Hasta ahora eran los clubes los que tenían que pagar las consecuencias de cualquier acto racista que ocurriera en su campo debido a la “responsabilidad objetiva” recogida en la ley. Eso provocaba, por ejemplo, el chantaje de grupos ultra, como los de la Juventus, que exigían al club entradas y otros beneficios bajo la amenaza en caso de no lograrlos de entonar cánticos racistas, provocando sanciones para la entidad. Ahora, esa responsabilidad se atenuará y podrá caer sobre las personas que protagonicen estos hechos, pero siempre y cuando los clubes sean capaces de identificarlos y expulsarlos de la entidad. Para ello será necesario que inviertan en un sistema de cámaras y audio. “Cuanto antes lo adopten mejor. La responsabilidad objetiva sigue existiendo al menos que no sea demostrado que ocurrió un camino virtuoso con todos los procedimientos para llegar a la identificación de los responsables”, aclara el actual presidente federativo Gabriele Gravina, que busca de esta forma que los equipos se impliquen más en esta lucha.
Parece el primer paso en el ambicioso objetivo que se ha marcado el nuevo ministro de Deportes del Gobierno italiano, Vincenzo Spadafora, de “eliminar el racismo de los estadios”, aunque admitiendo que será un proceso “largo y costoso”. Muy atenta a los acontecimientos y a las decisiones que se vayan tomando está la FIFA y más en concreto, su presidente, Gianni Infantino. El dirigente, hijo de italianos que emigraron a Suiza, afirmó hace unas semanas durante la gala de los premios The Best, celebrada en Milán, que “debemos decir no al racismo, en el fútbol y en la sociedad, en todas sus formas. No sólo debemos decirlo, debemos combatir el racismo. Debemos mantenerlo afuera del fútbol y de la sociedad, en Italia y el resto del mundo”. Infantino marcó las pautas que se deberían seguir en esta lucha durante una entrevista con Sky Italia. Para él, se tendría que identificar a los hinchas responsables de racismo y mandarlos a la cárcel, reclamando también que la Federación colabore con los clubes y la policía. “No entiendo el por qué tenemos que tapar la verdad, no hablar sobre lo que ocurre o decir que no es algo grave. Esa no es la manera de proceder”.
Y eso es precisamente lo que ha pasado hasta ahora en Italia. Veremos si realmente hay voluntad de cambiar esa situación por parte de las autoridades, los responsables deportivos y los aficionados. Todos ellos deberían tener presente la reflexión hecha por Taison tras lo que vivió hace unos días en Ucrania: “En una sociedad racista no basta con no ser racista, hay que ser antirracista”.
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Ricardo Uribarri
Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.
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